jueves, 5 de junio de 2008

Las ruinas de Sambor


Sabado 31 de Mayo de 2008

Recorrido: de Baray a Kampong Thom: 114 km

Y despues de todo lo bien que se habian portado con nosotros, no quisieron aceptar un donativo para el templo. John y yo estuvimos de acuerdo en dejar un dolar cada uno; pero con sonrisas nos daban las gracias y nos decian que no lo querian, que estaba bien asi. Con todo lo mal que me habian hablado otros viajeros sobre los camboyanos, que segun ellos no dejaban tranquilo al turista para sacarle algun dinero, ni tenian miramientos a la hora de cobrar el doble si podian, no me esperaba que pudieran ser tan majos.

Lo bueno de dormir en un templo es que a las 5 y media empieza la actividad, y no se va a quedar uno dormido con varios monjes alrededor rezando al Buda. Asi que a las 6:30 ya me habia lavado la ropa, recogido, desayunado, y puesto en camino. Con lo cual el dia me cundio, y mucho.

Segui por la carreterita ya sin tanto trafico, con la gente dirigiendose en bici o andando a sus quehaceres en el campo, o a la escuela los estudiantes. No parecian descansar el sabado, y acudian como todos los dias. Como la vida se hacia siempre en la calle, o mas bien en la tierra alrededor de cada casita, seguia siendo la mirada indiscreta que los veia acicalarse, encender la chasca para hacer el desayuno, afilar sus herramientas para la jornada en los arrozales, o despiojarse en los ratos muertos, como las dos mujeres de la fotografia:




Tras los muros de los colegios se iban acumulando cientos de bicicletas de los niños que iban llegando, ordenadas perfectamente en varias filas. Me preguntaba como eran luego capaces de distinguirlas, siendo todas del mismo modelo y marca. Pero seguro que no tenian problema.
En una de las aldeas todo el mundo parecia dedicarse a la escultura. En los terrenos de las casitas, ademas de las gallinas y demas elementos indispensables, habia pedruscos de considerable tamaño, de una arenisca gris que era tallada a mano o con martillos de aire comprimido. La calle parecia un museo con mil estatuas enormes de Buda, de animales como elefantes y tigres, y de otros elementos rituales de los templos.
Llegue a Kampong Thom a la hora del almuerzo. Habia pensado dormir alli, pero continuar y despues regresar a la ciudad, por un camino de tierra que llevaba a unas ruinas a 30 kilometros de la ciudad, por un ramal secundario. El templo de Sambor Prey Kuk era importante por cuanto representaba el antecedente directo de Angkor, donde el estilo arquitectonico que lleno los llanos mas occidentales de miles de templos en piedra, vio la luz por primera vez con una forma propia. Podria haber dejado las mochilas en alguna pension, sabiendo que volveria por la noche. Pero siempre prefiero llevarlo todo conmigo, por si acaso: nunca se sabe, los planes pueden cambiar por un lugar que se encuentra o unas personas que se conocen; por eso no queria dejar mis cosas en la ciudad.
Comi bien antes de tomar la ruta al templo, y me puse en marcha por el camino de tierra roja que se separaba de la carretera. La linea de casitas de madera desaparecio, y en 30 km solo me encontre algun compacto y apartado pueblito extremadamente rural. Solo circulaba yo por aquellos caminos, disfrutando de la paz y belleza del recorrido, y de los afables campesinos que se alegraban de verme. Mas fosas comunes aparecian tras los arrozales; algunos tan solo un monton de tierra, sobre el que alguien habia colocado un tejadito de chapa sobre cuatro palos, como queriendo hacer un ultimo acto de amor por algun ser querido, para que no se mojase con la lluvia. Debe de ser tan duro ver a un hermano, a una esposa, a un hijo mayor, asesinados y arrojados a una fosa como un desperdicio... Habia tantas historias escondidas tras aquellos ojos que me sonreian desde cualquier parte... casi tantas como en las cunetas españolas, esparcidas de fosas de la guerra civil franquista. Con la diferencia de que en los campos de Camboya al menos hay hitos que muestran claramente sus emplazamientos, y seguramente los familiares pueden situar sus rezos y pensamientos.

El camino se dividia muchas veces, pero siempre encontraba quien me indicase cual llevaba a Sambor. En uno de los desvios, que pase inadvertido por parecerme un camino menor que el principal, todo el mundo en la aldea comenzo a darme voces: para indicarme que al templo se iba por el otro lado, sabiendo que un farang no podia estar buscando otra cosa.
Me encantaban los niños camboyanos. El mas feo de ellos tenia una tan limpia y deliciosa sonrisa que parecia el mas bello de los querubines. Con esos ojos rasgados pero enormes, mezclados con los pueblos que, procedentes de la India e Indonesia, se quedaron en estas fertiles tierras milenios atras. Pero no debia de ser facil ser niño en la tierra de las minas antipersona. Los campos minados estaban indicados, y yo no tenia nada que temer si seguia por mi camino trillado; pero cada año las inundaciones movian alguna mina de sus campos delimitados, para llevarlas a los arrozales de labor y esconderlas a la espera de los pobres campesinos que no podian evitarlas.



Por fin aparecio el templo, aislado en un bosque minado de enormes arboles sombrios. Los caminos dentro de los templos estaban limpios y no habia peligro, pero habia que saber que mas alla del complejo de ruinas no se podia caminar. Deje la bici al cuidado de una mujer que vendia agua de coco en la entrada, y segui la senda al bosque a pie. Alguna serpiente se colgaba de las piedras oscuras de los derruidos muros Chenla, 15 siglos de antiguedad abandonados a la selva. Lo unico reconocible de los templos principales eran unas mas bien toscas torres de ladrillo con forma de campana invertida, en cuyas paredes aun se reconocian algunos relieves de dioses hindues sobre el propio ladrillo, que alguna vez estuvo estucado y pintado de colores. Sobre plataformas cuadradas, el interior de cada torre contenia linghams simbolizando a Shiva; podia imaginar a los brahmanes bañando ritualmente los linghams con agua, entre humos de incienso y monotonos rezos en el antiguo sanscrito, que aun se podia leer en estelas de piedra y dinteles.




Yo era el unico visitante del dia, y recorria a mis anchas el bosque laberintico por las sendas pisadas, y dejando marcas en el suelo por si acaso me desorientaba y tenia que volver sobre mis pasos. Pero con el grosero mapa de la guia y una brujula que siempre llevo encima, me apañe facilmente.

Despues de la visita tenia que recorrer otra vez los 30 km de camino de tierra. Fuertes pero breves chaparrones me empaparon, pero era cosa de agradecer en un calor insoportable. La luz del sol colandose por los claros del cielo no dejo de brillar ni un momento, y un despliegue sorprendente de colores se adueño del infinito plano inundado y salpicado de cocoteros. El hecho de que me estuviese mojando sin perder la sonrisa, como todo quisque, debio de despertar la simpatia de los que me veian, que mas que nunca se mostraban encantados de saludarme al paso. Era imposible no pedalear con una sonrisa casi boba en aquel lugar maravilloso.

Volvi a dormir a Kampong Thom, una ciudad construida alrededor de un cochambroso mercado lleno de basura, y sin ningun interes. Habia sido un dia inolvidable.