viernes, 25 de abril de 2008

En busca del gran Mekong

Jueves 24 de Abril de 2008

Recorrido: nulo, en Chiang Rai

Por una vez no me sentia un vago por no madrugar. Miriam no tardo en aparecer por el patio, y nos fuimos a dar un paseo hasta el mercado diurno, para desayunar alli.
Sin duda, los mercados de la comida, la fruta y el pescado, son los lugares donde mejor se puede apreciar el palpitar de un pais. Alla a donde vaya me encanta pasear por esos mercados mugrientos donde se vende casi de todo, donde las mujeres hacen la compra diaria llevando a sus niños de la mano, o a la espalda si son bebes. Tambien se ven hombres buscando herramientas, o discutiendo entre ellos por un aparato que no quiere funcionar. Caminan chiquillos que van a hacer un recado; se observan los rituales, como la gente se saluda, como se acuerda el precio, como se elige el genero o como se realiza la compra. Las vendedoras, sentadas entre montones de fruta o baldes de pescado vivo, tortugas o culebras de agua que son delicatessen por estas latitudes, hacen corros, rien y comentan, parecen tomar el pelo a alguna de ellas, que riendose responde con picardia y acaba siendo la que gana... Alli se percibe el discurrir diario de la vida, y hay que decir que siempre dista un mundo de la de nuestros paises.
En uno de los puestitos desayunamos a la tailandesa: una sopa bien caliente de tallarines, salada, picante y con sabor a pollo. En el alma un cafe con leche y una tostada de miel, vive dios.

Aunque la posada no estaba lejos del rio, no daba acceso a el, ni ningun lugar de los alrededores, asi que todavia no lo habia visto. Seguimos el paseo en direccion a una playa del rio en la que Miriam ya habia pasado una tarde, y que estaba a un par de kilometros hacia el sur, al final de un fresco y sombrio paseo de enormes arboles de mango.
Aquella playa fluvial no era el lugar mas hermoso del mundo, pero ofrecia un respiro del ajetreo de la ciudad y una suave temperatura ante el sol del mediodia. Unos chiringuitos servian bebidas en unas mesitas colocadas sobre esterillas a la orilla del agua, y protegidas del sol por unos toldos sobre varas de bambu. Los niños se bañaban y jugaban mientras sus familias se refrescaban a la sombra.





En una de las esteras se acomodaba una mujer joven con sus hijos y tal vez hermanos; y aunque tan solo llegamos a intercambiar con ellos unas sonrisas, cuando se levantaron para marcharse, la mujer nos invito a unos helados, que nos trajo uno de los chavales. Hay que reconocer que a veces los tailandeses son sorprendentemente encantadores.

Miriam hacia tiempo antes de tomar el autobus, que a las 6 de la tarde la llevaria al sur, al extremo opuesto del pais. Cuando se aproximo la hora volvimos a la posada a por su mochila. El dueño, que pasaba sus ratos de ocio haciendo collares y pulseras sobre la cama de su cuarto, cuya puerta dejaba abierta para que cualquiera que pasase delante estuviese invitado a curiosear, nos llamo para que entrasemos. Le habia preparado un regalo a Miriam, una pulsera de conchas y cuentas de coral. Y a mi un collar, mas sencillo, pero que como regalo que era intentaria llevar durante el resto del viaje. Aquel tipo de mirada afable y apariencia algo hippy, encomendaba su alma a Buda y a su pistola, que asomaba sin reparos entre las cuentas de collares y los utiles con los que repujaba el cuero. Con verla me hacia una idea de que la vida no era tan tranquila como parecia en la gran ciudad.

Acompañe a Miriam a la estacion y nos despedimos, quien sabe si nos encontrariamos de nuevo en Camboya, o un dia por España. Suerte en tus viajes, linda.

El resto de la tarde se paso entre escribir y alguna caminata. Cuando regresaba a la posada mas tarde de las 11 entre las oscuras y desiertas calles, una cierta desconfianza, alimentada por la vision de la pistola del dueño de la pension, se apodero de mi. Al instante pase al modo comando, el que uso en esas situaciones en los paises peligrosos, una suerte de casi comico recorrido atento a cada sonido o cada movimiento, fichando automaticamente cada individuo en el radio de vision y su evolucion. Andando a distancia de cualquier objeto o rincon en el que alguien con animo adverso se pudiera agazapar. Vigilando los cuatro puntos cardinales sin llegar a mostrar inquietud, que si hay problemas es contraproducente. Mirando sin que te vean mirar.
Tal vez era innecesario, pero nunca esta de mas andar con los ojos abiertos.



Viernes 25 de Abril de 2008

Recorrido: de Chiang Rai a Chiang Saen: 93 km

Me habia sentado bien el dia de reposo; pero con eso habia perdido el ritmo, y cuando subi a la bici sufri una rebelion a bordo. Me di cuenta de que mis piernas perezosas no querian llevarme a ningun sitio. Pero yo, que soy mas cabezota que ellas, las puse en cintura, y a ritmo de galeras las obligue a remar hasta que a mi me diera la gana. Bueno. Ojala hubiese sido tan facil. Si, lo consegui, pero solo queria tumbarme y echarme la siesta a lo largo de todo el dia.

Para evitar la ruidosa y concurrida carretera principal, y de paso variar la ruta, ya que de todos modos tenia que deshacer el camino para volver hacia el norte, tome otra carreterita secundaria que daba mas rodeos; pero fue un acierto, ya que se separo casi directamente del borde de la ciudad y de su industria para adentrarse en arrozales de un verde casi fluorescente.
El paisaje ue extremadamente rural todo el dia. Ya no se trataba de aldeas tribales, sino de pueblitos tai, que todo lo que construyen, eran feos, combinando anarquicamente el hormigon y las casas de madera. No brillan por su arquitectura, no es Tailandia pais para quien busque pueblos y ciudades espectaculares o con patrimonio historico
Pero se caminaba bien por aquellos campos desiertos y silenciosos, entre olores y sonidos de granja. Con el claro cielo y un sol refulgente atravesando sin barreras el aire limpio por la tormenta que habia caido por la noche, disfrute desde el mediodia de una autentica vereda de color tropical, rodeado de verde hasta el horizonte. Bananeras, arboles de mango, enredaderas, setos y arboles tupidos de flores de todos los colores, abalanzandose sobre la carretera, en un despliegue que conseguia ocultar entre follaje las pocas casitas de madera que me iba encontrando.









Me estaba acercando a otro de esos rios emblematicos. El rio Kong, Mae Kong en lengua Tai, o Mekong en nuestras traducciones occidentales. El tropico mas esplendoroso me conducia por valles ondulados camino del rio, que por fin aparecio ante mi al atardecer. No era enorme, tan solo unos doscientos metros me separaban de la otra orilla. Casi lo que cabia esperar, a estas alturas del cauce, cuando le restan miles de kilometros de viaje hasta su desembocadura. Pero aun estando a minimos por encontrarse en la epoca seca, se notaba su caudal poderoso por los energicos movimientos de su superficie marron y agitada. Y al otro lado se encontraba Laos, el pais que se inventaron los franceses en su Indochina, sustrayendo el territorio al reino de Siam, la actual Tailandia, de la que era provincia. Situaron la frontera sobre el rio, que hoy separa los dos paises por todo su cauce. Lo segui en contra de su curso, en direccion a Chiang Saen, el reposo del gerrero en otro dia que llegaba descolorido por el sol.

Bajando una cuesta me encontre con un pueblito en fiestas. Celebraban el año nuevo (juraria que ya lo llevaban celebrando todo un mes), con musica y bebida en la explanada del templo. Pare a curiosear, y en seguida se acercaron varios jovenes y un hombre casi ebrio a saludarme. Me invitaron a beber un refresco, y entre todos juntaron el ingles necesario para podernos entender. Me hubiese gustado quedarme, y ellos insistian en que lo hiciese y fuese con ellos a bailar. Pero el sol bravo de todo el dia me tenia agotado, y no veia el momento de llegar a Chiang Saen, cenar, ducharme, tirar la bici a la basura y relajarme por fin. Preferi continuar, pero me arrepenti en seguida de no haberme quedado a curiosear un poco mas.

La ciudad de Chiang Saen habia sido la capital de un reino 6 siglos atras, y conservaba algunos restos en ladrillo de sus antiguos templos. Pero por lo demas no ofrecia mas interes que el situarse a orillas del gran rio, y a unos kilometros de la triple frontera. Un puerto fluvial servia de amarre a los barcos birmanos, y sobre todo chinos, que comerciaban a traves de este puerto con el resto de Tailandia.
Recorri el paseo fluvial sin prisa, y aun cene antes e buscar posada. La encontre por una callecita, y me atendio un anciano que hablaba en ingles mejor que yo. Era de Singapur, y habia trabajado en Canada, en Europa, en Egipto, e incluso habia participado en la II Guerra Mundial como maquinista en un barco logistico de la marina norteamericana. Todo un aventurero, con un apacible y merecido retiro al lado del Mekong.

Tenia que cumplir el viejo ritual. Siempre que llego a uno de esos rios simbolicos, llenos de Historia, camino hasta su orilla y toco sus aguas, me lavo las manos, la cara, la cabeza. Es una forma de sentir el latir del misticismo que envuelve estos rios sin los que no se entiende la Humanidad; los pueblos que surgieron, florecieron y desaparecieron tocando sus orillas perennes. Me lave en el Tiber cuando fui a Roma. En el Amazonas cuando lo vi por primera vez en Belem de Para. En el Nilo cuando lo descubri en el Cairo. En el Orinoco, en Ciudad Bolivar, mientras un grupo de manaties o delfines de agua dulce lo remontabanv hacia el corazon de la selva. En la Foz de Iguacu, en Brasil, o en el Salto del Angel, cerca de Canaima. En el lago Titicaca, o en el rio de la Plata en Paraguay. Me quede con ganas de hacerlo en el Ouadi Mussa, el rio que alimentaba a la ciudad de Petra en Jordania, ya que no le quedaba ni una gota de agua.
Son las aguas que bañaron a los pueblos que han moldeado nuestro mundo, y en las que flotan historia que tanto me gustaria poder escuchar.
Al atardecer las familias se sentaban en esteras junto a la orilla del rio para cenar un arroz en los muchos puestitos de comida, y conversar hasta bien entrada la noche.


jueves, 24 de abril de 2008

De las montañas tribales a la gran ciudad

Martes 22 de Abril de 2008

Recorrido: de un templo en medio de ningun sitio a Tha Ton: 75 km

La noche fue dominio de los mosquitos, y en esta zona propensa a la malaria, esa no era cosa de tomarse a broma. En viajes cortos me suelo tomar la profilaxis en forma de pastillas semanales contra esta enfermedad. Pero los efectos secundarios no la hacen recomendable para estancias mas largas, y lo unico que se puede hacer es protegerse todo lo posible de las picaduras. A falta de ventilador que los espantara, tuve que pasar la noche enterrado en mi saco sabana, sudando y reciclando el aire que respiraba y que solo se renovaba un poco a traves de un agujero en la tela. Pero aunque dormi mal, habiendome acostado poco despues del anochecer por no tener mucho mejor que hacer, a las 6 de la mañana ya estaba fresco y en marcha. Bueno, no del todo: por la dureza de la cama y por alguna mala postura, una pierna no me respondia bien. Por otra parte, no tenia nada para desayunar, tan solo dos platanos revenidos por el calor. Ni tampoco agua potable. Normalmente lleno las botellas con agua del grifo, añado dos gotas de lejia por litro, y en media hora el agua esta lista para beber. Funciona. Lo llevo haciendo mas de una decada y nunca he tenido un problema por este asunto. Sin embargo no se puede hacer esto con el agua estancada, de un charco, o de un rio, por ejemplo. O como en este caso, con el agua que salia directamente de un deposito abierto que se llenaba con la lluvia. En estos tipos de agua se crian larvas, gusanos, parasitos digestivos; y la lejia no puede con ellos. Asi que tuve que comenzar el dia con el estomago solo llenado con un platano que se salvaba de la cochambre, y muerto de sed tras una noche de mucho calor. Pero el amanecer en el paisaje perdido del tiempo, tenia una hermosura que, con todo, no se podia pasar por alto.




Comence con unos kilometros de subida hasta un puertecillo. Y yo asi, en ese estado un poco lamentable. Pero al poco llegue a la bajada entre las montañas karsticas en un rosado y brumoso amanecer. Y por fin un lugar habitado para recomponerme el cuerpo con agua y comida, mas de una hora despues de arrancar.
Supongo que cualquiera que lea esto pensara que soy un loco pasando estas calamidades innecesarias, durmiendo como un vagabundo, tirando para alante sin agua ni comida... Pero dios, como me gusta esto. Como me gusta necesitar tan poco, ser autosuficiente, no precisar mas que de mi cuerpo y de mis ganas de conocer y sentir para poder recorrer el mundo. Que increible sensacion, en la dureza, de libertad, de independencia.
(En la foto la cocina del lugar donde desayune. Nota: el perro no es para comer. Eso para los vietnamitas)




Pasadas las montañas del principio desemboque en un valle llano hasta el horizonte. De nuevo volvia al trafico levantando el polvo de la recta y aburrida carretera. Los pueblos modernos tai se disponen a lo largo de las vias, ocupando tan solo 50 o 100 metros a ambos lados, y extendiendose por kilometros sin que quede claro que es el pueblo y que no lo es. Asi como en Europa las casas se agrupan entorno a un centro bien definido, ocupado por una plaza mayor o por la iglesia principal, en Tailandia el concepto urbano varia considerablemente. De hecho, los templos, que pudieran ocupar el lugar de nuestras iglesias, suelen aqui situarse en las afueras, huyendo del ajetreo, y dejando a las poblaciones sin una referencia central identificable.

Y asi recorria decenas de kilometros de carretera flanqueado por un frontal de casitas que no se acabaria hasta llegar a Fang, una industriosa ciudad llena de tiendas con miles de cachivaches de todo tipo que yo, que llevaba dias en paisajes sencillos y rurales, veia con falta de costumbre e incredulidad. Ropa, mercados de comida, tiendas de motos y coches, aparatos electrodomesticos, joyerias, jugueterias... parecia que no habia espacio para vivir, solo para comprar. Aquella ciudad era un feo desproposito de hormigon que no merecia mas que pasarlo de largo.

Y una vez atras la poblacion, volvia la tranquilidad, los campos verdes y las llanuras. Por primera vez en todo el viaje podia utilizar el plato grande, el maximo desarrollo para caminar a toda velociadad por carreteras sin demasiada subida. Por falta de uso anterior ni si quiera sabia que no lo tenia ajustado. Asi que tuve que parar a hacer un poco de mecanica en la bici para poderlo utilizar.
Al final de la etapa me esperaba Tha Ton, un sencillo pueblito en el recodo de un rio que se abre paso entre montañas exuberantes de un verde profundo, con un enorme Buda blanco coronando una de ellas. En una orilla del rio descansaban las lanchas alargadas y techadas que servian para viajar rio abajo hasta Chiang Rai. Un recorrido que yo me habia planteado, recomendado por otros viajeros. Pero cuando pregunte en el puertito, se me quitaron todas las ideas que traia, y decidi viajar a Chiang Rai por la carretera de las montañas, que a primera vista parecia tambien interesante. La razon era el precio. En plena temporada baja no parecia posible juntar al minimo de turistas dispuestos a hacer el recorrido; y sin ese minimo, para utilizar el barco habia que pagar el pasaje completo de todos los pasajeros imaginarios. Demasiado dinero para cuatro horas de rio. Si, interesantes poblados etnicos en su orilla; pero supongo que parecidos a los que llevaba dias visitando, nada que mereciese semejante desembolso.

Buscando donde alojarme, con varias horas de luz por delante, pasee sin prisas por la orilla del rio. Unos niños pescaban con gafas de buceo y arpones, mientras una niña los observaba emulando a la sirena de Copenhaguen.




Y volviendo al centro del pueblo, a quien me encontre? A buena parte del grupo que habia conocido en Pai, sin los españoles, y con nuevos compañeros. Todos nosotros viajabamos por separado. Como maximo en pareja algunos de ellos. Pero de pronto se habian reencontrado en Tha Ton, y por sorpresa llegaba yo para redondear la casualidad.
En realidad esto es bastante frecuente cuando se viaja, ya que es habitual que uno diseñe un recorrido tipico para visitar los lugares mas interesantes en un tiempo razonable. Lo que era mas raro era que yo, andando mucho mas despacio en bici, me hubiese topado con ellos, viajeros de autobus.
De este modo, y por unas horas, volvi a sentirme arropado por mi pequeña familia, y a no despedir el dia en soledad. Cenamos en una terraza junto al rio; subimos los peldaños que ascendian hasta la enorme imagen de Buda sobre la montaña. Charlamos junto al puente que unia las dos orillas, y escuchamos a Vicenzo, un italiano con pintas de Krisna, extraer delicadas melodias de un extraño instrumento tailandes de cuerdas pulsadas por martillos de hueso.
Por la mañana continuarian todos hasta Chiang Rai, y yo seguiria mi camino. Esta vez nos despedimos, aunque sin grandes ceremonias.



Miercoles 23 de Abril de 2008

Recorrido: de Tha Ton a Chiang Rai: 94 km

Una tormenta estuvo descargando agua y rayos durante toda la noche, y aun lo seguia haciendo por la mañana. Con ella, la temperatura se habia refrescado bastante, y no me apetecia mojarme tan pronto. Por eso estuve paseando por el pueblo, protegido con el impermeable, desayunando sin prisas, a la espera de que amainase un poco para no hacer del recorrido una odisea. Y no lo hizo hasta casi las 11 de la mañana, por lo que el tiempo para el pedaleo se quedaba ya muy reducido.

Sali bajo una fina llovizna que no llegaba a empapar. Girones de nubes se desgarraban bajo las cumbres de las montañas, tocadas con un oscuro halo misterioso. Eran el dia y las condiciones perfectas para el tramo tan interesante que me esperaba: una olvidada carreterita que se enroscaba en silencio por un sinfin de aldeas tribales en las que parecia haberse parado el tiempo.

El clima del lugar era peculiar: el verdor de sus bosques y de sus campos de arroz aun sin segar delataban un mayor regimen de lluvias que dulcificaba la tierra. Por todas partes veia trabajando campesinos de tez oscura, ya me resultaba sencillo distinguir que no pertenecian a la mayoria tai. Pare aqui y alla a observarlos en sus tareas, y a intercambiar sonrisas con ellos, ya que no era posible mucho mas.

El tipo de la foto liaba un cigarro de no se sabia muy bien que material. En estas tierras los campesinos combinan las hortalizas con el cultivo de tabaco, marihuana y opio, por lo que no es facil adivinar de que se trataba.


Algunas de las aldeas eran asentamientos de chinos del Kuomingtang y sus descendientes, huidos de China tras la victoria de Mao sobre el ejercito nacionalista. Sus chozas tambien se construian con bambu y paja, pero en ellas los letreros se escribian con caracteres chinos, y la musica que llegaba de los reproductores de las casitas era de un origen claramente diferente del que me habia acostumbrado a oir al paso. Pare a comer en una de estas aldeas chinas, y alli conoci a Jo, un aka convertido al cristianismo que mentaba a Dios e invocaba su proteccion a cada frase. Con todo era simpatico, y hablaba un buen ingles, cosa harto rara. Me hablo de sus planes de emigrar a Australia por dos años, para trabajar y perfeccionar su ingles, y mas tarde volver convertido en guia turistico. Una historia mas de quimeras de vidas mejores con muchas posibilidades de naufragar. Pero con unos 25 años, todo tiene arreglo en esta vida. Aproveche para preguntarle si era seguro transitar las carreteras de la triple frontera con Birmania y Laos, hacia donde me dirigia. Y el me conto que aunque fue peligroso hasta recientemente, hoy en dia solo habia que evitar circular por la noche para no tener un mal encuentro con los traficantes de opio y marihuana que siguen enseñoreados de una vasta region de los tres paises.

Y segui por este paisaje, cruzando una tras otra aldeitas diminutas en bambu y guano: akas, karen, hmong, lisu, lahu... Un fotografo mas descarado que yo lo hubiese pasado en grande. Pero a mi siempre me ha parecido violento fotografiar a las personas como si se tratase de animales en el zoo. Los escasos retratos que tomo con la camara procuro hurtarlos sin que el fotografiado se de cuenta, y asi me tengo que conformar la mayoria de las veces con guardarlo todo en mi memoria. Coloridas mujeres en sus atuendos tradicionales, con tocados bordados en hilos de colores y cordones de los que cuelgan monedas,esferas, y otros abalorios de plata; ancianos tejiendo cestas de bambu; mujeres hirviendo el arroz en un perol de barro sobre una hoguera en el suelo de tierra, mientras los pollos y las gallinas picotean el suelo y se escucha el canto del gallo y el gruñido de los cerdos. Los niños parando sus juegos para verme pasar, primero con sorpresa, despues sonriendo. Saludos amables. Y gente caminando sin prisa entre los campos de arboles frutales y los macizos de plantas de bambu. Las brumas haciendo aparecer y desaparecer las lomas boscosas, a veces ribeteadas por las chocitas de otra aldea aferrada a su cresta.

Y yo, el espectador privilegiado. Parandome a contemplar en silencio, a respirar el aroma acaramelado de la lluvia sobre las hojas y la hierba. Escuchando el apacible discurrir del tiempo, de un modo de vida que no ha cambiado mucho en siglos. Volvia a sentirme tan afortunado...


De nuevo observe que en algunas aldeas sobresalia una iglesia, y a veces una mezquita. Su modo de vida tradicional, sus culturas, tradiciones y religiones animistas, que son autenticos fosiles vivientes de la Humanidad, que son un puro patrimonio de todos en si mismos, estaban siendo barridos con desprecio a cambio, una vez mas, de espejuelos y aguardiente. Una vena piromana me tentaba a cada paso.

Y viendo las aldeas chinas del kuomingtang, practicamente similares a las de las etnias mas tradicionales, caia en la cuenta de como el control del poder politico condiciona el estatus de una cultura, de una etnia, de un modo de vivir y de entender el mundo. Los Tais, que en Vietnam son una pintoresca minoria campesina que vive en las montañas como lo hacia mil años atras, aqui son una mayoria de varias decenas de millones de personas. Controlan el poder, la administracion, la policia, el ejercito. Son la etnia culta y desarrollada, la que posee las mejores casas, los coches, los negocios, los valles fertiles y las empresas. La que inunda culturalmente todo el territorio con su idioma, su alfabeto, su cine, su literatura, su musica, su religion, sus costumbres... Son los que en las ciudades copian modelos occidentales, y hasta imitan la organizacion mafiosa de otros puntos del planeta.

Y por ejemplo, los chinos de etnia han, que en China suponen una superpotencia de mas de mil millones de personas que arrincona al resto de las etnias originarias de aquella region, aqui en Tailandia viven poco menos que como otra tribu. Y eso que durante decadas fueron favorecidos por el gobierno tailandes, que consintio que los campamentos chinos del kuomingtang controlasen el trafico de drogas en las fronteras del norte a cambio de que masacrasen y tuviesen a raya los conatos de rebelion de los comunistas, que empezaban a ser populares en todo el pais, y especialmente entre las minorias etnicas de las montañas septentrionales.

Los lannas son otro ejemplo: hoy a penas varios miles de primitivos campesinos desperdigados en aldeas diminutas, tuvieron un reino propio 10 siglos atras, que hacia sombra a los Khmeres, en una epoca en la que los tais vivian a miles de kilometros de esta region. Por su parte, los Khmer, tras su epoca de esplendor de Angkor, volvieron a la selva y poco mas se supo de ellos hasta los tiempos de Pol Pot.

Y es que en esta concurrida region del mundo se da una milenaria confrontacion de etnias y culturas que no se mezclan o superponen, sino que predominan o se ven condenadas al ostracismo y a la decadencia. La secuencia es siempre similar: un pueblo consigue hacerse fuerte militarmente, y derrota y saquea la cultura anteriormente esplendorosa, que se habia vuelto debil y confiada. La sustituye, y si antes se la podia considerar una cultura en estado larvario, una vez tomado el poder politico y militar inicia un desarrollo cultural y social y alcanza su momento de esplendor. Controlando los mejores cultivos y los recursos de todo tipo, crece en numero hasta que sus miembros se cuentan por millones. Construye ciudades, impresionantes templos para sus dioses. Genera escritos, literatura incluso. Pero algun dia, una de las demas etnias antes olvidadas y arrinconadas se hace fuerte militarmente; tal vez por un puntual adelanto tecnologico; tal vez por un carismatico lider que los une y aprovecha un momento de debilidad de la potencia dominante. Crece a su sombra, y acaba derrotandola y condenandola de nuevo al atraso, a dispersarse por los lugares mas inhospitos, menos fertiles, a las montañas y a la selva.

En fin, la clave que salva o condena a una cultura radica en mantener el poderio militar. Asi ha sido a lo largo de la Historia. Asi de simple, asi de triste. Y no hace falta venirse tan lejos para comprobarlo. Europa es, por excelencia, la pura Historia de la guerra, del predominio o de la desaparicion. Condenada Humanidad.

Me desperto de estos pensamientos espesos una situacion que no habia vivido antes: un pajaro del tamaño de una graja me ataco mientras pedaleaba, y en tres intentos me toco la cabeza con sus garras. No me hizo nada, pero consiguio hacermelo pasar mal.

Llegue a Mae Chaem, en las ultimas estribaciones boscosas de las montañas que acababa de recorrer, y entre verdes arrozales llenos de lustre. Podria haberme quedado alli, pero solo faltaban 30 km para Chiang Rai, una ciudad que todo el mundo me habia recomendado como un lugar pequeño y pintoresco. Y decidi seguir, pero no me encontre lo que esperaba; despues de pasar todo el dia en una perdida isla del tiempo, volvi de golpe al ruidoso siglo XXI. A partir de Mae Chaem entre en una carretera atestada de trafico, que durante 20 km se rodeo de industria y de otra lineal urbe de hormigon. Desacostumbrado como estaba, consegui desorientarme por la bulliciosa y comercial ciudad de Chiang Rai, carente de todo atractivo. Segun el plano de mi pesima guia habia unas tranquilas posadas al lado del rio, pero no acertaba ni a encontrar su orilla.

De pronto pase cerca de una chiquilla occidental de aspecto desaliñado, vestida con una falda larga, una camiseta raida y agujereada, y un pañuelo que ocultaba su pelo. Me parecio que podia ser la viajera adecuada para que me recomendase una posada baratilla. Y tras un par de frases en ingles, ambos descubrimos que eramos compatriotas. Miriam, que asi se llamaba, me hablo de su pension junto al rio, con un tranquilo patio ajardinado y un precio asequible, y me indico como llegar. Asi, tras veinte vueltas por la ciudad, llegue a la parada del dia, cuando el cuentakilometros marcaba que me faltaban unos cientos de metros para alcanzar la cifra de 1000 km por Tailandia. Esto habia que celebrarlo, y pense que seria buena idea quedarme un dia perreando por la ciudad, olvidarme de la bici y descansar.

Iba camino de la ducha cuando Miriam llego al patio, trayendome un helado de coco. Me parecio un detalle precioso, y es que era un sol de niña. Pero su aspecto angelical engañaba, y ahi donde la veia, a sus 24 años habia viajado mas que yo y de maneras mas primarias incluso. Asturiana, estudiante de ingenieria a falta de realizar el proyecto de fin de carrera, aprovechaba su tiempo de una manera envidiable. A su edad habia recorrido unos cuantos paises de Asia, Europa, America, Africa, Oceania. Habia viajado durante un año por Mexico haciendo autoestop (madre mia, que loca), y viviendo de la venta de las pulseras que encajaba. Habia trabajado de jardinera en Australia, de recolectora de fresa en Dinamarca, recogiendo botellas para reciclar o haciendo de basurera. Conocio la vida en Christianity, el centro autogestionado (okupa) de Copenhague que se hizo famoso por su violenta y certera resistencia al desalojo. Y alli estaba, la flamante ingeniera que caminaba despacio, sola, con la cadencia que tiene la samba, por las calles de Chiang Rai. Yo estaba maravillado de aquella chiquilla de aspecto fragil que mostraba un arrojo poco habitual en nuestro pais.

Salimos a dar una vuelta por el mercado nocturno, donde mujeres de diferentes etnias vendian recuerdos para los turistas, junto a puestitos de comida y tiendas de artesania. En el centro habia una plaza abierta llena de mesas y sillas puestas en comun por el sinfin de puestos de comida que se disponian alrededor de la plaza. Tomamos asiento en una de ellas y cenamos, mientras en el escenario que se elevaba en un extremo, cantautores tailandeses entonaban sus canciones con bastante poco acierto.

Me encantan esos dias completos en los que hay un poco de todo: espectaculares paisajes, momentos unicos con las gentes que los pueblan, esfuerzo tonificando el cuerpo y el alma, y cerrando la noche una agradable conversacion junto a una sorprendente y encantadora persona, escuchando musica en directo, charlando hasta que el sueño te vence.




















lunes, 21 de abril de 2008

Hacia las ciudades del noreste

Domingo 20 de Abril de 2008

Recorrido: de Pai a Pa Pae: 70 km

Y casi fue como preveia. Por la mañana recogi todo para ponerme en marcha cuanto antes. Pero me encontre con Tracy, la chiquilla norteamericana del grupo, con la que tan buenos ratos habia pasado esos dias. He de admitir que, al saber que era norteamericana, afloro en mi un viejo prejuicio que me imponia una barrera ante cualquier persona de esa nacionalidad.

Años atras comenzaba la guerra de Irak. Yo me encontraba de viaje por Brasil, a punto de llegar a Belem de Para, en la desembocadura del Amazonas, listo para tomar uno de los barcos que poco a poco remontan sus orillas de ensueño hasta Peru, a donde llegaria 20 dias y varios miles de kilometros despues tras un sinfin de paradas. Mientras desayunaba, en la television se veian imagenes del salvaje bombardeo de Bagdad, vendido como el fuego de artificio indolente y aseptico de un videojuego. Aquel dia me prometi a mi mismo no volverle a dirigir la palabra a norteamericano alguno. Y hasta la fecha solo habia hecho una excepcion, y a regañadientes, con un amigo de mis compañeros de montaña de Madrid. Por lo demas habia cumplido mi palabra durante estos años. Y me habia resultado facil, pues la sarta de americanos que me habia encontrado en los ultimos años de viajes, eran representantes del puro estilo prepotente, ignorante y ciego, esos norteamericanos baldios que machacan sin piedad pueblos, naciones y espiritus.
Hasta que casi a la fuerza, la rompi definitivamente con Tracy. Siendo amiga del grupo, trate de ser al menos diplomatico. Y en seguida me di cuenta de que ella era diferente. Este era su viaje iniciatico, que comenzaba con un curso de masaje tai, pero continuaria por meses, en busca de su particular eldorado. Harta, hastiada de lo que ocurria en su pais, habia decidido exiliarse, encontrar un lugar donde empezar una nueva vida, y seguramente no volver a su pais, que ella reconocia sumido en una dictadura fascista. Se declaraba libertarian, un tipo de liberalismo humanizado que propone un sistema completamente nuevo. Una especie de capitalismo anarquista en el que no exista un Estado militarista que controle a las personas y ejerza el monopolio de la banca y el dinero. Su maximo teorico, Ron Paul, carecia de las mas minimas posibilidades de ganar las elecciones; segun ella, los comicios siempre eran amañados. Republicanos y democratas eran tan extremadamente corruptos y atentos a los intereses de los lobbies de poder, que no habia esperanza de cambio. Un pueblo deprimido entrando en recesion, sumido en una guerra de desgaste y con pocas esperanzas de futuro, daba la espalda a la politica y dejaba en manos de Bush un sistema que se dirigia al precipicio.
Descubriendo a aquel personaje tan interesante, con ideas criticas y una valentia admirable, con una sensibilidad social extraordinaria, habia pasado buena parte de las charlas en Pai. Y al final solo me llegue a despedir de ella, deseandole que encontrase su pequeño rincon del mundo. Por mi parte, yo me prometi que en lo sucesivo daria una segunda oportunidad a los norteamericanos que me encontrase por el camino, y desterraria el viejo prejuicio. Habia establecido un bonito lazo de amistad con aquella idealista, y fue de nuevo muy dificil decir adios.





Sali a mediodia, una vez mas achatado por el peor sol, despues de alargar el desayuno hasta el almuerzo. Al principio segui el valle del rio, de escaso bosque pelado en faciles badenes. Pero en seguida llegaron 30 km de ascenso sin interrupcion. Cuando vuelva a España tengo que subir el Angliru ese a ver si es para tanto...
La cota iba subiendo rapidamente, por lo que en seguida se noto la diferencia climatica en el bosque que se espesaba y reverdecia encajado entre lomas. Y volando por los arboles, sin que les prestara demasiada atencion, agobiado como estaba por la pendiente y el caloron, multitud de aves de gran colorido, larguisimos plumones como cola, en una variedad de especies y cantos sorprendente. De nuevo aparecian los sonidos chillones, las llamadas que alcanzaban el ultimo rincon de la espesura, la sinfonia de voces de tantos seres vivos escondidos lejos de las miradas humanas. Las montañas se vestian de una extraordinaria selva lluviosa en estado puro, sin duda el mejor tramo en lo que llevaba de viaje. Volvia a ser duro e interminable, pero asomarse de esta manera privilegiada a esta foresta primigenia valia el esfuerzo dedicado.
En las alturas se abrian a veces claros entre los arboles, y se podia ver que las montañas extendian la selva hasta el infinito. Aqui no habia ni incendios, ni casitas, ni personas. Solo vida en estado puro, y un leve arañazo en su seno, la carretera desierta, sobre la que asomaban sus moles los arboles, como prometiendo adueñarse de ella algun dia.

Me bebi los tres litros de agua que llevaba, y ya tenia problemas de reseco mucho antes de coronar el puerto; solo tras diez kilometros de bajada por un paisaje similar, salio de entre la mata un poblado donde, pasadas las 5 de la tarde, pude almorzar y recargar agua.
Seguramente deberia haberme quedado en la guest house que habia en el pueblito. Pero solo llevaba 44 km de recorrido (duro, eso si), y todavia me quedaban dos horas de luz. Decidi continuar hasta Pa Pae, unos 25 km despues, arriesgandome a no llegar a ningun sitio antes de la noche. Y practicamente eso seria lo que paso.

Durante kilometros continue entre llanos y ligeras subidas, disfrutando del espectaculo del atardecer en el insondable bosque sin luz. Los ultimos rayos de sol avivaron el griterio de las miriadas de animales e insectos que despedian el dia envueltos entre las brumas que se levantaban sobre las copas de los arboles.




Se me hacia de noche. Evidentemente no encontraria posada entre las casitas sueltas que me iba encontrando, a penas chocitas campesinas terminadas de lata y carton. Al ver un templo pase a pedir asilo. Hubiese sido un dormitorio insuperable, enclavado como estaba en la cima de una loma absolutamente sumergida en selva. Pero por mas que, mediante gestos, les explique a los monjes que no podia seguir pedaleando de noche, no me permitieron quedarme. Caramba con los curas, pues no eran tan majetes como pensaba.
No tuve mas remedio que continuar a oscuras, con la leve luz de la luna, por los 5 km de despoblada carretera hasta la aldea de Pa Pae, tan solo una callejita apartada de la carretera, y con casitas de madera a sus orillas.
Pregunte a todo el que vi por la calle por un lugar donde dormir, con la esperanza de que alguien se apiadase y me ofreciese un jergon o un pedazo de suelo donde pasar la noche. Esto me funciono bastante bien en viajes anteriores, como por ejemplo en Cuba o en Vietnam. Pero lo unico que consegui fue saber que no habia posada en 30 km a la redonda.

Estas cosas son parte de la aventura, y como siempre, me lo tome con calma y sin angustias. Porque al final, no se como, siempre hay una solucion y la vida continua por la mañana.
Por eso decidi que lo primero era lo primero, y pare a cenar tranquilamente en el unico puesto que habia abierto a esas horas, mientras los jovenes mas macarras del lugar demostraban su irresistible maldad torturandome con el karaoke del comedor.

No habia tenido mucha suerte en el templo anterior, pero pense que no tenia muchas mas opciones que intentarlo con el templo que habia visto a la entrada del pueblo. Pague la cuenta y pedalee de nuevo a tientas por la carretera desierta hasta el templo. Ni luz habia en todo el recinto, y parecia no haber nadie. Asi que pense dormir bajo el alero del tejado del bot, el edificio principal con la imagen sagrada de Buda.
Pero en eso llego un monje en su coche, hablando por su telefono movil de ultima hornada. Le pedi permiso para dormir, y accedio, menos mal. A que durmiera en el suelo de cemento, polvoriento y roñoso, de la terraza cubierta de la cocina. Bueno, menos daba una piedra.
El monje se marcho y volvi a quedarme solo. Me duche como pude con un vaso y el agua algo sucia de un caldero que habia junto a la cocina. Estaba sentado escribiendo bajo la luz de una bombilla que le lmoje habia dejado encendida para mi (que detalle), cuando llego en moto otro monje. Mon Rae era mas joven, mas simpatico, y queria ayudarme. Aunque parecia casi ciego y se guiaba del oido para hablar conmigo. Viendome alli me acomodo mejor dentro de la sala de meditacion. Al menos era un edificio cerrado, con esterillas en el suelo para no extender mi saco sobre sucio. Lo estire en el suelo mientras Mon Rae me buscaba una manta y un cojin. Cuando volvio con ello, me aviso de mi error: habia puesto el saco con los pies hacia la imagen de Buda que presidia la sala. Los pies representan la parte mas impura del cuerpo, y nunca deben señalar en direccion a una persona, y mucho menos a una imagen de Buda. Colocandome transversalmente a la estatua, solucione el problema, y dormi como un liron junto al altar. Supongo que lord Buda me daria sus bendiciones.


Lunes 21 de Abril de 2008
Recorrido: de Pa Pae a algun lugar cerca de Ping Knong: 99 km

No queria que los monjes me encontrasen durmiendo junto a Buda cuando llegasen por la mañana a iniciar sus rezos y meditaciones, me hubiese parecido una incomoda y un tanto irrespetuosa situacion; asi que me levante con la primera luz del dia. Como era la costumbre ultimamente, habia soñado con mi cabaña, con un bosque muy verde, con muros de piedra centenarios, lagos cristalinos, y mi gente, mi familia, mis amigos, mi hogar. No es que lo estuviese echando todo tanto de menos como para sentirme mal, pero tal vez, precisamente, para evitar que sucediese, por las noches viajaba de regreso a casa y pasaba un rato con todos ellos.
El pueblo se desperezaba, y yo con el, cuando rodeado de brumas y de fantasmas de arboles salia por la unica callecita del lugar. Me cruce con los monjes de la noche anterior, que caminaban despacio, envueltos en sus tunicas azafran, en direccion hacia el templo, cargando unos recipientes tapados en los que, como limosna, la gente les añadia un poquito de arroz hervido segun pasaban. Mon Rae, que casi no me reconocio por culpa de su ceguera, me saludo con una franca sonrisa cuando distinguio el bulto de un tipo montado en una bici con dos grandes alforjas. Me insistia en que volviese al templo para desayunar el arroz con ellos. Pero decline la invitacion con cortesia. A lo largo de este viaje no estaba siendo demasiado madrugador, y queria aprovechar una de las pocas mañanas en que lo habia conseguido ser para disfrutar de la fresca y aromatica atmosfera de aquella preciosa selva a contraluz, que esperaba impaciente el fuego diario del sol.


Compre algo de fruta para ir desayunando por el camino y reanude la marcha. Seguia rodeado de una tupida y nebulosa selva despreocupada de la carretera. El camino era agradable y no encontraba mas compañeros a mi paso que las coloridas aves y alguna ardilla listada.
Y alli estaba yo, tomando conciencia de mi fortuna, de mi perspectiva privilegiada.
En estos asperos comienzos del siglo XXI, el mundo ha terminado por convertir sus mejores paisajes en parques de atracciones, mercados que atraen a turistas casi en masa. Hoy, viajar es tan sencillo, esta todo tan trillado y tan masticado, que los viejos rincones de ensueño pierden su esencia al masificarse. La belleza de la intima soledad ante un grandioso despliegue de belleza natural o humana no se encuentra ya tan facilmente; el descubrimiento como acto interior y sorprendente. Y esto es lo que a mi manera de ver hace grande el viaje en bicicleta. La soledad del camino, el silencio contemplativo, la puerta abierta de los sentidos devorando sensaciones. La mente abierta a la armonia, a las ideas que cruzan la mente cuando pasas despacio junto a un anciano que lia su tabaco, junto a un niño que juega con un cachorro; junto a una madre que da el pecho y te sonrie, o alguien que teje una estera con una paciencia infinita. Compartiendo su silencio, compartiendo los aromas vivos que flotan en un ambiente virgen al que solo llegas tu en ese precioso instante, que tomas consciencia de ser viajero en el tiempo, en el espacio, en la Historia. Que recibes la mirada transparente de alguien que jamas entenderia tu mundo interior, tu vida de cada dia; del que jamas entenderias sus pensamientos, su imaginacion volando mientras teje, o sus recuerdos de niñez junto a su abuela. Sus mundos perdidos, o su preocupacion cotidiana. Tal vez se trate de la ultima aventura romantica que un viajero puede afrontar sin riesgo a ser uno mas entre miles. La magia de llegar a un poblado y almorzar con los nativos, alli donde tal vez nadie haya parado a escuchar a los niños reir mientras canta un gallo. El recodo insolito del camino que ofrece agradecido a tu silencio una gala de colores y sensaciones. El bosque y sus delicados sonidos, los finos perfumes de la vida, los rios con su metaforico y eterno viaje. Una catarata como reloj que nunca detiene su paso inexorable, recordando el finito tiempo que nos es dado, y del que tiene que brotar la poesia como unico modo de trascender mas alla del sucio anden del Metro.
El viaje en bici, buscando la sorpresa, a veces bella, a veces insoportablemente dura, es el unico viaje autentico que queda, la ultima de las aventuras. La ultima posiblidad de cabalgar sobre Rocinante. Ganando con el esfuerzo de cada pedalada cada experiencia que llega, cada momento vivido con la emocion erizando la piel. La desnuda piel en contacto con el aspero espinar de este planeta hosco a veces, grandiosamente cruel, brutalmente precioso. Los elementos castigando tu cuerpo sin piedad, dandote la vida y haciendotela sentir con fiereza. El premio y el castigo de sentir y ser fragil ante un coloso vivo, la Tierra. El griterio de la fauna cuando la tarde despide el dia en el bosque. Los rostros sudorosos, los ojos como libros de Historia, contando relatos de pueblos y culturas antiguas, que caminaron, que se cruzaron, que se encontraron, que se volvieron a la oscuridad de los tiempos. Que se desvanecieron, pero nos dejaron sus ojos . El crisol del tiempo bordando cada sonrisa. El aire. El agua. La lluvia. El sol. La tormenta. La libertad.
Con los kilometros comence a bajar, y poco a poco las montañas quedaron atras. El paisaje fue cambiando gradualmente hacia frondosos valles cultivados hasta donde el campo se cerraba con enormes arboles, y lentamente la Humanidad recobraba posesion del territorio; pequeñas chozas de madera primero; incipientes poblados tai, ya en hormigon, despues. Y llegando a las inmediaciones de Mae Ma Lai, las montañas y la selva habian desaparecido. La esplendorosa soledad de las carreteras por las que habia transitado durante mas de 600 km dieron paso a un paisaje humano y plenamente conquistado por el siglo XXI. El trafico de coches y motos me aturdio de repente, y una linea de casas se fue adueñando del borde de la carretera, apareciendo entre ellas los arrozales en los que algunos campesinos trabajaban protegidos por amplios sombreros conicos de paja.
Mae Ma Lai era una ruidosa y sucia poblacion en un cruce de carreteras que, no mucho mas lejos llevaba de regreso a Chiang Mai, mi lugar de partida. Tome, sin embargo, la carretera que me alejaba de nuevo, hacia el norte, en direccion al triangulo de oro del opio, es decir, la triple frontera de Tailandia, Birmania y Laos.
La idea que comenzaba a tomar ventaja en mi mente era la de continuar hacia la frontera oriental con Laos, y cruzar al pais que tanto me recomendaban todos los viajeros que venian de alli.
Entre tanto se habian acabado las curvas del bosque, y una aburrida autovia sin demasiado trafico, pero desesperantemente recta e inacabable, me conducia por el valle del rio. Sin embargo, los campos eran incluso mas verdes que muchos de los tramos de montaña que habia cruzado. Pare de vez en cuando en algun barecito con terraza sobre el rio, para tomar un refresco que sudar en cuanto volviera a la bici.
Poco a poco se fue cerrando el valle, centrandose en las curvas del rio, que discurria manso entre enormes arboles de copa alta y aplanada, y promontorios de roca vertiendo al serpenteante rio. Pase por el camino varios campos de adiestramiento de elefantes. En ellos se cobraba a los turistas por verlos de cerca, algo que en mi caso sucedia de vez en cuando, naturalmente, en el camino. Aun hoy siguen utilizandolos puntualmente para las tareas mas pesadas en los puntos mas inaccesibles. Por ejemplo, para arrastrar troncos de maderas preciosas desde lo mas tupido y pantanoso de la selva hasta la carretera mas cercana.
(En la foto, un mercado de frutas en la carretera, tipico lugar de afluencia indigena para vender sus productos)
Por una vez me habia organizado bien el tiempo: habia madrugado mucho, por lo que a medio dia habia recorrido una distancia aceptable, y comparable al total de otros dias menos organizados. Asi que pase las horas de mas calor refugiado en el fresquito de un cibercafe, escribiendo y leyendo noticias de casa.
Pasadas las cuatro de la tarde el sol volvia a perder su batalla diaria, y el paisaje le acompaño cambiando de nuevo. Desde el horizonte se iban acercando las verticales puntas redondeadas de las montañas karsticas que abundan en el sureste asiatico: tremendas moles calizas cortadas muy verticalmente en paredes de roca desnuda y raida por la accion de la lluvia en vetas verticales intercaladas en blanco, gris, negro, rojo y amarillo. Sosteniendo una selva colgante en sus cimas y en algunas lineas de sus escarpes. Solitarias, elevandose por sorpresa sobre los valles, o unidas en series de aspecto aserrado sugiriendo a veces la silueta de un dragon gigantesco que reptase sobre la tierra. Entre los verticales acantilados asomaban fisuras y entradas a cuevas por las que alguna vez circulo el agua.
Y a sus pies se intercalaban campos de cultivo y bosques secundarios de arboles jovenes, demasiado controlados por el Hombre. Y de nuevo desbastados por las quemas de maleza, que se extendian indiscriminadamente.
Se me estaba haciendo una vez mas la hora de buscar alojamiento, y aunque a lo largo de la carretera era continuo el goteo de casitas campesinas, no daba con lugar alguno para dormir. Me habia puesto, con algo mas de precaucion que el dia anterior, la hora limite de las 6 o 6 y media para encontrarme ya a resguardo.
Pero el resultado no fue muy diferente del dia previo. Seguia entre bosque, casitas, campos cultivados y estribaciones montañosas tras las que ya se habia acostado el sol. Por la carretera, que ya se habia convertido en un carrilito desierto, ya no se veia circular a nadie. Comenzaba a tener una sensacion de fastidio por encontrarme una vez mas en la misma situacion.
Por fortuna, al doblar de una curva aparecio, a un centenar de metros de la carretera, un templito, de los mas pequeños que habia visto. Pense que, bueno, esta ya era como mi propia casa. Y asi fue; aunque no habia nadie, ni a nadie vi en toda la noche, me servi solo.
Como ya me atacaban los mosquitos del atardecer, la primera tarea acuciante era ponerme de largo; y para ello antes me tenia que duchar y quitarme el sudor pegajoso del dia. En un grifo que habia junto al miserrimo urinario, y con la ayuda de un perol que encontre, me duche, me seque, y me cubri por fin de los enfurecidos zancudos.
Un poquito de repelente aqui y alla, y rapidamente me puse a lavar la ropa antes de que la oscuridad me envolviese en una mognifica soledad. Normalemente lavaba la ropa en mano, pieza a pieza la enjabonaba, restregaba y aclaraba. Pero esta vez tuve mas suerte. Un balde que encontre en la cocina del templo me sirvio para hacer la colada de una sola vez. Y la tendi sobre unas cañas de bambu que servian a los monjes para colgar sus tunicas al sol.
Alli mismo, en la cocina, habia un jergon de madera, y decidi que era el mejor lugar para extender el saco de dormir. Yo duermo bien en cualquier sitio, encima de pedruscos si hace flata. Pero en Tailandia siempre es recomendable dormir en algo elevado sobre cuatro patas, como lo era esta especie de mesa que me sirvio de cama. La abundancia de serpientes, escorpiones y pavorosas arañas, hace necesario escapar del suelo. Del mismo modo que, a tal fin, se separa un par de metros del terreno cada casa, cada puestito de carretera y hasta cada parada de autobus, a lo largo y ancho del pais.








domingo, 20 de abril de 2008

Pai, el retiro de los hippies

Jueves 17, Viernes 18 y Sabado 19 de Abril de 2008

Recorrido: en moto y por Pai y alrededores

De este modo Pai se convertia para mi en otro de esos lugares que no te dejan marcharte. Yo los llamo sticky places, porque en ingles queda mejor. Son los lugares pegajosos, normalmente generados por las personas que encuentras y un entorno apropiado, y que alargan de tal modo el momento especial vivido con ellas, que uno tras otro los dias se van sumando sin darse uno cuenta. Las horas se pasan sin pensar, relajado entre bromas, charlando con unos y con otros, bañandose en tal cascada o merendando hasta la hora de la cena mientras se escucha musica de jazz. Lejos de los problemas, disfrutando de la dulce inopia en un paraiso momentaneo que te separa infinitamente de las vueltas del planeta y de su loco devenir. En buena compañia, entre pequeños aconteceres, tumbados pareceres y escandalosos bromeares.
La mañana del jueves madrugue. Habiamos quedado a las 10 para ir a una cascada de las muchas de la zona. Ellos se alojaban en un resort a un par de kilometros del pueblo, en medio del valle, y pense que tal vez podria alquilar una de las chocitas mientras me quedase en Pai, por lo que sali de la pension con todo el equipaje. Llegue preocupado por ser 10 minutos impuntual. Pero solo se habia levantado Isaac, uno de los españoles. Poco a poco fueron apareciendo los demas, sumandose al largo y tendido desayuno en la terracita que se sostenia en bambu a medio metro sobre el agua de un laguito en el que nadaban peces y rebuscaba comida una garceta blanca. El goteo de un surtidor decoraba el incipiente calor del dia.
Hasta la una de la tarde no estuvimos todos; y esta fue la tonica de los siguientes dias. Nos olvidamos del reloj. No era cuestion de tomarselo a mal como una falta de seriedad, tan solo tenia que relajarme y disfrutar de la buena compañia. Lo que se hiciese o no era lo de menos. Despues de todo, la cascada, a la que llegamos a la hora de comer, no era para tanto, dado que al final de la epoca seca a penas consistia en un chorro de agua circulando por su centro. Pero varias piscinas naturales que formaba a su paso permitian bañarse en sus frias aguas, que brotaban un poco mas arriba en las montañas de las que habia llegado yo el dia anterior.
Y asi discurria esta vida estresada. Incluso los bares y restaurantes estaban pensados para los vagos; tumbonas, hamacas, esteras alrededor de una mesita, con cojines para reclinarse al estilo romano... A cualquier hora nos refrescabamos en la piscina del resort, desde la que se disfrutaba de unas vistas privilegiadas del valle poblado de cabañitas tradicionales y de animales pastando por los ribazos secos de los arrozales ya segados, y de las montañas que formaban una verde corona alrededor del valle.

Nos desplazabamos luego al pueblo, mas paseos, mas cachondeo, otro cafe entre orquideas y contraluces. No me extrañaba que aquel lugar fuese elegido como pequeño Parnaso por multitud de artistas que venian a relajarse e inspirarse, y de paso a entrar en algun trance creativo tirando de marihuana, que vendian las mujeres de las tribus en cualquiera de las aldeas de los alrededores. La afluencia de este tipo de turismo habia trastocado su vida tradicional, que seguia siendo campesina, pero basando ahora sus ingresos en el cultivo y trafico de opio y marihuana. Como siempre, Occidente exportando civilizacion.
Los atardeceres mostraban una belleza inusitada desde el relajante agua de la piscina, que elevada sobre un relieve del terreno, ofrecia un privilegiado promontorio desde el que dejarse sorprender por los tonos anaranjados del cielo espeso y profundo que envolvia las montañas, dandoles un aspecto casi onirico.
Por las noches eran frecuentes los apagones, y las cenas solian terminar a la luz de las velas, y adivinando los rostros en la cerrada noche de estrellas. Era el momento perfecto para cruzar el precario puente de bambu sobre el rio y pasear por la orilla opuesta, rural, con a penas alguna chocita a unos metros del caminito paralelo a la linea del agua, que se dejaba ver de clara tierra en medio de la hierba oscura.
Y acercandose la media noche volviamos a alguno de los bares de reggae a bailar bajo la luna, que ya se iba elevando sobre los arboles. Muchos de aquellos hippies se ganaban la vida haciendo malabares en sus viajes, en discotecas, en paseos maritimos; y practicaban alli, al ritmo de la musica, cerca de la hoguera, que les daba un aspecto de brujos en trance.
En uno de los bares los malabares los hacia un tailandes contratado por el dueño, y eran aun mas espectaculares con la barra prendida de fuego. Elaboraba hipnoticos ciurculos iluminados sin perder el latido de la musica, que alli era techno. Como siempre, bajo un techo de estrellas.





Despediamos el dia charlando en las tumbonas de la piscina, sin mas luz que la natural, ni mas sonido que el de los grillos y el de algun animal que se arrastraba entre las hojas.
Me hubiese quedado una eternidad en aquella sencilla y placentera vida. Pero en 20 dias de viaje a penas habia recorrido 600 kilometros, cuando en viajes similares anteriores habia completado mas de 1.500 kilometros en un tiempo similar. Por eso, al tercer dia decidi que ya habia permanecido demasiado tiempo alli, y que a la mañana siguiente partiria con la fresca. Pense que lo mejor seria no ponermelo dificil. Despedirme a la francesa, sin decir nada, tal vez dejando una nota.