sábado, 3 de mayo de 2008

Luang Prabang, la apacible orilla en el tiempo

Viernes 2 de Mayo de 2008

Recorrido: de Pak Mong a Luang Prabang: 118 km

A partir de Pak Mong cambio definitivamente el paisaje. Los espesos bosques de arboles descomunales cubiertos de orquideas dieron paso a un valle demasiado estropeado por la mano del Hombre, con tramos quemados para el cultivo, y otros de quemas anteriores que se reverdecian de hierba, pero que habian dicho adios definitivamente a las arboledas. Solo los remates de los mogotes karsticos que aca y alla sobresalian desafiantes sobre un terreno ya casi plano, conservaban la antaño omnipresente cubierta vegetal.Y emparejada con la naturaleza, la presencia humana carecia de la atractiva armonia de las aldeas de bambu que dejaba atras. Los
tejados de chapa y los muros de bloques de cemento se mezclaban con la madera y los tejados de guano, dando un aspecto eternamente provisional a los asentamientos.Fue un largo recorrido para llegar con tiempo a Luang Prabang, por lo que, sumado al escaso atractivo de lo que iba viendo a mi paso, decidi reducir el numero de paradas y su duracion. Aun asi, segun me iba cociendo el dia, me sentaba a tomar un refresco aqui y alla. En uno de estos descansos tuve ocasion de una poca guasa con un vietnamita pizpireta de unos 35 años, que pasaba con su moto
llena de cachivaches repartidos en varias cestas de bambu que llevaba como alforjas. Al verme alli aparcado con mi bici colorida paro, y sin mirarme, con un fingido descaro, desmonto de su moto y se fue directo hacia la bici, a inspeccionarla como joyero ante un rubi, a tocarla y a menearla como si la acabase de comprar. Yo no me preocupe por su actitud, pues con su cara de cachondeo lo decia todo. Y solo con la cara, pues hablaba yo mas vietnamita que el ingles. Con gestos me propuso un cambio, el se llevaria mi bici con sus alforjas coloridas, y yo su moto con todo el tesoro de hojalatas que cargaba de manera inverosimil en las cestas. Es mas; me cambiaba su morral por mi riñonera. Cuando le dije que salia perdiendo el, mostrandole que solo tenia en ella unos pocos miles de kips, es decir, un par de euros, me mostro un fajo de billetones que llevaba en el morral y me lo ofrecio, mientras los laosianos que nos miraban con curiosidad a duras penas aguantaban la risa. Cuando mi amigo vietnamita por fin rompio a reir, los laosianos, que hasta entonces casi ni me habian saludado, y permanecian en silencio, empezaron a reir y a celebrar la ocurrencia con nosotros. Laos y Vietnam, dos vecinos y casi hermanos, estaban culturalmente separados por todo un mundo. Los vivos, descarados y simpaticos vietnamitas contrastaban, como saltaba a la vista en aquella situacion, con los reservados, timidos y silenciosos laosianos. Lei en la guia un dicho frances que me venia a cuanto: "Los vietnamitas plantan arroz, los camboyanos lo ven crecer, y los laosianos lo escuchan crecer".








Seguia pedaleando junto a un rio agitado que discurria entre suaves lomas peladas y aldeas sin cuento. Por fin, pasadas las tres de la tarde, aparecio de nuevo ante mi el Mekong, al que iba a parar el rio que venia siguiendo todo el dia. Y poco despues, en la orilla del gran rio, llegaba a Luang Prabang, unos dias y unas fatigas despues de cruzar la frontera con Laos. Si mi intencion habia sido ganarme la llegada a la ciudad, lo habia cumplido con creces, disfrutando de un paisaje casi virgen, pero sudando y sufriendo sus montañas y sus soledades.Luang Prabang se asentaba en la confluencia del Mekong con un afluente que se retorcia y rodeaba un monte boscoso, que presidia la ciudad, antes de verter sus aguas al rio principal, formando una especie de peninsula. Y en lo alto del monte que le daba origen, un chedi dorado se podia ver desde cualquier lugar de la ciudad.Me quedaban tantas horas de luz que no tuve prisa por alojarme, y me pase la tarde paseando por sus tranquilas avenidas de corte frances, repletas de villas al estilo europeo, engarzadas en jardines de arboles tropicales cubiertos de flores. Los franceses debian de haber vivido aqui como reyes, pero una vez expulsados por la revolucion y los años de guerra, habian quedado sus casonas, que mezclaban detalles de gusto oriental en madera, expuestas a una dulce decadencia y decrepitud que eran, justamente, el principal atractivo de esta ciudad que ya no era tal. El turismo le habia dado una segunda oportunidad, y muchos de los edificios se habian restaurado, y en ello estaban, para convertirlos en hotelitos y restaurantes, dandole un aspecto de pueblo turistico de mar, pero sin mar.



Lo que mas seducia de ella era su apacible discurrir, el tempo lento que marcaba su metronomo. Sin ruidos, ni trafico estridente, paseaba yo en bici por ella como un inesperado vehiculo veloz entre gente relajada que caminaba despacio y hablaba casi en silencio. Ligeras notas musicales de buen gusto, jazz o musica local, salian sin solaparse de alguno de los cafes, que repletos de turistas occidentales, vivian de espaldas al gran Mekong, cuya orilla descuidada y desaprovechada se asomaba tras una calle con alguna posada, sin mucho mas.
Y caia la tarde sumergida en una quietud de sonidos humanos, palabras amables a media voz, saludos gentiles y miradas livianas que no acosaban al viajero.
Enormes torres de nubes despedian al sol iluminadas en sus cimas cuando sobre la ciudad ya caia la penumbra, mientras llegaban sin prisa a la avenida principal los vendedores del mercado nocturno, que ya comenzaban a montar los toldos rojos que, para cuando la noche se adueñaba del lugar, se extendian a lo largo de la calle ofreciendo productos de artesania.
Y esa era casi la unica actividad nocturna de Luang Prabang: pasear sus puestos y entretenerse con los abalorios de plata hmong, las sedas tejidas en colores, las lamparas de bambu y papel pintado,...
Con todo, la ciudad me habia decepcionado un poco; era tanto lo que habia escuchado sobre ella, que no habia podido evitar crearme unas ciertas espectativas, un error siempre, que no se habian cumplido. Imaginaba de otro modo sus calles mas antiguas, que en realidad no eran tan distintas de los pueblitos de casas de madera que tantas veces habia cruzado en el viaje. El ambiente me recordaba algunas ciudades de influencia francesa del hemisferio latinoamericano, que venidas a menos conservan un cierto aire señorial y decadente. Sus templos, de pobres materiales, principalmente cemento mal pintado en blanco ya raido por la lluvia, no me sorprendian despues de tantos como habia visitado en Tailandia, como por ejemplo los excepcionales de Chiang Mai.
Sabado 3 de Mayo de 2008
Le dedique a Luang Prabang tambien el dia siguiente, sabado. Continue en la tonica, paseando junto al Mekong, la estupenda via de escape que en todo momento se encontraba a un par de cientos de metros, y cuyos arboles ofrecian una refrescante sombra en las horas de mas calor.
La ciudad era el lugar ideal para relajarse con un cafe en cualquiera de sus muchas terrazas de aire soñoliento, y leer un libro digno de la ocasion. Comence por enesima vez el Quijote, ese libro de viajes vestido de azañas e ideales frustrados. Y esa fue mi principal actividad, junto a los momentos en los mercados de comida o las visitas a alguno de los templos que interrumpian la linea de casonas francesas.
Y aunque como lugar de visita turistica se me antojaba algo aburrido, me parecia que era el mejor sitio del mundo para vivir, si lo que se busca es una vida relajada y apartada del mundanal, con vistas a los bosques y montañas, con un precioso rio cerca que limpia el aire de una ciudad que aun no conoce la polucion. Cualquiera de sus casitas olvidadas en medio de un estupendo jardin tropical de perennes sombras y floridas varandas, podria ser el refugio perfecto para un escritor, un pintor, o para cualquiera que no necesitase de grandes artificios mas que de paz para vivir. De alguien que disfrutase cada tarde de un tranquilo paseo por sus callejuelas laberinticas plegadas a veces en escaleras para salvar el ligero desnivel hasta el rio, entre casitas de madera y brisas frescas. Respirando una atmosfera como de otro tiempo en que el mundo aun no se habia terminado de volver loco.
Por la noche me quede en la posada a conversar con el chaval que la cuidaba y se encargaba de todo en la madrugada. Compaginaba su trabajo con sus estudios, y hablaba un ingles facil de entender; aproveche para hacerle preguntas que llevaba tiempo deseando hacer. Por ejemplo, sobre el sistema social de Laos. Me confirmo lo que me habia contado Pako sobre su sistema sanitario y educativo: muy lejos de ser publico y universal, estudiar no estaba al alcance de cualquiera, y una matricula universitaria suponia el sueldo medio de un año. Con la sanidad ocurria otro tanto, y cada consulta u operacion quierurgica debia ser pagada del propio bolsillo, cosa no siempre a cualquier alcance. Era facil comprender que en un pais destruido por una guerra atroz tan solo 30 años atras, y sin grandes recursos economicos, no habia sido facil salir adelante; pero despues de conocer el sistema cubano, parecia inconcebible que los servicios basicos no fueran universales y gratuitos. Por lo menos, segun el, la colectivizacion de la tierra y su fruto habia asegurado el suministro alimenticio del total de la poblacion, que veia con optimismo su futuro.
Y despues se me hizo tarde hablando con Len, una viajera noruega que recalaba en mi misma posada. Una mas de esas personas a punto de cumplir la treintena, que no soportan que su vida este escrita de antemano y deciden volar libres, pero que se ven abocadas sin remedio a pasar por todos los aros que les impone la sociedad, y en particular, el entorno familiar: lo tipico, buscar un buen marido, deslomarse trabajando para pagar una casa lo suficientemente cara como para estar muy por encima de sus posibilidades; llenar el mundo de criaturas, y despedir los ultimos postreros de la juventud durmiendose cada noche apollardados los dos frente al televisor. Era posible escapar de este destino desaforado? Ella pensaba que no, y viajaba como ultimo capricho de despedida, sabedora de la secuencia que la agaurdaba a su regreso a casa. Que curiosos me resultaba volverme a encontrar tanto fatalismo en almas lo suficientemente bravias como para pegarle una patada al atlas y volar por esos mundos...