jueves, 26 de junio de 2008

Otra isla de ensueño

Martes 24 de Junio de 2008


En barco a Koh Samet

Nadie nos habia sabido decir a que hora zarpaba el primer barco, asi que nos habia parecido bien quedar a las 8 y probar suerte en el puerto. Carl era un giganton con mezcla de sangre maori y europea, y pese a sus barbas abandonadas y royas, su melena rubia rizada, y su sonrisa de hippy amigo de los niños, daba miedo verlo recien levantado, con los ojos hinchados y cara de sueño. Yo no habia tenido problema para dormir con la musica que venia de muchos locales de alrededor, y que duro hasta bien entrada la madrugada. Pero Carl, que no estaba acostumbrado a estas cosas como lo estamos los españoles, no pudo pegar ojo hasta las tantas. La noche anterior no habiamos encontrado otra pension economica que aquella, algo sucia y cochambrosa; y resulto estar en el barrio de los karaokes, que en Tailandia es una manera fina de referirse a otro tipo de comercio algo mas sordido. Como uno ya esta curado de espanto y lo unico que pretende es dormir, poco o nada puede esto afectarle el sueño. Pero Carl no habia pasado la mejor noche de su vida, no cabia duda.

Despues de desayunar en el mercado, ya con las mulas cargadas nos dirigimos al puerto. O mas bien a los puertos. Aunque reducida al minimo por la temporada baja, se habia establecido una dura competencia en el negocio de llevar a los turistas a la isla. Habia varios muelles, y en cada uno de ellos varios barcos que cruzaban a Koh Samet; y cada uno con un horario mas o menos anarquico. Al menos no tuvimos que esperar mucho. Embarcamos las bicis casi con peligro de caer al agua por una pasarelita de madera en el aire, no estaban los barcos pensados para embarcar personal, sino para salir a pescar. Pero el dinero estaba en el turismo, y el negocio se habia reconvertido. Lo habian pintado de colores, y en las cubiertas unos bancos de madera acomodaban como podian a los viajeros. Como todo el abastecimiento de la isla se hacia con estos mismos barcos, una vez sentado todo el mundo comenzaron a cargar bultos, agua y comida, cajas de fruta, motores de lancha, etc. Poco a poco el barco se iba hundiendo, y escorando hacia un lado por la mala distribucion de la carga. Cuando abandonamos la tranquilidad del puerto y nos internamos en el agitado mar de aquella mañana, el oleaje comenzo a sacudir el barco de uno a otro lado. Creo que todos nos veiamos nadando en busca de algo que flotase.





Como estoy escribiendo estas lineas, es evidente que no paso nada. O que soy una psicofonia, quien sabe.




Koh Samet era una isla mucho mas pequeña que Koh Chang, sin las alturas de esta ultima, pero con similar aspecto de perfil aserrado y cubierto de selva. Ni si quiera habia en ella una carretera, y poco despues de desembarcar solo teniamos una rudimentaria pista de tierra para recorrer la isla hacia el sur.
Antes de internarnos en ella, tomamos un desvio entre hotelitos, tiendas y bungalows para salir a la playa del noreste, la mas larga y concurrida de todas. Descubrir al final del sombreado pasillo de arboles y puestitos la arena de aquella playa espectacular nos dejo mudos. Era tan blanca que cegaba con el sol reinando en un cielo limpio que le daba al mar un azul de piedra preciosa. Y tan fina que al pisarla sonaba con un leve y agudo crujido. La arboleda que la abrazaba, salpicada de cocoteros aportando lineas tropicales a la postal, cobijaba en la sombra una sucesion de terrazas dispuestas en la arena, esterillas y cojines coloridos entorno a mesas bajas; tumbonas donde los escasos viajeros que habia en la isla se tumbaban a charlar, leer, o dormitar con una brisa refrescante. Aquel lugar indescriptible se extendia no menos de un kilometro en una suave curva cortada por roquedales erosionados por el mar en formas caprichosas.

Habiamos irrumpido en la inopia de aquella playa indiferente a las horas con nuestro aspecto extravagante a lomos de dos bicicletas cargadas de bultos, y en seguida notamos que eramos centro de las miradas. Tumbamos las bicis y nos dimos un buen baño, mientras algun viajero sorprendido tomaba fotos de nuestras bicis sobre la arena, o de nuestras zapatillas con la ropa sobre ellas unos pasos mas cerca del agua. Uno de ellos era fotografo profesional, y hasta nos dio su tarjeta para que pudiesemos ver las fotos en su pagina web.



Continuamos despues pedaleando sobre la franja mojada y apelmazada por las vagas olas que se deslizaban sobre ella con suavidad. Por dos veces nos pararon para curiosear sobre nuestro viaje y aquella aparicion estelar en Koh Samet. Al final de la playa retomamos la pista de tierra que pasaba detras de ella, y seguimos al sur con intencion de ver las sucesivas playas antes de decidir cerca de cual de ellas alojarnos.
No era facil circular por las cuestas de tierra suelta, y si alguna vez parabamos nos acudian por cientos unos furibundos mosquitos que, al menos, parecian dejarnos en paz al llegar a las playas. Cuanto mas avanzabamos al sur, estas se hacian mas pequeñas y rocosas, sin mucho mas que algunos bungalows en el bosque, patrimonio todo ello de los mosquitos. Pero seguian siendo un regalo para la vista que bien valian las penurias sufridas para alcanzarlas.


Viendo que, con diferencia, la mejor playa era la primera que habiamos visto, decidimos regresar y buscar posada alli.

De nuevo pedaleabamos por la arena cuando Carl se paro a hablar con dos viajeras que tomaban el sol junto a las rocas. Y en unos minutos estabamos tomando un refresco en una de las terrazas. Maria, canadiense, y Sarah, britanica, eran dos viajeras con mucho recorrido a la espalda, capaces de contar anecdotas que podian espantar a Hernan Cortes. Vivian y trabajaban como profesoras de ingles en Hong Kong; a primera vista no parecia una idea muy tentadora ir a parar a aquella megalopolis de cultura tan diferente a la propia. Pero segun nos iban contando como era su vida alli, se veian las cosas de otro modo. Su casa estaba en una preciosa isla, y cada dia acudian al trabajo en 30 minutos de barco. La ciudad era una torre de Babel con gente de todo el mundo, y la comunidad extranjera formaba un ambiente muy acogedor para los recien llegados. Reconocian, sin embargo, que ni uno solo de sus amigos era chino. Y con el sueldo mas que suficiente de que disponian, cada vez que tenian gana de relajarse se plantaban en dos horas de avion en cualquiera de las paradisiacas islas de Tailandia, Malasia o Indonesia. Casi como la vida que llevo yo en Madrid, vaya.

Nos alojamos no lejos de su posada, en un lugar algo mas economico, y pasamos el resto de la tarde conversando a la sombra de las terrazas del mar, viendo cambiar la luz de un paisaje tornasolado.



En la noche, algunos malabaristas añadian una luz juguetona al cielo estrellado, con cadenas y varas prendidas de fuego que hacian volar por el aire. Quedaban estelas fugaces con sus rapidos movimientos, que seguian el compas de la musica de uno de los bares.



El horizonte marino brillaba con la luz de decenas de barcos que atraian los bancos de peces a sus redes mediante potentes focos dirigidos al agua. Estando mas lejos de nosotros que la linea de fondo del mar, su curvatura ocultaba los focos, y solo destilaba un reflejo tenue y difuso dirigido en conos al cielo.
No me fui a dormir hasta casi las 5 de la madrugada, baño de trasnochada en el mar incluido, por lo que me levante el miercoles pasada la hora de los tallarines. Disfrute de otro dia ocioso, a penas algun paseo arriba y abajo de la playa entre ratos de conversacion, baños en la tibia agua de azul intenso, y juegos anglosajones que a veces me costaba seguir.



La vida en Koh Samet era placida, pero tanta inactividad me revolucionaba el nomada que llevo dentro. Sabia que dejar aquel paraiso a cambio de un recorrido en bici por tierra continental, ya afeada por la cercania de Bangkok, iba a ser algo de lo que en seguida me arrepentiria. Pero no podia seguir alli sin hacer mucho mas que hablar y tumbarme a la sombra. Asi que decidi marcharme por la mañana, y para poder madrugar no deje que se me llevara la noche como el dia anterior. Carl, en cambio, habia encontrado justo lo que buscaba para pasar sus ultimos dias de viaje asiatico. Para el, su recorrido en bici habia terminado. Nos despedimos deseandonos buenos viajes, y me fui a dormir.