Recorrido: de Tha Bok a Pak Kading: 100 km
Cuando atravesaba las montañas del norte me desesperaba; es duro no terminar nunca de encontrar paredones que subir, y acaba royendo la moral el comprobar que por mas esfuerzo que se emplee, no se termina el ascenso que ya toca descender a la cota anterior para volver a lo mismo. Tras dias y dias en esta tonica, uno se acaba hartando y deseando un llano. Soñaba yo aquellos dias con los que recorriera alguna playa del sur.
Pero llegado a los llanos, el recorrido aun era mas descorazonador. Por segundo dia, y segundo de muchos que me faltaban en un plano sin grandes relieves hasta la costa camboyana, caminaba junto a la orilla del Mekong, poco a poco mas ancho y caudaloso con el aporte de los enormes afluentes que iba cruzando a cada trecho. La carretera era llana, infinitamente recta, inacabable a la vista hasta el horizonte, donde se perdia como lineas de fuga de un paisaje extraño. Poco mas que arboles me acompañaban nuevamente, y las aldeas volvian a escasear. La logica me habia hecho suponer que el fertil valle del gran rio sustentaria la mayor parte de la poblacion del pais. Pero al menos estos primeros tramos no lo eran en absoluto poblados. Ni si quiera se levantaban ligeros cerros en el horizonte; bosquecillos y arrozales eran toda la perspectiva de que disponia, y bufalos pastando en terrenos inundados; y cada muchos kilometros, algunas casas, y pueblos sobre pilares muy altos de cemento, que eran clara señal de que el rio era a veces temible. Progresando por las rectas perfectas no se tenia sensacion de avanzar. Durante horas se veia un horizonte similar, y la carretera casi desierta parecia mas una condena de martirio que otra cosa. Sin embargo, poco a poco me fui amoldando al nuevo paisaje, y descubriendo la belleza de sus larguisimos tramos de bosque, la sensacion reconfortante de atravesar interminables lugares inhospitos, libres de humanas glorias. Era, a pequeña escala, una sensacion similar a la de navegar el Amazonas. Puede parecer aburrido recorrer durante mas de una semana la ininterrumpida linea de arboles salteada de cabañas de caboclos, indigenas y mestizos aislados del mundo en medio de la selva y el agua. Pero con el tiempo uno toma conciencia de la maravilla que representa esa linea, que es todo lo que se muestra ante nuestros ojos, de toda una inmensidad de vida que se extiende justo detras. La maravilla de un bosque que dura dias en ser recorrido, en muchos de cuyos recodos existen lugares por descubrir, tribus que no conocen al hombre blanco. Cuando pase por sus aguas, aun no se habia descubierto, en plena era de los satelites, la segunda catarata mas alta del mundo despues del salto Angel, que se situa no lejos de la triple frontera de Peru, Colombia y Brasil. Un mundo desconocido, y que dure, del que solo se nos representa a la vista una ribera de arboles en apariencia monotonos y mohinos.
Me gustaba tomar una pequeña cata de la riqueza y variedad de la vida amazonica observando en la noche las paredes alrededor de cualquier foco de luz del barco. Miles de insectos se arremolinaban a su atraccion, y jugando a escoger uno cualquiera de aquellos y buscarle pareja, no conseguia, por mas que me empeñase en ello, encontrar insecto semejante al escogido. Tal era la increible multiplicidad de la vida en la selva.
Pero en los interminables caminos frente al viento del valle del Mekong no salian caboclos en canoas a vender en los barcos que pasaran sus frutas y pescados, sorteando los remolinos y el oleaje, las anacondas que afirmaban se podian tragar a una persona, o las pirañas que segun parece, no eran mas que un pescado sabroso del rio.
Sin tratar de desafiar de nuevo a los dioses afirmando algo de cuyo contrario me puediera arrepentir, habia que celebrar que durante los ultimos dias habian desaparecido las nubes y no habia caido una sola gota de agua, y un crecientemente insoportable calor se adueñaba del dia, y no se alejaba mucho por las noches. Llegue, no al final de la recta, que seguia, sino en un poblado por el que pasaba, a la meta del dia. No eran ni las cuatro de la tarde, y al encontrar posada decidi quedarme y no arriesgar la noche. El pueblo se hallaba a orillas de otro afluente, como si el Mekong no fuese suficiente motivo para construir un pueblo y hubiese que esperar a sus confluencias. Decenas de barquitas aprovechaban una bahia natural para resguardarse, y segun se fue pasando la tarde, los pescadores tomaban el camino al rio e iniciaban sus tareas.
Pasee por sus calles de tierra rojiza, que ofrecian un especial colorido entre los arboles y las casitas de buen gusto, puramente Lao, grandes, de techos altos en dos alturas y todo el espacio abierto a la calle para que el aire pasase a sus anchas, que nunca estorbaba en los rigores del tropico.
En una de las casas una familia celebraba algo comiendo y bebiendo. Los hombres en una mesa, y el resto en otra. Al verme pasar comenzaron a llamarme; andaba un poco timido, y es que sin poder hablar en lengua alguna, se me hacia de pereza el lio de comunicarme a golpes. Pero salio en mi busca el dueño de la casa, que a lo mas tendria mi edad, y arrastrandome del brazo me llevo a la mesa de los hombres. Como siempre me obligaron a brindar con un vaso de cerveza con cada uno de los que habia alli, que ya se tenian a esfuerzos por el poderoso influjo de la bebida nacional, la bierlao, una cerveza contundente. A lo tonto nos echamos unas risas y acabamos pasando un buen rato. Pero preferi despedirme a tiempo y no dejar que la cerveza fuese a mas.
Por un precioso atardecer segui paseando las callecitas de tierra. Los niños, mas atendidos que en otros pueblos de las montañas, se divertian corriendo con sus bicis, y sorteando las humaredas que aqui y alli tamizaban el aire y el sol, por la mania que tienen en Laos de quemar en la calle todo lo que pillan, desde restos vegetales a basura. Era la hora del baño: mujeres acicalando y despiojando a sus niños en un balde; otras que se lavaban en un grifo de la calle con un saron, o tunica a modo de toalla sobre el cuerpo, con el que lograban bañarse en publico sin mostrar mucho mas que los codos y el cuello.
En la calle principal empezaban a celebrar una boda. Bajo unas carpas, novios y familia exquisitamente vestidos a la occidental, salvo la novia que vestia el atuendo laosiano deslumbrante y exotico, se sentaban alrededor de una mesa adornada con flores, para dar la bienvenida a los invitados, que segun llegaban introducian sobres con dinero como regalo en una urna dispuesta al efecto en la primera mesa. Despues se iban acomodando en las mesas bajo las carpas, presididas por jofainas plateadas con relieves de flores, que brillaban con los ultimos rayos del sol en el horizonte. La musica laosiana, conocida como la Tabarra, sonaba con toda la potencia de los equipos, y hombres y mujeres demostraban a los niños por que es malo beber demasiado. Quisieron invitarme, pero sabia lo que seguiria: cada uno trataria de hacerme beber a su salud un trago de cerveza, y se mearian de la risa viendo al farang tambalearse. Si al menos pudiese charlar con los presentes... pero en la boda se hacia poco mas que sentarse y hablar, y no me parecia el mejor plan sin conocer ni una palabra de laosiano. Recorde alguna boda que me pillo de paso, por ejemplo en Luxor, Egipto. Aquella vez acepte la invitacion, porque casi todo el mundo se defendia en ingles, y acabe disfrutando de una noche entre te de menta, conversaciones sobre Ala y los novios, y danzas de mujeres que se arrancaban a chillar de alegria al ritmo de la musica.
Jueves, 16 de Mayo de 2008
Recorrido: desde Pad Kading hasta Tha Kek: 157 km
Cuando hice la primera parada del dia para desayunar, acabe perdiendo por primera vez en el viaje la compostura. Ya me habia pasado la noche anterior, que al intentar pedir cena en los muchos restaurantes de la calle principal, me habian dicho que no tenian nada. Nada? Nada. Pero es que al dia siguiente la situacion se repitio a 20 kilometros de distancia. Les pedi lo unico que esta bendita gente es capaz de pergeñar, la eterna sopa picante de tallarines, que ya me producia sarpullidos asi como abstinencia cuando no la encontraba. Me sente de cara a la calle, por ver la gente pasar. Despues de un cuarto de hora esperando considere que no podia costarle tanto mojar los tallarines en el caldo hirviente que siempre tienen preparado. Al girarme comprobe que la señora se hacia la manicura mientras veia un programa en television. Terminaron de enfadarme, y aun tuve que meterme en la cocina, agarrar el bol y los tallarines y ponerme a hacer yo la sopa para que la reina se decidiera a echarme el agua caliente y los dos pedazos de pollo sobre el bol de tallarines. Por dios, que gente sin sangre...
Debia de ser que no habia yo dormido bien y no estaba de humor, porque estas cosas es mejor tomarlas con gracia y salero, y observarlas con ojo de antropologo. Pero cuando uno esta molido y hambriento, a veces se vuelve irritable. Me quede sin saber si es que no les apetecia trabajar por aquellas latitudes, o es que no se les ocurria que demonios pudiese querer alguien que pide de comer en un lugar donde solo se sirve una unica cosa. Tal vez me tenia que hacer entender mejor en lo sucesivo.
Los bosques se iban espesando, y aunque habia muchos tramos quemados para cultivos junto a la carretera, a menudo grandes troncos se erguian orgullosos sobre un paisaje que todavia les pertenecia. Seguia por le valle de Mekong, aunque desde la mañana lo deje de ver y se perdio durante todo el dia. No debia de andar lejos de la carretera, pero por lo visto los laosianos habian preferido desde siempre asentarse lejos del lecho, y la carretera no le hacia muchas visitas.
Sobre las cinco de la tarde llegue a un pueblo en el cruce de dos carreteras, que por la experiencia pasada tenia por fuerza que disponer de hospedajes. Pero mi gozo en un pozo, y aunque con segundas preguntaba a todo el que me cruzaba, solo me indicaban que no encontraria nada hasta Tha Kek, a algo mas de 53 kilometos de alli. Ya habia recorrido unos 100 en todo el dia, y llegaba renqueante y con ganas de retirarme. Con hora y media de luz no me daba tiempo a llegar de dia hasta Tha Kek. Pero quise intenarlo, siempre podia rendirme a mitad de camino y buscar otra chocita en los arrozales.
El caso es que me administre una fuerte dosis, por via oral, de sopa picante de tallarines, y con la musica mas cañera que tenia en el mp3 me puse en marcha. Aunque durante mas de 35 kilometros no baje de los 30 kilometros por hora, que es una barbaridad para una bici de montaña con dos mochilas y 100 kilometros mas a la espalda desde la mañana, como no podia ser de otro modo se me hizo de noche a falta de un largo tramo por recorrer. Y con todo, consegui llegar a Tha Kek, una hora de noche despues, para encontrar posada en una de sus calles de estilo frances, algo abandonado pero con el encanto de la decadencia. Al otro lado del Mekong relucia una ciudad tailandesa, y en barcazas en el rio practicaban los jovenes su actividad de ocio mas transgresora: el karaoke.
Tenia el cuerpo destrozado. Lo que habia hecho en el dia seria una de esas cosas, que si hubiera Dios, me la premiaria por valiente; si hubiera Diablo, me condenaria a repetirla cada dia por toda la eternidad. Pero como ni hay lo uno ni hay lo otro, tan solo quedaria como una de esas pequeñas azañas que todos acometemos alguna vez en secreto, y que no han de ser mas que comida de gusanos.