lunes, 14 de abril de 2008

Atrapado en Mae Hong Son

Domingo 13 y Lunes 15 de Abril de 2008
Recorrido: algunas calles de Mae Hong Son

Hay diferentes maneras de viajar. Por ejemplo, hay gente que busca una playa y pasa alli una semana tumbado en una hamaca por el dia y bebiendo cerveza hasta que las discotecas de la noche le llevan al whiskey. Tambien esta el que, un poco mas intrepido, organiza todo desde casa con una agencia, y luego se deja llevar de aqui para alla, haciendose la correspondiente foto antes de volver al hotel. Otras maneras mas lamentables se ven, como la muy frecuentada por algunos occidentales cincuentones sin escrupulos.
Pero de entre todas las formas posibles de viaje, yo cultivo unicamente dos, con especial esmero.
La primera, la aventura en estado puro, sin planificacion previa alguna, en busca de las experiencias unicas con los pobladores autoctonos, aprendiendo y observando su cultura, sus matices, disfrutando del paisaje, poniendo el esfuerzo con la bicicleta y arriesgandome a momentos duros para poder saborear mejor los buenos.
La segunda, completamente otro viaje, consiste en encontrarse con otros viajeros y pasar con ellos un momento agradable. Los viajeros que en cada momento estan recorriendo los rincones de este pequeño planeta, forman una especie de gran familia, tal vez la primera familia global de la Historia, portadora de una forma de pensar cosmopolita, pacifista, ecologista, que se nutre, o lo intenta, de todas las raices culturales que encuentra a su paso, y hace en todo momento de embajadora de todos con todos, de puente y punto de encuentro de pueblos dispares.
Decia una cancion de Vinicius de Moraes que la vida es el arte del encuentro, y un autentico viajero que llega a un nuevo lugar saluda a los otros viajeros com si los conociera desde siempre. Puede decir sin complejos, Hola familia, como les fue?. Y asi, con esta familia chica que habia encontrado en Mae Hong Son, disfrute de otros dos dias de tranquilidad y casi inactividad.

La vida discurria placidamente en la ciudad junto al lago. Las horas de mas calor se pasaban conversando en alguna terraza y saboreando un cafe, intercambiando impresiones entre amigos de ocho nacionalidades distintas. En la calle la fiesta bullia entre tanto. Apostados junto a bidones, numerosos grupos batallaban cubo en mano; a estos se unia un desfile de coches con remolque: al volante el padre conducia despacio para propiciar la refriega incruenta, y sobre el remolque se apiñaba la familia entera entre bidones de agua. Hora tras hora recorrian las calles y volvian a recorrerlas entablando acuatica pelea con todo lo que se meneaba. Damien participaba desde su bici, y atacaba con su botellin en ristre. El resto nos conformabamos con echarnos unas risas mientras eramos sepultados en agua a cada paso que dabamos, un agradable refresco a estas horas de mas calor.

Un matrimonio occidental, ya entrado en canas, caminaba despacio por las calles, con gesto fingidamente serio y dos enormes pistolones de agua; con el ademan de los malos que entran al pueblo en una pelicula del oeste, aquellos dos barrigones en bermudas y chanclas eran la autentica nota de frescura en la batalla del agua.

Los tailandeses aprovechan cualquier ocasion par hacer algo divertido. En este caso, la explicacion de la fiesta consiste en el simbolismo del agua, la purificacion y la iniciacion. Derramando agua limpiaban de malos espiritus personas y lugares, que asi comenzaban el año nuevo tailandes, derivado del chino, con el mejor de los augurios.

Aunque por el dia siempre habia algun viajero del grupo que desaparecia para hacer alguna visita turistica, la puesta del sol nos reunia de nuevo, casi como en una ceremonia, en lo alto del monte que domina la ciudad. Subiendo una larga escalinata se llegaba a un templo, detras del cual, y hacia el oeste, quedaba un espacio en la ladera para una terraza cafe, que se asomaba al inusitado balcon de una interminable sucesion de montañas boscosas adentrandose, mas alla de la cercana frontera, en Birmania.


Entre bromas y conversaciones veiamos desplomarse un sol extrañamente rojo sobre los perfiles arbolados de las montañas, y despues dejabamos entrar el silencio y los grillos de la noche para bajar casi a tientas los escalones que devolvian a la ciudad. A esas horas el aguacero habia cesado ya, y la gente paseaba por la orilla del lago, que se llenaba de puestitos de comida y artesania.


Pediamos la cena en cualquiera de ellos, y nos sentabamos en la hierba sobre esteras preparadas al efecto, con una mesita en el centro, y asi pasabamos otro buen rato hasta que se hiciese la hora de los bares de copas.
Esta ultima era la parte que menos me gustaba, pues en un lugar como aquel, y con una temperatura nocturna perfecta, lo que menos me apetecia era entrar en un garito saturado de humo y ruido para malescuchar las charlas y las guasas. Que mania tienen estos occidentales de llenarlo todo de humo. Pareciera, que poca imaginacion, que la fiesta consiste en ahumarse e intoxicarse. Yo, que prefiero una vida algo mas sana, acababa saliendome a respirar aire fresco y contemplar la noche en algun banco de la calle, y poco a poco se me iban sumando los demas amigos, eso si, con su cerveza en la mano.

Charlotte, que el primer dia habia perdido su vuelo a Chiang Mai para quedarse un poco mas con nosotros, era otra de esas sorprendentes personas que, con a penas 23 años, ofrecia una vision global, completa, inteligente y cabal de cualquier tema que se hablase. Habia empezado unos meses antes su viaje iniciatico con dos amigas parisinas, pero pronto se habia dado cuenta de su necesidad de viajar en soledad, jugando a esa aventura del encuentro y del descubrimiento del propio interior, latente y dormido cuando las homogeneas circunstancias de la vida urbana no ponen a prueba todas las facetas de un complejo ser humano.
En cambio, nuestro viajero solitario encontro en Sushandong la razon para no acompañarme a la mañana siguiente en el pedaleo hasta Pai, como habiamos acordado al principio. Un marinero que encontraba puerto; aunque con lo poco que lo conocia sabia lo suficiente como para apostar por encontrarmelo de nuevo un par de dias despues en Pai.

Todos nosotros teniamos en comun que de algun modo eramos una suerte de fugitivos de la vida, que lo habiamos dejado todo, trabajo, estabilidad y ese espejismo de un cierto futuro encaminado que tanto disfrutamos en occidente, a cambio de un sueño de horizontes y puestas de sol. Huiamos de una sociedad gris que crea individuos cerados, que con 30 años a penas, se ven a si mismos completamente construidos. Se engañan, porque la vida es lo que sucede mientras aprendemos y crecemos, y nunca el ser humano es una obra terminada. Bueno, tal vez si: el dia que muere.