jueves, 26 de junio de 2008

Otra isla de ensueño

Martes 24 de Junio de 2008


En barco a Koh Samet

Nadie nos habia sabido decir a que hora zarpaba el primer barco, asi que nos habia parecido bien quedar a las 8 y probar suerte en el puerto. Carl era un giganton con mezcla de sangre maori y europea, y pese a sus barbas abandonadas y royas, su melena rubia rizada, y su sonrisa de hippy amigo de los niños, daba miedo verlo recien levantado, con los ojos hinchados y cara de sueño. Yo no habia tenido problema para dormir con la musica que venia de muchos locales de alrededor, y que duro hasta bien entrada la madrugada. Pero Carl, que no estaba acostumbrado a estas cosas como lo estamos los españoles, no pudo pegar ojo hasta las tantas. La noche anterior no habiamos encontrado otra pension economica que aquella, algo sucia y cochambrosa; y resulto estar en el barrio de los karaokes, que en Tailandia es una manera fina de referirse a otro tipo de comercio algo mas sordido. Como uno ya esta curado de espanto y lo unico que pretende es dormir, poco o nada puede esto afectarle el sueño. Pero Carl no habia pasado la mejor noche de su vida, no cabia duda.

Despues de desayunar en el mercado, ya con las mulas cargadas nos dirigimos al puerto. O mas bien a los puertos. Aunque reducida al minimo por la temporada baja, se habia establecido una dura competencia en el negocio de llevar a los turistas a la isla. Habia varios muelles, y en cada uno de ellos varios barcos que cruzaban a Koh Samet; y cada uno con un horario mas o menos anarquico. Al menos no tuvimos que esperar mucho. Embarcamos las bicis casi con peligro de caer al agua por una pasarelita de madera en el aire, no estaban los barcos pensados para embarcar personal, sino para salir a pescar. Pero el dinero estaba en el turismo, y el negocio se habia reconvertido. Lo habian pintado de colores, y en las cubiertas unos bancos de madera acomodaban como podian a los viajeros. Como todo el abastecimiento de la isla se hacia con estos mismos barcos, una vez sentado todo el mundo comenzaron a cargar bultos, agua y comida, cajas de fruta, motores de lancha, etc. Poco a poco el barco se iba hundiendo, y escorando hacia un lado por la mala distribucion de la carga. Cuando abandonamos la tranquilidad del puerto y nos internamos en el agitado mar de aquella mañana, el oleaje comenzo a sacudir el barco de uno a otro lado. Creo que todos nos veiamos nadando en busca de algo que flotase.





Como estoy escribiendo estas lineas, es evidente que no paso nada. O que soy una psicofonia, quien sabe.




Koh Samet era una isla mucho mas pequeña que Koh Chang, sin las alturas de esta ultima, pero con similar aspecto de perfil aserrado y cubierto de selva. Ni si quiera habia en ella una carretera, y poco despues de desembarcar solo teniamos una rudimentaria pista de tierra para recorrer la isla hacia el sur.
Antes de internarnos en ella, tomamos un desvio entre hotelitos, tiendas y bungalows para salir a la playa del noreste, la mas larga y concurrida de todas. Descubrir al final del sombreado pasillo de arboles y puestitos la arena de aquella playa espectacular nos dejo mudos. Era tan blanca que cegaba con el sol reinando en un cielo limpio que le daba al mar un azul de piedra preciosa. Y tan fina que al pisarla sonaba con un leve y agudo crujido. La arboleda que la abrazaba, salpicada de cocoteros aportando lineas tropicales a la postal, cobijaba en la sombra una sucesion de terrazas dispuestas en la arena, esterillas y cojines coloridos entorno a mesas bajas; tumbonas donde los escasos viajeros que habia en la isla se tumbaban a charlar, leer, o dormitar con una brisa refrescante. Aquel lugar indescriptible se extendia no menos de un kilometro en una suave curva cortada por roquedales erosionados por el mar en formas caprichosas.

Habiamos irrumpido en la inopia de aquella playa indiferente a las horas con nuestro aspecto extravagante a lomos de dos bicicletas cargadas de bultos, y en seguida notamos que eramos centro de las miradas. Tumbamos las bicis y nos dimos un buen baño, mientras algun viajero sorprendido tomaba fotos de nuestras bicis sobre la arena, o de nuestras zapatillas con la ropa sobre ellas unos pasos mas cerca del agua. Uno de ellos era fotografo profesional, y hasta nos dio su tarjeta para que pudiesemos ver las fotos en su pagina web.



Continuamos despues pedaleando sobre la franja mojada y apelmazada por las vagas olas que se deslizaban sobre ella con suavidad. Por dos veces nos pararon para curiosear sobre nuestro viaje y aquella aparicion estelar en Koh Samet. Al final de la playa retomamos la pista de tierra que pasaba detras de ella, y seguimos al sur con intencion de ver las sucesivas playas antes de decidir cerca de cual de ellas alojarnos.
No era facil circular por las cuestas de tierra suelta, y si alguna vez parabamos nos acudian por cientos unos furibundos mosquitos que, al menos, parecian dejarnos en paz al llegar a las playas. Cuanto mas avanzabamos al sur, estas se hacian mas pequeñas y rocosas, sin mucho mas que algunos bungalows en el bosque, patrimonio todo ello de los mosquitos. Pero seguian siendo un regalo para la vista que bien valian las penurias sufridas para alcanzarlas.


Viendo que, con diferencia, la mejor playa era la primera que habiamos visto, decidimos regresar y buscar posada alli.

De nuevo pedaleabamos por la arena cuando Carl se paro a hablar con dos viajeras que tomaban el sol junto a las rocas. Y en unos minutos estabamos tomando un refresco en una de las terrazas. Maria, canadiense, y Sarah, britanica, eran dos viajeras con mucho recorrido a la espalda, capaces de contar anecdotas que podian espantar a Hernan Cortes. Vivian y trabajaban como profesoras de ingles en Hong Kong; a primera vista no parecia una idea muy tentadora ir a parar a aquella megalopolis de cultura tan diferente a la propia. Pero segun nos iban contando como era su vida alli, se veian las cosas de otro modo. Su casa estaba en una preciosa isla, y cada dia acudian al trabajo en 30 minutos de barco. La ciudad era una torre de Babel con gente de todo el mundo, y la comunidad extranjera formaba un ambiente muy acogedor para los recien llegados. Reconocian, sin embargo, que ni uno solo de sus amigos era chino. Y con el sueldo mas que suficiente de que disponian, cada vez que tenian gana de relajarse se plantaban en dos horas de avion en cualquiera de las paradisiacas islas de Tailandia, Malasia o Indonesia. Casi como la vida que llevo yo en Madrid, vaya.

Nos alojamos no lejos de su posada, en un lugar algo mas economico, y pasamos el resto de la tarde conversando a la sombra de las terrazas del mar, viendo cambiar la luz de un paisaje tornasolado.



En la noche, algunos malabaristas añadian una luz juguetona al cielo estrellado, con cadenas y varas prendidas de fuego que hacian volar por el aire. Quedaban estelas fugaces con sus rapidos movimientos, que seguian el compas de la musica de uno de los bares.



El horizonte marino brillaba con la luz de decenas de barcos que atraian los bancos de peces a sus redes mediante potentes focos dirigidos al agua. Estando mas lejos de nosotros que la linea de fondo del mar, su curvatura ocultaba los focos, y solo destilaba un reflejo tenue y difuso dirigido en conos al cielo.
No me fui a dormir hasta casi las 5 de la madrugada, baño de trasnochada en el mar incluido, por lo que me levante el miercoles pasada la hora de los tallarines. Disfrute de otro dia ocioso, a penas algun paseo arriba y abajo de la playa entre ratos de conversacion, baños en la tibia agua de azul intenso, y juegos anglosajones que a veces me costaba seguir.



La vida en Koh Samet era placida, pero tanta inactividad me revolucionaba el nomada que llevo dentro. Sabia que dejar aquel paraiso a cambio de un recorrido en bici por tierra continental, ya afeada por la cercania de Bangkok, iba a ser algo de lo que en seguida me arrepentiria. Pero no podia seguir alli sin hacer mucho mas que hablar y tumbarme a la sombra. Asi que decidi marcharme por la mañana, y para poder madrugar no deje que se me llevara la noche como el dia anterior. Carl, en cambio, habia encontrado justo lo que buscaba para pasar sus ultimos dias de viaje asiatico. Para el, su recorrido en bici habia terminado. Nos despedimos deseandonos buenos viajes, y me fui a dormir.





Pedaleando en compañia

Lunes 23 de Junio de 2003

Recorrido: de Chantaburi a Ban Phe: 110 km

Madrugue bastante para pasear con las primeras luces de la mañana por el mercado que tanto me habia gustado la noche anterior. A esas horas, ademas de los puestos callejeros de comida a base de tallarines, sopas y refritos que irritaban las fosas nasales, se situaban en las callejas otros que preparaban cafe y buñuelos, lo que por aqui se conocia como "cafe lao". La vida se volvia a poner en movimiento sin demasiada prisa, y los currantes apuraban su cafe antes de marcharse a sus lugares de trabajo. Mujeres con cestas de pescado surtian a otros puestos, y quien mas y quien menos demostraba que ya llevaba horas levantado cuando a mi me costaba abrir los ojos del todo.

Volvi a por mis cosas y tome la carretera de la costa. Al principio me esperaban unos 40 kilometros de autovia, sin demasiado trafico, pero tan ancha y recta que se hacia fea y aburrida. Pero no habia recorrido ni cinco kilometros cuando me alcanzo otro ciclista. Carl era un neozelandes de unos veinticinco años que habia improvisado su primer viaje en bicicleta con unos medios algo rudimentarios. Su mochila colgaba con cuerdas y hierros del sillin de una bici que necesitaba urgentemente un ajuste y algo de aceite, y que sonaba como una carraca. Pero aun asi habia hecho un viaje muy similar al mio. Con parecidas fechas de comienzo y final, y parejos recorridos desde el norte de Tailandia a Laos y Camboya, me sorprendia que no nos hubiesemos cruzado antes. La unica diferencia de nuestros trayectos era que yo habia bajado Laos hacia el sur despues de Vientianne por la ruta del Mekong, mientras que Carl se habia pasado en este tramo al cercano Vietnam para despues cruzar a Camboya algo mas al sur que yo. A cambio, el habia recorrido este ultimo pais casi en linea recta, sin tocar la costa ni las regiones meridionales.

Antes de emprender viaje habia trabajado en el campo y en las minas de oro de Australia, y su acento cerrado que me costaba entender proclamaba su origen bien rural.
Fue agradable tener con quien hablar en ruta, cosa que no me sucedia desde el dia que me encontre a Damien al principio del viaje. Pero cuando me propuso continuar juntos en los dias que nos quedaban hasta Bangkok, casi me asuste. No es que me sentara mal pedalear con el, pero reconozco que soy mas bien un bicho solitario, y prefiero la soledad a la compañia de un desconocido. Un dia esta bien, pero pasar una semana con el no me apetecia demasiado. El en cambio parecia ser mas gregario, y de hecho aquel dia abandono su plan original de recorrer la autovia hacia Rayong y Pattaya por una carretera hacia el noroeste tras un cruce, para acompañarme en mi camino hacia la costa y la isla de Koh Samet. Asi que caminamos juntos, con alguna charla de vez en cuando, durante el resto del dia. La carretera seguia plana y aburrida, pero entretenido con la conversacion se me paso sin pena.

Tras el desvio hacia el sur entramos en una carreterita mas agradable, hasta llegar a la playa. Aparecio ante nosotros un enorme lecho de arena que parecia seguir durante kilometros y perderse en el horizonte. Antes de pensar si quiera por donde seguir, nos dimos un buen bautizo en el mar, y aprovechamos las duchas publicas de los chiringuitos para quitarnos el salitre. Como la playa no estaba ni pisada por la temporada baja, era facil y agradable recorrerla en bici, asi que durante unos kilometros paseamos a un par de metros de las suaves olas que llegaban a la arena. Era maravilloso disfrutar de aquel lugar increible y respirar el aire limpio y humedo de la tarde, pedaleando junto al oceano.








Salimos de la arena para retomar la carreterita que circulaba justo detras de ella cuando la playa se interrumpio por la desembocadura de un rio en el que un bosque de varas de bambu servia de criadero de ostras. Al atardecer llegamos a Ban Phe, el pueblo desde el que partian los barcos hacia la isla de Koh Samet, que se veia no muy lejos al otro lado del mar.
Carl estaba agotado, asi que tan solo cenamos antes de que se fuese a dormir a la pension. Yo me entretuve paseando por el puerto y charlando con la gente (o mas bien intentandolo). Una tailandesa de en torno a mi edad se acerco a hablar conmigo, en un frances muy respetable. Me pregunto por el viaje, pues nos habia visto llegar unas horas antes en la bici. Habia vivido 7 años en Francia, y ante sus evasivas para hablar de su tiempo alli o su ocupacion, comprendi que muy probablemente habia sido victima de alguna mafia, y habia pasado los mejores años de su juventud prostituida. Al menos habia regresado sana y salva a su pais, y no se veia demasiado afectada por su pasado; se la veia feliz, ya rodeada de su familia, y en un lugar donde se podia ganar la vida atendiendo un restaurantito de la zona turistica.







No es facil salir de Koh Chang

Domingo 22 de Junio de 2008

Recorrido: de Sai Khao a Chantaburi: 93 km





Si no hubiera hecho un esfuerzo para abandonar la isla aquella mañana, bien a gusto me hubiera podido quedar lo que me quedaba de viaje. Pero amanecio otro dia soleado que invitaba a pedalear y ver mundo. Unas cuestas mas, y regrese al muelle del extremo oriental. Esta vez no tuve que esperar demasiado, y pronto estaba cruzando el estrecho del mar. Con la marea baja, de este lado de la costa, en que en lugar de playas habia pedregales, los nativos escudriñaban el lecho emergido en busca de crustaceos y moluscos que hubieran quedado varados entre las piedras.





En la orilla del continente me esperaba un camino facil y llano, entre plantaciones de piñas, rambutanes (un arbol frutal de la zona), y caucho. Estas ultimas recordaban los bosques artificiales de nuestras choperas, aunque debido supongo a los rigores estacionales, mostraban un alicaido aspecto. El sol calentaba los cascarones llenos de semillas, unas bolas del tamaño de una castaña, que se abrian con una pequeña explosion que las lanzaba ruidosamente en todas direcciones, bombardeando el suelo y a mi de vez en cuando.



Habia dejado de ver el mar, pero a cambio aparecio por el norte una cadena de montañas cubiertas de pura selva que ya me acompañaron hasta Chantaburi, una agradable ciudad a los pies de sus redondeadas cumbres.

Llegue a la ciudad con mucha tarde por delante, y me dedique, antes de buscar alojamiento, a recorrer sus calles tranquilas de domingo. Solo se notaba mayor actividad en un parque alrededor de un lago artificial que hacia de centro de la ciudad. Eran muchos los que corrian por un carril que rodeaba su orilla, y los que hacian gimnasia en las instalaciones publicas situadas a la sombra de pequeños bosquecillos. El carril cruzaba por unos puentes medianamente artisticos a un par de islotes en el lago, entre cuyos arboles se levantaba una estatua al rey Taksin, fundador de la actual dinastia, que en esta ciudad era particularmente venerado. Al fondo las montañas, en un perfecto escenario para disfrutar del domingo haciendo ejercicio.

Subiendo una calle se llegaba a un animado mercado de comida donde el olor a refrito y a salsa picante, los humos y los vapores, se mezclaban con el sonido del gentio paseando, hablando y riendo, comiendo sentados en las muchas mesitas que se apiñaban por donde podian alrededor de los puestos ambulantes de comida. La atmosfera era densa y traslucida, humana y, como todo lo humano, con un cierto gusto de lo pasajero y efimero.

Volvia a parecer un naufrago, asi que aproveche para pasar por la peluqueria y dejar de asustar a los niños. Una vez acomodado en una pension en la solitaria orilla del rio, me fui a pasear por la calle de las joyerias. La actividad principal de la ciudad consistia en el comercio de piedras preciosas, y las tiendas, en su mayoria regentadas por chinos, las exponian y vendian casi como si de caramelos se tratase.





Que lujo de playas

Viernes 20 de Junio de 2008

Recorrido: de Sai Khao a Lonely Beach: unos kilometrillos

Desayune con un poco de charla con la familia sudafricana. Y sobre la marcha decidi que, ya que no me veia con ganas de salir de aquel paraiso, si al menos podia coger mis cosas y continuar por la carreterita de la costa occidental hacia alguna otra playa mas al sur. Asi dedique el dia a un agradable paseo por la isla, por un pasillo verde por el que casi no se veia el cielo entre las copas de los arboles; las cuestas imposibles llevaban en pocos metros desde cada playa a una considerable altura, desde que las increibles vistas del mar daban por bueno el esfuerzo. Tome un desvio hacia el centro de la isla para ver una cascada. Al final de una sendita por la que ya no valia la bici, que deje al cuidado del guarda de la entrada al parque, se llegaba a una pequeña laguna de aguas cristalinas sobre la que se precipitaba un poderoso torrente. Los visitantes aprovechaban las aguas sorprendentemente frias para nadar a las horas mas calurosas del dia.




Con toda la tranquilidad del mundo pare en cada playa al paso para darme un chapuzon, y con el atardecer llegue a la ultima de las playas del lado occidental, que era el que ofrecia las mejores de ellas. Lonely Beach era el lugar perfecto para un retiro o para la vida hippy. Lejos de haber talado el bosque para urbanizar aquel paraiso y de esa manera espolearlo, los pequeños bungalows de madera y multitud de barecitos y tienditas de artesania y ropa, se desperdigaban por un espeso bosque con un laberinto de sendas para llegar a ellos. Era un lugar de cuento de hadas, con pasarelas de bambu salvando arroyos cristalinos, y pasillos aclarados entre una maraña verde a los pies de los palmerales. Por otro de esos laberintos se llegaba a la playa, de arena muy blanca y fina, y adornada de montañas cubiertas de selva justo detras, y de islotes igualmente boscosos en la bahia.




Por tercera o cuarta vez en el dia nade en el mar, esta vez para despedir otro atardecer luminoso y lleno de color. Aunque habia por alli otros viajeros, se trataba en su mayoria de parejas a su aire, por lo que me fui a dormir sin haber hecho migas con nadie, y con la unica distraccion de un par de libros que me tenian enganchado. Muy recomendable el "Dud, where is my country", de Michael Moore.





Sabado 21 de Junio de 2008

Recorrido: de Lonely Beach a Sai Khao: unos kilometros


La intencion era terminar de recorrer la isla hasta su extremo meridional, y volver sobre los pasos a la orilla norte para tomar el ferry y continuar en tierra firme. Pero el espiritu de la hamaca junto al mar pudo conmigo, y aunque habia madrugado lo sufieciente como para que me diera tiempo a todo, al final cambie los planes por una agradable perreria y contemplacion.

Comence bien, peleandome con las tipicas cuestas tailandesas que suben de golpe el desnivel. Habia viajado por 2.000 kilometros de este estilo un par de meses atras. Pero aquello ya quedaba tan lejos que notaba la falta de entrenamiento, y las piernas me temblaban cuando me bajaba de la bicicleta.
En el extremo sur de la isla, detras de otra aldea bastante mas dedicada al turismo que a la pesca, se abria un puerto repleto de barcos coloridos, rematado por un faro al final de una pasarela en el mar. Me detuve un buen rato para recuperarme de las subidas y contemplar la soleada bahia sentado a los pies del faro, y despues tome el camino de regreso hacia el norte.

Con la marea baja, algunos islotes quedaban conectados a la isla mayor por bancales de arena, por los que caminaban mariscadores en busca de moluscos y cangrejos. Desde lo alto aparecian bellisimas postales marinas, y sin ninguna prisa me relajaba mirandolos y refrescandome con la brisa.


Muchas cuestas y varias paradas despues, llegue de regreso a la primera de las playas, en la que habia celebrado mi cumpleaños. Volvi a la terraza de los atardeceres a tomar el mejor expresso que habia tomado en los ultimos meses. Y tanto lo disfrute que, aunque era medio dia y tenia todo el tiempo para cruzar en el ferry a tierra continental y hacer un buen recorrido, me plantee si valia la pena marcharme de aquel paraiso caribeño y cambiarlo por penurias en algun llano acalorado de la costa. Asi que entre el cafe y disfrutar de la lectura a la sombra de los arboles, a unos pocos metros del agua, deje pasar el tiempo dulcemente.

Horas despues regrese a buscar acomodo a la misma pension en la que ya me habia alojado, donde recibi la bienvenida de mi familia sudafricana. Una charla aqui, un rato de lectura alla, un nuevo atardecer hermoso viendo subir la marea lentamente, y otro dia se me escapo tras el horizonte. La unica pena era no disfrutar de aquel paraiso con otra compañia que no fuese un libro...




lunes, 23 de junio de 2008

Un lugar especial para cumplir años

Jueves 19 de Junio de 2008

En la playa de Sai Khao (White Sand Beach), Koh Chang

No habia elegido sin motivo aquel lugar que haria las delicias de cualquier soñador. Este 19 de junio cumplia años, 34 ya, y mi autorregalo era, como en alguna ocasion anterior lejos de casa, pasarlo en un lugar especial. Y este puedo prometer que lo era.
Tarde en salir de la cabaña, porque no paro de llover en toda la mañana. En el porche de la posada conoci a una familia sudafricana peculiar. Cada uno de sus tres hijos procedia de una etnia distinta, adoptados, claro: una era oriental, una de la India, y otro era blanco. Los padres eran mas bien mulatos. Y aunque entre ellos hablaban afrikaans, el dialecto holandes de los boers sudafricanos, el rato que pasamos charlando solo usaron el ingles por respeto hacia mi, muy digno de considerar. No hacia mucho que habia leido un libro sobre la historia reciente de Sudafrica, y por otra parte el pais ultimamente habia saltado a las primeras planas por los brotes xenofobos. Asi que tuvimos mucho de que conversar mientras esperabamos que dejase de llover. Por lo que contaban, la burbuja inmobiliaria habia llegado tambien a su pais, y una vez que habia comenzado a desinflarse, los problemas afloraban rapidamente. Los millones de inmigrantes del resto de Africa acudian al unico pais industrializado del continente, y ahora que la crisis entraba por la puerta, muchos sudafricanos de raza negra veian en ellos una amenaza que hundia sus salarios, compitiendo por los mismos empleos a cambio de mucho menos dinero. Nada nuevo bajo el sol, solo que cuando en Africa se enfadan, los muertos se cuentan por cientos.
La discriminacion positiva, por otra parte, favoreciendo a los ciudadanos negros, se habia fomentado tras el fin del apartheid; esto habia expatriado a la gente mas preparada, de raza blanca, medicos, ingenieros, fisicos, que en la actualidad eran discriminados en favor de alguien menos preparado, pero de raza negra. Hoy, los mejores profesionales trabajaban en Australia o Arabia Saudi, hiriendo con su fuga de talento el tejido industrial sudafricano. Peter era optimista, pensaba que en dos o tres generaciones desaparecerian las tensiones raciales que, sin duda, hoy permanecian.
Linda, su esposa, era la tipica mujerona africana con aspecto de matrona alegre y deslenguada. Ella estaba mas preocupada por el cambio de mentalidad que el mundo necesitaba para sobrevivir una generacion mas. Segun ella, los occidentales habiamos agotado los recursos del planeta, especialmente un petroleo que era vital para nuestra supervivencia y se encontraba en declive ya, antes incluso de haber llegado a poder ser aprovechado por los pobres del mundo. No tendriamos mas remedio, en un futuro casi inmediato que ella fechaba en cuatro años, que vivir vidas mas sencillas, mas solidarias, y adquirir una vision de los efectos globales de cada uno de nuestros actos cotidianos. No teniamos mucho tiempo para aprender; sin aprobar el examen, la supervivencia seria dificil.
Me sorprendia encontrar cada vez mas gente que habia tomado, por fin, conciencia del problema sin precedentes al que inminentemente nos enfrentariamos. Sin un paradigma y un sistema nuevos, el futuro seria terrible, y cada vez mas gente se daba cuenta de esto.

Tan pronto dejo de llover, se despejo el cielo y empezo a hacer un calor pegajoso. Por fin me di un baño como dios manda en las aguas del Indico. Aunque estas estaban tan turbias por la epoca de las lluvias, que ya habia descartado practicar snorkel, que era el atractivo principal de las islas.

Dedique el dia a pasear y a leer, en un relax que ya casi me estaba aguachando el cerebro. Mientras asistia, libro en mano, a un deslumbrante atardecer sobre el agua del mar, sentado en una tumbona de las muchas terrazas de la playa, se sentaron a mi lado tres viajeras inglesas atipicas. La casi totalidad de los viajeros de esta nacionalidad que uno se cruza en el camino, son unos atolondrados irrespetuosos que no tienen la menor idea de por donde caminan. Pero a cuatro palabras que cruzamos, en seguida pude entrever una mentalidad mas en la onda de los conscientes viajeros germanos u holandeses, que viajan para aprender, no para emborracharse.


Con el espectacular atardercer que nos regalo el sol, las siluetas de mis nuevas amigas contra un cielo inflamado me dieron las mejores fotos del dia.




Me invitaron a cenar con ellas, y asi pude celebrar en condiciones que cumplia 34. Por alguna casualidad, Annie me pregunto cuando era mi cumpleaños. Respondi "hoy", y en un momento se armo la algarabia. Louisse desaparecio, pense que para ir al baño; pero volvio con un pastelillo, una vela, y hasta un regalillo con forma de elefante. Con unas entrañables amigas que acababa de conocer, pase una divertida noche, a 10.000 kilometros de casa. Yo me se de uno que con 33 años ya habia hecho todo lo que tenia pensado hacer; y yo por contra, con 34, aun seguia buscando mi lugar en el mundo. Sin prisas. Disfrutando del paseo.

La isla del Paraiso

Miercoles 18 de Junio de 2008

Recorrido: del Templo a Koh Chang: 66 km

Me desperto un monje anciano, justo a tiempo para tener todo recogido antes de que empezase a llegar la gente a hacer las ofrendas de comida matutinas. Sobre todo se trataba de mujeres ya entradas en edad, que cada mañana ganaban un pedazo de cielo (bueno, aqui son meritos en el camino del nirvana) abasteciendo a los monjes y niños del templo con arroz hervido y otros alimentos.

Se habia pasado la noche diluviando, pero cuando sali a penas era una llovizna fina, que a ratos incluso dejo lugar al sol y a un calor desacostumbrado a estas alturas de viaje. No me quedaban muchos kilometros hasta el pueblo desde cuyo embarcadero se tomaba el barco a la isla de Koh Chang, asi que me lo tome con mucha calma. La carretera ya se habia alejado del mar lo suficiente como para no verlo, pero las montañas cubiertas de bosque seguian ofreciendo un espectaculo visual.

Justo cuando llegue a Trat, la primera ciudad tailandesa despues de dos meses, mi cuentakilometros me decia que habia cumplido los 5.000 kilometros de recorrido. Eso se merecia un premio, asi que me tome una limonada y un cafe en el bar mas caro de la ciudad. Un euro y medio, si señor, invito yo, que estoy de fiesta. Trat me sorprendia con su aspecto de ciudad moderna y vibrante, populosa y construida en hormigon y vidrio. Tras mucho tiempo casi en la selva, me sentia como quien sale por primera vez en su vida de su aldeita de las montañas y desembarca en pleno Nueva York. Que abundancia de comercios, cuantos productos, cuanta variedad de comida, de ropa, de artefactos cuyo uso ya habia olvidado. Y que limpio todo. Y coches relucientes aparcados ordenadamente, rotulos de neon, y mas y mas cachivaches de colores. Que impresion me causaba. Ah, y el mayor lujo de todos: poder comer delicatessen como tallarines fritos. No veia el momento de comerme un plato, asi que despues del cafe (que era otro capricho) me comi unos tallarines fritos, de los que quitan el sentio.

Por la carretera de la costa reaparecieron los poblados musulmanes. El Islam llego a esta region del mundo a traves de los mercaderes arabes que se perdieron por aqui con sus barcos y no desaprovecharon la ocasion de hacer proselitismo, por lo que era en la costa, y muy volcada a la economia del mar, donde aun hoy se concentraba la poblacion musulmana. En la fotografia una mezquita en uno de los muchos canales fluviales que llevaban al mar.


Al final de una carreterita secundaria llegue a Laem Ngoc. Pregunte por el ferry, que salia cada hora de un embarcadero a 4 km de alli. La chica que vendia los billetes monto en su moto y me hizo seguirla a toda velocidad hasta el muelle, para intentar llegar a tiempo de tomar el que salia a las 2 de la tarde. Pero cuando al final de una carreterita en el bosque, que no pude ni disfrutar por la carrera, aparecio la pasarela al mar, solo vi el barco que partia rumbo a la isla. Tampoco era para tanto, y tomandome otro cafe y contemplando los manglares donde los pescadores tiraban sus redes sumergidos hasta medio cuerpo, pase la hora y media de espera bien entretenido.
La silueta de la isla se veia desde la costa y, segun nos acercabamos con el ferry, se volvian mas imponentes sus alturas frondosas sobre una estrecha franja de cocoteros y playa que, en la zona norte a la que llegamos, a penas era un hilillo dorado al que llegaba el mar. Sin perder tiempo tome el camino hacia las playas occidentales, por una carreterita sumergida en bosque, que por un lado se encaramaba a unas paredes verticales de arenisca, y por el otro llegaba hasta el brazo de arena de a penas un metro, mecido por las aguas transparentes y reposadas del oceano.
Montañas? Tailandia? Vaya una combinacion. En seguida comenzaron las tipicas cuestas del pais, sin rodeos ni curvas, directas a la cima, que, ya desde lejos, cortan la respiracion. Al menos las vistas eran increibles, con la linea de la costa dorada por un sol que por fin se desperezaba. Al descender la montaña fui a parar a una de esas playas paradisiacas de las postales tropicales, arenas blancas en una amplia y ancha bahia que muy suavemente entra en el mar, y a la sombra de un vergel de mangles y cocoteros. Las selvas de las montañas tan solo cien metros mas atras, y en el estrecho tramo plano, el tipico destino turistico repleto de bungalows y tiendas para turistas. No era el tipo de lugar al que estaba habituado, pero el entorno era tan idilico que decidi quedarme.
Unas mochileras francesas que contemplaban el atardecer sentadas en la arena, me recomendaron una posada al final de la playa, montada en unas rocas sobre el mar, y muy economica. Solo se podia llegar por la arena, pero apelmazada por la ida y venida de la marea, era facil pedalear. Como la temporada baja vaciaba este tipo de lugares, disponia de una kilometrica playa casi para mi solo, y dedique la tarde y la noche a pasearla una y otra vez, y a disfrutar de la luz y de los sonidos de las olas, las aves, y la brisa sobre las palmeras.



De vuelta a Tailandia

Martes 17 de Junio de 2008

Recorrido: de Koh Kong a algun lugar de Tailandia: 84 km



Habia llegado el momento de decir adios a Camboya, un pais que a priori podria parecer hostil y peligroso, y que me habia hecho incluso pensar en pasarlo de largo. Pero que finalmente no era como lo pintaban. En realidad era un pais encantador que me habia tratado estupendamente. Un pais que empezaba a abrirse a los viajeros occidentales, y que todavia se sorprendia con nuestra presencia. Como habitualmente, estaba emocionado aquella mañana por el cambio; por regresar a Tailandia, que era como volver de la jungla a la civilizacion; y por dejar atras otro pais con encanto, de los pocos en los que todavia se podia viajar sin ser uno mas en la corriente.

Como ya habia comentado, Camboya era un pais que seguia inconscientemente en estado de shock, que parecia vivir cada dia como una sorpresa inesperada. Con dolorosas heridas que tal vez tardarian generaciones en curarse, su gente alegre no vivia en el mañana, como acostumbramos los occidentales; sino en el presente, el llano, sencillo, y afable presente. Y tampoco a este le pedian demasiado. Tal vez se debia en parte a la falta de ambicion de todo tipo propia de los pueblos budistas. O quizas a que las experiencias de su Historia reciente, asi como de su vieja y gloriosa Historia antigua atestiguada por las piedras de Angkor, les enseñaban que la vida da mil vueltas y nada permanece. Que solo tiene existencia el ahora, y tal vez ni si quiera. No hay torre ni camino que el Hombre construya, y que no acabe barrido y derribado por el tiempo. Entonces, que queda? Tal vez sonreir y caminar despacio. Y pasar un buen rato en una hamaca despues del arroz. Quien quiere mas?

Me puse en camino a la frontera lloviendo, aunque en seguida descampo para volver a ser solo una llovizna durante el resto del dia. Recorri los ultimos 10 kilometros del pais, y disfrute de la ultima sopa de tallarines. En Tailandia pensaba comerlos fritos, no iba ni a oler la sopa en lo que me quedaba de viaje. Aunque sabia que despues la acabaria echando de menos... aquel agua sucia con un cierto sabor a huesos de pollo bañando unos tallarines escualidos, y todo el picante que cabia en el bol para darle cierta solidez.

No muy lejos se veia el mar, cortando de golpe el frondoso verde que no se olvidaba de rellenar ni un retal del campo. En mi guia, algo anticuada, hablaban de un barco que era necesario tomar desde Koh Kong para bordear la costa y llegar al primer pueblo Tailandes. Pero ya me habia informado de que con la construccion de la nueva carretera, habian conectado con puentes todos los islotes y peninsulas, para poder llegar por tierra hasta la frontera misma.
Justo al llegar al final de Camboya se levantaba un monumental y sorpresivo casino a modo de mansion francesa, con estatuas clasicas en cada pinaculo de su impecable boveda verde metalizada. Por lo visto el juego era ilegal en Tailandia, y no eran pocos los que venian hasta aqui desde lejos y cruzaban al pais vecino solo para dejarse sus dineros en la ruleta. O eso me contaron, porque hubiese jurado que en Bangkok habia casinos y de todo lo imaginable.
Cambiar de pais fue sencillo. Selle la salida de Camboya, y despues la entrada a Tailandia unos metros mas alla. Para una estancia menor de un mes no hacia falta visado, asi que en un momento ya estaba en mi nuevo pais dandome cuenta de que debia cambiar de carril para conducir por la izquierda, estos locos de Thais...

Saque unos cuantos Bahts en el primer cajero que vi, y comence a recorrer la carretera de la costa, suaves sube y baja en un espectacular paisaje: a la izquierda unas playas de arena blanca bordeadas de cocoteros, con islas verdes dibujandose sobre el plomizo horizonte; y a la derecha unas imponentes montañas de enmarañadas e impenetrables selvas. Entre una y otra vista, el tapiz verde de arboles que ceñian sus ramajes sobre la carretera como final de una verde avalancha que viniera de las montañas.

Me habia propuesto disfrutar del dia despacio y a mi aire, sin marcar meta alguna durante el resto del viaje. Asi segui cada desvio que encontre a los pueblos del mar. Solian estar centrados por un puerto repleto de barcos de pesca de pequeña eslora, apilados en la desembocadura de algun rio. Y alrededor las casitas de madera se organizaban en un laberinto en el que las calles eran pasarelas de cemento elevadas en pilares, como las casas, por encima del barrizal dejado al descubierto por la marea baja. Por estas pasarelas no cabian dos motos de frente sin peligro de caer al agua, asi que mi bici y algun carrito de venta ambulante eran el unico trafico de aquella mañana lluviosa.







Tambien me desvie a alguna de las playas, completamente solitarias a lo largo de kilometros, con una estrecha franja de arena que aparecia tras los arboles y las palmeras.

En estos paseos se me fue el dia, y durante kilometros no volvio a aparecer aldea alguna. Pase frente a un templo en medio de la nada cuando no le quedaba ni media hora a la luz del dia, y pedi cobijo al unico monje que habia a esas horas. Esta vez no tuve que convencer a nadie. En seguida me indico donde podia dormir, y volvio con tres niños que vivian en el templo a traerme una esterilla que poner sobre las tablas, a unos metros del Buda. El monje se marcho a sus meditaciones, y los tres niños se quedaron conmigo a practicar sus primeras lecciones de ingles. Se trataba de tres huerfanos de unos 8 años que habian sido acogidos alli, y alli mismo acudian a la escuelita que organizaban los monjes. Mi camara digital resulto ser una vez mas un estupendo vehiculo de comunicacion; por un lado les podia mostrar fotos de mi familia y de mis amigos, y de alguno de los lugares en los que habia estado durante el viaje; por otra parte, podia hacerles reir hasta hartarse tomandoles fotos mientras hacian alguna tonteria, para verse al instante en la pantalla de la camara. Todo un invento.



domingo, 22 de junio de 2008

Una selva inhospita y bellisima

Lunes 16 de Junio de 2008

Recorrido: de Sre Ambel a Koh Kong: 145 km

Debe de suceder que el buen dios escucho mis plegarias, y amanecio despejado, y con una luz dorada e increible. Creo que era la primera vez en muchos dias que veia lucir el sol, y no podia haber hecho su reaparicion en mejor ocasion, para facilitarme un recorrido que prometia ser complicado de por si. Rece porque no se enterase antes de la noche de que soy ateo, y despues de un desayuno contundente, y de comprar algo de fruta, pan y agua para la jornada, tome el camino de tierra que llevaba a la nueva carretera.

Con la luz solar para mi ya inusual, las neblinas que todavia no se habian disuelto en el aire por la temprana hora a la que comenzaba, y la belleza impresionante del entorno, me estuve parando cada diez metros a tomar fotografias, maravillado por el espectaculo. Envuelto en una nube aparecia el puente nuevo sobre el gran cauce, sobre el que algunas canoas salian de pesca con la primera luz.





En seguida tome la carretera y me dirigi hacia el oeste. Al principio recorri campos todavia habitados y cultivados, pero poco a poco el bosque fue sustituyendo al paisaje humanizado, y me fui internando en una selva espesa, como una cortina que no dejaba ver nada tras de si a tan solo unos metros a ambos lados de la carretera. Durante unas horas me acompaño un sol generoso; hasta aquella mañana habia llegado a dudar de que todavia existiera alla arriba, tras las nubes.
Pero antes de las 10 de la mañana, de la primera cadena de montañas que tenia que ascender, vino a mi encuentro un nubarron oscuro y bien cargado de agua que a ratos se entretuvo conmigo el resto del dia. Aun asi no puedo quejarme, y debo concluir que mis plegarias mas o menos funcionaron, ya que en comparacion con cualquier dia de la semana anterior, fue este un dia casi seco. Salvo algun chaparron puntual que sortee sin capa de agua por no disminuir el ritmo, en general tan solo se trato de un fino goteo que se hacia soportable.
Despues de los chaparrones, la selva recalentada previamente por el sol de la mañana, evaporaba el agua caida en forma de girones de niebla que se elevaban sobre las copas, en un escenario absolutamente deslumbrante. Era facil darse cuenta de que aquella selva era practicamente virgen, y que solo el arañazo de la reciente carretera habia roto su milenario aislamiento.


No supe administrarme bien las fuerzas. Inquieto como estaba por llegar a Koh Kong antes de la noche, force un poco mas de la cuenta el ritmo en las cuestas. Y asi me sucedio que buena parte del camino anduve con unas piernas que no podian conmigo. Y ahi se entra en un quiero y no puedo que te agota cada vez mas, y mas por ello te mueve a forzar el ritmo por verse uno lejos de la necesaria meta. Acabe realmente agotado, aunque, contra lo que me habian avisado, no tuve problemas en encontrar comida en las dos o tres aldeas que se anidaban junto a los rios que ahora cruzaban flamantes puentes de hormigon. Las viejas barcazas que antes se usaban para cruzar, se oxidaban abandonadas en algun banco de barro de la orilla.

Parecia mentira encontrar, aislados del mundo y a sus anchas, algunos poblados perdidos en aquellos bosques, a los que seguramente solo sus propios habitantes sabian como llegar.




Al final de la tarde, cuando un cielo que habia sido benigno conmigo se vestia del colorido de la puesta de sol, aviste de nuevo el mar al pasar un puertito de una cadena de montañas. Tras la soberbia alfombra de arboles aparecian, onduladas, las curvas de la desembocadura de varios rios de cauce joven y erratico, llegando al mar en un accidentado paisaje de lejanas islas, cabos y estuarios. Fue otra de esas ocasiones en las que superado por la belleza de lo que veo, se me eriza la piel pensado que la mayoria de los habitantes de este planeta pasaran por esta vida sin ver alguna de las maravillas de las que soy testigo en estos viajes casi a diario. Sin si quiera imaginar la belleza desbordada que he visto y sentido en esta, y en otras muchas ocasiones.
Justo anochecia cuando llegue a Koh Kong, el ultimo pueblo de mi viaje camboyano. Cruzaria la frontera por la mañana, y sentia que echaria de menos a aquella gente encantadora, incapaz de enfadarse o dejar de sonreir aun encarando la penosa realidad de cada dia. El camboyano era uno de los pueblos que mas habia sufrido los desmanes de este siglo XX que no hace mucho que habiamos despachado. Los yankees los habian bombardeado, incluido en su guerra contra el vietcong; despues habian armado y apoyado a los Khmeres Rojos como contrapoder del emergente Vietnam comunista. No contentos con el genocidio de Pol Pot, aun los habian apoyado y rearmado durante los casi 20 años que siguieron al momento en que los vietnamitas los sacaron del poder en 1979. No solo los yankees: los tailandeses, los franceses, los chinos... los contendientes de la guerra fria habian elegido este pueblo entrañable como escenario de sus despropositos. Y aun hoy era un pueblo en estado de shock, que me recordaba extrañamente en su actitud a la de los paraguayos. Paraguay fue el pais mas desarrollado de la hispanoamerica del siglo XIX. Muchos años antes de que en España se instaurase la escuela obligatoria para los niños de hasta cierta edad, Paraguay habia desterrado el analfabetismo y desarrollado un sistema de salud publica mas o menos decente para los inexistentes canones de aquel tiempo. Un gobierno que no llegaba a ser socialista, pero que habia organizado la economia de una manera relativamente democratica y equitativa, habia propiciado una prosperidad que no tenia parangon en ningun pais del entorno. Tambien fueron los yankees los que metieron la zarpa, pues no era un ejemplo que se pudiese permitir cundir; asi que organizaron la guerra del Chaco, por la que argentinos, chilenos, bolivianos y brasileños arrebataron al pais la mayor parte de su territorio, exterminaron a su poblacion, y sumieron a los supervivientes en una pobreza y en un letargo del que todavia no se han recuperado. Los paraguayos, como los Camboyanos, son unas gentes con una mirada extrañamente vacia y apocada, la de alguien que no quiere saber, que no quiere pensar, que prefiere dormitar. Tanto querian escapar de la realidad los paraguayos, que renunciaron incluso a la lengua española, que era la suya, pero tambien la de sus vencedores. En un pais en el que no queda ni un indigena guarani, sorprende escuchar como sus habitantes, de evidente origen eurpeo, hablan el guarani y reniegan del español. Camboya daba esa sensacion de vivir relativamente, de vivir a medias. Poco a poco comenzaba a fraguar un cierto desarrollismo que habia traido por primera vez en muchas decadas una cierta prosperidad. Pero la subida de los precios de los alimentos comenzaba de nuevo a amenazar su existencia... vuelta a empezar?



Hacia un remoto rincon de la frontera con Tailandia

Domingo 15 de Junio de 2008

Recorrido: de Sihanouk Ville a Sre Ambel: 103 km

Misteriosamente amanecio sin agua; pero solo era para que me confiase y me pusiese en camino, y despues zas! , el diluvio.
Deje sin pena la ciudad, y por la sucesion de cuestas y recuestas volvi sobre mis pasos hacia Veal Rihn, unica salida de la carretera hacia Tailandia. Ya hacia tiempo que descartaba seguir el viaje en medio de las lluvias monzonicas, que se apoderaban definitivamente del sudeste asiatico en el mes de julio. Habia visto los prolegomenos, y ya me bastaba de agua. Asi que ahora me dirigia de vuelta a Bangkok, para tomar un vuelo que me devolveria a Madrid el dia 1 de Julio. Tal vez unas semanas en España, y despues cambio de tercio, Sudamerica?

En seguida me cerco un cielo negro, que esta vez procedia del interior en lugar del mar. Y en una estructurilla de bambu me refugie como pude, en un descampado sin mucho mas a la vista, cuando el chaparron se hizo insoportable hasta con capa de agua. Pero cuando llevaba alli mas de una hora, decidi que con lluvia y todo debia continuar, pues no podia quedarme mas atras de Sre Ambel para dormir. Por un lado, antes de este pueblo no habia nada en mas de 40 kilometros; por otra parte, desde el hasta la frontera con Tailandia la carretera recorria una selva deshabitada de 140 kilometros, que por tanto deberia recorrer en un solo dia. Por eso mas me valia llegar a Sre Ambel, y salir la mañana siguiente bien temprano para no tener que dormir bajo un arbol de aquellos bosques llenos de tigres, osos y elefantes.
Y asi, armado de paciencia y con mi capa de agua , con la que me mojaba igual, pero mas lentamente, fui avanzando poco a poco con el viento de cara y un trafico mayor del habitual yendo y viniendo de la ciudad de... vacaciones, la vergonzosa Sihanouk Ville.

Cuando pase por Veal Rihn pare a comer donde la vez anterior, recordando los tallarines fritos (no en sopa!) que me habian cocinado tres noches antes. Mientras los disfrutaba como el manjar desacostubrado que en verdad eran, llego alli mismo una pareja de kiwis (neozelandeses en el argot viajero), que tambien viajaban en bici bajo la lluvia. Para ser francos, eran un poco vagos, en tres semanas no habian recorrido mas que trescientos kilometros. Pero eran majetes, y tenian mucho que contar. Cuando les dije que iba a cruzar la carretera occidental hacia Tailandia, se echaron las manos a la cabeza. Robert fue a sus alforjas y me trajo una tableta de chocolate, para que tuviese algo energetico cuando estuviese por esos montes. La verdad es que entre todos me estaban asustando. Pero solo veia con ojos de naufrago un chocolate que hacia dos meses que no habia ni oido mentar. Y respecto de la carretera, psche, habia recorrido etapas mas duras, mas largas, y mas despobladas. Selvitas a mi... Que nadie se asuste, es verdad que hay tigres y una abundante fauna salvaje. Pero esos bichos se cuidan mucho de acercarse a la carretera, por la que el Hombre es el unico y mas despiadado depredador.

Los pantanos, digo... los arrozales, reflejaban un cielo manchado y vivo, y sus unicos paisanos eran los bueyes, que parecian disfrutar del barrizal. Pare a tomar algo en cada ocasion que tuve, mas por guarecerme de la lluvia que por gula. A la hora de la telenovela, todo el pueblo se reunia en silencio en el bar, ordenados en sillas mirando el televisor. Algunos niños jugaban en la calle, aprovechando que habia parado el aguacero.





Sin mucha mas historia llegue al penultimo pueblo de Camboya por la ruta suroeste, Sre Ambel. Se encontraba totalmente cercado de campos inundados por un metro de agua, sobre la que se elevaba la carretera como unica tierra firme, dandome una agradable sensacion de confort poder pedalear sobre ella, y no tener que navegar por el resto de un mundo que se veia sumergido como en tiempos de Noe.
La carretera que partia desde este pueblo hacia la frontera se habia construido dos años antes. Hasta entonces, la unica manera de hacer el recorrido era atrancarse en un barrizal que se interrumpia cada 30 o 40 kilometros por algun rio que habia que cruzar en barca. Y al calor de los pasos en barco habian crecido pequeñas aldeas, la unica vida humana del camino, que con los nuevos puentes y la carretera se veian condenadas a desaparecer, una vez concluida su funcion. Sre Ambel era la primera de estas aldeas, y aunque su proximidad a Phnom Penn la salvaba hasta cierto punto de este destino fatal, se notaba como la construccion de los puentes habia reducido su actividad drasticamente. Era un pueblo orientado a la orilla del rio, una pequeña Venecia flotante de madera sobre pilotes, a cuya orilla se amarraban algunos barcos. Me parecio un lugar con encanto, y disfrute del paseo por sus calles silenciosas y casi desiertas.






En seguida me fui a dormir. Tenia que madrugar todo lo posible. Me esperaba una etapa larga, con las primeras montañas en mas de un mes, en el que mis piernas se habian desacostumbrado y aflojado. Y seguramente lloveria, como lo habia hecho todos los dias, con lo que eso suponia de dificultad añadida. Habia pensado que no usaria la capa de agua en caso de llover, ya que cortando el viento me reducia la velocidad a la mitad; y no podia permitir tal cosa, con tantos kilometros por recorrer. La verdad es que hacia mucho que no me producia tanta inquietud una etapa del viaje.

En el paraiso de los escandinavos no llueve ni gota

Viernes 13 de Junio de 2008

Recorrido: de Veal Rihn a Sihanouk Ville: 81 km

En mi bici habia decidido establecerse una familia de ranas, ya que las condiciones eran optimas para ellas, y ademas podian disfrutar del paseo gratis. Pero aquella mañana ya la lluvia fue excesiva, y estuvieron a punto de ahogarse las pobres. Les habia cogido cariño, nunca podre dejar de ser un sentimental; pero no tuve mas remedio que mantener el tipo y despedirme de ellas fingiendo indiferencia, cuando finalmente saltaron a una sobre una acequia, mucho mas seca, sin duda, que el conjunto que yo arrastraba a pedales, capa de agua y viento en contra a toda vela.
Y es que despues de los calores que habia pasado tan solo un par de dias antes, hubiera parecido que la lluvia traeria alivio. Pero con ella habian bajado tanto las temperaturas, que ni la playa apetecia para un baño, ni el cielo para una ducha.

Segui por un encantador vergel inundado al pie de unas voluminosas montañas, que despues de varios miles de kilometros absolutamente llanos (se dice pronto), casi me sorprendian por su mera existencia. Las casitas sobre pilotes demostraban el por que de este tipo de construccion omnipresente en estos paises. A muchas de ellas les llegaba ya el agua, y eran pocas las que conservaban en suelo emergido sus pilares. Con las tareas reducidas al minimo por la meteorologia, las familias pasaban un agradable y forzado asueto entre sus hamacas y faenillas cotidianas de poca monta.

Unos kilometros despues tome un desvio hacia el mar, para darme una vuelta por el parque natural Ream. Su tesoro consistia en un archipielago de islotes bordando la costa, pero yo me conformaria con un vistazo a las playas continentales. Al final de otra de esas montañas cubiertas de bosque llegue a una estupenda playa desierta, revuelta por las lluvias y los vientos. Dos monjes vestidos de azafran caminaban despacio, en una estampa casi existencialista, los kilometros que llevaban a una aldea que a penas se distinguia a lo lejos.


En la playa se veian abandonadas barracas que alguna vez habian sido bares, y en una de ellas me refugie de uno de los chaparrones que de tanto en tanto sustituian a la fina llovizna habitual.


Segui hasta el pueblo de Ream, y tuve tiempo de resguardarme de nuevo en un puestito que colgaba sobre la playa, a cuyos pilotes alcanzaban a romper las olas, justo antes de que de mar adentro llegase un vendaval, una tormenta furiosa que parecia querer arrancar la casita del suelo. El tremendo aguacero impedia ver el mar unos metros mas alla, y disfrute del espectaculo siempre maravilloso de la Naturaleza desatada, tranquilo solamente porque no parecia que los nativos estuviesen preocupados pese al huracan.



Cuando amaino volvi a la bici; no quedaban mas que 30 kilometros hasta Sihanouk.



Por primera vez en mas de 2.000 kilometros tuve que subir alguna cuesta, dandome cuenta de que tanto llano habia conseguido hacerme perder la buena forma fisica que habia llegado a tener al principio del viaje. Y tuve que subirlas bajo una incomoda lluvia venteada, que junto con las mantas de agua que salpicaban sobre mi los coches al pasar, fueron agriandome el humor poco a poco. Por primera vez en todo el viaje me hacia la temida pregunta: " Que demonios estoy haciendo yo aqui???". Tal vez cuando estaba a punto de tirar la bici al rio y continuar en autobus, subiendo una cuesta con lenta pesadumbre senti una mano que me asia por la espalda para ayudarme a subir. Al girarme encontre el rostro de otro farang, con un aire a Becquer, que subia tambien en bici. Eso si, sin alforjas. Francoise era un frances de veintipocos años que viajaba en bici, pero que ya llevaba una semana varado en la ciudad. En dos meses no habia hecho mas que los 600 kilometros que separaban Bangkok de Sihanouk.
Me acompaño hasta las callecitas de Victory Hill, el tipico lugar algo cochambroso con pensiones economicas para mochileros. La ciudad casi no era tal. Habia crecido dispersa, dejando mucho campo libre entre urbanizaciones y hoteles, y la zona de los mochileros se apretaba junto a las playas del oeste.
Despues de desembarrarme en la ducha sali a buscar a Francoise adonde me habia dicho que estaria. Pero no aguante mucho alli. Era un chaval joven y vivaracho, simpatico y de facil trato, con un interesante viaje lleno de ancedotas por contar. Pero se habia buscado unos extraños amigos que me dieron repelus. Se trataba de tres franceses cincuentones de mirada torcida, que a la legua se veia que solo estaban alli para emborracharse y acostarse con chiquillas camboyanas. Alguna de ellas rondaba a su alrededor. Asi que me despedi cortesmente con la excusa de que queria ver la playa.
Y es que pronto pude comprobar que la ciudad era un autentico y masivo prostibulo. Salvo algun despistado como yo, y alguna parejilla escandinava fuera de lugar, alli no habia mas que vejestorios occidentales sin escrupulos.
Las pocas playas publicas que quedaban no eran gran cosa, y menos en aquel clima deleznable. La mayoria eran privadas, cerradas por algun hotel especializado en alguna nacionalidad. Por ejemplo, una de las mejores pertenecia a un hotel para la nueva clase de ruso mafioso y rico que a menudo viene por estos lares a hacer sus desmanes vacacionales en hordas al mejor estilo cosaco.

Recorri en bici alguna otra playa del lado opuesto de la ciudad, para confirmar el penoso espectaculo y decidir que lo mejor seria marcharme por la mañana.
Pero entonces me llamo la atencion el cartel de un bar: "Paco's, spanish tapas and pinchos". Pase a curiosear y, efectivamente, Paco, el dueño, era un madrileño que se habia marchado de España hacia ya dos decadas. Despues de muchos años en la India, habia recalado en el, segun el, ultimo pais virgen: Camboya. Y vivia de un restaurantito muy apañado que habia montado dos años atras.
Era un tipo realmente interesante, y se me hizo casi la una de la madrugada enganchado a las muchas historias que me contaba.
Habia sido hippy; vivido la movida madrileña; fue el primer hare krishna de Madrid. Una tarde tuvo una idea, hizo la mochila, cogio un tren en Chamartin, y en dos semanas de mas trenes y autobuses, llego a la India, donde vivio la epoca dorada del misticismo y de los santones, antes de que todo aquello se convirtiese en un negocio como otro cualquiera. Conocio alli a su ex-mujer, una italiana con la que habia tenido una hija, que ahora estudiaba en Sidney. Habia vivido de todo tipo de negocios, como compra venta de artesania o piedras semipreciosas. Negocios que, decia el , siempre funcionaban como para darle de comer, pero que acababa abandonando por aburrimiento. Y alli, tras la barra del bar, decia que por fin habia encontrado su lugar. El mismo se preguntaba en voz alta, como tras media vida dando vueltas, su nidito y su destino habian resultado ser aquella ciudad, y casarse con una vietnamita mayor que el y con cuatro hijos de matrimonios anteriores. Y con cara de adolescente decia que estaba enamorado de ella, y de la sencilla vida que llevaba, comiendo su arroz con almejas, cada dia, rodeado de una familia con la que a penas podia comunicarse. Aunque afirmaba que esto era mas una ventaja que un inconveniente: su matrimonio con la italiana no habia funcionado porque se entendian demasiado bien, y a fuerza de debatir y discutir, se les habia enfriado el cocido. Paco pensaba que cuanto menos se pudiera hablar, mucho mejor.
Solo volvia a España de vez en cuando para ver a su familia. Amigos ya no le quedaban: habian sido hippies como el, pero hacia mucho que habian cambiado las rastas por el traje de empresario, o la corbata de director de banco. Vivian una vida perfecta, pero algo en su interior les revelaba que no habian sido consecuentes, y que habian vendido su alma por un plato de lentejas al entrar de lleno a formar parte del Sistema. Paco, sin embargo, habia seguido el duro camino de la consecuencia; y esa libertad sublime y terrible que habia conservado siempre, y esa manera de vivir arrastrada, les recordaba quienes habian sido, cuales habian sido sus sueños, y en que se habian convertido. Se sentian incomodos en presencia de Paco. Su mera existencia les hacia sentir vertigo, les recordaba sus vidas pasadas, sus viejos principios, sus ideales perdidos. Les hacia plantearse su mundo, los pilares de sus edificios mentales temblaban como su fueran de mantequilla. Asi que hacia años que preferian no saber de Paco, que me contaba todo esto con muy pocas y humildes palabras. Mas bien era yo el que ponia esas palabras, y el quien me las confirmaba casi avergonzado.
Renegaba de la España de nuevos ricos que creian que tenian derecho a quejarse de todo, siendo unos amargados y apresurados que ignoraban su propia fortuna, en un mundo en que los problemas reales eran algo mucho mas serio. En Camboya era facil, solo mirando a tu alrededor, darse cuenta de lo afortunado que cualquier occidental que coma mas de dos veces al dia, y otra cosa que no sea arroz, se puede considerar a si mismo. Los españoles, decia, habiamos perdido el norte, no sabiamos que era lo importante, y que lo accesorio e insignificante. Y no teniendo problemas reales, nos los inventabamos. A nivel individual, familiar, politico, regional... a todos los niveles.
Arremetia contra el consumismo capitalista que habia arruinado el planeta, y el futuro de las generaciones por venir. Se asustaba viendo lo que se nos echaba encima: el fin de la era del petroleo, hambrunas, guerras por el control de los recursos energeticos, insurrecciones de pueblos al borde de la inanicion... todo a la vuelta de la esquina. En esta vision fatalista y agorera, por desgracia no podia yo estar mas de acuerdo.
Paco era un filosofo, que tras un largo recorrido, habia perdido la fe en la Humanidad. No creia que hubiese alternativa al sistema, a esta ley de la selva de la propia naturaleza humana dejada a sus anchas, que es el capitalismo. Con el marchabamos hacia la catastrofe. Pero, es que acaso eramos capaces de otra cosa? El creia que no.
Quedaba pues, como en una nueva edad Media individualista, el refugiarse cada uno en su pequeño agujero en el mundo, y vivir la propia vida lo mejor posible. De espaldas a un mundo que, ni tenia arreglo, ni tal vez lo merecia ya. Y en estas estaba. Feliz como un niño, dedicando dulces miradas a su esposa, y compartiendo ratos y charlas con pasajeros que, como yo, de tanto en tarde se perdian por alli.
Cuando volvia hacia la posada, me sentia afortunado de encontrar, en los recodos mas inesperados del camino, maestros de la vida como Paco. Personas que recorrieron caminos diferentes y originales, con puntos de vista peculiares. La vida de Paco era una de tantas posibilidades. Y me enseñaba mucho de lo que no quiero ser y hacer en la vida, y muchas de las lecciones que su variante del camino le enseña al caminante.

Sabado, 14 de Junio de 2008
En Sihanouk Ville

Con la trasnochada me fue imposible madrugar; y con el chaparron que no cesaba, fue facil decidir que era mejor no salir de la cama, y dormir a placer por primera vez en dos meses. Decia Gala una vez que le preguntaron si le daba miedo la muerte: " Cuando pienso que me tengo que morir, tiendo una manta en el suelo, y me harto de dormir". Ea.
Pasado el mediodia la lluvia paro para recuperar fuerzas, y aproveche el intervalo para acercarme al centro y buscar algun libro que cambiar por mi Quijote, que finalmente habia muerto en su cama. Pase la tarde leyendo un ensayo sobre el declive del Islam desde sus siglos de preponderancia hasta hoy, resguradado de la lluvia en un bar al pie de la playa.
Las agitadas olas eran aprovechadas por bañistas menos frioleros que yo, camboyanos acomodados de la capital que venian a pasar el fin de semana a la ciudad. Un hombre ciego de unos 50 años paso muy despacio, guiado por un niño y una niña de unos 6 años a modo de Lazarillos. El ciego pedia limosna entonando una melodia misteriosa, como de otro tiempo, con un aire mezclado entre mediterraneo, arabigo y oriental, que se unia con el sonido del mar y de la lluvia para crear un momento especialmente sensitivo. Varios niños casi mendigos recogian las latas arrojadas a la arena por los descuidados tuirstas camboyanos, para los que toda esta realidad alternativa pasaba desapercibida, como quien solo se espanta unas moscas molestas al paso.



Pase por un ciber, y me encontre con una increible sorpresa que me alegro el dia. Gracias al blog, un amigo de quien hacia 20 años que no sabia nada, me habia encontrado. Jorge habia sido para mi una referencia de infancia, una de las personas a las que debia ser como soy. Con 11 años Jorge ya era un niño sarcastico, incisivo, que deslumbraba con sus razonamientos y asombraba con su vocabulario refinado y para mi desconocido por aquel entonces. Yo era todavia un niño apocado y provinciano, y Jorge desperto en mi muchas facetas, entre ellas un espiritu critico que no se si de otra manera me hubiese aparecido. Durante algunos años despues de verlo por ultima vez, Jorge habia seguido siendo alguien a quien intentaba parecerme.
Y 20 años despues, aparecia en mi correo una carta suya contandome que me recordaba y no habia dejado de apreciarme. Era inexcusable reencontrarnos en persona en cuanto tuviesemos ocasion. Teniamos mucho de que hablar, tras dos decadas. Trataba de imaginar por donde le llevo la vida, si su talento extraordinario habia sido para el una bendicion o una condena. Podia ser bonito recuperar una amistad que se quedo congelada en los primeros años 80, cuando el Mundo era tan, tan diferente.