jueves, 5 de junio de 2008

Por un encantador camino de cabras


Jueves 29 de Mayo de 2008

Recorrido: de Kratie a Kampong Cham: 129 km

Podria haber elegido un camino mas facil para continuar hacia el sur, por la carretera principal; pero habia un camino dibujado en el mapa que seguia pegado al rio, y tras preguntar a varias personas si era posible transitarlo, me decidi por el. A veces, estos caminos de tierra se quedan impracticables cuando llueve, pero hacia algunos dias que no lo hacia.
La salida de Kratie me parecio de una belleza increible: en lugar de una ciudad, las afueras parecian mas un enorme jardin tropical de cocoteros y arboles de jugosa sombra bajo un perfecto cielo azul, con casitas de madera como era costumbre, pero aqui con la novedad de que predominaban los tejados de ceramica con detalles de gusto. Como siempre pasaba despacito, espiando las vidas de sus habitantes, que continuaban sus tareas cada mañana sin sospechar que eran observados hasta por fin reparar en mi, y con una natural sonrisa saludarme como deseandome un buen viaje.
A los pocos kilometros el asfalto dejo paso a la tierra rojiza que me acompañaria el resto del dia. Si no pasaban vehiculos a motor daba gusto recorrerlo, sin perder nunca de vista las casitas campesinas que se situaban al lado del rio, que tampoco desaparecia mas que cuando la espesura de los arboles impedia ver su agua caramelo. Sin embargo, si pasaba algun camion, y a veces parecia que soltaban a tres o cuatro de golpe para retocarme el maquillaje, se levantaba una polvadera que me dejaba aislado en una nube, tratando de aguantar la respiracion el mayor tiempo posible, y entornando los ojos para no llenarmelos de arena. A veces daba para cabrearse y pensar que narices hacia yo sufriendo por alli... pero la mayor parte del tiempo caminaba yo solo en un paisaje encantador.

Pare a comer una sandia en un puestito. Comenzaron a venir niños, como de costumbre, a ver de cerca al alienigena. Al principio timidos. Pero ya habia descubierto yo la tecnica para hacerlos reir: les hacia una foto, y al enseñarsela se levantaba la algarabia. Una niña de rasgos indios eclipsaba a la docena de niños que se agolpaban para salir en la siguente foto. Tenia tanta fuerza en la mirada, que con sus 8 o 10 años brillaba como el sol. Me dio pena imaginar que seguramente todo el talento que su mirada traslucia se veria pronto relegado a un segundo plano; pronto la apartarian de la escuela, la casarian con algun mequetrefe, y se veria sepultada, como generaciones de mujeres, bajo la suela de un tipejo que no habria de levantar un palmo del suelo. Me acorde de un sociologo que conoci en Venezuela, que me hablo largo y tendido sobre sus teorias acerca de la mujer. Sostenia que el matriarcado era la forma natural y optima de la sociedad humana: las hembras forman comunidad para proteger a su prole, que tanto cuesta sacar adelante. El espiritu y el bien de la comunidad es mas importane que el del individuo; es impensable la violencia dentro de la comunidad, y menos aun contra otros grupos humanos, ya que solo la mujer conoce lo preciosa que es una vida. Tambien afirmaba que los hombres inventan la violencia, y luego se ofrecen como protectores ante la misma. Es decir, el mismo metodo de la mafia se emplea desde tiempos inmemoriales para subyugar a la mujer. Aquel sociologo se dedicaba a formar y capacitar grupos de mujeres para que tomaran, primero conciencia, y despues las riendas de sus comunidades; decia que mientras los hombres controlaran y ejercieran el poder politico y social, el bien colectivo estaria supeditado al individual, y la violencia y los problemas derivados nunca podrian ser erradicados. Quien sabe si no iba desencaminado aquel pensador que conoci en el autobus; viendo los poderosos ojos de aquella niña me parecia que el unico rayo de esperanza en un futuro mejor pasaba por la luz de una mirada como aquella tomando conciencia y levantandose del suelo.

Seguia por mi caminito de tierra, y de pronto tuve un descanso en un tramo de asfalto, al paso de la ciudad de Chlung; era la hora de la salida de clase, y decenas de estudiantes uniformados y montados en bicicletas salian de varios caminitos que venian de las escuelas, para confluir en la calle principal, entre sombras de enormes arboles de mango.
Volvio a desaparecer el asfalto, y el camino me llevaba por aldeitas casi ininterrumpidas junto al rio; era tierra de los Cham, una etnia que tuvo su reino en tiempos de los antiguos Khmeres de Angkor. Tambien eran hindues; pero asi como los khmeres se acabaron convirtiendo al budismo, los Cham ya eran musulmanes cuando fueron sometidos por el imperio Khmer. Como sucede siempre, sus ciudades desaparecieron como centros politicos, y los cham se dispersaron en regiones como esta, viviendo de la pesca y el arroz en humildes aldeitas que no dejaban vislumbrar un pasado tan sorprendente. Encontraba pequeñas mezquitas a mi paso, a veces tan solo una casita de madera con una media luna en el tejado y un altavoz por el que llamaban a la oracion, con un curioso acento asiatico en el clasico Allahu Akbar. La sorprendente belleza del paisaje, el colorido despliegue de los vestidos de las mujeres cham, y la entusiasmada sonrisa que me dedicaban gentes de todas las edades, me llegaron a emocionar al extremo. Senti un destello de extraña felicidad en mi interior. No podia ser mas privilegiado. Aquel estaba siendo uno de los tramos mas bonitos de todo el viaje.
Tanto hombres como mujeres vestian en su mayoria el saron, una tela a modo de falda pegada de cintura para abajo; los tocados de las mujeres mayores no se distinguian de los de cualquier otra etnia de las montañas que hubiese visto; pero las niñas ya vestian a los nuevos tiempos, con el clasico velo islamico que parecia recien llegado. Como siempre, y volviendo a la disgresion del sociologo venezolano, me daba por pensar que no hay religion que no se invente con el fin de estigmatizar a la mujer de una u otra manera. De todos modos, visto de manera un poco mas aseptica, el colorido de las pañoletas acompañaba al paisaje desbordante.



Y seguia con pensamientos similares. Pare a tomar lo que en Cuba llaman un guarapo, el jugo de caña de azucar recien exprimida. Alrededor del puestito habia un colorido grupo de unas 20 mujeres de todas las edades, que reian y conversaban; no podia entender lo que decian, pero por sus gestos parecian gastarse bromas bastante ingeniosas las unas a las otras. En ese momento llego el patriarca, que no era con mucho ni el mas viejo, ni el mas listo, en el grupo en que se metio con toda arrogancia y ademan; un tipejo barrigon de mirada agresiva. Quien haya visto un macaco sabra a que tipo de mirada me refiero. Sento sus reales en una silla que le trajeron en seguida, y todo fue silencio mientras el se rascaba lo que le apetecia. Hay que reconocer que tal vez tenia yo un dia raro, pero que homofobo me estaba poniendo...


El camino seguia entre sombras y delicias, pero el firme estaba destrozado por las rodadas de coches , y las bicis y motos que pasaban buscaban senditas alternativas por los terrenitos de las casas. Y de este modo me colaba aun mas entre ellos; un anciano prendia un monton de leños y paja; una mujer preparaba los palos adecuados para cocinar. Aquella lavaba la ropa, esta cernia el arroz en un cedazo al viento, mientras conversaba con la que podia ser su hermana, que sin quitarse el saron hasta el hombro, se duchaba en la tierra con el agua de un balde; aquel cortaba y trenzaba el bambu para hacer una estera. Y siempre cubiertos por un bosque sombrio a la orilla del Mekong.

Me llamo en frances un anciano. Era un medico que habia vivido los tiempos de la colonia francesa, y se hacia entender bastante bien. Profesaba el islam, y me conto entre otras cosas, que en Camboya los musulmanes y los budistas eran una gran familia que vivia casa con casa, en perfecta armonia. Ciertamente, en el recorrido de aquel dia, diria que vi tantas pagodas como mezquitas, y era dificil decir donde empezaba y donde acababa lo uno y lo otro.

Al final de la tarde el camino se estrecho: un sendero tortuoso de un palmo de anchura entre hierbas y malezas no podia ser la carretera que en el mapa me conducia hasta Kampong Cham. Pero cada vez que preguntaba a alguien me lo confirmaba, solo tenia que seguir adelante. Solo, jaja. Huertas, bosques, por primera vez no habia casas en largos tramos, ni nadie a quien preguntar cual de aquellos ramales era el que me llevaba a la ciudad. Como de costumbre, se me iba la tarde y no llegaba. Nunca estaba seguro de seguir la senda adecuada, pero dejandome guiar por la intuicion, y preguntando cada vez que me encontraba a alguien, no equivoque la ruta. Cuando ya anochecia y a tientas me encallaba en los arenales o me tragaba los baches inhumanos, por fin aparecio tras los arboles el gigantesco puente de hormigon que cruzaba el Mekong hasta Kampong Cham, en la orilla opuesta. Pude respirar tranquilo, como siempre me salvaba la campana.




Apareci en la ciudad cubierto de polvo rojo de la cabeza a los pies. Con el sudor, lo que tenia en la piel era puro barro espeso. Despues de 129 km durisimos sobre arena que se hundia, baches que me desmontaban el esqueleto, y polvaderas que no me dejaban ver, habia llegado a donde darme una buena ducha. Un barro rojizo que daba testimonio de todo esto se quedo en el suelo de la ducha.

Volvi a la pension despues de cenar. Una familia que habia estado de boda dos dias se alojaba alli, y en la terraza de estilo frances del edificio, bebian y bromeaban. La que mejor hablaba ingles era una de las hermanas. Me conto los detalles de los dos dias de ceremonia, los rituales con flores y frutas, etcetera. En Camboya las parejas se casaban muy jovenes y a penas conociendose de sonreirse por la calle, y compartir alguna cena o karaoke un fin de semana. Ella consideraba que asi era como tenia que ser, y que la obligacion de una mujer era soportar con amor todos los problemas que fueran surgiendo por el desconocimiento del otro. Bueno, como en casi todas partes, supongo.