jueves, 31 de julio de 2008

El viaje continúa!

A partir del 20 de agosto en sus monitores...
La continuación de un viaje caótico!
La secuela más esperada desde la trilogía de la Guerra de las Galaxias!
Sin bici, en compañía, dos mochileros recorriendo México y Centroamérica.

Los Viajes del César 2

Pincha en este nuevo enlace y súbete a mi mochila.

Saludos!

jueves, 3 de julio de 2008

De vuelta a Bangkok

Viernes 27 de Junio de 2008

Recorrido: de Ban Bueng a Chonburi, y en bus hasta Bangkok: 33 km

El último empujón para llegar a Chonburi me sirvió para confirmar que no podía seguir por aquellas carreteras, y que había tomado la decisión más razonable. El tráfico era insufrible, y no me quedaban más ganas de pelear con él.
Chonburi era una ciudad ruidosa, que estaba construida junto al mar pero lo ignoraba completamente. Una ruidosa carretera pasaba por lo que alguna vez pudo haber sido una playa, y las olas llegaban mansas a la pared de cemento. Una pena. Recorrí la ciudad para asegurarme de no dejar nada interesante por ver, y al no encontrar más que calles atestadas, pregunté por la estación de autobuses, y antes de la hora de comer viajaba en autobús por primera vez en mucho tiempo.

Aún me quedaba recorrido, ya urbano. La estación de Bangkok quedaba unos 10 kilómetros al norte de Khao San, el tranquilo y turístico barrio de las pensiones económicas de mochileros donde sin duda quería alojarme. Por las atascadas avenidas de la ciudad volví a jugarme el tipo circulando por las aceras cuando podía, y con mil ojos cuando no. Volvía a la aventura de cruzar una calle, de esperar un semáforo y luego pasar entre una anarquía de vehículos con movimientos más o menos aleatorios, al estilo browniano. Tardé más de dos horas en llegar a Khao San, creo que en todo el viaje no me había alegrado tanto ni había sentido tanto alivio de llegar a un lugar.




Me quedé en una pensión diferente de la que me alojó al comienzo del viaje; ya en ocasiones anteriores me había fijado en un pequeño lugar al final de un callejón por el que con dificultad me cabía la bici; estaba decorado con libros, tebeos de manga en japonés, e imágnes de Buda, y en las sillas que había en la puerta siempre se encontraba un animado ambiente de viajeros franceses. Así que fui a tiro hecho directamente a este lugar. No había habitaciones individuales libres, pero por un par de euros se podía dormir en el barracón, lo que en inglés llaman dormitory, una habitación grande y llena de literas a compartir con otros viajeros.

No había recorrido tan a penas distancia, pero con la tensión del tráfico y la atención extrema que le había dedicado, estaba agotado. Después de una buena ducha salí a pasear y cenar en Khao San, y a echar un vistazo del cercano palacio real, bellamente iluminado en la noche.




Despedí la noche charlando con algunos de los viajeros de la pensión. Allí había vividores, viajeros vocacionales, jóvenes que colaboraban en proyectos locales... Uno de ellos se ganaba la vida en timbas de pocker. Había otro de unos 35 años con aspecto de intelectual desaliñado que había montado una ONG con su mujer para crear una escuelita en los suburbios más marginales de Phnom Penn, y que había venido a Bangkok a participar como extra en el rodaje de una película europea, y sacarse así un dinerillo. El dueño de la posada era un francés casado con una tailandesa, y era el nexo de unión de todos los que allí recalaban, tal vez con más glamour que la embajada francesa en Bangkok.

Pensando en aprovechar bien el dia siguiente, no alargué demasiado las conversaciones y me marché a la cama.





La ultima etapa de bici

Jueves 26 de Junio de 2008

Recorrido: de Koh Samet a Ban Bueng: 104 km

Aunque me había hecho a la idea de seguir unos dias por alguna carreterita secundaria antes de llegar a Bangkok, no tenía mucho sentido, después de tanto paraiso, empeñarme en entrar en bicicleta en Bangkok. Algo me decía que éste bien podría ser el último pedaleo del viaje. Y así fue.

De la isla al continente no había más tráfico que el de pasajeros, así que sin tener que esperar a que cargaran mercancías, ni escorarnos por el efecto de su peso, el trayecto en barco fue más rápido y tranquilo que el de llegada. Al principio continué, ya en tierra, por un agradable tramo de unos kilómetros no lejos de la costa tras Ban Phe. Pero como había imaginado, en seguida tuve que volver a la red central que se iba espesando conforme me acercaba a Bangkok. El recorrido se tornó insulso, de escasa belleza, y con un tráfico al que no estaba acostumbrado y que rugía a mi lado dejándome una desagradable sensación. La capital quedaba ya a menos de 150 kilómetros, y esto cada vez se notaba más.

El paisaje era verde y llano, con ordenadas plantaciones de caucho y suaves lomas en el horizonte. Los pueblos, sin encanto, ensuciados por el contínuo trasiego de vehículos, que hacía inútil cualquier esfuerzo de sus habitantes por embellecer sus rincones con los típicos detalles naturales. Efectivamente, carecía de sentido continuar pedaleando por lugares así. El motivo de recorrer un paisaje en bicicleta es que se disfruta de cada centímetro del recorrido, se escucha el sonido del aire, se captan los aromas y las sensaciones del entorno y de la vida rural, la naturaleza, la luz, la belleza en definitiva. Pero con el barullo y la humadera, no había lugar al disfrute. Iba siendo hora de poner punto y final al viaje. Quería conservar un buen recuerdo para despedir estos meses en los que habia sido testigo de momentos inolvidables con personas de mirada dulce, y de bucólicos paisajes y su paz sin límites. En lugar de continuar hacia el norte por las carreteras que rodeaban Bangkok, puse rumbo hacia Ban Bueng y Chonburi, con la intención de tomar allí el autobús a la capital por la mañana.

Al atardecer llegué a Ban Bueng, despues de unos últimos kilómetros algo agobiantes de autovía. Aquel lugar parecía una colonia china más que un pueblo tailandés. Los carteles escritos en chino, los templos de su sincrético estilo; la única posada, roñosa y muy cara, tambien regentada por chinos que conocían bien el negocio y no estaban dispuestos a regatear, pese a lo evidente que era su abuso en el precio, dado que no tenían competencia en kilómetros a la redonda. Nadie como los chinos comprende y utiliza en su provecho el negocio y el dinero. No me cabe en la cabeza que alguien haya alguna vez pensado que era fácil engañar a un chino. Son temibles, y sin perder la sonrisa.
Pasé las últimas luces de la tarde paseando, y tratando de comunicarme con la gente que me encontraba. Unos taxistas de los que llevan a la gente en moto me ofrecieron comerme unos rambutanes con ellos en la plaza; unas estudiantes que salían del instituto trataron de practicar su limitadísimo inglés conmigo. Y entre paseos y sonrisas, llegué a un parque de estilo también chino, con lagos, estanques, y decoración imitando rocas naturales de las montañas kársticas del sur de China. Lo centraba una imagen iluminada, una estatua en mármol de una deidad china que bien pudiera recordar a la Virgen María.



Me sentía nostálgico por el final del viaje. Todavía me quedaban unos días, pero lo mejor de él se había quedado atrás, formando ya parte de mí para siempre, cambiando sutilmente mi manera de ser, de pensar, de ver el mundo. Lo resumimos muy bien con ese galicismo que significa equipaje, y que como tal acarreamos con nosotros: el bagaje que incorporaba en este viaje me había aportado aún más relativismo, y regresaba pacífico, relajado, restándole cualquier importancia a los leves y risibles problemas de la vida diaria. Es importante pensar que, lo haga por donde lo haga, el sol siempre acaba saliendo cada mañana.


jueves, 26 de junio de 2008

Otra isla de ensueño

Martes 24 de Junio de 2008


En barco a Koh Samet

Nadie nos habia sabido decir a que hora zarpaba el primer barco, asi que nos habia parecido bien quedar a las 8 y probar suerte en el puerto. Carl era un giganton con mezcla de sangre maori y europea, y pese a sus barbas abandonadas y royas, su melena rubia rizada, y su sonrisa de hippy amigo de los niños, daba miedo verlo recien levantado, con los ojos hinchados y cara de sueño. Yo no habia tenido problema para dormir con la musica que venia de muchos locales de alrededor, y que duro hasta bien entrada la madrugada. Pero Carl, que no estaba acostumbrado a estas cosas como lo estamos los españoles, no pudo pegar ojo hasta las tantas. La noche anterior no habiamos encontrado otra pension economica que aquella, algo sucia y cochambrosa; y resulto estar en el barrio de los karaokes, que en Tailandia es una manera fina de referirse a otro tipo de comercio algo mas sordido. Como uno ya esta curado de espanto y lo unico que pretende es dormir, poco o nada puede esto afectarle el sueño. Pero Carl no habia pasado la mejor noche de su vida, no cabia duda.

Despues de desayunar en el mercado, ya con las mulas cargadas nos dirigimos al puerto. O mas bien a los puertos. Aunque reducida al minimo por la temporada baja, se habia establecido una dura competencia en el negocio de llevar a los turistas a la isla. Habia varios muelles, y en cada uno de ellos varios barcos que cruzaban a Koh Samet; y cada uno con un horario mas o menos anarquico. Al menos no tuvimos que esperar mucho. Embarcamos las bicis casi con peligro de caer al agua por una pasarelita de madera en el aire, no estaban los barcos pensados para embarcar personal, sino para salir a pescar. Pero el dinero estaba en el turismo, y el negocio se habia reconvertido. Lo habian pintado de colores, y en las cubiertas unos bancos de madera acomodaban como podian a los viajeros. Como todo el abastecimiento de la isla se hacia con estos mismos barcos, una vez sentado todo el mundo comenzaron a cargar bultos, agua y comida, cajas de fruta, motores de lancha, etc. Poco a poco el barco se iba hundiendo, y escorando hacia un lado por la mala distribucion de la carga. Cuando abandonamos la tranquilidad del puerto y nos internamos en el agitado mar de aquella mañana, el oleaje comenzo a sacudir el barco de uno a otro lado. Creo que todos nos veiamos nadando en busca de algo que flotase.





Como estoy escribiendo estas lineas, es evidente que no paso nada. O que soy una psicofonia, quien sabe.




Koh Samet era una isla mucho mas pequeña que Koh Chang, sin las alturas de esta ultima, pero con similar aspecto de perfil aserrado y cubierto de selva. Ni si quiera habia en ella una carretera, y poco despues de desembarcar solo teniamos una rudimentaria pista de tierra para recorrer la isla hacia el sur.
Antes de internarnos en ella, tomamos un desvio entre hotelitos, tiendas y bungalows para salir a la playa del noreste, la mas larga y concurrida de todas. Descubrir al final del sombreado pasillo de arboles y puestitos la arena de aquella playa espectacular nos dejo mudos. Era tan blanca que cegaba con el sol reinando en un cielo limpio que le daba al mar un azul de piedra preciosa. Y tan fina que al pisarla sonaba con un leve y agudo crujido. La arboleda que la abrazaba, salpicada de cocoteros aportando lineas tropicales a la postal, cobijaba en la sombra una sucesion de terrazas dispuestas en la arena, esterillas y cojines coloridos entorno a mesas bajas; tumbonas donde los escasos viajeros que habia en la isla se tumbaban a charlar, leer, o dormitar con una brisa refrescante. Aquel lugar indescriptible se extendia no menos de un kilometro en una suave curva cortada por roquedales erosionados por el mar en formas caprichosas.

Habiamos irrumpido en la inopia de aquella playa indiferente a las horas con nuestro aspecto extravagante a lomos de dos bicicletas cargadas de bultos, y en seguida notamos que eramos centro de las miradas. Tumbamos las bicis y nos dimos un buen baño, mientras algun viajero sorprendido tomaba fotos de nuestras bicis sobre la arena, o de nuestras zapatillas con la ropa sobre ellas unos pasos mas cerca del agua. Uno de ellos era fotografo profesional, y hasta nos dio su tarjeta para que pudiesemos ver las fotos en su pagina web.



Continuamos despues pedaleando sobre la franja mojada y apelmazada por las vagas olas que se deslizaban sobre ella con suavidad. Por dos veces nos pararon para curiosear sobre nuestro viaje y aquella aparicion estelar en Koh Samet. Al final de la playa retomamos la pista de tierra que pasaba detras de ella, y seguimos al sur con intencion de ver las sucesivas playas antes de decidir cerca de cual de ellas alojarnos.
No era facil circular por las cuestas de tierra suelta, y si alguna vez parabamos nos acudian por cientos unos furibundos mosquitos que, al menos, parecian dejarnos en paz al llegar a las playas. Cuanto mas avanzabamos al sur, estas se hacian mas pequeñas y rocosas, sin mucho mas que algunos bungalows en el bosque, patrimonio todo ello de los mosquitos. Pero seguian siendo un regalo para la vista que bien valian las penurias sufridas para alcanzarlas.


Viendo que, con diferencia, la mejor playa era la primera que habiamos visto, decidimos regresar y buscar posada alli.

De nuevo pedaleabamos por la arena cuando Carl se paro a hablar con dos viajeras que tomaban el sol junto a las rocas. Y en unos minutos estabamos tomando un refresco en una de las terrazas. Maria, canadiense, y Sarah, britanica, eran dos viajeras con mucho recorrido a la espalda, capaces de contar anecdotas que podian espantar a Hernan Cortes. Vivian y trabajaban como profesoras de ingles en Hong Kong; a primera vista no parecia una idea muy tentadora ir a parar a aquella megalopolis de cultura tan diferente a la propia. Pero segun nos iban contando como era su vida alli, se veian las cosas de otro modo. Su casa estaba en una preciosa isla, y cada dia acudian al trabajo en 30 minutos de barco. La ciudad era una torre de Babel con gente de todo el mundo, y la comunidad extranjera formaba un ambiente muy acogedor para los recien llegados. Reconocian, sin embargo, que ni uno solo de sus amigos era chino. Y con el sueldo mas que suficiente de que disponian, cada vez que tenian gana de relajarse se plantaban en dos horas de avion en cualquiera de las paradisiacas islas de Tailandia, Malasia o Indonesia. Casi como la vida que llevo yo en Madrid, vaya.

Nos alojamos no lejos de su posada, en un lugar algo mas economico, y pasamos el resto de la tarde conversando a la sombra de las terrazas del mar, viendo cambiar la luz de un paisaje tornasolado.



En la noche, algunos malabaristas añadian una luz juguetona al cielo estrellado, con cadenas y varas prendidas de fuego que hacian volar por el aire. Quedaban estelas fugaces con sus rapidos movimientos, que seguian el compas de la musica de uno de los bares.



El horizonte marino brillaba con la luz de decenas de barcos que atraian los bancos de peces a sus redes mediante potentes focos dirigidos al agua. Estando mas lejos de nosotros que la linea de fondo del mar, su curvatura ocultaba los focos, y solo destilaba un reflejo tenue y difuso dirigido en conos al cielo.
No me fui a dormir hasta casi las 5 de la madrugada, baño de trasnochada en el mar incluido, por lo que me levante el miercoles pasada la hora de los tallarines. Disfrute de otro dia ocioso, a penas algun paseo arriba y abajo de la playa entre ratos de conversacion, baños en la tibia agua de azul intenso, y juegos anglosajones que a veces me costaba seguir.



La vida en Koh Samet era placida, pero tanta inactividad me revolucionaba el nomada que llevo dentro. Sabia que dejar aquel paraiso a cambio de un recorrido en bici por tierra continental, ya afeada por la cercania de Bangkok, iba a ser algo de lo que en seguida me arrepentiria. Pero no podia seguir alli sin hacer mucho mas que hablar y tumbarme a la sombra. Asi que decidi marcharme por la mañana, y para poder madrugar no deje que se me llevara la noche como el dia anterior. Carl, en cambio, habia encontrado justo lo que buscaba para pasar sus ultimos dias de viaje asiatico. Para el, su recorrido en bici habia terminado. Nos despedimos deseandonos buenos viajes, y me fui a dormir.





Pedaleando en compañia

Lunes 23 de Junio de 2003

Recorrido: de Chantaburi a Ban Phe: 110 km

Madrugue bastante para pasear con las primeras luces de la mañana por el mercado que tanto me habia gustado la noche anterior. A esas horas, ademas de los puestos callejeros de comida a base de tallarines, sopas y refritos que irritaban las fosas nasales, se situaban en las callejas otros que preparaban cafe y buñuelos, lo que por aqui se conocia como "cafe lao". La vida se volvia a poner en movimiento sin demasiada prisa, y los currantes apuraban su cafe antes de marcharse a sus lugares de trabajo. Mujeres con cestas de pescado surtian a otros puestos, y quien mas y quien menos demostraba que ya llevaba horas levantado cuando a mi me costaba abrir los ojos del todo.

Volvi a por mis cosas y tome la carretera de la costa. Al principio me esperaban unos 40 kilometros de autovia, sin demasiado trafico, pero tan ancha y recta que se hacia fea y aburrida. Pero no habia recorrido ni cinco kilometros cuando me alcanzo otro ciclista. Carl era un neozelandes de unos veinticinco años que habia improvisado su primer viaje en bicicleta con unos medios algo rudimentarios. Su mochila colgaba con cuerdas y hierros del sillin de una bici que necesitaba urgentemente un ajuste y algo de aceite, y que sonaba como una carraca. Pero aun asi habia hecho un viaje muy similar al mio. Con parecidas fechas de comienzo y final, y parejos recorridos desde el norte de Tailandia a Laos y Camboya, me sorprendia que no nos hubiesemos cruzado antes. La unica diferencia de nuestros trayectos era que yo habia bajado Laos hacia el sur despues de Vientianne por la ruta del Mekong, mientras que Carl se habia pasado en este tramo al cercano Vietnam para despues cruzar a Camboya algo mas al sur que yo. A cambio, el habia recorrido este ultimo pais casi en linea recta, sin tocar la costa ni las regiones meridionales.

Antes de emprender viaje habia trabajado en el campo y en las minas de oro de Australia, y su acento cerrado que me costaba entender proclamaba su origen bien rural.
Fue agradable tener con quien hablar en ruta, cosa que no me sucedia desde el dia que me encontre a Damien al principio del viaje. Pero cuando me propuso continuar juntos en los dias que nos quedaban hasta Bangkok, casi me asuste. No es que me sentara mal pedalear con el, pero reconozco que soy mas bien un bicho solitario, y prefiero la soledad a la compañia de un desconocido. Un dia esta bien, pero pasar una semana con el no me apetecia demasiado. El en cambio parecia ser mas gregario, y de hecho aquel dia abandono su plan original de recorrer la autovia hacia Rayong y Pattaya por una carretera hacia el noroeste tras un cruce, para acompañarme en mi camino hacia la costa y la isla de Koh Samet. Asi que caminamos juntos, con alguna charla de vez en cuando, durante el resto del dia. La carretera seguia plana y aburrida, pero entretenido con la conversacion se me paso sin pena.

Tras el desvio hacia el sur entramos en una carreterita mas agradable, hasta llegar a la playa. Aparecio ante nosotros un enorme lecho de arena que parecia seguir durante kilometros y perderse en el horizonte. Antes de pensar si quiera por donde seguir, nos dimos un buen bautizo en el mar, y aprovechamos las duchas publicas de los chiringuitos para quitarnos el salitre. Como la playa no estaba ni pisada por la temporada baja, era facil y agradable recorrerla en bici, asi que durante unos kilometros paseamos a un par de metros de las suaves olas que llegaban a la arena. Era maravilloso disfrutar de aquel lugar increible y respirar el aire limpio y humedo de la tarde, pedaleando junto al oceano.








Salimos de la arena para retomar la carreterita que circulaba justo detras de ella cuando la playa se interrumpio por la desembocadura de un rio en el que un bosque de varas de bambu servia de criadero de ostras. Al atardecer llegamos a Ban Phe, el pueblo desde el que partian los barcos hacia la isla de Koh Samet, que se veia no muy lejos al otro lado del mar.
Carl estaba agotado, asi que tan solo cenamos antes de que se fuese a dormir a la pension. Yo me entretuve paseando por el puerto y charlando con la gente (o mas bien intentandolo). Una tailandesa de en torno a mi edad se acerco a hablar conmigo, en un frances muy respetable. Me pregunto por el viaje, pues nos habia visto llegar unas horas antes en la bici. Habia vivido 7 años en Francia, y ante sus evasivas para hablar de su tiempo alli o su ocupacion, comprendi que muy probablemente habia sido victima de alguna mafia, y habia pasado los mejores años de su juventud prostituida. Al menos habia regresado sana y salva a su pais, y no se veia demasiado afectada por su pasado; se la veia feliz, ya rodeada de su familia, y en un lugar donde se podia ganar la vida atendiendo un restaurantito de la zona turistica.







No es facil salir de Koh Chang

Domingo 22 de Junio de 2008

Recorrido: de Sai Khao a Chantaburi: 93 km





Si no hubiera hecho un esfuerzo para abandonar la isla aquella mañana, bien a gusto me hubiera podido quedar lo que me quedaba de viaje. Pero amanecio otro dia soleado que invitaba a pedalear y ver mundo. Unas cuestas mas, y regrese al muelle del extremo oriental. Esta vez no tuve que esperar demasiado, y pronto estaba cruzando el estrecho del mar. Con la marea baja, de este lado de la costa, en que en lugar de playas habia pedregales, los nativos escudriñaban el lecho emergido en busca de crustaceos y moluscos que hubieran quedado varados entre las piedras.





En la orilla del continente me esperaba un camino facil y llano, entre plantaciones de piñas, rambutanes (un arbol frutal de la zona), y caucho. Estas ultimas recordaban los bosques artificiales de nuestras choperas, aunque debido supongo a los rigores estacionales, mostraban un alicaido aspecto. El sol calentaba los cascarones llenos de semillas, unas bolas del tamaño de una castaña, que se abrian con una pequeña explosion que las lanzaba ruidosamente en todas direcciones, bombardeando el suelo y a mi de vez en cuando.



Habia dejado de ver el mar, pero a cambio aparecio por el norte una cadena de montañas cubiertas de pura selva que ya me acompañaron hasta Chantaburi, una agradable ciudad a los pies de sus redondeadas cumbres.

Llegue a la ciudad con mucha tarde por delante, y me dedique, antes de buscar alojamiento, a recorrer sus calles tranquilas de domingo. Solo se notaba mayor actividad en un parque alrededor de un lago artificial que hacia de centro de la ciudad. Eran muchos los que corrian por un carril que rodeaba su orilla, y los que hacian gimnasia en las instalaciones publicas situadas a la sombra de pequeños bosquecillos. El carril cruzaba por unos puentes medianamente artisticos a un par de islotes en el lago, entre cuyos arboles se levantaba una estatua al rey Taksin, fundador de la actual dinastia, que en esta ciudad era particularmente venerado. Al fondo las montañas, en un perfecto escenario para disfrutar del domingo haciendo ejercicio.

Subiendo una calle se llegaba a un animado mercado de comida donde el olor a refrito y a salsa picante, los humos y los vapores, se mezclaban con el sonido del gentio paseando, hablando y riendo, comiendo sentados en las muchas mesitas que se apiñaban por donde podian alrededor de los puestos ambulantes de comida. La atmosfera era densa y traslucida, humana y, como todo lo humano, con un cierto gusto de lo pasajero y efimero.

Volvia a parecer un naufrago, asi que aproveche para pasar por la peluqueria y dejar de asustar a los niños. Una vez acomodado en una pension en la solitaria orilla del rio, me fui a pasear por la calle de las joyerias. La actividad principal de la ciudad consistia en el comercio de piedras preciosas, y las tiendas, en su mayoria regentadas por chinos, las exponian y vendian casi como si de caramelos se tratase.





Que lujo de playas

Viernes 20 de Junio de 2008

Recorrido: de Sai Khao a Lonely Beach: unos kilometrillos

Desayune con un poco de charla con la familia sudafricana. Y sobre la marcha decidi que, ya que no me veia con ganas de salir de aquel paraiso, si al menos podia coger mis cosas y continuar por la carreterita de la costa occidental hacia alguna otra playa mas al sur. Asi dedique el dia a un agradable paseo por la isla, por un pasillo verde por el que casi no se veia el cielo entre las copas de los arboles; las cuestas imposibles llevaban en pocos metros desde cada playa a una considerable altura, desde que las increibles vistas del mar daban por bueno el esfuerzo. Tome un desvio hacia el centro de la isla para ver una cascada. Al final de una sendita por la que ya no valia la bici, que deje al cuidado del guarda de la entrada al parque, se llegaba a una pequeña laguna de aguas cristalinas sobre la que se precipitaba un poderoso torrente. Los visitantes aprovechaban las aguas sorprendentemente frias para nadar a las horas mas calurosas del dia.




Con toda la tranquilidad del mundo pare en cada playa al paso para darme un chapuzon, y con el atardecer llegue a la ultima de las playas del lado occidental, que era el que ofrecia las mejores de ellas. Lonely Beach era el lugar perfecto para un retiro o para la vida hippy. Lejos de haber talado el bosque para urbanizar aquel paraiso y de esa manera espolearlo, los pequeños bungalows de madera y multitud de barecitos y tienditas de artesania y ropa, se desperdigaban por un espeso bosque con un laberinto de sendas para llegar a ellos. Era un lugar de cuento de hadas, con pasarelas de bambu salvando arroyos cristalinos, y pasillos aclarados entre una maraña verde a los pies de los palmerales. Por otro de esos laberintos se llegaba a la playa, de arena muy blanca y fina, y adornada de montañas cubiertas de selva justo detras, y de islotes igualmente boscosos en la bahia.




Por tercera o cuarta vez en el dia nade en el mar, esta vez para despedir otro atardecer luminoso y lleno de color. Aunque habia por alli otros viajeros, se trataba en su mayoria de parejas a su aire, por lo que me fui a dormir sin haber hecho migas con nadie, y con la unica distraccion de un par de libros que me tenian enganchado. Muy recomendable el "Dud, where is my country", de Michael Moore.





Sabado 21 de Junio de 2008

Recorrido: de Lonely Beach a Sai Khao: unos kilometros


La intencion era terminar de recorrer la isla hasta su extremo meridional, y volver sobre los pasos a la orilla norte para tomar el ferry y continuar en tierra firme. Pero el espiritu de la hamaca junto al mar pudo conmigo, y aunque habia madrugado lo sufieciente como para que me diera tiempo a todo, al final cambie los planes por una agradable perreria y contemplacion.

Comence bien, peleandome con las tipicas cuestas tailandesas que suben de golpe el desnivel. Habia viajado por 2.000 kilometros de este estilo un par de meses atras. Pero aquello ya quedaba tan lejos que notaba la falta de entrenamiento, y las piernas me temblaban cuando me bajaba de la bicicleta.
En el extremo sur de la isla, detras de otra aldea bastante mas dedicada al turismo que a la pesca, se abria un puerto repleto de barcos coloridos, rematado por un faro al final de una pasarela en el mar. Me detuve un buen rato para recuperarme de las subidas y contemplar la soleada bahia sentado a los pies del faro, y despues tome el camino de regreso hacia el norte.

Con la marea baja, algunos islotes quedaban conectados a la isla mayor por bancales de arena, por los que caminaban mariscadores en busca de moluscos y cangrejos. Desde lo alto aparecian bellisimas postales marinas, y sin ninguna prisa me relajaba mirandolos y refrescandome con la brisa.


Muchas cuestas y varias paradas despues, llegue de regreso a la primera de las playas, en la que habia celebrado mi cumpleaños. Volvi a la terraza de los atardeceres a tomar el mejor expresso que habia tomado en los ultimos meses. Y tanto lo disfrute que, aunque era medio dia y tenia todo el tiempo para cruzar en el ferry a tierra continental y hacer un buen recorrido, me plantee si valia la pena marcharme de aquel paraiso caribeño y cambiarlo por penurias en algun llano acalorado de la costa. Asi que entre el cafe y disfrutar de la lectura a la sombra de los arboles, a unos pocos metros del agua, deje pasar el tiempo dulcemente.

Horas despues regrese a buscar acomodo a la misma pension en la que ya me habia alojado, donde recibi la bienvenida de mi familia sudafricana. Una charla aqui, un rato de lectura alla, un nuevo atardecer hermoso viendo subir la marea lentamente, y otro dia se me escapo tras el horizonte. La unica pena era no disfrutar de aquel paraiso con otra compañia que no fuese un libro...