jueves, 3 de abril de 2008

La ciudad insufrible

La idea del dia era acercarme a la embajada de Malasia para preguntar por la idoneidad de un viaje en bicicleta por aquel pais, opcion que me estaba planteando despues de Tailandia y Laos. Pero en realidad solo era una excusa para convencerme de hacer algo que no me apetecia demasiado, pero que podia ser toda una experiencia: cruzar de punta a punta la ciudad de Bangkok, ya que la embajada se encontraba justo en el extremo opuesto, en una zona que no conocia, la refulgente mole de hormigon, acero y vidrio de los rascacielos que se elevaban en la parte este. Aqui se movia la elite finaciera, los ejecutivos encorbatados, los estudiantes de business de universidades extranjeras, uniformados y transformados casi en muñecos y muñecas de porcelana.
Sobrevivir a esta valentia resulto ser un esfuerzo superior a otros que a priori parecen mucho mayores, como algun tramo de 100 kilometros de camino de tierra por selva que recorri en Vietnam, y del que me acordaba con cariño entre calles atestadas de todo lo imaginable. En la loca urbe de Bangkok, donde puedes estar al sol intentando cruzar una calle mas de diez minutos, y finalmente solo lo consigues al grito de Banzai!, acabe mucho mas agotado que en campestres machadas anteriores. Pero es algo digno de ser vivido, y de ser contado.
En las zonas mas modernas, los edificios de oficinas convivian con templos que antaño seguro que eran tranquilos y apartados lugares de olvido, hoy rodeados de cemento. Desentonando, como un espejismo de otra epoca, como psicoimagen que en cualquier momento se pudiera esfumar en la niebla. Pero la realidad era otra: sus patios, sus explanadas por las que paseaban los monjes en plena meditacion, se utilizaban como parking de pago. Esto demuestra el espiritu practico que ha llevado a este pais a unas altas cotas de desarrollo industrial.
A la sombra de los edificios almorce entre ejecutivos y estudiantes universitarios. El espectaculo del europeo en ropa corta sudando sin remedio debia de resultarles curioso entre tanta gomina y cuello blanco. Aqui solo monta en bici quien es tan pobre que no tiene dinero para un vehiculo de motor. De todos modos, por muy fina que fuese esta gente, el lugar de almuerzo era tan mugriento como el resto, y el menu se reducia a arroz, tallarines, y algun acompañamiento de pollo o verduras fritas. Tambien entre los ejecutivos hay clases, tambien los hay de postin.




Recordando una anecdota de la noche anterior aproveche para pensar un poco mas sobre lo que me iba encontrando: habia visto una escena que bien podria considerarse un fiel reflejo de la contradiccion entre pasado y presente que afecta a todas nuestras sociedades, y en especial a culturas que, como la tailandesa, han cambiado poco en muchos siglos... hasta la actualidad. Se trataba de una monja budista ya anciana, reconocible por su tunica blanca y su pelo muy corto, que en una de las calles de Khao San, espantaba a paraguazos a un travesti de los innumerables que pueden verse en Bangkok. Gritando alto, tal vez proferia insultos mientras a duras penas lo perseguia, en tanto que el se escabullia como jugando, se reia, y con el quienes andaban cerca. Los tiempos, que cambian demasiado deprisa; a veces me asalta la idea de que 80 años son demasiados para una vida, pues se acaba por no poder digerir lo que va trayendo la evolucion.
No hace falta irse al otro extremo del mundo: creo que mi abuela se fue justo a tiempo para no tener que escandalizarse tratando inutilmente de comprender el mundo nuevo de internet, de las tecnologias y las telecomunicaciones que lejos de comunicar aislan a los adolescentes en sus cuartos, erradicando la alegria de las horas muertas sentados a la fresca, en la calle con los vecinos, en la fuente llenando los cantaros. A tiempo para no tener que comprender el ritmo loco de la gente que se obsesiona por el trabajo, por tener mas y mas sin pararse a pensar para que; gente que camina por la calle con un gesto serio y un fruncido ceño, con una altivez del que cree merecerlo todo, que no osaria una conversacion alegre y casual en el autobus, en el metro, en la cola de una oficina. De un mundo loco por poseer muchas pequeñas cositas sin importancia, dejando a un lado lo unico importante: los buenos momentos con seres queridos, las risas, un cafe entre amigos, el placer, la buena compañia.
Si, creo que se fue a tiempo, y mi monja budista posiblemente ya no trata de comprender, ni pide en sus rezos que vuelvan sus viejos valores, perdidos para siempre.

La verdad es que esta ciudad no me estaba sentando muy bien. Vovia medio cocido al sol, por calles ruidosas, entre un irrespetuoso trafico que lo llenaba todo de humo y polvo, dando un aspecto mugriento incluso a esta parte mas nueva de la ciudad. El culto oriental a la belleza quedaba a veces relegado, confinado al reducto de algunos maceteros de ceramica llenos de agua, en la que crecian nenufares y nadaban pequeños peces de colores. Aqui y alla alguien habia obviado el entorno deplorable decorando su parte de acera con algunas de estas macetas, en un vano intento que a penas podia distraer la atencion del ruido y del ajetreo.
No se si el final de la era del petroleo volvera a hacer habitables las ciudades, o mas bien lo que quedara de ellas si esto sucediera. Pero es para mi una tragedia haber visto ya tantos paraisos perdidos como este, que en medio de un tropico exuberante, rico, de arboles inmensos y flores deslumbrantes, ha dejado de mirar el cielo por verguenza.

Sintiendome debil, aplastado por el sol implacable, continuaba mi vana lucha contra el trafico de regreso a Khao San, aunque esta vez buscando para mi bici una ruta mas al norte que me evitase pasar por el caotico barrio chino que por la mañana me habia destrozado. De repente, de un lado de uno de los canales que atraviesan la ciudad, vi asomar unas tranquilas callejas, y casi sin pensarlo hui por ellas.
Tan estrechas como para que solo una bici o un peaton pudiesen caminar por ellas, sus casitas desordenadas y decrepitas ofrecian un fresco cobijo del sol del mediodia. En seguida me di cuenta de que se trataba de un barrio musulman, la minoria mas numerosa del pais. Lo dude, pero me deje llevar por el instinto, y comence a adentrarme en el laberinto de contraluces, como queriendo tantear que percibian a dia de hoy los musulmanes tailandeses viendo a un occidental como yo. En mi anterior viaje senti continuamente un profundo rechazo por su parte: eran los dias del 11-S y el Islam volcaba toda su furia contra occidente por la guerra que un mes despues desencadeno sobre Afganistan, del que cada dia llegaban noticias de bombardeos y masacres.
Sin embargo esos sentimientos parecian haberse diluido con el tiempo; o tal vez di con las personas adecuadas. Pero en mi paseo por su barrio, e incluso frente al concurrido cementerio ajardinado que se abria el final de un recodo por el que a penas cabia yo con mi bici, las miradas no eran de rechazo, sino al contrario, de curiosidad; y muchas de ellas se volvian confiada sonrisa en cuanto yo sonreia. Me tome un refresco en una tiendita, charlando amistosamente con el dueño y su madre, que aun se defendian con el ingles. La ventaja de ser español es que todo el mundo sabe quien es Raul y como va el Real Madrid, y eso facilita los contactos interculturales. Hice algunas fotos, como esta de unos niños jugando con una de las muchas jaulas de pajaros que adornaban las entradas de las casas.



Tenia que volver a por el equipaje, a la pension. Ya lo habia preparado por la mañana, para dejar libre la habitacion antes del mediodia, y me lo guardaban en el cuarto de los ratones. No queda mas remedio que fiarse si uno no quiere acarrear todo el dia con los bultos, pero no seria el primero al que le roban todo por dejarlo de esta manera. Por si acaso no deje dinero, documentos, ni nada vital en su interior. La ventaja de viajar por un pais tan relativamente seguro como Tailandia, es que puedes llevar encima tus documentos y objetos de valor sin exponerte a un robo con violencia, sin peligro de perder la vida por llevar mas de la cuenta. Aunque siempre es sabio ser lo mas discreto posible, disminuyendo asi las posibilidades de llegar a ese callejon sin salida que todo viajero se encuentra en el fondo de sus pesadillas.
Despues del ultimo viaje por Venezuela, donde te acabas volviendo paranoico y le tienes miedo a todo lo que no sea una piedra, me apetecia relajarme en el sudeste asiatico, un remanso de paz en este mundo convulso del siglo XXI. Aqui no hay tiroteos al atardecer ni balas perdidas, ni asaltos pistola en mano. No hay zombies drogados que pueden matar sin darse cuenta. No hay vampiros que te siguen con una mirada depredadora mientras evaluan tu precio en dolares. Aqui no tienes que caminar por las calles en plan comando, mirando bien cada esquina que vas a cruzar por si pudiera ser el escondite perfecto del malandro que te acechara, y en caso de sospecha pasar a unos metros de distancia para llevarlos de ventaja si tocara correr. No sucede nada de eso aqui. Tal vez sea el budismo; tal vez sea el culto a los ancestros, el respeto a la autoridad de los mayores, o la familia perfectamente estructurada de la influencia confucionista. Lo que es seguro es que aqui hay que temer mas a otros viajeros sin plata en el bolsillo, y que podrian forzar la puerta de tu habitacion, que a los propios nativos. En un pais como Venezuela, en cambio, es mejor dejar todo lo valioso en la habitacion, nunca llevarlo a la calle. Alli tampoco es buena idea dejar tu dinero al cuidado de la caja de caudales de la pension. El recepcionista podria llamar a algun malandro conocido, informarle de cuanto dinero lleva consigo el gringo (asi llaman a todo extranjero por aquellas latitudes), y conchabarse con el a partes iguales con tal de que el asalto sea unas calles mas alla para no levantar sospechas. Como digo, uno puede volverse paranoico.



En la foto, uno de los canales de Bangkok al atardecer, trafico fluido en el nudo norte noroeste. Esta noche dormiria en el tren, rumbo a Chian Mai.