jueves, 26 de junio de 2008

Que lujo de playas

Viernes 20 de Junio de 2008

Recorrido: de Sai Khao a Lonely Beach: unos kilometrillos

Desayune con un poco de charla con la familia sudafricana. Y sobre la marcha decidi que, ya que no me veia con ganas de salir de aquel paraiso, si al menos podia coger mis cosas y continuar por la carreterita de la costa occidental hacia alguna otra playa mas al sur. Asi dedique el dia a un agradable paseo por la isla, por un pasillo verde por el que casi no se veia el cielo entre las copas de los arboles; las cuestas imposibles llevaban en pocos metros desde cada playa a una considerable altura, desde que las increibles vistas del mar daban por bueno el esfuerzo. Tome un desvio hacia el centro de la isla para ver una cascada. Al final de una sendita por la que ya no valia la bici, que deje al cuidado del guarda de la entrada al parque, se llegaba a una pequeña laguna de aguas cristalinas sobre la que se precipitaba un poderoso torrente. Los visitantes aprovechaban las aguas sorprendentemente frias para nadar a las horas mas calurosas del dia.




Con toda la tranquilidad del mundo pare en cada playa al paso para darme un chapuzon, y con el atardecer llegue a la ultima de las playas del lado occidental, que era el que ofrecia las mejores de ellas. Lonely Beach era el lugar perfecto para un retiro o para la vida hippy. Lejos de haber talado el bosque para urbanizar aquel paraiso y de esa manera espolearlo, los pequeños bungalows de madera y multitud de barecitos y tienditas de artesania y ropa, se desperdigaban por un espeso bosque con un laberinto de sendas para llegar a ellos. Era un lugar de cuento de hadas, con pasarelas de bambu salvando arroyos cristalinos, y pasillos aclarados entre una maraña verde a los pies de los palmerales. Por otro de esos laberintos se llegaba a la playa, de arena muy blanca y fina, y adornada de montañas cubiertas de selva justo detras, y de islotes igualmente boscosos en la bahia.




Por tercera o cuarta vez en el dia nade en el mar, esta vez para despedir otro atardecer luminoso y lleno de color. Aunque habia por alli otros viajeros, se trataba en su mayoria de parejas a su aire, por lo que me fui a dormir sin haber hecho migas con nadie, y con la unica distraccion de un par de libros que me tenian enganchado. Muy recomendable el "Dud, where is my country", de Michael Moore.





Sabado 21 de Junio de 2008

Recorrido: de Lonely Beach a Sai Khao: unos kilometros


La intencion era terminar de recorrer la isla hasta su extremo meridional, y volver sobre los pasos a la orilla norte para tomar el ferry y continuar en tierra firme. Pero el espiritu de la hamaca junto al mar pudo conmigo, y aunque habia madrugado lo sufieciente como para que me diera tiempo a todo, al final cambie los planes por una agradable perreria y contemplacion.

Comence bien, peleandome con las tipicas cuestas tailandesas que suben de golpe el desnivel. Habia viajado por 2.000 kilometros de este estilo un par de meses atras. Pero aquello ya quedaba tan lejos que notaba la falta de entrenamiento, y las piernas me temblaban cuando me bajaba de la bicicleta.
En el extremo sur de la isla, detras de otra aldea bastante mas dedicada al turismo que a la pesca, se abria un puerto repleto de barcos coloridos, rematado por un faro al final de una pasarela en el mar. Me detuve un buen rato para recuperarme de las subidas y contemplar la soleada bahia sentado a los pies del faro, y despues tome el camino de regreso hacia el norte.

Con la marea baja, algunos islotes quedaban conectados a la isla mayor por bancales de arena, por los que caminaban mariscadores en busca de moluscos y cangrejos. Desde lo alto aparecian bellisimas postales marinas, y sin ninguna prisa me relajaba mirandolos y refrescandome con la brisa.


Muchas cuestas y varias paradas despues, llegue de regreso a la primera de las playas, en la que habia celebrado mi cumpleaños. Volvi a la terraza de los atardeceres a tomar el mejor expresso que habia tomado en los ultimos meses. Y tanto lo disfrute que, aunque era medio dia y tenia todo el tiempo para cruzar en el ferry a tierra continental y hacer un buen recorrido, me plantee si valia la pena marcharme de aquel paraiso caribeño y cambiarlo por penurias en algun llano acalorado de la costa. Asi que entre el cafe y disfrutar de la lectura a la sombra de los arboles, a unos pocos metros del agua, deje pasar el tiempo dulcemente.

Horas despues regrese a buscar acomodo a la misma pension en la que ya me habia alojado, donde recibi la bienvenida de mi familia sudafricana. Una charla aqui, un rato de lectura alla, un nuevo atardecer hermoso viendo subir la marea lentamente, y otro dia se me escapo tras el horizonte. La unica pena era no disfrutar de aquel paraiso con otra compañia que no fuese un libro...