miércoles, 28 de mayo de 2008

Cruzando la frontera a Camboya

Lunes 26 de Mayo de 2008

Recorrido: de Don Det a Stung Treng, Camboya: 90 km

Me levante de un salto con el primer sonido del despertador, algo muy inusual en mi. La razon era que vivia mi ultima mañana en Laos, y me encontraba algo nervioso y alterado por el cruce de la frontera y el descubrimiento del nuevo pais. Y no cualquier pais, sino Camboya, un lugar asolado por mil guerras provocadas por los imperialismos vecinos desde siglos atras: reyes birmanos, siameses y vietnamitas se habian ensañado con sus habitantes; y mas tarde franceses y norteamericanos, no habian dejado en paz ni un solo momento a este antiguo pais enclavado en medio de su tablero de juegos. Por primera vez en siglos vivia una tensa paz, pero no creia que un viaje por sus caminos fuese ni tan placido ni tan indolente como el de Laos o Tailandia.

Habia otro problema para ponerme nervioso. Mi ultima posiblidad de utilizar un cajero automatico en Laos habia sido Pakse, y el unico que tenia la ciudad estaba fuera de servicio mientras estuve alli. No quedaba mas remedio que acudir a mis euros de reserva, pero ni si quiera exisitia en el camino una ciudad donde me los pudieran cambiar por riels o dolares, las dos monedas que se usan indistintamente en Camboya. Y no disponia de mas dias de visa en Laos; de haber algun problema en el paso de la frontera, no me quedaba tiempo para viajar a alguna ciudad mas al norte y solucionarlo.

Despues de cruzar el rio para volver a la orilla este con la barcaza publica que partia cada mañana, recorri los ultimos 30 kilometros de este pais que tanto habia disfrutado. Laos era un pais detenido en el tiempo; de gentes humildes sin grandes desigualdades, ni graves carencias, ni grandes ambiciones mas que disfrutar de una vida sencilla en buena compañia. Felices, apartados de los locos derroteros del mundo del siglo XXI. Con un largo camino que recorrer; que yo esperaba de corazon no les borrara su eterna y sincera sonrisa del semblante, como en nuestros paises y en tantos otros sucediera ya hace mucho tiempo. Con una naturaleza sorprendente, exuberante e indomita, con una convivencia de etnias y culturas digna de ser proclamada patrimonio de la Humanidad. Laos vive de espaldas al mar que nunca ha conocido, y tal vez fue eso lo que la salvo de este siglo cambalache que hoy nos tortura a todos. Despues de 2000 kilometros por sus caminos, creo que he saludado a la mayor parte de sus habitantes, que al verme gritaban Sabaidee con una sonrisa. Laos es un pais entrañable que no ha merecido la guerra que les preparo el yankee, pero que libre de odio o revancha mira sin malicia ni segundas intenciones al que se acerca a visitarlo, y a comer a su mesa una sopa picante de tallarines.






A mitad del camino, pase por un lugar en el que el rio se desploma rocas abajo en una catarata poderosa, digna de su caudal. Y continue mi camino por un bosque sin casas ni nada ni nadie hasta llegar a la frontera. Selle la salida de Laos y cambie mis ultimos kips por 17 dolares a una mujer que vendia refrescos. Bueno, al menos tenia para comer algo en el recorrido hasta Stung Treng, donde esperaba poder sacar dinero en moneda local.

La cola de viajeros para conseguir el visado, que despues de todo si se podia obtener en la frontera desde hacia menos de dos meses, era lo suficientemente larga y lenta como para que me alegrase de haberla conseguido con antelacion en Vientianne. No tuve que esperar, y tras sellar la entrada en otra ventanilla solitaria, curce a territorio camboyano. Con los dolares recien cambiados comi un arroz en un puestito justo al otro lado, y con el susto ya pasado comence a pedalear por la desierta carretera de mi nuevo pais de acogida.

No me cruce ni la mas minima aldea. Cada muchos kilometros de bosque se abria un claro roturado junto a la carrtera, y en el centro una chocita de bambu con una familia que me saludaba al paso; ya no decian Sabaidee, sino Hello.

Del paisaje mas o menos humanizado y cultivado de Laos, con bosquecillos medianos entre los campos de arroz, pase a una region inhospita y primitiva; no habia mas cultivo que matas sueltas de yuca en los desordenados campos roturados y quemados, y justo detras la linea espesa e impresionante de la selva primaria, de enormes arboles y malezas enmarañandolos. Se escuchaban mil cantos de aves, y el aire llevaba aroma de limon y regaliz en hirvientes bocanadas de humedad.

En una aislada cabaña del camino pare a beber algo y pedir agua. La familia entera, abuelos, hijos, nietos y primos, reian sin parar de cualquier guasa que saliera de uno u otro, grande o pequeño. Era una alegria desbocada y contagiosa, y aunque no los podia entender, acabe riendome con ellos. Dicen que los pueblos que recien salen de guerras y barbaries tienden a tener la alegria por estandarte, y a disfrutar sinceramente de cada minuto de preciosa vida.

Al final del recorrido, por una carretera que seguia siendo estupenda y por la que no me cruce mas que con el autobus que llevaba a los viajeros desde la frontera, llegue a Stung Treng, la primera ciudad del camino, al otro lado de un enorme puente construido por los chinos para salvar un anchisimo afluente del Mekong; a la orilla de ambos se situaba la ciudad. El rio se hacia accesible en toda su longitud por un paseo adoquinado y protegido a la sombra de enormes arboles. Y al otro lado del rio la selvatica linea de arboles, brumosa y deshabitada.

No tenia a penas dinero, tenia que buscar cajero o cambiar euros de la reserva. No habia cajero en el banco, ni tampoco cambiaban euros. Ahora si que estaba en apuros... Del banco me mandaron a una tienda en la que decian que si me los cambiarian; de alli me indicaron otro lugar, donde tampoco. Siguiente opcion: buscar el alojamiento mas caro de la ciudad, y ver que podian hacer por mi. No cambiaban tampoco, pero el chaval que lo atendia si sabia donde, y el mismo me llevo en su moto mientras me guardaban la bici en el hotel. Por fin me hice con moneda local, y muerto de hambre como estaba, recupere la bici y busque donde comer. No me habia atrevido antes por temor a gastar los pocos dolares que tenia, no me fuesen a hacer falta para dormir.

Muy a diferencia del impoluto Laos de casitas humildes, pero limpias, entre tierra y hierba, mi primera ciudad de Camboya estaba llena de basura, amontonada en las aceras o en los charcos de agua que llenaban los baches de las calles. La pestilencia era considerable, y perros sarnosos buscaban comida entre los desperdicios. No solo los perros: niños y ancianos hacian lo propio, en un escenario extremo mas propio de hispanoamerica que del sudeste asiatico que yo conocia hasta el momento.

Al pasar por una posada volvi a encontrarme con Lanna, Philip y Aaron, y decidi quedarme alli. La pension estaba llena, y Simon, un suizo que hablaba un español impecable, me ofrecio compartir su habitacion doble. Con todos ellos y algun que otro viajero mas, sali al atardecer a pasear junto al rio, que se veia llegar como un mar al otro gigante, el Mekong, unos kilometros en el rojizo horizonte, delineado por una selva alta y profunda. Y daba gusto volver a estar entre amigos.


Por la noche sali a darme un paseo solo por las calles del mercado, ya cerrado. La pobreza extrema se notaba en el ambiente poco amistoso, incluso agresivo, que me conminaba a protegerme las espaldas y andar atento. Muchos niños apuraban los montones de basura, y los pocos hombres que habia por la calle me miraban con una seriedad punzante y amenazadora. No parecian entusiasmados con mi presencia. Por mas que todo el mundo decia que Camboya era perfectamente seguro en la actualidad, ya echaba de menos el feliz, relajado y amistoso Laos, que dejaba solo unos kilometros atras.