jueves, 3 de julio de 2008

De vuelta a Bangkok

Viernes 27 de Junio de 2008

Recorrido: de Ban Bueng a Chonburi, y en bus hasta Bangkok: 33 km

El último empujón para llegar a Chonburi me sirvió para confirmar que no podía seguir por aquellas carreteras, y que había tomado la decisión más razonable. El tráfico era insufrible, y no me quedaban más ganas de pelear con él.
Chonburi era una ciudad ruidosa, que estaba construida junto al mar pero lo ignoraba completamente. Una ruidosa carretera pasaba por lo que alguna vez pudo haber sido una playa, y las olas llegaban mansas a la pared de cemento. Una pena. Recorrí la ciudad para asegurarme de no dejar nada interesante por ver, y al no encontrar más que calles atestadas, pregunté por la estación de autobuses, y antes de la hora de comer viajaba en autobús por primera vez en mucho tiempo.

Aún me quedaba recorrido, ya urbano. La estación de Bangkok quedaba unos 10 kilómetros al norte de Khao San, el tranquilo y turístico barrio de las pensiones económicas de mochileros donde sin duda quería alojarme. Por las atascadas avenidas de la ciudad volví a jugarme el tipo circulando por las aceras cuando podía, y con mil ojos cuando no. Volvía a la aventura de cruzar una calle, de esperar un semáforo y luego pasar entre una anarquía de vehículos con movimientos más o menos aleatorios, al estilo browniano. Tardé más de dos horas en llegar a Khao San, creo que en todo el viaje no me había alegrado tanto ni había sentido tanto alivio de llegar a un lugar.




Me quedé en una pensión diferente de la que me alojó al comienzo del viaje; ya en ocasiones anteriores me había fijado en un pequeño lugar al final de un callejón por el que con dificultad me cabía la bici; estaba decorado con libros, tebeos de manga en japonés, e imágnes de Buda, y en las sillas que había en la puerta siempre se encontraba un animado ambiente de viajeros franceses. Así que fui a tiro hecho directamente a este lugar. No había habitaciones individuales libres, pero por un par de euros se podía dormir en el barracón, lo que en inglés llaman dormitory, una habitación grande y llena de literas a compartir con otros viajeros.

No había recorrido tan a penas distancia, pero con la tensión del tráfico y la atención extrema que le había dedicado, estaba agotado. Después de una buena ducha salí a pasear y cenar en Khao San, y a echar un vistazo del cercano palacio real, bellamente iluminado en la noche.




Despedí la noche charlando con algunos de los viajeros de la pensión. Allí había vividores, viajeros vocacionales, jóvenes que colaboraban en proyectos locales... Uno de ellos se ganaba la vida en timbas de pocker. Había otro de unos 35 años con aspecto de intelectual desaliñado que había montado una ONG con su mujer para crear una escuelita en los suburbios más marginales de Phnom Penn, y que había venido a Bangkok a participar como extra en el rodaje de una película europea, y sacarse así un dinerillo. El dueño de la posada era un francés casado con una tailandesa, y era el nexo de unión de todos los que allí recalaban, tal vez con más glamour que la embajada francesa en Bangkok.

Pensando en aprovechar bien el dia siguiente, no alargué demasiado las conversaciones y me marché a la cama.