sábado, 14 de junio de 2008

La llegada a la capital, Phnom Penn



Domingo 8 de Junio de 2008

Recorrido: de Kampong Chhnang a Phnom Penn: 109 km

Por fin parecio que el cuerpo me volvia en si, y por primera vez en varios dias disfrute, si no de un recorrido espectacular, si al menos del pleno uso de mis facultades fisicas y mentales, que ya echaba de menos.

Durante kilometros el paisaje seguia siendo tan completamente rural y perdido, que sorprendia la proximidad de la capital. Aun a menos de 25 kilometros de Phnom Penn la carretera continuaba pequeña, poco transitada, y atravesando campos de cultivo y aldeitas donde era dificil encontrar donde tomar un refresco.
Los ultimos kilometros llegaron con la creciente aglomeracion y suciedad de todas las ciudades del siglo XXI, y sin darme cuenta me vi dentro del radio de accion de la urbe. A diferencia de Vientianne, la pobreza era evidente en kilometros de viviendas precarias entre calles sin otro pavimento que los cascotes que afloraban con la basura entre charcos ennegrecidos por la podredumbre. El trafico se hacia pesado, y eso que afortunadamente estaba llegando a la ciudad un domingo, en que la actividad siempre es menor que otros dias de la semana.
Me habian recomendado para alojarme la zona del lago, un barrio popular y casi marginal alrededor de un pantanal, donde la gente mas humilde de la capital vivia en unas condiciones parecidas a las de las favelas de Brasil o los cerros venezolanos; pero con un buen surtido de hospedajes, la gente del lugar se aseguraba de que todo el mundo respetase a los extranjeros, cuyo dinero era una fuente principal de ingresos para la comunidad. Aun asi preferi no quedarme en cuanto eche un vistazo para ver que las lluvias hacian de sus calles canales y piscinas de mugre, y seguramente criaderos de mosquitos, de dengue y de malaria. Preferi continuar hacia el centro sacrificando la experiencia del lago, y despues de muchas vueltas, en que aproveche para ir haciendome una idea de la fisonomia de la ciudad, acabe buscando posada tras el monumento a la Independencia, en el extremo sur.

Tenia mucho dia por delante, asi que tras la ducha de rigor, me dispuse a darme mi primer paseo, a pie. A penas camine unos metros antes de hartarme de que cada conductor de moto o rickshaw me ofreciese con insistencia sus servicios, y que de cada restaurante o pension me ofrecieran comida y alojamiento; asi que volvi a por mi bici, que es el mejor metodo de disuasion contra pesados. Sera porque se sorprenden, sera porque se quedan sin argumentos para ofrecer taxi a quien tiene bici; pero el caso es que pedaleando se consigue ser un camboyano mas y olvidarse de lo que en Cuba llaman jineteros.

Tras algunas vueltas por el centro y una primera vista de las agujas y torres doradas de la pagoda de Plata y del palacio Real, me dirigi hacia el paseo del rio, donde se podia ver a los capitalinos disfrutando de la tarde libre del domingo, paseando en familia, comiendo sobre esterillas en el suelo o en las barbacanas del malecon. Con sus mejores ropas de domingo, daban un alegre colorido a la tarde que ya decaia en rojizos y anaranjados tonos. Muchos se tumbaban en la hierba mientras los niños jugaban sin alejarse demasiado. Centenares de vendedores ambulantes de comida ofrecian frutas peladas y cortadas, pinchos de carne, platanos asados, zumos y refrescos, y un sinfin de cachivaches y abalorios. Todo este ambiente estaba protagonizado por la gente mas chic de la ciudad, que vestida a la ultima moda sorprendia al viajero tras tantos dias en el paisaje rural del pais. Era la gente mas fina, la gente estupenda que despues de la semana trabajando en la oficina pasaba por la peluqueria y salia de compras a los centros comerciales. Al menos en esta parte del mundo, a este sector de la poblacion se lo podia ver paseando por la calle. En lugares menos pacificados, como hispanoamerica, las elites no se mezclan con lo que ellos llaman chusma; tienen sus propios lugares de recreo, y puedo decir que en seis meses viajando por los paises del cono Sur, jamas me tope con alguien de este estrato social, tan en mundos aparte viven. El sureste asiatico vive las desigualdades sociales con una sorprendente naturalidad. El budismo hace aceptar con una indulgente resignacion estas situaciones, y asi en aquel paseo del Mekong se podian ver, junto a toda esta nata de la sociedad, a multitud de mendigos, muchos de ellos mutilados, otros simplemente desquiciados por la vida. En pocos metros cuadrados convivian, sin mezclarse, niños descalzos abandonados a su suerte, con los bien vestidos hijos de la clase media. Estos ultimos se divertian a veces tomando el pelo a alguna mendiga que gritaba al aire y maldecia su suerte, con la hilaridad indolente de los que la rodeaban.

Al atardecer el rio se bañaba de una esplendida luz plateada, reflejando brillos rosados de las nubes enrojecidas por el sol poniente. Las agujas doradas de los palacios brillaban contra un cielo oscurecido, y el colorido de vestimentas y de rasgos en esta encrucijada de caminos creaban un momento magico para mi.

Por la noche subi a la terraza de la posada a leer antes de acostarme. Alli conoci a Amelie, una suiza de unos 25 años que llevaba dos viviendo en la pension, desde que decidiera quedarse con su novio camboyano, el dueño de la posada. Fue una interesate conversacion, quien mejor que ella para contarme curiosidades sobre el pais y el caracter de su gente, sobre una ciudad que no disponia de un cine pero era el paraiso de los pederastas de occidente. Donde se podia conseguir todo lo prohibido a un precio casi ridiculo. De un lugar donde el calor era tan sofocante que la gente parecia que preferia pasar hambre a trabajar. Y con todo, una ciudad que la tenia fascinada y retenida indefinidamente. Sin extrañar de su Suiza natal mas que una buena pelicula, o una buena obra de teatro.




Lunes 10 de Junio de 2008

En Phnom Penn

Con la fresca de la mañana empece el paseo. Por supuesto, en bici, que ya estaba escarmentado. Lo primero era pasar por la embajada Tailandesa, pais que seguia a Camboya en mi recorrido. Tenia que saber si podia cruzar por el paso fronterizo de la costa, y si necesitaba visado o lo podia conseguir en la frontera. No habia problema, para cruzar tan solo tenia que llegar alli y sellar el pasaporte. Con esto ya podia dedicarme a pasear tranquilo. Segui junto al rio, por las avenidas que la tarde anterior bullian con el asueto del domingo, y que con el trafico del lunes por la mañana habian cambiado radicalmente de aspecto. No era el lio imposible de Bangkok, pero no resultaba sencillo circular por el caos de su trafico anarquico.

No estaba seguro de querer verlo, pero pense que no me podia ir sin ver el palacio real y la pagoda de Plata, que parecian junto al museo Nacional los unicos atractivos culturales de Phnom Penn. No merecieron, como esperaba, los 4 euros de la entrada, que bien me podia haber excusado. Construido a capricho de los monarcas del ultimo siglo, que tan buena Historia habian escrito sobre este torturado pais, no era mas que un desproposito de lujo de reciente construccion en un pais que aun tenia que solucionar como dar de comer a todo el mundo. Y la pagoda de Plata termino de levantarme la ira. Varios cientos de losas de plata adoquinaban el suelo, dando nombre a la pagoda. Y en muchas vitrinas se exponian los tesoros de oro, plata y piedras preciosas de la corona khmer. Era especialmente execrable un ridiculo Buda de pesimo estilo artistico, pero fabricado con 90 kilos de oro macizo y miles de diamantes, algunos de ellos mas grandes que alubias. Y el resto del pais pasando penurias, hambrunas, guerras, revoluciones... para seguir de nuevo como siempre. De nuevo una cierta vena piromana que yo tengo me arrebataba de mis cabales en frente de aquel Buda de gesto bobo e inexpresivo que valia, eso si, su peso en oro.

Fue mas provechosa la visita al museo Nacional, que guarda lo mejor del arte escultorico khmer de los periodos previos a Angkor, y de la propia etapa dorada de esta cultura. Valia la pena recorrerlo con detenimiento, aunque seguia decepcionandome el arte tan homogeneo y algo burdo de la iconografia hinduista y budista local. Durante siglos, y llegando a la actualidad, el arte habia estado estancado en unos cuantos patrones religiosos establecidos hace dos mil años, y que no habian permitido o no habian favorecido evolucion alguna. Por ejemplo, hay 7 maneras de representar a Buda, ni una sola mas. Esto hace que, vistas estas 7, no valga la pena el esfuerzo de subir los escalones de un templo para contemplar una imagen mas del iluminado. En esta parte del mundo la religion habia sido propiciadora de un estilo artistico, y responsable de su anclado en el tiempo.

Continue visitando el barrio frances, construido al estilo continental alrededor de la pagoda Wat Phnom, sobre un cerro casi imperceptible que daba nombre a la ciudad. Cruzando la avenida Monivong volvi al lago donde no habia querido alojarme, para si al menos recorrer sus anegadas callejas con un poco de perspectiva. Era como ya habia visto fugazmente a mi llegada, otra villa cochambre donde la gente sobrevivia como podia entre desperdicios y lodazales. Y pese a todo, con esa filosofia asiatica que a veces hace inverosimil que esta gente haya protagonizado guerras y genocidios aterradores, podia pasear con toda la tranquilidad del mundo entre gente reposada, amable y sonriente, conforme y resignada.

Volviendo a la parte mas prospera de la ciudad regresaba a las calles repletas de vehiculos, de gente, motos, coches y camiones que se agolpaban en cada cruce, para aprovechar un hueco y cruzar escabullendose, o esperar una avalancha colectiva que se impusiese a otro raudal de trafico que tenia que esperar a ser mas voluminoso o mas valiente que el contrario. Ser peaton era una profesion de riesgo que la gente llevaba como podia; los ancianos, testigos resignados de decadas del cambio mas frenetico que vieran los Tiempos, sorteaban como podian el maremagnum. Niños descalzos caminaban por las basuras del mercado como lo hago yo por la arena de la playa; mucha gente usaba mascarillas de tela como si asi pudieran aislarse del aire contaminado y algo hediondo. Y con todo, era una ciudad agradable y paseable, que no habia terminado de perder el aspecto y el caracter de un pueblo provinciano algo entumorado. En las explanadas del monumento a la invasion vietnamita (fueron ellos los que desterraron a los Khmeres rojos del gobierno), las familias se acomodaban pasado el caloron de la tarde, y practicaban el deporte asiatico por excelencia: comer en la calle, de todo y en cualquier momento. Tambien jugaban a badminton, a la indiaka (esa especie de mazorca con unas plumas que se golpea con manos y pies y tarda un rato en caer); se sentaban en la hierba, o acomodados en la barbacana del Mekong contemplaban los barcos sobre el rio.


Habia disfrutado de la ciudad. Me parecia interesante y agradable; pero con dos dias habia tenido suficiente, y con la mañana partiria hacia algo que me atraia mucho mas: con una poca suerte, en un dia o dos llegaria a la costa, al oceano Indico que se abria infinitamente tras los llanos interminables del valle del Mekong.