sábado, 14 de junio de 2008

Bajo la lluvia de Kaeb


Miercoles 11 de Junio de 2008

En Kaeb

Suelo presumir de que soy una persona tranquila, y ni el trabajo ni la vida diaria logran estresarme, no al menos como al urbanita medio. Lejos de llenar mi tiempo libre de actividades programadas, prefiero dejarlo como tal, libre, y hacer cada vez lo que mas me viene en gana. Esta suele ser una fuente de estres en el europeo urbano tipico, que llena su agenda (indispensable, y por escrito), de cursos, bailes de salon, deportes en equipo, y similares, que los hacen ir todo el dia de prisa en prisa, y lejos de relajarlos aun los llenan de mas ansiedad.
En cuanto al trabajo, me lo tomo con filosofia. Muchas veces arde la oficina, no se llega a tiempo a una entrega, todo el mundo se pone nervioso y pierde los papeles. Yo me pregunto, que es lo peor que me puede pasar si no llego? Que me despidan? Pues no es para tanto, en ese caso ya encontrare otro trabajo; no vale la pena angustiarse cuando las cosas no salen como debieran, menos la muerte todo tiene remedio. Asi, cuando todo el mundo pierde los nervios, yo trato de conservar mi calma interior, sobre todo porque no pienso dejar que una maldicion biblica como es el trabajo, pueda interferir lo mas minimo en mi buen estado de salud mental y fisica. Y porque, por mas que digan, quien trabaja bajo presion y ansiedad, no rinde, y llena su trabajo de errores. Despacio y buena letra, ya es viejo el refran.

Sin embargo, en Kaeb tuve ocasion de darme cuenta de hasta que punto me encontraba en un cierto estado de ansiedad en mi ya antigua vida madrileña. Poco antes de mi viaje pase unos dias en Malaga con Susana, y despues con ella y mas amigos por la Axarquia, regresando de nuevo al mar Mediterraneo al final del recorrido. Recuerdo haberme dado cuenta de que la vision del mar me producia una extraña sensacion de desasosiego; su superficie revuelta, siempre cambiante y manchada, de fondo invisible y profundo, desconocido, de inexistente equilibrio ni paz, lejos de relajarme y transmitirme buenas sensaciones, sumergia mi animo en una tormenta de inquietud y ansiedad. No podia encontrar de ningun modo la belleza del mar.

Y aqui en Kaeb, mucho mas relajado y conforme conmigo mismo tras dos meses y medio de viaje interior en solitario, pase horas maravillado contemplando un agitado mar dominado por las lejanas tormentas que descargaban al final del horizonte. Su superficie encrespada no me crispaba ya. Sus aguas oscurecidas y su fondo inhospito no me asustaban, sino que lograban sosegar mi animo y acompasar el ritmo de mi respiracion con su belleza infinita. Efectivamente, mi estado mental antes del viaje no era el optimo, y el mar no habia sido mas que un espejo donde mis demonios se proyectaban. Ahora, las casi negras aguas revueltas llegaban a mi como caricias de pura vida, y no como amenazas atavicas. Volvia a ser yo mismo, y me gustaba lo que encontraba en mi interior.




Y eso que estaba agotado por la paliza del dia anterior. Seguramente el sobreesfuerzo habia minado mis reservas, y me faltaban todo tipo de sustancias indispensables para el organismo. Asi que pese a la temperatura ideal propiciada por la lluvia, estaba debil, somnoliento, sumergido en un letargo que me hacia tardar varios segundos en reaccionar a cualquier estimulo exterior.



Siempre en bici pasee toda la carreterita que bordeaba la playa alrededor del pueblito. Mas que playas eran pedregales, detras de los cuales se extendian espesos bosques, entre los que destacaban las ruinas espectrales de los chalets de la incipiente clase acomodada de la Camboya de los años 60, que fue a parar directamente a las fosas comunes en los cinco años de Pol Pot. Un extraño aspecto de post-guerra nuclear hacia contener inconscientemente la respiracion al pasar cerca de ellas.

Y alli estaba frente al mar, tras 4.400 km de interior. En la perfecta soledad de la temporada baja. Disfrutando de la recompensa merecida de un dia paseando junto a las olas.



Por la tarde arrecio la tormenta, y me dio tiempo a resguardarme bajo uno de los muchos toldos que esperaban sin uso la temporada alta, cuando bajo ellos se ofrecen masajes y refrescos a los turistas de la capital. Los colores del cielo y el mar se desvanecian en un tono plomizo que trataba a todo por igual. Se iba el dia, y de nuevo me perdia la puesta de sol en el mar. Con tanta nube y tanta lluvia pasajera, el atardecer fue solo un desvahirse los grises del cielo hasta verse envuelto en una silenciosa oscuridad.
En un bar charle un rato con un viajero australiano que habia llegado alli casi por despiste, y con el dueño del local, un holandes rondando la cincuentena que aparentaba muchos menos pese a la poco sana vida que decia haber llevado. Mas de 8 años alli, casado con una preciosa camboyana mucho mas joven, era feliz con su sencilla vida de paraiso peliculero, preparando cocteles y jugando al billar. Si es que hace falta muy poquito para estar a gusto...
La vuelta a oscuras por los 5 km de paseo junto al mar, me trajo siniestras evocaciones, entre casonas abandonadas y devoradas por las selvas. A poco que me dejase sugestionar parecia que me mirasen al pasar. Con la unica luz del debil resplandor del cielo encapotado, una presencia sobrecogedora de mirada aterrada me observaba desde otro tiempo, no muy lejano. Agazapados entre las columnas y las paredes derruidas, sus antiguos habitantes gritaban sin ser oidos y arañaban vidrieras que ya no existian.