lunes, 23 de junio de 2008

De vuelta a Tailandia

Martes 17 de Junio de 2008

Recorrido: de Koh Kong a algun lugar de Tailandia: 84 km



Habia llegado el momento de decir adios a Camboya, un pais que a priori podria parecer hostil y peligroso, y que me habia hecho incluso pensar en pasarlo de largo. Pero que finalmente no era como lo pintaban. En realidad era un pais encantador que me habia tratado estupendamente. Un pais que empezaba a abrirse a los viajeros occidentales, y que todavia se sorprendia con nuestra presencia. Como habitualmente, estaba emocionado aquella mañana por el cambio; por regresar a Tailandia, que era como volver de la jungla a la civilizacion; y por dejar atras otro pais con encanto, de los pocos en los que todavia se podia viajar sin ser uno mas en la corriente.

Como ya habia comentado, Camboya era un pais que seguia inconscientemente en estado de shock, que parecia vivir cada dia como una sorpresa inesperada. Con dolorosas heridas que tal vez tardarian generaciones en curarse, su gente alegre no vivia en el mañana, como acostumbramos los occidentales; sino en el presente, el llano, sencillo, y afable presente. Y tampoco a este le pedian demasiado. Tal vez se debia en parte a la falta de ambicion de todo tipo propia de los pueblos budistas. O quizas a que las experiencias de su Historia reciente, asi como de su vieja y gloriosa Historia antigua atestiguada por las piedras de Angkor, les enseñaban que la vida da mil vueltas y nada permanece. Que solo tiene existencia el ahora, y tal vez ni si quiera. No hay torre ni camino que el Hombre construya, y que no acabe barrido y derribado por el tiempo. Entonces, que queda? Tal vez sonreir y caminar despacio. Y pasar un buen rato en una hamaca despues del arroz. Quien quiere mas?

Me puse en camino a la frontera lloviendo, aunque en seguida descampo para volver a ser solo una llovizna durante el resto del dia. Recorri los ultimos 10 kilometros del pais, y disfrute de la ultima sopa de tallarines. En Tailandia pensaba comerlos fritos, no iba ni a oler la sopa en lo que me quedaba de viaje. Aunque sabia que despues la acabaria echando de menos... aquel agua sucia con un cierto sabor a huesos de pollo bañando unos tallarines escualidos, y todo el picante que cabia en el bol para darle cierta solidez.

No muy lejos se veia el mar, cortando de golpe el frondoso verde que no se olvidaba de rellenar ni un retal del campo. En mi guia, algo anticuada, hablaban de un barco que era necesario tomar desde Koh Kong para bordear la costa y llegar al primer pueblo Tailandes. Pero ya me habia informado de que con la construccion de la nueva carretera, habian conectado con puentes todos los islotes y peninsulas, para poder llegar por tierra hasta la frontera misma.
Justo al llegar al final de Camboya se levantaba un monumental y sorpresivo casino a modo de mansion francesa, con estatuas clasicas en cada pinaculo de su impecable boveda verde metalizada. Por lo visto el juego era ilegal en Tailandia, y no eran pocos los que venian hasta aqui desde lejos y cruzaban al pais vecino solo para dejarse sus dineros en la ruleta. O eso me contaron, porque hubiese jurado que en Bangkok habia casinos y de todo lo imaginable.
Cambiar de pais fue sencillo. Selle la salida de Camboya, y despues la entrada a Tailandia unos metros mas alla. Para una estancia menor de un mes no hacia falta visado, asi que en un momento ya estaba en mi nuevo pais dandome cuenta de que debia cambiar de carril para conducir por la izquierda, estos locos de Thais...

Saque unos cuantos Bahts en el primer cajero que vi, y comence a recorrer la carretera de la costa, suaves sube y baja en un espectacular paisaje: a la izquierda unas playas de arena blanca bordeadas de cocoteros, con islas verdes dibujandose sobre el plomizo horizonte; y a la derecha unas imponentes montañas de enmarañadas e impenetrables selvas. Entre una y otra vista, el tapiz verde de arboles que ceñian sus ramajes sobre la carretera como final de una verde avalancha que viniera de las montañas.

Me habia propuesto disfrutar del dia despacio y a mi aire, sin marcar meta alguna durante el resto del viaje. Asi segui cada desvio que encontre a los pueblos del mar. Solian estar centrados por un puerto repleto de barcos de pesca de pequeña eslora, apilados en la desembocadura de algun rio. Y alrededor las casitas de madera se organizaban en un laberinto en el que las calles eran pasarelas de cemento elevadas en pilares, como las casas, por encima del barrizal dejado al descubierto por la marea baja. Por estas pasarelas no cabian dos motos de frente sin peligro de caer al agua, asi que mi bici y algun carrito de venta ambulante eran el unico trafico de aquella mañana lluviosa.







Tambien me desvie a alguna de las playas, completamente solitarias a lo largo de kilometros, con una estrecha franja de arena que aparecia tras los arboles y las palmeras.

En estos paseos se me fue el dia, y durante kilometros no volvio a aparecer aldea alguna. Pase frente a un templo en medio de la nada cuando no le quedaba ni media hora a la luz del dia, y pedi cobijo al unico monje que habia a esas horas. Esta vez no tuve que convencer a nadie. En seguida me indico donde podia dormir, y volvio con tres niños que vivian en el templo a traerme una esterilla que poner sobre las tablas, a unos metros del Buda. El monje se marcho a sus meditaciones, y los tres niños se quedaron conmigo a practicar sus primeras lecciones de ingles. Se trataba de tres huerfanos de unos 8 años que habian sido acogidos alli, y alli mismo acudian a la escuelita que organizaban los monjes. Mi camara digital resulto ser una vez mas un estupendo vehiculo de comunicacion; por un lado les podia mostrar fotos de mi familia y de mis amigos, y de alguno de los lugares en los que habia estado durante el viaje; por otra parte, podia hacerles reir hasta hartarse tomandoles fotos mientras hacian alguna tonteria, para verse al instante en la pantalla de la camara. Todo un invento.