Recorrido: de Kampong Kdai a Siem Reap: 73 km
Ya no me quedaban mas que unos pocos kilometros para llegar a Siem Reap, la ciudad crecida al aroma de las ruinas de Angkor, tan solo unos 10 kilometros al norte de su centro, y que atraia una ingente cantidad de turistas avidos por contemplar la maravilla. Antes de ponerme en marcha volvi a ver el puente, con su extraña estructura desconocedora del arco; los ojos por los que pasaba el agua del rio, eran estructuras apuntadas, conseguidas apilando piedras y uniendolas poco a poco hasta cerrarlas en una. Esto no las hacia demasiado resistentes, como podria comprobar mas tarde en las ruinas de Angkor.
Durante todo el recorrido pase al lado de no menos de una docena de puentes menores que salvaban sendas ramblas y torrenteras. La carretera habia circulado por encima de ellos hasta recientemente; pero por fortuna ya habia puentes nuevos que los evitaban pasando a unos pocos metros de ellos. Asi podia verlos al paso, y luego continuar pedaleando por el asfalto que cubria la antigua calzada khmer.
Como? No he hablado todavia de las santas motos del sureste asiatico? Habria que dedicarles un capitulo completo. No es posible entender la vida en esta parte del planeta sin el memorable e indispensable papel de estas silenciosas y sufridas maquinas, como no es posible entender la Historia de Europa sin la contribucion de burros y caballos. Se las puede ver cargando seis personas apiladas; o toneladas de paja, o cientos de gallinas atadas por las patas y colgadas de varas. O manojos de tuberias de 20 metros de largo llevadas al hombro del propio conductor, dandole un aspecto de Quijote lanza en ristre. O como en la foto, llevando muebles apoyados sobre un pequeño carrito de dos ruedas mas pequeño incluso que la moto.
A menudo durante el viaje, muchachos en bicicleta me acompañaban durante algun tramo. A veces los alcanzaba cuando pedaleaban despacio en mi misma direccion. Adelantandolos para continuar a mi ritmo, conseguia que se dieran por retados, y aceleraban el pedaleo para seguirme todo lo aprisa que podian. Algunos incluso me desafiaban a un sprint, y si no andaba flojo de animos, solia aceptar como algo divertido; ellos no tenian plato grande en sus bicis, pero a cambio no llevaban dos mochilas cargando la parte trasera. El hecho es que hasta la fecha ninguno logro sacarme un metro de ventaja; pienso que tiene mas que ver con que los camboyanos y laosianos fuman desde que son adolescentes, y a todas horas. Me divertia dejarlos atras con sus caras amarillas tornadas en bermellas, y sin poder creer que el farang de las flores les ganase la carrera.
Con moscas y todo, mis lugares favoritos seguian siendo los mercados, una estupenda ocasion siempre para sentarse y observar las vidas, las miradas, las bromas y las tareas de los nativos.
Pedalear por la carretera no me parecia peligroso, pese a que el flujo de trafico era considerablemente mayor que en Laos. Los coches dejaban suficiente espacio al pasar, acostumbrados como estan a que todo el mundo circulase a pie, en bici o en moto por estas carreteras. Sin embargo para los locales era un infierno estar cerca de la via. Los conductores eran sin excepcion una panda de malnacidos que no disminuian la velocidad al pasar por los poblados; mas teniendo en cuenta que el concepto urbano en estos paises es muy diferente al nuestro, con una mera linea de casas a cada lado de la carretera, que hace de esta la unica y principal calle, y escenario de todo lo que sucede. Camiones, autobuses y coches pasaban a toda velocidad, levantando continuas polvaderas sobre la estoica gente, que tenia que convivir con ello cada minuto del dia. Y sin olvidarse de atravesar el pueblo tocando el claxon por costumbre, que a mi me desesperaba y crispaba sobremanera. El infierno de polvo y ruido era agotador despues de cinco minutos; me amiraba una vez mas de la capacidad de sufrimiento y adaptacion del ser humano, dispuesto a vivir en unas condiciones que desesperarian al mas pintado. Daban ganas de dar escarmiento publico a cada uno de aquellos bellacos incivicos.
Una niña que jugaba con otras amigas dio un paso al asfalto sin mirar, y estuvo a punto de ser atropellada por uno de aquellos bolidos, que como colofon recorrio el resto del pueblo pitando estruendosamente. Por si fuera poco, la niña tuvo despues que aguantar la regañina y el griterio de los adultos que se encontrasen a cien metros a la redonda.
Por fin Siem Reap a la hora de comer. Era una ciudad mucho mayor de lo que esperaba, ruidosa e industrial, ademas de turistica. Recorriendola junto al rio baje al mercado central para buscar posada. Queria saber cuanto antes como tenia que hacer para aprovechar bien la visita a los templos de Angkor; despues de ducharme y lavar la ropa sucia, que ya era casi toda la que tenia, sali con la bici a preguntar a alguna agencia. Pero pasando por una esquina escuche hablar en español: las salude, mas con animo de preguntar por la visita a los templos que de otra cosa. Eran una venezolana, una portuguesa y una española. Ya habian estado en las ruinas, asi que me explicaron un poco, y me dieron un mapa de la zona. Casi tenia solucionadas las dudas, solo tenia que ir hacia el norte unos kilometros, y hacer un recorrido de lo mas trillado por los templos; la entrada, en la puerta: o un solo dia, o un plazo de tres, que era el que a mi me convencia. Mientras ojeaba el mapa, volvio Filipa, la portuguesa, para invitarme a cenar con ellas por la noche, asi que quedamos para entonces.
Tenia mucho que leer antes de ir a las ruinas. Busque un bar donde tomarme un cafe, que despues de varios dias montunos ya me lo habia ganado, y pase el resto de la tarde leyendo la informacion de que disponia, y planeando como hacer la visita. Primero recorreria los templos menos importantes, y dejaria Angkor y Bayon, los mas espectaculares, para el segundo dia. De haberlo hecho al contrario, tal vez los pequeños me hubiesen parecido muy poca cosa, despues de haber conocido Angkor. Bajo otra estupenda tormenta vespertina, agote las horas de luz con la guia y los mapas.
Acudi al encuentro de las nuevas amigas, que fueron llegando poco a poco, para completarse el grupo con Paulo, otro portugues que viajaba alrededor del mundo. Cenamos y charlamos hasta tarde, era un gusto relajarme en mi lengua materna despues de tantos dias de aislamiento. Filipa hacia lo que yo tantas veces me habia propuesto viajando: montar una empresa de importacion de artes y artesanias exoticas. Parecia irle muy bien, y siendo varios años mas joven que yo, me daba sana envidia, a mi que a este paso no dejaria nunca de ser un pobre asalariado sujeto a un jefe y a unas impertinencias... Y hablando de todo un poco, la española resulto ser, como yo, de Teruel . Era la primera vez en mi vida que me encontraba a alguien de Teruel fuera de la provincia, y no podia creerme que a 10.000 kilometros de la Plaza del Torico pudiera estar charlando con una paisana. Desde pequeña se habia criado en Valencia, y hacia años que vivia en Londres. Pero yo le habia detectado algo familiar en la mirada antes de saber de su origen.