sábado, 31 de mayo de 2008

Pasando el susto hasta Kratie

Martes, 27 de Mayo de 2008



Recorrido: de Stung Treng a Kratie: 144 km



No habia mas que alguna diminuta aldea hasta Kratie, la primera ciudad en condiciones que me iba a encontrar en el pais. Por ello, si queria dormir como dios manda, debia llegar a la ciudad. Por otra parte, la ruta numero 7, que era la que estaba recorriendo desde la frontera en direccion a Kratie y al sur, habia sido hasta hacia poco una solitaria y peligrosa carretera escenario de ataques de los ultimos guerrilleros khmeres rojos, asi como de bandidos procedentes de los bandos y milicias desmovilizados tras el final del conflicto armado. Iba bien informado, por lo que no era una locura transitar esta carretera: hacia ya varios años que no se registraban asaltos ni asesinatos, la zona se daba por pacificada, y todo el mundo a que preguntaba me aseguraba que era perfectamente tranquila. Pero por si acaso preferia que no me sorprendiera la noche en un despoblado antes de llegar a Kratie. Por eso madrugue bastante, desayune fuerte, y me puse en camino bajo un radiante cielo azul de un amanecer que teñia de dorados el rio y la selva en su otra orilla.



El paisaje era continuacion del anterior: sin a penas asentamientos, el bosque surgia imponente mas alla de la franja de cien metros a cada lado de la carretera, roturada y clareada, centrada por dispersas casitas aisladas con una familia que de manera muy rudimentaria y falta de estrategia, plantaba yuca erraticamente entre los restos de troncos y el terreno levantado. Cada muchos kilometros una aldea cuyas casitas no parecian menos aisladas: si en Laos solian apiñarse con pequeños terrenos separandolas, en estos lugares la separacion de casa a casa era de varios centros de metros, como si nadie quisiera saber de nadie... me recordo el paisaje rural del norte de Paraguay, en donde hay que caminar 500 metros para pedirle perejil a la vecina.







Eran un monton de kilometros los que tenia que hacer antes de la noche, contando ademas con el invariable viento de los llanos, siempre de cara. Por eso las paradas fueron pocas y cortas; aunque tampoco eran abundantes los lugares donde poder hacerlo. Me costo encontrar donde comer una sopa, y luego encima parece que no les apetecia prepararmela, como si no estuviese bien sacarlos de la galvana a la hora del caluroso mediodia. Yo por si acaso llevaba un buen cargamento de platanos, y estuve alimentandome de ellos todo el dia, y bebiendo el agua hirviente de mis botellines al sol.





Ya me flaqueaba la energia cuando por fin, sobre las cinco de la tarde, desaparecieron los bosque para dejar lugar a terrenos encharcados cubiertos de flores de loto, que aparecian entre los arrozales a la entrada de Kratie, una chiquita y pacifica ciudad sin ruido, tambien a orillas del Mekong, mas alla del cual parecia que no habia vida. Algunos edificios de estilo europeo resistian al paso de los años desde que los franceses los levantaran a principios del siglo XX. El aspecto decadente de las ciudades coloniales laosianas era aqui superado por las tan descuidadas calles, las escombreras omnipresentes, las montañas de desperdicios y los charcos como piscinas del negro color de la basura descompuesta.






Busque posada junto al mercado, eran estas las calles mas bulliciosas y centricas, aunque tambien las mas pestilentes. Seguia pareciendome otra ciudad de pobreza extrema donde mas vale andarse con cuidado por las calles, pero no detecte las mismas miradas torcidas y agresivas de Stung Treng, y pude pasear mas tranquilo.

El atardecer en la barbacana del rio fue, como todos los que estaba viendo en el Mekong, un despliegue de color entre nubes lejanas y enormes que le daban una profundidad y amplitud inusual a la boveda celeste.
Estaba molido, y solo tenia ganas de descansar. En la pension coincidi con un belga que recorria Camboya en moto, y con otra viajera canadiense en solitario. Por unas horas rompi el silencio del viaje.









Miercoles 28 de Mayo de 2008

En Kratie

A parte de descansar, tenia otras tareas por hacer en la ciudad; por eso me lo tome con calma y cogi un dia libre en la ciudad, dejando la bici en un rincon, que ya esta bien. Me levante a las tantas (que podian ser las nueve y media), y fui a desayunar al mercado, entre moscas y gusarapos que nadaban en la abundancia de la porqueria. Hay que tener los higados a prueba de balas para pasear por estos lugares con encanto, y mas aun para comer algo en ellos, pero ya estoy muy curado de espanto. Recorri las posadas de la ciudad a la caza de alguna guia de Camboya que algun otro viajero se hubiese dejado olvidada o hubiese cambiado a punto de dejar el pais. A falta de librerias, hay que acudir a estas tretas en paises como este, y asi, en efecto, me hice con una guia un poco antigua, pero suficiente para mi: en realidad solo quiero saber de ella que lugares son interesantes, y un poco de historia solbre ellos. El tema de posadas y comederos, ya lo soluciono yo al paso. Tambien me hice con un mapa de carreteras del pais, que hasta ahora habia caminado a tientas por la carretera principal. Ahora solo tenia que ponerme a leer, seleccionar los sitios a ver, y planear un poco la ruta, a grandes rasgos.






Me pase el dia entre paseos a la orilla del rio, y escribir y hacer recuento de la ultima semana; no solo para poner al dia el diario del viaje, sino tambien para ordenar mi memoria y tomar conciencia de las cosas que habia vivido. Esto es crucial, ya que si se viaja durante mucho tiempo, la memoria y la sensibilidad acaban por saturarse, y si las vivencias no se pueden compartir con alguien, caso es del viaje en solitario, o bien se toman medidas como escribir y plasmar pensamientos y momentos, o se corre el riesgo de adentrarse en una cierta confusion que no deja despues ser consciente y sensible a lo que se ve y se vive cada dia del viaje. Hasta de la belleza y la aventura se puede llegar al hartazgo, y esto es muy peligroso para un largo recorrido. Contarlo, escribirlo, ayuda a darle forma y retenerlo, a tener una vision global y seguir aceptando lo que llega.



Despues de otro magnifico atardecer junto al rio, tuve que capear con la mayor dignidad y respeto posibles con un mendigo ebrio y algo agresivo que se sento a mi lado. Era un hombre de mi edad, pero torturado por la vida, y sus ojos estaban inyectados en el rencor hacia ella. Disimule el cierto estado de alerta que por supuesto llevaba yo por dentro; en el hipotetico caso de que el tipo hubiese hecho un movimiento a su bolsillo, tal vez en busca de un arma, antes de que la pudiese sacar yo ya estaria seguro a cien metros de el. Era un caso improbable, pero hay que estar atento y no dejar la vida en las manos del azar. Sin perder las formas, eso si, y en este estado, mostraba una serena mirada de confianza para tranquilizarlo y mostrarle que con sus voces mas altas de lo necesario no me iba a impresionar. Trataba de entenderme con el mediante gestos, aunque el no hacia otra cosa que gritar en Khmer, por lo que poca comunicacion se establecio. Cuando considere que ya le habia dedicado suficiente tiempo como para no quedar como un melindroso europeo de los que se apartan despavoridos del que huele mal, le estreche la mano y me marche tranquilamente. Se quedo refunfuñando: con sus aspavientos y su vocerio en mi cara, no habia conseguido amedrentarme. No le culpo, seguramente era mi espejo en unas condiciones mucho peores, asi que no tenia nada que decir sobre ello; solo que, siendo que yo miraba desde este lado del espejo, debia cuidarme las espaldas por si acaso.



Despedi el dia en la pension, a la luz de las velas, con otros viajeros que se alojaban alli. El apagon le daba un aspecto siniestro a la ciudad, y no invitaba a alejarse mas de un metro de la terraza a pie de calle. Una pareja de viajeros canadienses me invito a sentarme con ellos, se les notaba algo aburridos y faltos de conversacion. En un momento en que el se levanto para ir a por alguna cosa a su habitacion, ella me confeso que llevaban viajando 4 meses juntos y que no lo soportaba mas. En la vida diaria nos vemos y aguantamos unas escasas horas, pues la mayor parte del tiempo se pasa trabajando o en otras actividades. Pero, ay amigo, cuando se viaja son 24 horas juntos, y eso que hay multitud de estimulos externos para distraerse. Pero la convivencia llevada al extremo es muy dificil de llevar, y no era un caso infrecuente el de aquellos canadienses camino de darse de bofetadas. Suerte amigos, que os voy a decir.




miércoles, 28 de mayo de 2008

Cruzando la frontera a Camboya

Lunes 26 de Mayo de 2008

Recorrido: de Don Det a Stung Treng, Camboya: 90 km

Me levante de un salto con el primer sonido del despertador, algo muy inusual en mi. La razon era que vivia mi ultima mañana en Laos, y me encontraba algo nervioso y alterado por el cruce de la frontera y el descubrimiento del nuevo pais. Y no cualquier pais, sino Camboya, un lugar asolado por mil guerras provocadas por los imperialismos vecinos desde siglos atras: reyes birmanos, siameses y vietnamitas se habian ensañado con sus habitantes; y mas tarde franceses y norteamericanos, no habian dejado en paz ni un solo momento a este antiguo pais enclavado en medio de su tablero de juegos. Por primera vez en siglos vivia una tensa paz, pero no creia que un viaje por sus caminos fuese ni tan placido ni tan indolente como el de Laos o Tailandia.

Habia otro problema para ponerme nervioso. Mi ultima posiblidad de utilizar un cajero automatico en Laos habia sido Pakse, y el unico que tenia la ciudad estaba fuera de servicio mientras estuve alli. No quedaba mas remedio que acudir a mis euros de reserva, pero ni si quiera exisitia en el camino una ciudad donde me los pudieran cambiar por riels o dolares, las dos monedas que se usan indistintamente en Camboya. Y no disponia de mas dias de visa en Laos; de haber algun problema en el paso de la frontera, no me quedaba tiempo para viajar a alguna ciudad mas al norte y solucionarlo.

Despues de cruzar el rio para volver a la orilla este con la barcaza publica que partia cada mañana, recorri los ultimos 30 kilometros de este pais que tanto habia disfrutado. Laos era un pais detenido en el tiempo; de gentes humildes sin grandes desigualdades, ni graves carencias, ni grandes ambiciones mas que disfrutar de una vida sencilla en buena compañia. Felices, apartados de los locos derroteros del mundo del siglo XXI. Con un largo camino que recorrer; que yo esperaba de corazon no les borrara su eterna y sincera sonrisa del semblante, como en nuestros paises y en tantos otros sucediera ya hace mucho tiempo. Con una naturaleza sorprendente, exuberante e indomita, con una convivencia de etnias y culturas digna de ser proclamada patrimonio de la Humanidad. Laos vive de espaldas al mar que nunca ha conocido, y tal vez fue eso lo que la salvo de este siglo cambalache que hoy nos tortura a todos. Despues de 2000 kilometros por sus caminos, creo que he saludado a la mayor parte de sus habitantes, que al verme gritaban Sabaidee con una sonrisa. Laos es un pais entrañable que no ha merecido la guerra que les preparo el yankee, pero que libre de odio o revancha mira sin malicia ni segundas intenciones al que se acerca a visitarlo, y a comer a su mesa una sopa picante de tallarines.






A mitad del camino, pase por un lugar en el que el rio se desploma rocas abajo en una catarata poderosa, digna de su caudal. Y continue mi camino por un bosque sin casas ni nada ni nadie hasta llegar a la frontera. Selle la salida de Laos y cambie mis ultimos kips por 17 dolares a una mujer que vendia refrescos. Bueno, al menos tenia para comer algo en el recorrido hasta Stung Treng, donde esperaba poder sacar dinero en moneda local.

La cola de viajeros para conseguir el visado, que despues de todo si se podia obtener en la frontera desde hacia menos de dos meses, era lo suficientemente larga y lenta como para que me alegrase de haberla conseguido con antelacion en Vientianne. No tuve que esperar, y tras sellar la entrada en otra ventanilla solitaria, curce a territorio camboyano. Con los dolares recien cambiados comi un arroz en un puestito justo al otro lado, y con el susto ya pasado comence a pedalear por la desierta carretera de mi nuevo pais de acogida.

No me cruce ni la mas minima aldea. Cada muchos kilometros de bosque se abria un claro roturado junto a la carrtera, y en el centro una chocita de bambu con una familia que me saludaba al paso; ya no decian Sabaidee, sino Hello.

Del paisaje mas o menos humanizado y cultivado de Laos, con bosquecillos medianos entre los campos de arroz, pase a una region inhospita y primitiva; no habia mas cultivo que matas sueltas de yuca en los desordenados campos roturados y quemados, y justo detras la linea espesa e impresionante de la selva primaria, de enormes arboles y malezas enmarañandolos. Se escuchaban mil cantos de aves, y el aire llevaba aroma de limon y regaliz en hirvientes bocanadas de humedad.

En una aislada cabaña del camino pare a beber algo y pedir agua. La familia entera, abuelos, hijos, nietos y primos, reian sin parar de cualquier guasa que saliera de uno u otro, grande o pequeño. Era una alegria desbocada y contagiosa, y aunque no los podia entender, acabe riendome con ellos. Dicen que los pueblos que recien salen de guerras y barbaries tienden a tener la alegria por estandarte, y a disfrutar sinceramente de cada minuto de preciosa vida.

Al final del recorrido, por una carretera que seguia siendo estupenda y por la que no me cruce mas que con el autobus que llevaba a los viajeros desde la frontera, llegue a Stung Treng, la primera ciudad del camino, al otro lado de un enorme puente construido por los chinos para salvar un anchisimo afluente del Mekong; a la orilla de ambos se situaba la ciudad. El rio se hacia accesible en toda su longitud por un paseo adoquinado y protegido a la sombra de enormes arboles. Y al otro lado del rio la selvatica linea de arboles, brumosa y deshabitada.

No tenia a penas dinero, tenia que buscar cajero o cambiar euros de la reserva. No habia cajero en el banco, ni tampoco cambiaban euros. Ahora si que estaba en apuros... Del banco me mandaron a una tienda en la que decian que si me los cambiarian; de alli me indicaron otro lugar, donde tampoco. Siguiente opcion: buscar el alojamiento mas caro de la ciudad, y ver que podian hacer por mi. No cambiaban tampoco, pero el chaval que lo atendia si sabia donde, y el mismo me llevo en su moto mientras me guardaban la bici en el hotel. Por fin me hice con moneda local, y muerto de hambre como estaba, recupere la bici y busque donde comer. No me habia atrevido antes por temor a gastar los pocos dolares que tenia, no me fuesen a hacer falta para dormir.

Muy a diferencia del impoluto Laos de casitas humildes, pero limpias, entre tierra y hierba, mi primera ciudad de Camboya estaba llena de basura, amontonada en las aceras o en los charcos de agua que llenaban los baches de las calles. La pestilencia era considerable, y perros sarnosos buscaban comida entre los desperdicios. No solo los perros: niños y ancianos hacian lo propio, en un escenario extremo mas propio de hispanoamerica que del sudeste asiatico que yo conocia hasta el momento.

Al pasar por una posada volvi a encontrarme con Lanna, Philip y Aaron, y decidi quedarme alli. La pension estaba llena, y Simon, un suizo que hablaba un español impecable, me ofrecio compartir su habitacion doble. Con todos ellos y algun que otro viajero mas, sali al atardecer a pasear junto al rio, que se veia llegar como un mar al otro gigante, el Mekong, unos kilometros en el rojizo horizonte, delineado por una selva alta y profunda. Y daba gusto volver a estar entre amigos.


Por la noche sali a darme un paseo solo por las calles del mercado, ya cerrado. La pobreza extrema se notaba en el ambiente poco amistoso, incluso agresivo, que me conminaba a protegerme las espaldas y andar atento. Muchos niños apuraban los montones de basura, y los pocos hombres que habia por la calle me miraban con una seriedad punzante y amenazadora. No parecian entusiasmados con mi presencia. Por mas que todo el mundo decia que Camboya era perfectamente seguro en la actualidad, ya echaba de menos el feliz, relajado y amistoso Laos, que dejaba solo unos kilometros atras.

Haciendo el vago en Don Det

Sabado 24 de Mayo de 2008

En Don Det



La isla era el rincon perfecto del vago. Sin nada que hacer, ni lugar a donde ir, la vida se reducia a dormir hasta tarde, tomar algo fresco tumbado en una hamaca y contemplando el colorido del cielo, selva y rio, y leer hasta que el calor insoportable te hiciera caer dormido con el libro entreabierto.

De todo esto, yo que soy un poco mas activo, solo tome lo de la lectura como disfrute de las horas de mas calor. Una vez mas de infinitas, el caballero de la Triste Figura iniciaba su tercera salida y cobraba vida en los campos castellanos, llenandolos de encuentros y razones.

Aproveche la mañana para caminar el perimetro de la isla. Una estrecha senda de tierra serpenteaba entre las cabañas sobre pilotes, que en cuanto se dejaba atras la zona de las posadas, se separaban mucho metros las unas de las otras, sin alejarse nunca del lecho del rio, de un intenso ocre. Arboles y palmeras tras las varandas de bambu que separaban los terrenos de cada casa regalaban una salvadora sombra bajo un sol que ya ardia a buena hora.





En el extremo sur de la isla, un puente dejado por los franceses sorprendia con su docena de ojos de hormigon para conducir a la otra isla, sin mas interes que la belleza de sus palmeras. Los niños se bañaban en el rio, saltando de los troncos de los arboles en piruetas sobre el agua. Otros, sin embargo, ayudaban a sus hermanos mayores en cualquier tarea, como extender al sol sobre plastico o bambu trenzado, el arroz aun con cascara de la cosecha, para secarlo bien antes de guardarlo en sacos dentro de los horreos de madera que habia tras cada casa.

Me llevo dos horas hacer la vuelta completa a la isla, y despues de comer me dedique a la lectura sin prisas. Dejando, al igual que los laosianos, fluir la vida como la mansa agua del rio que discurria a mi lado.

La tarde volvi a pasarla con Lanna, Philip y Aaron, que no se habian movido de la hamaca de sus chozas en todo el dia. Ya de noche se junto con nosotros Shin Sin, una viajera china que hablaba un perfecto ingles. Era la primera vez que yo conocia un viajero de esa nacionalidad, y aunque ella conservaba mucho del radical orgullo patrio chino chauvinista y excluyente, tenia a grandes rasgos la mentalidad abierta del viajero global. Era fotografa de profesion, y lo probo con creces con algun pase de fotografias que nos mostro en su portatil. Trabajaba para los directores chinos mas famosos, y habia creado los carteles de varias peliculas de los ultimos años. Yo, que soy lego en el tema, la hubiera mirado con incredulidad de no ser porque Philip, que parecia muy al dia del cine chino y de sus directores, confirmaba con asombro lo que ella nos contaba como cualquiera que cuenta su trabajo.

Lo que mas me sorprendia de ella era que, procedente de una cultura tan diferente, fuera capaz de hilar un delicado humor lleno de hilarante ironia. Pase uno de los mejores ratos de los ultimos dias, despidiendo con todos y en buena risa la noche a la luz de las velas.



Domingo, 25 de Mayo de 2008
En Don Det
El dia que dejase Don Det cruzaria la frontera con Camboya, unos treinta kilometros mas al sur. Habia pensado hacerlo este domingo; pero estaba pasando unos ratos tan agradables en la isla, que preferi quedarme y apurar el ultimo dia de visado que me quedaba para permanecer en Laos.

Fue un dia parecido al anterior: paseo matutino, lectura durante las horas de mas calor junto al rio; y por la tarde con los amigos, que seguian con su tonica de hamaca y siesta.




Jugamos al policia y al asesino, ese juego de cartas en qu hay que adivinar quien va puliendo uno a uno a los presentes. El juego es internacional, incluso en China es muy popular. Lo mas curioso fue observar divertido la discusion que se desencadeno entre una china, un holandes y tres canadienses, sobre con que reglas jugabamos. Porque cada uno trataba de demostrar que las de su pais eran las mas correctas y divertidas. El alegato apasionado de Shin Sin defendiendo las reglas chinas me dejo del todo sorprendido; aunque no menos lo hizo Aaron, que la rebatia sin perder el humor, pero sin bajarse de la mula tampoco. Estuve tentado de proponer las reglas españolas solo para divertirme viendo la reaccion de cada uno al nuevo ruido; pero preferi seguir observando atonito a aquellos embajadores de sus respectivas culturas.

Si algo ha caracterizado a la cultura europea de los ultimos siglos y hasta el presente, es su seguridad en que la verdad es unica, como un ente ideal aristotelico que esta ahi, como no puede ser de otra manera. Y por supuesto, la verdad de cada europeo es la suya, la que el cree, y la tiene que imponer al orbe a sangre y fuego si hace falta. Este sencillo pero dañino razonamiento ha escrito la Historia de Europa, y ha bañado en miseria y guerra la Historia del mundo desde el medievo; inquisiciones, guerras santas, evangelizacion de salvajes, cruzadas por la democracia... George Bush sigue apelando a esta verdad unica, que por supuesto es la verdad del mundo capitalista, para poner su bota sobre el ultimo rincon del mundo; y franceses, alemanes y britanicos les van a la zaga como pueblos tradicionalmente imperialistas. Bueno, esto ya lo sabiamos, siempre fue asi, no es asi? Ahora bien, lo que me detenia absorto contemplando la discusion sobre el juego de cartas, era que los chinos tambien fuesen aristotelicos, que tambien se creyeran poseedores de la verdad con mayusculas, unica e ideal, y la quisieran imponer al resto del mundo. Era momento de poner las barbas a remojar... Llegaria ese dia? Donde se habia quedado ese entrañable budismo, ese delicioso hinduismo, que toleran a todo y a todos, porque cada uno solo tiene una parte de la verdad, y la verdad como tal ni si quiera existe.

Total, que al final fui yo con mi picardia española el que los vapulee a todos en las partidas que jugamos. Por un momento, y en secreto, el chauvinista fui yo...






Cenamos en la orilla oeste, despidiendo un atardecer que yendose a la noche, centelleaba en el horizonte con varias tormentas lejanas que no llegaban a acercarse a nosotros. Tuve entonces ocasion de hablar mas en profundidad con Shin Sin, una inquieta mujer aun por autodescubrirse, aun por encontrar su lugar en el mundo. Con el abundante dinero de sus colaboraciones en el cine, se podia permitir trabajar solo unos meses para despues dedicarse a viajar otros seis, por donde mas le apeteciera. Aunque su frustracion era Europa: por mas que lo habia intentado, nunca habia conseguido el visado para poder viajar y fotografiar las ciudades con las que tanto habia soñado.

La conversacion se volvio despues mas interesante. Ella venia de Beijing, la gran urbe china, y su mundo urbano era el extremo opuesto al de aquella isla rural. Muchos de sus amigos eran ricos empresarios que se gastaban millones en un fin de semana, por ejemplo, pagando un vuelo privado para desplazarse con todos sus amigos a un hotel de lujo en Hong Kong, y celebrar alli una fiesta por todo lo alto, sin pararse a pensar cuanta gente podria vivir durante años con ese mismo dinero malgastado. Pero ninguno de aquellos ricos extravagantes, o de sus demas amigos de la urbe, profesionales y clase media, era tan feliz como cualquiera de los laosianos que sonreian al paso desde sus hamacas o desde los arrozales. Al final la felicidad parecia no radicar tanto en cuanto tienes, sino en cuan poco necesitas; no estaba muy lejos de la enseñanza filosofica budista este razonamiento. Cuanto mas sencilla es la vida, mas feliz se suele ser. Siempre, claro esta, que unas condiciones basicas de subsistencia digna esten cubiertas. Quien solo porta poco mas que una maleta como equipaje en el camino de la vida, suele llenarla de momentos, de amigos, de solidaridad, y de armonia en una comunidad. No lleva en ella el miedo a perderlo todo del que todo lo tiene, puede mirar con dulzura y franqueza los ojos de sus semejantes. Puede decir que quien esta a su lado, sus amigos, lo esta por lo que es, no por lo que tiene. Puede sentarse al lado de la Naturaleza sin el pesar en la conciencia de ser corresponsable de su destruccion.
Que sentido, que meta, tiene esta vida complicada, acelerada y consumista en que nos hemos metido?
El agotamiento de los recursos naturales que nos sostienen sera posiblemente el que nos despierte de esta soterrada pesadilla, y nos devuelva a la Naturaleza de la que nunca debimos separarnos tanto.
A la luz de las luciernagas acompañe a su choza a otra entrañable amiga que dejaria en el camino, y regrese a la mia con las primeras gotas de una atronadora tormenta que disfrute en soledad bajo el porche de la habitacion, mirando como se mecian las ceibas al viento, y como se espesaba el aire oscuro de la noche con la manta pesada que hacia hervir al Mekong.







Hacia las 4.000 islas

Viernes 23 de Mayo de 2008

Recorrido: de Champasak a Don Det: 124 km

Seguramente la vida en Champasak era extremadamente aburrida. Y alguien que no tenia mejor que hacer se entretuvo durante la noche, por pasar el rato, en doblar una de las estructuras de aluminio de la bici donde montaba las alforjas, para comprobar su resistencia. Y por la mañana me la encontre rota. No tenia mucho sentido montarle el numero al de la posada, el mal estaba hecho y solo podia ganarme un mal rato. Lo apañe como pude con un clavo que encontre y un pedazo de alambre, y al montar el equipaje sobre la bici comprobe que seguramente aguantaria asi durante algun tiempo.

Llovia. A ratos intensos chaparrones; el resto del tiempo fina lluvia. Pero esta vez no queria dejarme amedrentar. Ya me habia comprado uno de esos impermeables que cubren a ciclista y bicicleta, parando sobre todo la lluvia que llega desde delante al desplazarse. Sali bajo la lluvia despues de desayunar a cubierto, y aunque no resultaba del todo agradable pedalear asi, con el sudor condensandose bajo el plastico y humedeciendo la espalda, y de todos modos el agua se colaba por debajo, el invento era lo suficientemente bueno como para que decidiera continuar pese a todo. No tuve que esperar mucho para tomar la barcaza de regreso a la orilla este del rio, y en seguida tome de nuevo la carretera del sur. Proximo destino: Don Det, una de las 4.000 islas famosa entre el ambiente mochilero.


Durante todo el dia se alternaron fuertes aguaceros que pase estoicamente con mi impermeable, y claros soleados que en un momento lo secaban todo y me obligaban a quitarme el impermeable, y cocerme despues como de costumbre.

Recorria los ultimos tramos de este precioso pais que me habia acogido durante el ultimo mes. En su mas remoto sur el paisaje era muy similar al de los ultimos 1.000 kilometros que habia recorrido no lejos del Mekong, pero aun mas despoblados de gente, haciendose inusual encontrar una aldea donde tomar algo y sentarse a descansar. En una de estas paradas celebre con un refresco que acababa de pasar los 3.000 kilometros en este viaje: en total habia estado un mes y 23 dias, de los cuales habia pasado 33 pedaleando. La media no me parecia mala, casi 100 kilometros por dia.
Seguia remontando aquel viento impertinente. Al atardecer, cuando otra tormenta comenzaba a rodearme, encontre por fin el desvio que regresaba al rio, a la aldea de Ban Nakasang, donde una canoa a motor cruzaba los 500 metros hasta la isla de Don Det.
Como a esas horas no habia otros viajeros con quienes compartir la barca, tuve que pagar el precio completo, unos 3 euros que me supieron a cuerno.
Las islas que veia de paso eran mas bien bancales de arena cubiertos de selva, elevados unos metros sobre el agua aun en temporada seca; pero cuando el rio crecia, muchas de ellas quedaban sumergidas, otras eran arrastradas o cambiadas de lugar, en un paisaje variante e inestable. Algunas de ellas, las mas grandes, estaban habitadas por gentes que, aun mas si cabe, se apartaban del mundanal ruido, cultivando sus arrozales o viviendo de la pesca; y ultimamente del turismo, que por fin habia llegado a perturbar su apacible vida.

Desembarque de la lanchita, descalzandome para llevar en volandas la bici sobre el agua, y sin prisa me puse a caminar por la callejita unica de tierra que subia paralela a la orilla, ocupada por terracitas de madera y alojamientos muy simples de chocitas de bambu y guano. En plena temporada baja, no habia casi viajeros, y los pocos disfrutaban del atardecer tomando un refresco junto al rio. Todo era pequeño y junto, un pueblito de juguete.

Elegi una de aquellas posadas, con unos sencillos bungalows de madera, cuya puerta y ventana daban a una terraza cubierta que se asomaba encima del Mekong. Enfrente unas enormes ceibas elevaban sus no menos de 20 metros de diametro en la copa sobre otra isla menor deshabitada, y las lanchitas subian y bajaban con locales que se movian entre las islas. Era un increible paisaje de selva tropical en estado puro, muy similar al que ofrecen el Orinoco o el Amazonas con sus naturalezas virgenes.

Me fui a cenar con un suizo que habitaba la choza contigua. Estudiaba en Singapur, y estaba de vacaciones, en camino a China, donde pensaba acudir a varias competiciones olimpicas. Me gustaba hablar con el; como buen europeo del norte, tenia una cuadriculada y rigida mentalidad, de las que solo aceptan la existencia de una verdad y de una manera de hacer las cosas, de ser y funcionar en la vida. Y lo afirmaba todo con una pasion controlada pero chauvinista al extremo. Me despertaba cierta ternura aquella vision reduccionista y simplista.

En esto llegaron al mismo restaurante tres conocidos de los ultimos dias en Pakse: Lanna, la viajera adolescente, con Philip y Aaron, que se acababan de conocer. Ya estaba formada la cuadrilla de amigos para pasar una agradble noche al calor de la conversacion.

No habia electricidad en la isla. De 7 a 10 de la noche los restaurantes conectaban cada uno su generador, llenando de una molesta ruidera aquella noche de perfecta quietud. Afortunadamente estaban obligados por ley a desconectarlos al unisono a las 10 en punto, y la platica pudo seguir a la luz de las velas y el sonido de los grillos y ranas, contemplando las innumerables luciernagas que cruzaban el aire. Siempre llevo en la bandolera la linterna, porque nunca se sabe si un apagon no te ha de hacer volver a tientas a tu habitacion. Asi que en aquella cerrada oscuridad de estrellas pude tomar el camino de la cama, que es siempre el mejor camino.

martes, 27 de mayo de 2008

Llegando a las tierras Khmeres

Jueves 22 de Mayo de 2008

Recorrido: de Pakse a ChampasaK: 61 Km

Sin tiempo para recorrer el altiplano que se elevaba al este de Pakse, con cataratas, aldeas tribales y plantaciones de cafe entre otros puntos de interes, me encontraba en la recta final (nunca mejor dicho en estas llanuras interminables) del recorrido en Laos. En los pocos dias de visado que me quedaban antes de tener que cruzar a Camboya, me habia propuesto viajar a Champasak para ver las ruinas de un templo Khmer previo a la epoca de Angkor; y despues descender hasta las 4.000 islas, Si Phan Don, una zona de ensanchamiento del Mekong junto a la frontera con Camboya, en la que se forman innumerables islas fluviales en las que discurre una relajada vida sin coches ni ruidos que es aprovechada como escala y descanso por los viajeros en transito entre los dos paises.

Asi, para empezar sali de Pakse despues de despedirme de los muchos compañeros que habia conocido en la Sabaidee. Cuando se viaja de mochilero, es frecuente que de estos encuentros surja el perfecto compañero de viaje durante unos dias, hasta que otro cruce separe los caminos y nuevos viajeros aparezcan en el lugar menos pensado, de manera que la mayor parte del tiempo no se viaja solo si uno no quiere. Pero en bici no es frecuente dar con algien que pedalee en la misma direccion, por lo que la partida significa siempre decir adios a todo el mundo.

Fue un recorrido corto hasta el desvio que retomaba el camino del rio. Al llegar a la orilla se terminaba la carretera, y me subi a la barcaza que por unos centimos atravesaba el rio hasta Champasak, en el lado opuesto. Coches, motos y personas se apiñaban en su fragil estructura de tablones montados sobre tres barcas metalicas. Una chapuza espantosa que, sin embargo, navegaba la anchura ya considerable del Mekong.

Champasak comenzaba justo en el embarcadero contrario, y consistia en poco mas que una hilera de casas escondidas entre enormes arboles, con grandes jardines sombrios y verjas cubiertas de enredaderas. A ese lado del rio no habia carreteras de asfalto, ni se conectaba con ningun lugar importante, por lo que por sus calles no circulaban mas vehiculos que bicis y motos. Era dificil creer que aquel sencillo monton de casitas hubiera sido la capital de un reino que corono a tres reyes, hasta ser finalmente sometido en el siglo XIX. Era un bucolico lugar, silencioso y encantador, asomado a la orilla de extramada belleza del gran rio.
Mi objetivo en el lugar era visitar el Wat Phu, el templo khmer, unos 10 kilometros al sur del pueblo. Asi que antes incluso de buscar posada, preferi parar solamente a almorzar, y despues continuar directo hacia las ruinas con todo el equipaje, con tal de disponer de toda la tarde para visitarlas. Comi en una terraza colgada sobre el rio; bajo un cielo vivo que mezclaba deslumbrantes claros de cegadora luz tropical con nubes oscuras de tormenta que se revolvian en cuestion de minutos, se entregaban a sus pacientes tareas los pescadores que, bajo la asadura del sol, o el diluviar del monzon, no dejaban nunca de echar y recoger sus redes desde las fragiles barquitas alargadas. Despues, y sin entretenerme mucho en sobremesas, me puse en camino hacia el Wat Phu.
Al final de un bucolico paisaje de arrozales y casitas con hamacas colgadas a buena sombra, aparecia el gran estanque artificial del viejo templo, que seguia conteniendo agua como antaño; la ancha escalinata que desembocaba en el como final del templo, y donde los antiguos khmeres, de religion hinduista, se daban sus abluciones matutinas rituales, habia sufrido el paso del tiempo, y sus enormes sillares en piedra de laterita volcanica y arenisca, se veian desencajados y movidos, ondulados como si la tierra se las hubiese querido sacudir de encima.
Tras ellas la ladera ascendia suavemente hacia unas montañas boscosas. Pasarelas y escalinatas flanqueadas por linghams (simbolo de Shiva), o Nagas (serpientes mitologicas de siete cabezas), se sucedian hacia la parte alta que casi no se distinguia entre enormes arboles. Pase junto a los edificios mas grandes del conjunto, unas estructuras de unos 30 metros de lado y unos 5 de altura, riquisimas en bajorrelieves y detalles decorativos con la triada principal hinduista, Shiva, Vishnu y Brahma, o de Parvati, la esposa de Shiva. Ventanas balaustradas en piedra seguian en pie como 14 siglos atras, y era facil imaginar a los monjes espiando la calle entre los enormes barrotes de piedra.
Conforme me adentraba ladera arriba, el bosque se iba apoderando de todo. Los arboles enraizados entre las piedras de los muros y escaleras, le daban el aspecto de civilizacion perdida devorada por la selva que facilmente se asocia con el mundo de Angkor. Al final del mas empinado ascenso, en que los escalones se juntaban y hacian mas altos, convirtiendo en una hazaña el subirlos, y en un peligro el bajarlos, se llegaba a una sombria explanada a los pies de enormes paredes de roca arenisca rojiza, tapizadas de enredaderas, y cerrado todo ello al cielo por las copas de unos arboles espesos que no dejaban ni atisbarlo.
Un pequeño templo que habia estado centrado por un lingham de Shiva, pero que posteriormente se habia destinado al culto budista, colocando en su lugar una imagen de Buda mas bien grotesca, era el centro mas sagrado del conjunto, junto con el manantial sagrado que surgia de unas rocas justo detras y cuyas aguas desde antiguo se habian considerado milagrosas. En el templo rezaban con grandes ademanes y en voz alta, varios fieles, en contraste con las silenciosas oraciones que yo habia observado en otros lugares del pais. Entre los humos del incienso elevaban al aire enormes fragmentos de piedra de lo que seguramente fue el lingham original, en un extraño y particular sincretismo de los que abundan en Asia.
Y desde lo alto se disfrutaba de una privilegiada vista de las escalinatas llegando a los estanques alla abajo, y del interminable valle cubierto de bosques salteados de vez en cuando por arrozales inundados hasta un liso horizonte que se difuminaba con el aire.
A la salida del templo pase por un museo donde guardaban las mejores piezas del Wat Phu: esculturas de los principales dioses hindues y de Buda, piezas de ceramica, animales mitologicos detenidos en la piedra,... La visita a Champasak habia valido la pena, y me emocionaba pensando que en pocos dias me encontraria recorriendo los templos Khmeres de Camboya.
Regrese al pueblo lloviendo, aunque sabiendo que dormiria a cubierto no me moleste en pasarlo mal, y tan solo disfrute del refresco y del colorido que las negras nubes aportaban a las montañas y a los arrozales.
Despues del atardecer, duchado y con todo en orden, me di un paseo por la antigua capital del reino, por la que solo caminaba algun perro despistado. Todas las ambiciones humanas caben en una bacia, y aquella que presumio de ser capital de un reino sucumbia a un dulce olvido lavado por una lluvia melancolica. Ambiciones, motivos, guerras y famas, acaban sin remedio siempre convertidas en pasto de gusanos. Y de que sirve considerar tan a pecho la vida, por que tomarsela tan en serio y con tanta gravedad? Si todo es tan pasajero, si pasajeros somos, y no hay un grano de arena que coloquemos y no sea devuelto por el viento al fondo del mar. Que insignificante la vida, que futiles los sueños...

Descanso entre amigos en Pakse

Martes 20 de Mayo de 2008

En Pakse





Me tome un dia de descanso, sin ocupacion ni obligacion, con ganas de charlar con la gente y leer entre ratos. Y fue casi lo unico que hice en todo el dia. Aaron y Philip se marcharon por la mañana, y yo me traslade a un barracon de cinco camas , de las que una habia quedado libre. El precio era muy economico, algo mas de un euro por noche, pero a cambio no se podia dejar nada valioso en el equipaje, a no ser que se quisiera poner el propio destino en las manos ajenas de cualquier otro mochilero que andase flojo de dineros y quisiese rebuscar entre las mochilas. Asi, pasaporte, tarjetas bancarias, dinero... lo vital para el viaje, debia de venir conmigo a todas partes.

Lleve la bici a un herrero para que me soldaran de nuevo la pieza quebrada. Meror que llevarla suelta seria tenerla mal soldada, aunque no me aguantase mas que unos dias. Y a la vuelta del herrero me encontre con Pako, el viajero que ya me habia cruzado un par de veces en Laos, y que venia con una remesa nueva de historias divertidas para contar. Me pase todo el dia con el, charlando con un cafe en la mano en una terraza o en otro bar. Algo bueno de Pako era que sus puntos de vista sobre la sociedad, la Historia o la politica, no eran muy distantes de los mios, y asi podiamos entrar en harina sin que ninguno se escandalizase por la opinion ajena, y entendiendonos sin prejuicios al contraponer ideas diferentes. Mientras llovia y tormentaba en la calle, se nos fue el dia en platicas bajo el toldo de alguna terraza.





Miercoles 21 de Mayo de 2008

En Pakse

Me habia acostado temprano, pues habia reservado el dia para retomar la bici y hacer una ruta de un dia, sin peso de mochilas, yendo y volviendo por la tarde a unas cataratas a unos 40 kilometros al este de la ciudad, por la carretera que conduce a Vietnam. Pero el dia amanecio diluviando, y no dejo de hacerlo hasta bien entrada la tarde. Hice, aun asi, el intento; pero no hube recorrido ni 5 kilometros bajo el aguacero cuando, empapado y helado, decidi desistir y olvidarme de las cataratas. Despues de todo el plan en la ciudad no parecia muy malo, con tanta gente interesante por conocer.

Volvi a la posada a ducharme y cambiarme, y a retomar la rutinilla de Pakse: largas y amenas conversaciones con viajeros que iban y llegaban. Un rato con Pako; un paseo por el mercado con Lanna, una canadiense de 18 años que viajaba sola como el mas aguerrido aventurero. Me costo creer que tenia esa edad, y es que como el resto de canadienses que he conocido en mis viajes, suelen mostrar una madurez y una profundidad en sus conversaciones, que no serian faciles de encontrar en españoles de la misma edad.

Luego nos juntamos con una divertida alemana de padres iraquies, que no era capaz de decir nada en serio; y con un australiano un poco raro que tal vez habia salido directamente de debajo de un flexo a esos mundos de dios. Me reencontre tambien con otra canadiense que habia conocido en Luang Prabang, y que ahora viajaba con una austriaca timida que cuando abria la boca sentaba catedra. Llego Pako con Chelo, una española que vivia en Irlanda pero conservaba todo su cachondeo gaditano, y aun se nos junto una neozelandesa algo mayor que nosotros, y que llevaba un mes recorriendo sola en bicicleta los paises de la zona, en direccion contraria a la mia. De una torre de babel como aquella se puede uno imaginar las buenas risas y las historias curiosas que se sucedian unas tras otras. Y en este cachondeo alargamos la noche mucho mas alla del blando toque de queda que en Laos obliga a todo y a todos a recogerse pasadas las 11 de la noche.

Por el valle de los espejos

Domingo 18 de Mayo de 2008

Recorrido: de Savanaketh a Nongsavan: 129 km

Savanaketh era una ciudad agradable, y tal vez hubiera valido la pena quedarse un dia mas; pero me faltaba aun mucho recorrido por hacer hasta Camboya, y pocos dias de visado para estar en Laos. Por eso preferi continuar hacia el sur.
En seguida se termino la ciudad para abrirse un paisaje rural de bosques medianos y arrozales inundados. Las rectas interminables seguian acompañandome, pero ya me habia acostumbrado a ellas y no se me hacian tan aburridas. Solo era cuestion de tomarselo con calma y disfrutar del recorrido.

Al este de la ciudad surgia un gran bosque y parque natural, y de sus ricas forestas salian a vender las mujeres de las aldeas en improvisados puestitos al pie de algun enorme arbol junto a la carretera: setas, insectos, frutas, amontonados en sencillas telitas en el suelo, y atendidas por campesinas que esperaban pacientemente en cuclillas a que alguien de paso se parase a comprarles algun producto, mientras vigilaban que sus muchachos no se acercaran demasiado a la carretera.

Paseando por las aldeas me llamaba la atencion encontrar a la mayoria de la gente tumbada, estudiando el vuelo de las moscas a mayor tarea. Parecia que nadie tuviese otra ocupacion a lo largo de todo el dia. Y no era cuestion de que fuese un domingo de descanso, porque llevaba una semana observando lo mismo. Los laosianos, tal vez por su mentalidad budista, carecen de grandes ambiciones, se conforman con poquito con tal de estar mas tiempo a la bartola placidamente parados. No sienten ningun interes por trabajar. Tal vez deberiamos aprender un poco de ellos, para suavizar la frenetica y estresada vida en la que nos han metido en occidente con cantos de sirena de falsa abundancia. Pero el extremo laosiano era descorazonador. Yo estaba seguro de que, viviendo en chozas precarias como aquellas, yo no podria estar parado, y seguramente me pasaria el dia buscando ramas y bambues que tallar para mejorar la estructura, o seleccionando losas de piedra para que los niños no pisaran pura mugre. Pero no parecia importarles demasiado el estado de las cosas.

Fue este un dia de interaccion con gente que espontaneamente se me acercaba a practicar su ingles. Primero fueron dos chicas que caminaban en moto, y se pusieron a mi altura. Cuando se quitaron el casco pude comprobar con sorpresa que se trataba de dos travestis, bastante mal acabados, por cierto. Estuvimos charlando un rato, me preguntaron sobre todo por mi viaje y recorrido. Cuando continuaron su camino un rato despues, fueron tres estudiantes en tres motos que tambien se pusieron a mi altura y me acompañaron un buen rato. Cuando llegamos a su aldea paramos a tomar un refresco, y seguimos la conversacion a la sombra de un toldo. Me contaron sus planes para el futuro, lo que iban a estudiar cuando terminasen la secundaria; y tambien me pedian detalles sobre los lugares que habia visto en mi recorrido. Tambien me hablaron de los desastres del ciclon que habia asolado Birmania, y de como la junta militar que gobernaba el pais estaba formada por unos locos que habian arruinado el antaño mas prospero pais de la zona, y seguian hoy, una vez mas, maltratando y descuidando a su sufrido pueblo.

Un par de horas despues alcance a un chico que venia en su bici de montaña desde Savanaketh. Habia ido a buscar trabajo, y ya volvia a casa despues de la entrevista. Confiaba en que lo seleccionaran para trabajar en un casino de la ciudad, al que acudian especialmente tailandeses del otro lado del rio a dejarse los cuartos. Me hablo de democracia. De como los norteamericanos usaban esa palabra como pretexto para invadir paises, robar petroleo,... El chaval no se chupaba el dedo, desde luego. Sus hermanos trabajaban todos en Bangkok, sirviendo en las casas de familias acomodadas o en industrias de la ciudad. Sabia que sus vidas eran muy duras, sin descanso ni vacaciones, ni fines de semana, tantas horas trabajando como obligase el patron. Tenia claro que su vida en Laos era mucho mas agradable de lo que seria como emigrante, pero no tenia claro que pudiese evitar seguir el camino de sus hermanos para poder progresar en la vida.
El paisaje era cada vez mas seco, y por primera vez en mucho tiempo veia tierra parda desnuda de vegetacion. En los escasos pueblitos aplastados por el sol que me encontraba de paso, nadie hacia otra cosa que dormir. Si paraba a tomar algo tenia que despertar al dependiente, que se levantaba dando tumbos de su hamaca.
Con el atardecer empece a temer que no encontraria donde dormir. Confiaba en llegar a algun pueblito mayor, que al menos dispusiese de un templo donde alojarme. La opcion de la choza en un arrozal no parecia muy adecuada. Al final del dia habia entrado en unas llanuras de campos encharcados, que son siempre los mejores criaderos de mosquitos; y dormir alli hubiese sido una locura. El sol se estaba ocultando ya, y las furiosas marabuntas de mosquitos retomaban el vuelo y se oian en un zumbido colectivo estremecedor. Mientras seguia pedaleando no habia problema, pues el airecillo de mi movimiento les impedia acercarse a picarme, y tan solo debia cuidar de cerrar la boca y entornar los ojos para no merendar gratis. Pero si me paraba un instante, en seguida notaba como acudian en masa a por mi. No tenia muchas mas opciones que seguir hasta encontrar algo, de nuevo me veia pedaleando de noche entre aquellos campos sin vida humana. El mapa no aportaba demasiada informacion: ni situaba todos los pueblos, ni los distinguia por su tamaño. Y la guia tampoco ayudaba, estas zonas fuera de los circuitos turisticos ni se mencionan.
Pero cuando me veia anocheciendo de esta guisa, agotado y teniendo que pedalear para no ser devorado, por fin me sonrio la suerte, y llegue a Nongsavan, un pueblo algo mayor, y casi incomprensiblemente para su tamaño, con un hospedaje en las afueras, entre un bosquecillo y unas rocas rodeados de arrozales inundados. En otras ocasiones es facil regatear el precio, y se puede conseguir casi la mitad de lo que piden inicialmente. Pero a esas horas, y sin otra posada que le hiciera competencia, no tuve mas remedio que aceptar un precio algo abusivo para el cutrichil que era. Pero contento de dormir bajo techo. Y gracias, porque en seguida comenzaron a caer rayos y centellas, y a diluviar con estrepito.
Lunes 19 de Mayo de 2008
Recorrido: de Nongsavan a Pakse: 125 km
La tremenda tormenta que habia caido durante la noche habia dejado los campos aun mas encharcados de lo que los viera el dia anterior. Los hombres aprovechaban ya de buena mañana para arar la tierra con sus mulas mecanicas, llevandolas descalzos por los barrizales. En las aldeas, aun envueltas en brumas, las mujeres llevaban cuencos de arroz hervido a los templos, como cada mañana.
Como todos los dias que llevaba recorriendo las planicies del Mekong, el viento del sur soplaba fuerte en mi contra, y hacia fatigoso el avance kilometro tras kilometro. A veces encontraba bosques algo mas naturales y espesos, o arrozales inundados formando mosaicos de espejos que reflejaban las nubes del cielo. Pero la mayor parte del recorrido no era demasiado atractivo, sin nada mas a la vista que unos pequeños arboles a los lados de una carretera perfectamente recta y aburrida.
Comi, casi como manjar excepcional que me sacaba de la rutina de la sopa de tallarines, un arroz pegajoso con unos pedazos de pollo. Este arroz seco forma casi un engrudo pegado que se ha de comer con la mano, separando un pedazo del bol, y amasandolo con los dedos para comerlo acompañando a cualquier otra cosa, generalmente vegetales, insectos o carne de pollo. Pero con ser tan simple, para un estomago que llevaba semanas a base de sopa de tallarines, era una delicatessen muy digna. Aunque me amargaron un tanto la comida los ancianos que llevaban el puestito. Con lo que ella eructaba mientras mascaba un tabaco que le volvia rojo sangre las encias, dientes y labios, que mostraba sin complejos riendo sin parar, y lo que el escupia y se hurgaba los dientes con un palillo roñoso, mientras de cuando en cuando cogian de un plato de cucarachas asadas que tenian en la mesa junto a mi plato de arroz, me dieron el rato...
Despues de comer pedaleaba yo por unas llanuras a las que, a lo lejos, les habia salido una boscosa cresta montañosa que le daba algo de variedad al paisaje. El fuerte viento del sur que me impedia avanzar a buen paso, trajo unas oscuras nubes de tormenta que, antes de que me diera cuenta, me habian rodeado. Por un pelo encontre a tiempo una chocita junto a la carretera, y me refugie justo cuando la lluvia arrecio.
La lluvia tropical es repentina y bestia. Atronadoras oleadas de agua martillando sobre el suelo, los arboles y los tejados, descargan como una cascada que pretendiera aplastarlo todo. En cuestion de segundos se crean arroyos, y los campos se ven bajo agua. En los momentos mas intensos del aguacero la vista no alcanza mas alla de unos pocos metros, y es que todo un mar se precipita contra la tierra. Los rayos caen cerca y ciegan, y en un momento los vienen a acompañar truenos sobrecogedores que resuenan con un extraño eco en el valle abierto.
Mientras yo permanecia a cubierto, por la carretera seguia pasando de vez en cuando algun campesino en bici o en moto, y no parecia importarles lo mas minimo la que estaba cayendo, supongo que a fuerza de costumbre. No resultaba agradable mojarse, ya que con la lluvia la temperatura descendia bruscamente. Asi que permaneci alli mas de una hora. De vez en cuando amainaba, pero de la direccion de donde venian los vientos y las nubes, seguian apareciendo nuevas y oscuras bocas de lobo, y en seguida volvia a diluviar. Disfrute del desde mi refugio, hasta que vi aclararse el horizonte del sur, y entonces pude reanudar la marcha sin esperar que me cayera otra tormenta.
Por los campos sumergidos caminaba maravillado por el colorido inusual. La carretera elevada unos metros sobre el paisaje circundante permitia verlo sin trabas, y sin peligro del agua. Las montañas boscosas del horizonte deshacian las nubes bajas para convertirlas en evocadoras figuras deshilachadas. Algunos campos se cubrian de agua limpia de lluvia, y a otros habia lelgado el barrizal arrastrado por las pequeñas ramblas de la tormenta, por lo que cada fragmento de la llanura podia presumir de un color diferente del resto. El colorido ocre de los espejuelos de agua se veia acrecentado por la luz azulada de un aire limpio y humedo cubierto por un cielo plomizo en el que se abrian brillantes ventanas a una celeste claridad, que regaban de una extraña luminosidad al agua y a los arboles.
Con la fresca tarde que se habia quedado, los campos se llenaban poco a poco de campesinos, y de niños que buscaban caracoles e insectos para el puchero, o se bañaban desnudos en los barrizales. De labradores que peleaban con los ribazos elevados de sus bancales para que no los destrozara el agua que corria por ellos descontrolada; o para conducirla de uno a otro campo, o para desencharcar la entrada a sus cabañas.

Entre tanta belleza era facil tomar conciencia de nuevo de la fortuna que era estar paseando por alli, en ese preciso instante, viviendo momentos preciosos entre aquellas maravillas que veia, recibiendo los saludos de la gente que sonreia entusiasmada al viajero solitario. Solo echaba en falta poder compartir aquel momento tan especial con alguien querido; tengo la certeza de que el mero hecho de poder decir a una persona querida "Mira que belleza", te hace saborear aun mas todo lo que vives. Caminando en soledad silenciosa, me sentia de algun modo en suspenso, con sensaciones y sentimientos que, sin poderse enraizar en una tierra amiga, flotaban en el aire y se marchaban llevados por el viento. Es lo malo de viajar solo.

El final del dia fue, sin embargo dificil. El cansancio acumulado, la distancia excesiva, y un fortisimo viento de cara, me hacian avanzar a un penoso paso de tortuga, que me llego a desesperar. Los ultimos 20 km se hicieron eternos, hasta que por fin llegue a Pakse, una ciudad tranquila a orillas de un rio que se daba al Mekong alli mismo. Habia oido que era un lugar turistico, pero mientras cenaba en un restaurantito del centro, no veia un alma por la calle, ni propia ni foranea. Tal vez ayudaba a la atmosfera fantasmal, el ambiente frio y ventoso que habia dejado la tormenta. Solo se oian los chirridos de cualquier cosa que, colgando de las fachadas, fuese sacudida por el viento.

Y es que no era Pakse, sino la posada Sabaidee, la que concentraba los viajeros y la actividad posible en la ciudad. Tantos habia que no tenian habitacion para mio; dos viajeros que se encontraban en la misma situacion, me ofrecieron compartir un cuarto con tres camas que era lo que quedaba libre. Pero el ambiente me parecia tan agradable y tan cosmopolita, con una veintena de viajeros de otros tantos paises, que me quede con la habitacion compartida. Aaron, un holandes chisposo y buen conversador, y Philip, un canadiense quebequois parlanchin, con un sonoro acento frances, me acompañaron a cenar despues de la ducha de rigor. Y por primera vez en muchos dias cerre la noche en una agradable conversacion con 8 viajeros con muchas anecdotas que contar y guasas que compartir. Entre otros conoci a un ciclista aleman que llevaba meses recorriendo Asia, desde Mongolia a Camboya, y que ya volvia de vuelta al Tibet. Todo un aventurero de hablar pausado y casi evadido, con mil paisajes tras unos ojos que se movian despacio al hablar, y que llevaba unas semanas compartiendo ruta con otro ciclista frances que a penas comenzaba.

Como en los viejos cuentos del siglo de oro, el dia acababa en el meson de la venta, contando historias del camino, comiendo, bebiendo y riendo en buena compañia.