sábado, 17 de mayo de 2008

Las planicies deshabitadas de la curva del rio

Miercoles, 14 de Mayo de 2008



Recorrido: de Tha Bok a Pak Kading: 100 km



Cuando atravesaba las montañas del norte me desesperaba; es duro no terminar nunca de encontrar paredones que subir, y acaba royendo la moral el comprobar que por mas esfuerzo que se emplee, no se termina el ascenso que ya toca descender a la cota anterior para volver a lo mismo. Tras dias y dias en esta tonica, uno se acaba hartando y deseando un llano. Soñaba yo aquellos dias con los que recorriera alguna playa del sur.


Pero llegado a los llanos, el recorrido aun era mas descorazonador. Por segundo dia, y segundo de muchos que me faltaban en un plano sin grandes relieves hasta la costa camboyana, caminaba junto a la orilla del Mekong, poco a poco mas ancho y caudaloso con el aporte de los enormes afluentes que iba cruzando a cada trecho. La carretera era llana, infinitamente recta, inacabable a la vista hasta el horizonte, donde se perdia como lineas de fuga de un paisaje extraño. Poco mas que arboles me acompañaban nuevamente, y las aldeas volvian a escasear. La logica me habia hecho suponer que el fertil valle del gran rio sustentaria la mayor parte de la poblacion del pais. Pero al menos estos primeros tramos no lo eran en absoluto poblados. Ni si quiera se levantaban ligeros cerros en el horizonte; bosquecillos y arrozales eran toda la perspectiva de que disponia, y bufalos pastando en terrenos inundados; y cada muchos kilometros, algunas casas, y pueblos sobre pilares muy altos de cemento, que eran clara señal de que el rio era a veces temible. Progresando por las rectas perfectas no se tenia sensacion de avanzar. Durante horas se veia un horizonte similar, y la carretera casi desierta parecia mas una condena de martirio que otra cosa. Sin embargo, poco a poco me fui amoldando al nuevo paisaje, y descubriendo la belleza de sus larguisimos tramos de bosque, la sensacion reconfortante de atravesar interminables lugares inhospitos, libres de humanas glorias. Era, a pequeña escala, una sensacion similar a la de navegar el Amazonas. Puede parecer aburrido recorrer durante mas de una semana la ininterrumpida linea de arboles salteada de cabañas de caboclos, indigenas y mestizos aislados del mundo en medio de la selva y el agua. Pero con el tiempo uno toma conciencia de la maravilla que representa esa linea, que es todo lo que se muestra ante nuestros ojos, de toda una inmensidad de vida que se extiende justo detras. La maravilla de un bosque que dura dias en ser recorrido, en muchos de cuyos recodos existen lugares por descubrir, tribus que no conocen al hombre blanco. Cuando pase por sus aguas, aun no se habia descubierto, en plena era de los satelites, la segunda catarata mas alta del mundo despues del salto Angel, que se situa no lejos de la triple frontera de Peru, Colombia y Brasil. Un mundo desconocido, y que dure, del que solo se nos representa a la vista una ribera de arboles en apariencia monotonos y mohinos.
Me gustaba tomar una pequeña cata de la riqueza y variedad de la vida amazonica observando en la noche las paredes alrededor de cualquier foco de luz del barco. Miles de insectos se arremolinaban a su atraccion, y jugando a escoger uno cualquiera de aquellos y buscarle pareja, no conseguia, por mas que me empeñase en ello, encontrar insecto semejante al escogido. Tal era la increible multiplicidad de la vida en la selva.

Pero en los interminables caminos frente al viento del valle del Mekong no salian caboclos en canoas a vender en los barcos que pasaran sus frutas y pescados, sorteando los remolinos y el oleaje, las anacondas que afirmaban se podian tragar a una persona, o las pirañas que segun parece, no eran mas que un pescado sabroso del rio.









Sin tratar de desafiar de nuevo a los dioses afirmando algo de cuyo contrario me puediera arrepentir, habia que celebrar que durante los ultimos dias habian desaparecido las nubes y no habia caido una sola gota de agua, y un crecientemente insoportable calor se adueñaba del dia, y no se alejaba mucho por las noches. Llegue, no al final de la recta, que seguia, sino en un poblado por el que pasaba, a la meta del dia. No eran ni las cuatro de la tarde, y al encontrar posada decidi quedarme y no arriesgar la noche. El pueblo se hallaba a orillas de otro afluente, como si el Mekong no fuese suficiente motivo para construir un pueblo y hubiese que esperar a sus confluencias. Decenas de barquitas aprovechaban una bahia natural para resguardarse, y segun se fue pasando la tarde, los pescadores tomaban el camino al rio e iniciaban sus tareas.






Pasee por sus calles de tierra rojiza, que ofrecian un especial colorido entre los arboles y las casitas de buen gusto, puramente Lao, grandes, de techos altos en dos alturas y todo el espacio abierto a la calle para que el aire pasase a sus anchas, que nunca estorbaba en los rigores del tropico.






En una de las casas una familia celebraba algo comiendo y bebiendo. Los hombres en una mesa, y el resto en otra. Al verme pasar comenzaron a llamarme; andaba un poco timido, y es que sin poder hablar en lengua alguna, se me hacia de pereza el lio de comunicarme a golpes. Pero salio en mi busca el dueño de la casa, que a lo mas tendria mi edad, y arrastrandome del brazo me llevo a la mesa de los hombres. Como siempre me obligaron a brindar con un vaso de cerveza con cada uno de los que habia alli, que ya se tenian a esfuerzos por el poderoso influjo de la bebida nacional, la bierlao, una cerveza contundente. A lo tonto nos echamos unas risas y acabamos pasando un buen rato. Pero preferi despedirme a tiempo y no dejar que la cerveza fuese a mas.

Por un precioso atardecer segui paseando las callecitas de tierra. Los niños, mas atendidos que en otros pueblos de las montañas, se divertian corriendo con sus bicis, y sorteando las humaredas que aqui y alli tamizaban el aire y el sol, por la mania que tienen en Laos de quemar en la calle todo lo que pillan, desde restos vegetales a basura. Era la hora del baño: mujeres acicalando y despiojando a sus niños en un balde; otras que se lavaban en un grifo de la calle con un saron, o tunica a modo de toalla sobre el cuerpo, con el que lograban bañarse en publico sin mostrar mucho mas que los codos y el cuello.

En la calle principal empezaban a celebrar una boda. Bajo unas carpas, novios y familia exquisitamente vestidos a la occidental, salvo la novia que vestia el atuendo laosiano deslumbrante y exotico, se sentaban alrededor de una mesa adornada con flores, para dar la bienvenida a los invitados, que segun llegaban introducian sobres con dinero como regalo en una urna dispuesta al efecto en la primera mesa. Despues se iban acomodando en las mesas bajo las carpas, presididas por jofainas plateadas con relieves de flores, que brillaban con los ultimos rayos del sol en el horizonte. La musica laosiana, conocida como la Tabarra, sonaba con toda la potencia de los equipos, y hombres y mujeres demostraban a los niños por que es malo beber demasiado. Quisieron invitarme, pero sabia lo que seguiria: cada uno trataria de hacerme beber a su salud un trago de cerveza, y se mearian de la risa viendo al farang tambalearse. Si al menos pudiese charlar con los presentes... pero en la boda se hacia poco mas que sentarse y hablar, y no me parecia el mejor plan sin conocer ni una palabra de laosiano. Recorde alguna boda que me pillo de paso, por ejemplo en Luxor, Egipto. Aquella vez acepte la invitacion, porque casi todo el mundo se defendia en ingles, y acabe disfrutando de una noche entre te de menta, conversaciones sobre Ala y los novios, y danzas de mujeres que se arrancaban a chillar de alegria al ritmo de la musica.






Jueves, 16 de Mayo de 2008



Recorrido: desde Pad Kading hasta Tha Kek: 157 km

Cuando hice la primera parada del dia para desayunar, acabe perdiendo por primera vez en el viaje la compostura. Ya me habia pasado la noche anterior, que al intentar pedir cena en los muchos restaurantes de la calle principal, me habian dicho que no tenian nada. Nada? Nada. Pero es que al dia siguiente la situacion se repitio a 20 kilometros de distancia. Les pedi lo unico que esta bendita gente es capaz de pergeñar, la eterna sopa picante de tallarines, que ya me producia sarpullidos asi como abstinencia cuando no la encontraba. Me sente de cara a la calle, por ver la gente pasar. Despues de un cuarto de hora esperando considere que no podia costarle tanto mojar los tallarines en el caldo hirviente que siempre tienen preparado. Al girarme comprobe que la señora se hacia la manicura mientras veia un programa en television. Terminaron de enfadarme, y aun tuve que meterme en la cocina, agarrar el bol y los tallarines y ponerme a hacer yo la sopa para que la reina se decidiera a echarme el agua caliente y los dos pedazos de pollo sobre el bol de tallarines. Por dios, que gente sin sangre...

Debia de ser que no habia yo dormido bien y no estaba de humor, porque estas cosas es mejor tomarlas con gracia y salero, y observarlas con ojo de antropologo. Pero cuando uno esta molido y hambriento, a veces se vuelve irritable. Me quede sin saber si es que no les apetecia trabajar por aquellas latitudes, o es que no se les ocurria que demonios pudiese querer alguien que pide de comer en un lugar donde solo se sirve una unica cosa. Tal vez me tenia que hacer entender mejor en lo sucesivo.






Los bosques se iban espesando, y aunque habia muchos tramos quemados para cultivos junto a la carretera, a menudo grandes troncos se erguian orgullosos sobre un paisaje que todavia les pertenecia. Seguia por le valle de Mekong, aunque desde la mañana lo deje de ver y se perdio durante todo el dia. No debia de andar lejos de la carretera, pero por lo visto los laosianos habian preferido desde siempre asentarse lejos del lecho, y la carretera no le hacia muchas visitas.





Sobre las cinco de la tarde llegue a un pueblo en el cruce de dos carreteras, que por la experiencia pasada tenia por fuerza que disponer de hospedajes. Pero mi gozo en un pozo, y aunque con segundas preguntaba a todo el que me cruzaba, solo me indicaban que no encontraria nada hasta Tha Kek, a algo mas de 53 kilometos de alli. Ya habia recorrido unos 100 en todo el dia, y llegaba renqueante y con ganas de retirarme. Con hora y media de luz no me daba tiempo a llegar de dia hasta Tha Kek. Pero quise intenarlo, siempre podia rendirme a mitad de camino y buscar otra chocita en los arrozales.









El caso es que me administre una fuerte dosis, por via oral, de sopa picante de tallarines, y con la musica mas cañera que tenia en el mp3 me puse en marcha. Aunque durante mas de 35 kilometros no baje de los 30 kilometros por hora, que es una barbaridad para una bici de montaña con dos mochilas y 100 kilometros mas a la espalda desde la mañana, como no podia ser de otro modo se me hizo de noche a falta de un largo tramo por recorrer. Y con todo, consegui llegar a Tha Kek, una hora de noche despues, para encontrar posada en una de sus calles de estilo frances, algo abandonado pero con el encanto de la decadencia. Al otro lado del Mekong relucia una ciudad tailandesa, y en barcazas en el rio practicaban los jovenes su actividad de ocio mas transgresora: el karaoke.


Tenia el cuerpo destrozado. Lo que habia hecho en el dia seria una de esas cosas, que si hubiera Dios, me la premiaria por valiente; si hubiera Diablo, me condenaria a repetirla cada dia por toda la eternidad. Pero como ni hay lo uno ni hay lo otro, tan solo quedaria como una de esas pequeñas azañas que todos acometemos alguna vez en secreto, y que no han de ser mas que comida de gusanos.








Por las llanuras infinitas del Mekong

Lunes 12 de Mayo de 2008

En Vientianne

Vientienne no me parecia un lugar demasiado atractivo para quedarme. Pero ya me habia hecho a la idea de que mi siguiente paso tras Laos seria cruzar por el sur a Camboya; y para ello tenia que obtener el visado por adelantado en Vientianne, ya que en la frontera no solia ser posible conseguirlo. Asi que me veia obligado a pasar el lunes en la capital. Lo cual no le venia mal a mi salud, dada la fiebre y el malestar de los dias anteriores.Madrugue todo lo posible para estar en la puerta de la embajada en cuanto abriesen al publico. Cuando me levante la fiebre se habia calmado, y me vi con fuerzas para coger la bici y cruzar toda la ciudad hasta el consulado.Habia leido que las carreteras de aquel pais eran pesadas y polvorientas, llanuras extensisimas que se hacian eternas. Pero parecia la continuacion natural de mi viaje. Y por otro lado no me podia marchar de esta zona del mundo sin visitar las ruinas Khmeres, como el espectacular templo de Angkor, fuente de leyendas por haber quedado abandonado e inundado por la selva hasta que fue redescubierta por los europeos. Una vez entregado el dinero y rellenados los formularios, me emplazaron para volver a las 4 de la tarde. Era estupendo, con una poca suerte podria abandonar Vientianne a la mañana siguiente.

Con los deberes hechos y la ventaja de la bici sin peso, me dedique a dar vueltas por la ciudad y a visitar lo poco que habia por ver. La mañana bullia un poco mas que el apagado domingo que habia visto, y las motos y los tuk tuks llenaban de ruido las avenidas.Cruce por la principal de ellas hacia el norte, y pase por el arco de Triunfo, que de alguna manera recordaba el de Paris aunque poco tenia que ver con el, y que llamaban la pista vertical, debido a que el corrupto gobierno que propicio la revolucion del 75 habia utilizado el cemento que se suponia iba destinado a la construccion del aeropuerto para la edificacion del dicho arco. Continuando hacia el norte llegue a la pagoda Pha That Luang, simbolo religioso del pais, y que ya hacia casi veinte años que habia sustituido a la hoz y el martillo en el emblema del pais. Y si antiguamente era un lugar sagrado, desde que los franceses le dieron un buen enlucido de cemento y pintura amarilla, no era un lugar que valiese la pena visitar.

Mas interesante me resulto el mercado, repleto de telas y sedas, por el que se podia caminar sin las habituales aglomeraciones mañaneras. Pase despues un par de horas poniendo al dia el blog, tenia que aprovechar un dia que por fin encontraba conexion a internet; y pase las horas mas calurosas del dia visitando un par de templos al este del Palacio Presidencial, con algo mas de solera y encanto. Siempre es agradable hacerlo en estas horas de calor, ya que se obliga al visitante a descalzarse para caminar por el, y los cocidos pies se relajan por un rato.

Me fije en algo que siempre me llama la atencion cuando viajo. Un par de rubitos cargaban sus guitarras calle alante y calle atras buscando posada. Misterios de la vida, hay quienes viajan con enormes mochilas llenas de ropa y zapatos para cada diferente ocasion, y que no pueden levantar ni entre dos; los hay que, mucho mas extravagantes, viajan no solo con el mochilon, sino tambien con una mano siempre ocupada portando una guitarra enfundada, para cualquier entendedor, sin duda, lo mas practico en un viaje aventurero, acarreandola siempre de aqui para alla con la dificultad añadida de su fragilidad; que dan ganas de arrebatarsela y destrozarla contra un buzon por librar al pobre incauto de semejante penitencia. Mas raro aun, vi a un viajero en Tailandia con un xilofono a cuestas, seria para evitar que los tipicos ciclones de septiembre lo puedan llevar por los aires. Yo en estos casos veo mas razonable llenarse los bolsillos de piedras, pero cada uno se gasta el dinero como prefiere. A este lo aventajaba un viajero que me cruce en Peru, y que se desplazaba siempre de la mano de ese extraño instrumento australiano con la forma de un tubo de dos metros de largo, y que emite un unico tono vibrante y profundo cuando se hacen pedorretas en su embocadura. Era la compañia perfecta de quien quiere la versatilidad, la posibilidad de subir un rio en piragua con todo su equipaje, o de poder salir corriendo si aparece un malandro con malas ideas.
Pero el rey de todos estos locos era Mac, un curioso canadiense que conoci en Brasil, en el pintoresco pueblo de Lencois, a los pies de la Serra da Chapada Diamantina. Llevaba mas de un año viajando por Latinoamerica, y no entendia yo como se las habia arreglado para continuar tan blanco como cuando saliera de Quebeq, y para no ser capaz de pronunciar una palabra de español o portugues. En aquel pueblito tuve ocasion de hacerme con otra de esas adorables familias de viajeros, y pasamos unos ratos inolvidables bañandonos en las pristinas aguas que venian de las montañas, o tomando un refresco en las placitas y calles coloniales del pueblo. En estas tuvimos noticia de un encuentro de una 'familia' hippy, los Rainbow, que se iba a celebrar en un recondito lugar de la selva, a unos 90 km de Lencois a traves de un insufrible camino de tierra y pedruscos; algunos pensamos que seria toda una experiencia aparecer por alli y ver que se cocia. Mac, que dependia de mi para poderse comunicar con todo el que no hablara ingles o frances, y que no se despegaba ni cinco minutos, se apunto a la expedicion. Uno de los viajeros, brasileiro paulista, tenia un minusculo 4x4, y se ofrecio a llevarnos a 4 de nosotros. Las otras dos acompañantes fueron una pareja de alemanas que despues me encontraria repetidas veces en el viaje, y que me llenaron de anecdotas para contar.
Pues bien, Mac se presento a la hora prevista en el lugar previsto. Se bajo de un taxi, y descargo, a parte de dos pesadas maletas, dos enormes baules de madera y laton. Al preguntarle nos dijo que siempre viajaba con ellos: uno estaba lleno de zapatos, y el otro de sombreros...
Por supuesto los baules y buena parte de su equipaje se quedaron en tierra, guardados en su posada a la espera de que, pasada la aventura con los hippies, volviera su dueño a por ellos. Y aun asi las 12 horas que tardamos en recorrer los 90 kilometros acabaron con nosotros destrozados por las preturas de cinco personas y sus mochilas, y los enormes baches de aquel que ni era camino.

A las cuatro fui a recoger el visado. Con esto ya estaba todo hecho en Vientianne. Pase por el mercado para comprar una camiseta y dar asi otra de baja. A diferencia de Mac o de otros viajeros extremos, yo prefiero ir ligero de equipaje. De hecho llevo lo justo de ropa: una muda larga por si hace frio o hay que tomar un autobus nevera, de esos que llaman Air Conditioning. Dos o tres juegos de ropa interior, la malla de la bici, y dos camisetas. Cada noche lavo la ropa sudada del dia, y por la mañana le tengo lista. De esta manera no hay lugar a peso ni a desarreglos, cargando con montones de inutil ropa sucia hasta dar con una lavandera. La pega es que, despues de un mes en bici, tostado por un enorme sol tropical, la espalda de la camiseta se queda sin color, mientras que la pechera lo conserva. Es el momento de darla de baja y comprar otra.

Tambien aproveche para hacer otra compra. Antes de salir de España habia puesto nuevas las dos cubiertas de las ruedas; pero tras mas de 2.100 kilometros, la de atras empezaba a mostrar sus cordaduras, amenazandome con dejarme tirado por reventon en cualquier momento. Asi que la cambie por otra nueva en el mercado.
Disfrute de un soberbio atardecer en una terraza colgante junto al rio. Rosados y plateados reflejos embellecian el ya por si insolito Nam Kong, el Mekong para los laosianos. Algunos jovenes con redes escudriñaban las aguas poco profundas de los brazos aislados por el bajo nivel en busca de peces. Y yo me dejaba picotear por las moscas y gusarapos que el ocaso levantaba de sus escondrijos, y para los que el repelente no era mas que un delicioso manjar.
Por el mercado junto al rio se podian encontrar cosas extrañas, como estas curiosas bebidas picantes, a alguien le apetece un trago?

Cuando me fui a dormir ya estaba convencido de que la fiebre y el malestar no eran nada de lo que alarmarse. Parecian finalmente unas simples anginas, seguramente producidas por los frios de la noche en la choza de la montaña, o mas posiblemente, por el descuido con que tomaba los refrescos bien frios cuando, durante las marchas de bici, encontraba donde acogerme del caloron.




Martes 13 de Mayo de 2008
Recorrido: desde Vientianne hasta Tha Bok: 96 km

Aunque no estaba del todo bien y la garganta me dolia, el cuerpo me respondia lo suficientemente bien como para volver a la carga. Asi que recogi y me puse en marcha de nuevo.
A las siete y media la ciudad volvia a vivir su mayor actividad. La gente desayunaba en los puestos callejeros un cafe Lao: cafe, te y buñuelos, antes de incorporarse a sus trabajos. En uno de aquellos puestos desayune mientras charlaba con un comerciante que me dijo conocer bien el sur del pais, y que me recomendo algunos lugares que no debia perderme en mi recorrido hacia Camboya.
Aunque el centro de la capital era tranquilo y sin trafico, en cuanto comence a alejarme a lo largo del cinturon industrial, me vi envuelto en un denso trajin de vehiculos, sobre todo ruidosos camiones que me envolvian de humo y polvo. Durante mas de 10 kilometros no vi mas que una aburrida avenida llena de empresitas y comercios, en un frenetico ir y venir.
Como en otros paises socialistas (en este caso ex-socialista) que habia conocido, una caracteristica llamativa de su capital era que, a diferencia del resto de paises, no se encontraba ni una sola chabola o infravivienda pasados los deslumbres del centro urbano. Aqui la transicion se daba del orden calmo del centro mas monumental y administrativo, a la elongada zona industial fabril y febril, y de ahi al campo sin solucion de continuidad, otra vez agricola y rural. No mediaba, como en la deslumbrante Bangkok, el tipico abrazo kilometrico de millones de desheredados condenados a vagar entre charcos de podredumbre y montañas de basura.

En los paises capitalistas se fomento durante el siglo XX una emigracion masiva del campo a los cinturones miserables de las ciudades, de forma que se creara una mano de obra casi esclava compitiendo entre si por el escaso trabajo industrial y administrativo. Esto se habia demostrado imprescindible para abaratar costes y poder seguir en la dinamica de crecimiento ad infinitum que es indisoluble de los axiomas capitalistas. Y para lograrlo, solo habian tenido que matar de hambre a la poblacion rural para empujarla a buscar un futuro mejor en las ciudades. Por dar un ejemplo: en Brasil la tierra fertil pertenece a unas pocas familias, y para los millones de brasileiros del campo solo quedan las zonas mas aridas e improductivas, sujetas a sequias y hambrunas. Sin una politica de reparto de tierras entre campesinos, solo habia que esperar alguna sequia y los desheredados acudirian en masa a las ciudades. De los desiertos del Sertao provienen la mayoria de los habitantes de las favelas de Rio de Janeiro. Por supuesto, no hay trabajo para todos, lo cual redunda en beneficio de las empresas, que siempre encuentan a quien trabaje por poco mas que la comida. Asi, primero es el empobrecimiento material, y despues llega el moral. Al final hay generaciones enteras dispuestas a matar casi por el capricho de robarte un reloj, o por ser el pandillero mas guay y mas rico de la favela, so pena de no cumplir los 25 de todas todas.

Por contra, la logica de los paises socialistas habia sido opuesta, tratando, supongo que infructuosamente, de disminuir la division social campo-ciudad, llevando a cabo las reformas agrarias y colectivizaciones agricolas que, por un lado mejorasen las condiciones materiales de la vida rural; y por otro evitase el inmanejable crecimiento urbano por causa de los excluidos del campo. El resultado, no libre de contradicciones, desarreglos y quimeras, saltaba a la vista al comparar, por ejemplo, dos ciudades de un similar entorno social, cultural y geografico, como son Vientianne y Bangkok.
La llanura por la que me alejaba definitivamente de la urbe era bastante aburrida. Arboles sueltos entre campos poco aprovechados de un palido verde mostraban los efectos del paso de una autentica plaga por las selvas primigenias. Sin montañas que me protegiesen por ningun lado, el viento soplaba a sus anchas. Como decia un amigo, en bicicleta el viento siempre viene de cara, y las cuestas son cuesta arriba. El pedaleo se hacia insufrible.
En un restaurantito de un pueblo en que pare a comer di con alguien que hablaba un buen ingles, el dueño. Habia estado en Hungria estudiando mecanica en los tiempos ya pasados del socialismo.
Echaba de menos muchas cosas de aquel entonces, pero preferia la democracia, que aun estaba por llegar al pais. Decia que en Laos se podia contar con un 40 por ciento de comunistas frente a un 60 por ciento que no lo eran en absoluto, por lo que las reformas de los ultimos lustros se le hacian demasiado lentas para el que el pensaba era el sentir de la gente.
La bici me habia estado haciendo algo raro todo el dia, pero no habia conseguido saber por que. Al reanudar la marcha despues de comer me di cuenta de lo que era, la lengueta que sale del cuadro de la bici, donde se engancha el transportin, estaba rota. Esto si que era una autentica faena. No es pieza que se pueda cambiar, y una soldadura de hierro sobre la aleacion de cromo y molibdeno que tiene la bici, no estaba claro que pudiese resultar. Estaba vendido de verdad. De todos modos, habia que intentarlo: en un taller de motos del pueblo me hicieron una soldadura precaria, como pudieron, y sali casi temiendo los baches, porque aguantara un poco mas la soldadura. El chaval que me lo hizo, que soldaba sin gafas oscuras, no me quiso cobrar nada por ello, ni si quiera me dejo invitarle a una cerveza por el favor, y me deseo buena suerte con una sonrisa.
Aunque seguia por llanos, se hacian cada vez mas silvestres, y el paisaje habia olvidado definitivamente la proximidad a la ciudad, para ser puramente rural y aldeano. Al final del recorrido llegue a Tha Bok, un pueblito en la carretera con un par de posadas. Despues de ducharme y apañarme sali a dar un paseo por la calle unica. Era un lugar con encanto, sumergido en arboles de no mucho porte, pero que añadian frescura al estupendo atardecer que deslumbraba en un cielo despejado. El pueblo vivia junto a un rio, en el que algunos pescadores apuraban la ultima luz.
Para contrarrestar los malos cuerpos de los dias anteriores pase por una farmacia, en realidad un dispensario con poco mas que una estanteria de madera y cuatro cosas que ofrecer, para comprar un complejo vitaminico. Junto a ella, en una chocita elevada que hacia de parada de autobus a resguardo de sol y lluvia, unas mujeres comian y bebian dando grandes voces y risotadas, y al verme me hicieron acercarme. Me dieron cerveza, que no siendo de mi gusto no podia rechazar sin ser desconsiderado; fue un rato divertido, y se hartaron de reirse de mi, e incluso intentaron liarme con una de ellas. Preferi continuar el paseo e irme a cenar a una de las barracas que se asomaban al rio.
A la luz de las estrellas di un ultimo paseo antes de irme a acostar. Comenzo a hablar conmigo un tendero que se debia de alegrar de las pocas visitas extranjeras que recibia el pueblo. Habia sido refugiado junto con su mujer en EEUU tras la revolucion del 75. Claro que, siendo su padre funcionario del anterior, corrupto y sanguinario gobierno, habian tenido mucho que temer del cambio de papeles, y salieron por pies por la frontera tailandesa. Habian vuelto cuando el gobierno hasta entonces socialista decidio cambiar el sistema alla por principios de los 90, llamando a todos los exiliados a volver libremente a Laos. Decia que ya no quedaba nada de socialismo en todo el pais, que la economia era privada y que con dinero, poderoso caballero, se podia comprar toda la tierra o todas las empresas que uno quisiera. Lo que yo no terminaba de entender era esta convivencia de la practica capitalista con la extendida presencia de la bandera roja con la hoz y el martillo en muchas casas del pais, e incluso en muchos edificios oficiales de los pueblos que yo me habia ido cruzando. Segun el esto no eran ya mas que simbolos para nostalgicos, que nada representaban en la practica. Claro, que la version que me podia dar alguien que hablaba un perfecto ingles no era la que mas me interesaba. La que a mi me gustaria escuchar seria la de cualquiera de los campesinos de los mil pueblos que habia cruzado, y que sin saber ingles y tal vez ni si quiera lao, jamas me podria expresar su opinion al respecto.

lunes, 12 de mayo de 2008

Camino de Vientianne

Sabado 10 de Mayo de 2008

Recorrido: de Vang Vieng a Phong Hong: 90 km

Se paso la noche lloviendo, y yo soñando que viajaba en bicicleta por algun lugar de ensueño, pero empapado entero. Algunos truenos tremendos de rayos que debian de caer en la casa de al lado me despertaban de vez en cuando, haciendo retumbar los cristales, y me dejaban la amarga sensacion de que segun fueran empeorando las condiciones del clima de cara a junio, dia tras dia me irian rindiendo el animo hasta que finalmente me obligaran a tirar la toalla antes de lo previsto. Y como era habitual, por la mañana no habia dejado de llover. Me puse en camino bajo una fina lluvia que no se detuvo ni un momento hasta bien entrada la tarde. Al menos tenia la fortuna de no encontrarme recorriendo lo mas alto de las sierras de los dias anteriores, sino llaneando junto a los rios de los valles, por lo que la temperatura mucho mas suave no me lo hacia pasar tan mal como en dias pasados.

Un osito de peluche azul, que colgado del manillar de mi bicicleta me habia acompañado durante casi una decada de viajes, habia desaparecido. Tal vez algun niño se habia encaprichado de el, pese a su roñoso y descolorido estado. Me dio rabia, pues en su tela, que nunca habia querido lavar, cargaba lluvias y barrizales, solanas y polvaderas de unos cuantos paises del mundo. Tantas veces habia vencido la barrera del idioma y de la desconfianza, al añadir una nota de simpatia al forastero de la bicicleta. Quedaba a vivir en Vang Vieng, que por otra parte no era mal lugar para el retiro de un peluche.

Pase junto a la cola del enorme pantano que provee de agua y electricidad a la region de Vientianne y a parte de la vecina Tailandia. La estacion seca y el bajo nivel de las aguas dejaban al descubierto los viejos esqueletos de arboles del bosque que antaño poblaba los valles ahora inundados. Entre islas y lagunas formadas por la retirada del agua, se podia ver a multitud de pescadores que, desde las orillas, o sobre barcas alargadas construidas de un solo tronco de arbol, se afanaban en lanzar y recoger sus redes.

Aunque el paisaje seguia siendo verde y frondoso, si lo comparaba con los bosques que habia recorrido al principio, en esta zona casi no quedaban mas que grupos de varas que no llegaban a arboles entre las sueves lomas cultivadas. Aun asi pensaba yo que ya quisieramos tener en nuestra seca España desiertos como estos.
Pare a tomar un cafe en un restaurante de uno de los pueblitos del camino. Era sabado, y algunos grupos de amigos y amigas entorno a la treintena bebian whisky y se pasaban el microfono para martirizar al resto del personal con el karaoke del bar, que no dejaba oir otra cosa que no fuesen los guturales chirridos. Me quedaba perplejo viendo como algunas mujeres aventajaban a sus compañeros llenando su vaso de licor una y otra vez, apurandolo sin perder la compostura. Aunque la extraña costumbre del karaoke hace furor en Asia y parece el unico entretenimiento durante los fines de semana, estaba claro que no todos se desinhibian por igual; habia alguno que otro que, vencido por la timidez, pasaba el microfono a otro tras intentar sin exito un par de versos de la cancion.


La lluvia me dio una tregua pasada la hora del almuerzo, y me adentre en una llanura sin limites hasta donde alcanzaba la vista. Los arrozales ya inundados formaban un mosaico de espejuelos pulidos por la quietud del aire, rota solo en alguna que otra huerta que estaba siendo arada por algun hombre con su motocultor.



En Phong Hong di con una guest house, y decidi hacer noche a una etapa ya de Vientianne, la capital, que alcanzaria al dia siguiente. Con mucho dia por delante pasee por el pueblito, que denotaba a las claras su proximidad a la gran ciudad, por su aspecto prospero y sus casas grandes de cemento, con detalles inusuales tales como columnas y frisos tallados sobre el mismo concreto fresco. Bien surtido de tiendas repletas de productos, contaba con poco mas que la carretera como unica calle, y un par de templos subiendo la suave loma del oeste, mientras que al este solo aparecian arrozales inundados tras la fila de casas.
Era dia de celebrar que por fin pasaba la distancia de 2.000 kilometros recorridos durante este viaje. Pero comence a sentirme mal, tal vez por ello, y preferi acostarme cuanto antes por darle tiempo al cuerpo de recuperarse de un creciente estado febril.


Domingo 11 de Mayo de 2008
Recorrido: de Phong Hong a Vientianne: 80 km

No hacia ni una semana que habia desafiado a los cielos presumiendo de no haber caido enfermo en todo el viaje. La habitual fiebre que suele llegar en los primeros dias de un viaje tropical aparecio aquella noche, y me mantuvo en un extraño duermevela que, pese a haberme acostado temprano, no me dejo descanasar lo suficiente. Lo achacaba a una tortilla que me habia almorzado muerto de hambre la mañana anterior, y que repleta de guindillas trampa (esta gente es una sadica, por dios), me habia revuelto los interiores. Sin embargo no tenia dolores de estomago, ni vomiteras, tan solo me encontraba en un estado de flojera inusual. Me molestaban las articulaciones y sentia el trance febril de la gripe. Pero yo soy partidario de engañarme conscientemente y hacer como que nada me aflige, pues a veces los males se realimentan con la sensacion de pesadumbre que dejan en la mente. Asi que, convenciendome de que una carrerita en bici me pondria de nuevo a tono, arme de nuevo el floreado tiovivo y me puse en marcha. Despues de todo, si habia que reposar algun mal cuerpo, era mejor hacerlo en Vientianne, que me quedaba a 70 kilometros de camino, y me ofrecia mas entretenimiento que aquel pueblillo sin nada que hacer en el, y ademas disponia de hospitales, para el caso improbable de que la fiebre fuese a mayores.
La terapia funciono al principio, y hasta parecia que las piernas, ya entradas en calor, empujaban con mas fuerza que otros dias. Pero cuando al cabo de un par de horas pare en un puestito a tomar un almuerzo mas consistente que la leche de soja que llevaba puesta, en cuanto me apee de la bici y retome la humana y vertical posicion, senti que de un latigazo se volvia a apoderar de mi cuerpo un estado alterado, romo y desagradable, con vertigos que me obligaron a tomar asiento en cuanto pude. Vertigos? Me cruzo por la cabeza la idea de la malaria, pero la deseche enseguida, pues tal vez no habian llegado a media docena los mosquitos que me habian hecho blanco durante el viaje. Me habia cuidado bien de pasar siempre las horas del atardecer cubierto de ropa larga y repelente. Aun me puse peor segun me tomaba la inevitable sopa picante de tallarines. No seria acaso un galopante episodio de alergia a la sopa de tallarines? Probaria con antihistaminicos, por un suponer.
Me di una hora para recuperarme bajo el toldo antes de continuar la jornada. Las dos mujeres que atendian la cocina cuando venia alguien a comer, la dejaban tan pronto acababan y se ponian a hilar y a tejer las telas de las faldas que casi todas las laosianas lucian por la calle.

Practicamente desde que habia salido de Phong Hong, la carretera se convirtio en una calle principal con hileras de casas a los lados, espaciadas por sus amplios terrenos arbolados, y dejando aqui y alla un campo libre como hueco por donde mirar los arrozales que se extendian detras de las filas y hasta los lejanos bosquecillos del horizonte sin relieve. En algunos de los cauces se veia gente pescar con redes tenidas entre cañas, que introducian y retiraban del agua sin mucha prisa.



Pero el aspecto rural se habia perdido definitivamente. Eran buenas casas aquellas, y rebosantes tiendas y talleres a cada poco, notandose que la cercania de Vientienne cambiaba el tipo de economia de la zona.

Me sorprendia la abundancia de templos y monasterios que asi mismo se sucedian durante la ruta, con sus coloridos murales sobre las fachadas de cemento, y sus monjes de tunicas anaranjadas caminando bajo paraguas para protegerse del sol. Excepto en Luang Prabang, no habia tenido hasta el momento demasiadas ocasiones de verlos en Laos.

Tambien el trafico fue en aumento, y sin llegar a ser exagerado, se fue haciendo pesado para mi, que venia de semanas sin mas ruido ni humos que los de insectos y avecillas. Aun asi, cuando no me quedaban ni 20 kilometros para llegar a la ciudad, pensaba lo increible que resultaba poder llegar por la carretera principal del pais, que no dejaba de ser un carril de asfalto polvoriento con poca anchura y menos coches. Como en Madrid, vamos.

Tal vez fuera culpa del asueto del domingo, pero la ciudad no parecia tal. Sus anchas avenidas no eran transitadas mas que por algunas motos y bicicletas, que no llegaban a armar el barullo de una capital de provincias. Un cierto aspecto desangelado y desierto chocaba con el hecho de que no encontraria mayor aglomeracion en todo el pais. Parecia que todo el mundo hubiese echado el candado y se hubiese marchado.
Algo mas de ambiente, principalmente de turistas, pero tambien de locales, se encontraba en la calle que miraba al Mekong, que muy escaso de cauce por el estio monzonico, dejaba al descubierto las desnudeces de un enorme arenal de tal vez 400 metros de anchura, tras el cual aparecia el agua, y Tailandia en la orilla opuesta.

El preponderante palacio presidencial no era mas que una casona de estilo europeo, que no paecia poder albergar los designios de todo un pais. Cruce tambien algun que otro templo de combados tejados que aparecia tras los muros que lo protegian del... silencio de las calles.
Habia un sinfin de posadas, pero por mas que preguntaba, o estaban llenas o eran demasiado caras. La ventaja de la bici es que, en estos casos, adelanto la obligada visita por el centro de la ciudad sin importarme recorrer los kilometros que haga falta mientras paso a preguntar en cada posada que veo. De paso me hago una idea de lo que se puede ver en la ciudad, del ambiente que se respira, y de la zona mas agradable y animada donde buscar alojamiento. Esto no es posiblecon la mochila a la espalda que acarrean los viajeros de a pie, que se han de conformar con lo mejor que encuentren en un par de manzanas alrededor de donde los haya dejado el autobus, o el tuk tuk que hayan tomado desde la estacion.
Asi, de entre lo caro de la ciudad, encontre un cutrichil de precio razonable, y no muy lejos de las calles mas animadas junto al rio.

Por la orilla paseaba la gente entre docenas de puestos de comida dotados de terrazas colgantes, cubiertas, abiertas al arenal que ya no era rio. Los mas jovenes animaban un partido de baloncesto entre chicos y chicas, en una cancha abierta junto a los puestos.
Bajo los efectos del paracetamol saque fuerzas para pasear por la noche. Era curioso el crisol de viajeros que poblaba las terrazas, mas variado que en otros lugares: mujeres malayas con velo, africanos, indios, latinoamericanos, japoneses y chinos, y por supuesto las cabecitas rubias norteeuropeas.




Un poco mas alla de la cancha de baloncesto habian montado un escenario con potentes equipos de musica, y celebraban un concurso local de hip hop (por supuesto en lengua laosiana, por laosianos, y para laosianos) En el fondo me daba una cierta repugnancia ver a los cantantes locales ataviados al uso de las tribus urbanas neoyorkinas. Este mimetismo, en un pais aun pacificado y sin tremendas desigualdades sociales como Laos, podia ser de lo mas inocente, si soslayamos la rampante invasion cultural de semejante pueblo, el norteamericano, que tiene poco de lo que presumir a estas alturas del cuento. Pero tantas veces habia visto, especialmente en Latinoamerica, a los jovenes imitar no solo la estetica, sino el modo de vida pandillero y gangsteril, violento y desgarrado, de la iconografia cinematografica yankee... Cuanta muerte y cuanto sufrimiento producen estos modelos de conducta, unidos a situaciones de evidente carencia, en las generaciones de jovenes latinoamericanos...

Como muestra de los nuevos aires politicos que respiraba el pais con su reapertura tan temprana al capitalismo, podian verse por las calles nocturnas, aunque a modo testimonial todavia, algunos mendigos rogando limosna o desarmando las bolsas de la basura en busca de algo que comer. Si se cuentan por millones en Africa o Latinoamerica, en Vientianne los conoci a todos en una noche, pero no dejaba de ser una tragedia sin nombre. Tambien habian vuelto a poblar las esquinas de las avenidad las prostitutas, muchas de ellas travestidos. Si con la revolucion del año 75 fueron deportadas a campos de reeducacion, los nuevos tiempos mas justos las devolvian a la ciudad. Y es que no hay grandes ni pequeñas ideas que puedan erradicar la aberrante naturaleza humana. Sin darle el aspecto sordido y peligroso de otras ciudades del mundo, ni rodearlas la ponzoñosa fauna de otras latitudes, le daban a la poco animada noche de Vientianne un aspecto penoso y decadente. Al menos seguia pudiendo pasear bajo la limpia y oscura noche de perfecta temperatura sin exponerme por ello a riesgos innecesarios.

Con fiebre en aumento, me meti en el catre a dormir.





domingo, 11 de mayo de 2008

Unas llanuras mas relajadas hasta Vang Vieng

Martes 6 de Mayo de 2008

Recorrido: desde Kasi hasta Vang Vieng: 60 km




Lo peor de las montañas habia quedado atras, por lo que solo tuve que subir pequeñas lomas que a veces se elevaban sobre el llano. Poco a poco me interne en un desfiladero de mogotes calizos cubiertos de arboles tamizados por algunas de las nubes que parecian descolgarse del cielo para reposar sobre los picos. Al pasar tan cerca de las paredonas podia observar mejor los detalles, como los afilados cuchillos negros que, fruto de la erosion del agua, corrian verticales del suelo hasta las crestas.Se me pego por el camino un muchacho de unos 15 años que conducia una moto con dos cestas llenas de cachivaches, que llevaba a vender de pueblo en pueblo. No hablaba una palabra de ingles, y yo hacia lo posible porque me entendiera. Pero paso mas de 20 minutos a mi lado insistiendo en que le comprara algo. No se para que podia el pensar que me hacia falta un balde de aluminio, un cubo de plastico o unas sandalias de flores para niño. Opte por no contestar mas a su letania, repetia sin cesar algo en su particular bable que venia a ser que le comprase algo, y acabo hartandome. Asi que durante un rato tuve un molesto moscardon que no paraba de repetir la frase y que no se importunaba aunque yo no le mirase, o me parase de vez en cuando a mirar un rio o un bosquecillo. Se canso por fin cuando pasamos por un pueblito, y alli se quedo vendiendo al personal, espero que con mejores tecnicas de marketing de las que habia usado conmigo.





Llegue a Vang Vieng al mediodia, ya era una costumbre del clima darme amaneceres lluviosos y encapotados y despues despejarse en lo mas caluroso del dia. Lo primero que hice fue buscar la orilla del rio, para poder refrescarme y contemplar de cerca el imponente paisaje que se elevaba del otro lado de su verde orilla. Las onduladas crestas del cuerpo de otro dragon aun mas alto y encrespado lucian de un negro amenazante levemente interrumpido por algunos arboles colgados de sus grietas. Alli, sentada en unos tablones, habia una viajera italiana admirando las vistas. Empezamos hablando de todo un poco, en esas tipicas conversaciones de dos viajeros que tienen ganas de hablar pero no encuentran mucho de que ante un desconocido, y acaban comentando recorridos, lugares y milagros de sus respectivos viajes, de modo que antes que el nombre del interlocutor, uno se entera de por donde ha estado huyendo. Hacia un calor sofocante, y se nos ocurrio casi a la vez que seria estupendo bañarse en el rio. Claro, que con toda la ropa, ya que los pudorosos laosianos se hubieran escandalizado de otro modo.

Despues de buscar una posada con vistas al rio y cambiarme de ropa, sali a dar un paseo por el pueblo, cuando de pronto me encontre con Tracy, la norteamericana que habia conocido en Pai, Tailandia, casi veinte dias antes. Fue una alegria volverla a ver, y conocer a algunos de los nuevos amigos que habia hecho en Vang Vieng. Uno de ellos era un español medio macarra, de padre aleman y madre asturiana, que brincaba de los cincuenta años y se jactaba de no haber trabajado en toda su vida. En invierno viajaba, normalmente a la India, donde su guru o maestro le ponia las cuerdas de su sincretica religion a tono; y en verano volvia a España cargado de joyeria en plata para venderla en playas y eventos, actividad que complementaba trapicheando con hachis que sacaba de Marruecos. No le preocupaba mucho que lo pillaran y se pasase dos años entre rejas, con tal de poder vivir como lo hacia, sin preocuparse de mucho mas que de disfrutar de la vida. Con Tracy y con Luis pase la mayor parte de los buenos ratos durante los tres dias que siguieron, y que me proporcionaron el merecido descanso de la bicicleta.

Esa misma tarde, despues de almorzar y escuchar las hilarantes historias de Luis, alquilamos una moto entre los tres y nos perdimos por un camino de piedras que llevaba al lago Azul, un rio verdoso donde se podia nadar a los pies de las increibles montañas esculpidas por los siglos. Luis conducia como podia, salvando los baches y charcos mientras trataba de conservar el equilibrio de los dos pasaeros que montabamos atras, y entre sustos y agujeros, tuvimos de que reir con gusto.

En la cena segui conociendo a aquel ineresante e histrionico tipo cinico y arrastrado. No era alguien con quien compartiria mi habitacion, pero escuchar sus historias era mas que divertido. Nos contaba como habia estado casado y divorciado, y su hijo ya estaba a punto de acabar la carrera de quimica. Para Luis era un fracaso personal que su hijo, contraviniendo sus consejos, hubiese optado por estudiar y por la vida miserablemente asalariada de España, ganando mil euros para no poder pagar un alquiler de mil quinientos. El veia tan facil vivir fuera del sistema, aprovechandose de el en lo que podia, y traficando con lo que estuviese prohibido, que no entendia como alguien podia entregar su juventud a los libros y su talento a alguna empresa explotadora. Todo un caracter, sin duda.



Miercoles 7 de Mayo de 2008

El dia siguiente pensamos durante el desayuno que seria divertido alquilar unas piraguas, subir en tuk tuk unos kilometros rio arriba, y dejarnos llevar por la corriente de regreso al pueblo.
Ya habia visto que Vang Vieng era poco mas que un escenario idilico convertido en una ciudad de vacaciones. Los viajeros extranjeros se contaban por cientos, y superaban en numero a los locales. Copaban los muchos bares y terrazas del pueblo, y por las noches llenaban las discotecas a cielo abierto que se concentraban en una isla que quedaba en medio del rio, y a la que se cruzaba por un puente de bambu.
Y bajando el rio en piragua comprobamos hasta que punto el lugar parecia un parque tematico. Sin mucho mas que hacer en el pueblo, por el dia los turistas alquilaban camaras hinchadas de camion a modo de flotadores enormes, y descendian el rio del mismo modo que nosotros con las piraguas. Por cientos se paraban en los muchos bares construidos en las orillas, que atronaban los valles con musica rave. Plataformas elevadas con tirolinas servian de trampolin en el insolite parque acuatico, y el alcohol que todos consumian sin cesar amenazaba con estrellar a alguno de aquellos locos contra aluna roca en vez de caer al agua. Quien quiera imaginarse el tipo de ambiente y de viajero que se encontraba en estos rincones, solo tiene que ver la insoportable pelicula "La playa", con Leo di Caprio.

Por la noche la vida se trasladaba a las discotecas de la isla. La especialidad del lugar eran las drogas, y de hecho los restaurantes ofrecian doble menu: el normal, y las happy meals, confeccionadas con marihuana, opio o setas. Por la noche, quien mas y quien menos bailaba bajo sus efectos. El unico que parecia circular solo en alguna cerveza era Pako, el español que habia conocido en Luang Namtha, y que llego a Vang Vieng poco despues de mi. De repente dejaba la soledad y la lluvia plomiza de la ultima semana para encontrarme reconfortado entre amigos, bailando con la alegria de vivir bajo la luna y los brillos de las luciernagas. Una tremenda tormenta cerro la sesion con todo el mundo corriendo a refugiarse, y la fiesta continuo bajo los techados.


Jueves 8 de Mayo de 2008

No madrugue al dia siguiente, habiendome acostado mas tarde de las cuatro. Fui a desayunar con Tracy, pues Luis no aparecio, y decidimos alquilar una bicicleta e irnos a recorrer los caminos que se adentraban en el bosque de mogotes karsticos del otro lado del rio. Para mi ya era familiar el escenario de montes arbolados y planos arrozales entre ellos, con algunas aldeas de hmong reasentados repartidas junto al camino. Pero Tracy disfruto de la experiencia de pedalear despacio y parar en silencio a tomar algo en un puestito mientras pasan los campesinos, los niños van o vienen del colegio, o las mujeres terminan una cesta de mimbres. Una musica tradicional de sola voz salia de una casita: alguien cantaba una dulce melodia repetitiva, que nos sumergia en un mundo excepcional y apartado.






Despues de almorzar en un restaurantito construido en bambu a modo de palafito sobre un laguito, en el que algunas mujeres recogian con pequeñas redes las algas del fondo (que debian de ser alimenticias), entramos en un recodo del rio que estaba mas limpio de limos y donde la gente del lugar y algunos viajeros se daban un chapuzon. A nosotros nos quito el barrizal y el sudor del camino, cosa de agradecer, antes de tomar el camino de vuelta a Vang Vieng, porque no le restaba mucho al dia. Segun llegabamos nos alcanzo una tormenta que nos venia ronroneando durante todo el dia, y que nos dio la segunda ducha en poco rato.

Y por la noche nos dimos todos cita, nuevamente, en las discotecas de la isla. Esta era ya la despedida, pues por la mañana solo me quedaria yo en Vang Vieng, y los demas partirian en diferentes direcciones. Pense que me apetecia pasar el viernes tranquilo, paseando, leyendo y escribiendo. Asi lo hice para relajarme lo suficiente como para vover a montar en la bici con ganas renovadas, que a dias me habian flaqueado. Y poco mas que contemplar la lluvia es lo que hice el viernes.