Viernes 16 de Mayo de 2008Recorrido: de Tha Kek a un lugar cerca de Xeno: 95 km
Tras la paliza del dia anterior no me quedaban muchas fuerzas, ni ganas de emplearlas. Tenia las piernas algo agarrotadas, y no me resultaba facil ni si quiera subir las escaleras al primer piso de la posada, donde estaba la habitacion. Para lo cara que habia salido la pension (unos 4 euros), habia resultado cutre y sucia; pero no habia encontrado nada mas asequible, tenia la opcion de algo muy fino y caro, o esta en la que me habia alojado, llena de comerciantes tailandeses y vietnamitas que fumaban compulsivamente en el hall de la planta baja mientras veian la tele con cara de alelados.
No madrugue en absoluto, y al salir a la calle un sol cegador no me dejaba ni entreabrir los ojos para ver las casonas entre los arboles inmensos, seguramente plantados por aquellos franceses que pusieron despues los pies en polvorosa. Thakek era otra ciudad de pasado colonial, como cualquiera de las miles que se pueden encontrar en Latinoamerica. A las claras demostraba un pasado prospero, un abandono posterior precipitado, y el lento devenir del tiempo y el olvido, royendo cada yesada de sus edificios, quebrando las molduras detalladas de arcos, puertas y ventanas; descolorando y pudriendo las maderas, y deslavando railillos macilentos de oxido y suciedad aculmulada paredes abajo sobre la antigua pintura blanca. La mañana era silenciosa, como imaginaba que debia de ser cada dia en el centro de la ciudad; y eso que, con todo, el comercio con los dos paises vecinos le habia dado un segundo renacer que se acomodaba como podia, y sin grandes pretensiones, sobre los restos del primer y ya pasado brillo.
Paseando junto al Mekong veia las ya calmadas barcazas adornadas de luces donde los jovenes se divertian la noche anterior. Recordaba las noches del Cairo junto al Nilo. Era curioso como los grupos de amigos y las parejas, en un pais tan represor y fundamentalista como Egipto, encontraban su lugar de intimidad en barcazas-discoteca que esperaban en la orilla. Pagaban la entrada correspondiente, y se iban acomodando, sentados bien pudica y decorosamente en los bancos que circundaban la estructura cuadrada y techada, por supuesto hombres a un lado y mujeres al opuesto, que por guardar las formas poco menos que se ignoraban mientras permanecian amarrados al muelle. Cuando la embarcacion estaba lo suficientemente llena de gente, que ya iba moviendo la cabeza y los pies desde el asiento al ritmo de la musica de los potentes altavoces, comenzaba a separarse de la orilla, hasta alcanzar el medio del rio, lejos de las miradas indiscretas. El Nilo no tiene mas de trescientos metros de ancho a su paso por la ciudad, por lo que la mitad de esa distancia era el maximo alejamiento de la realidad que conseguian; pero suficiente anonimato para que, aun facilmente visibles desde la orilla, y ya puestos en pie, hombres y mujeres comenzaran a bailar y a hablar mas cercanamente. Que inventos y contrainventos crea la Humanidad en su empeño de negar su propia naturaleza.
El pedaleo comenzo pasadas las 11 de la mañana. Esto me descuadraba completamente el dia, y me ponia bastante dificil llegar a algun punto mas o menos importante donde pudiera encontrar alojamiento al final de la marcha; pero despues de la paliza del dia anterior, me lo tome con toda la tranquilidad del mundo, no tenia ganas de repetirla y me conformaria con lo que la providencia me ofreciera.
Me esperaba otro dia bastante monotono, entre llanuras homogeneas como las que habia recorrido practicamente desde que saliese de Vietianne. Escasas y diminutas aldeas me encontraba al paso, y en cada una aprovechaba para comer o beber algo y recuperarme de la solana implacable. Aunque todo el tiempo caminaba entre bosque, este era bastante modesto, de arboles recientes y poco espesados por el tiempo; pero de vez en cuando cruzaba algun tramo de imponentes moles vivas que cobijaban la carretera entre sus frondosas sombras.
El atardecer me iba alcanzando, y cuando preguntaba por alojamientos me indicaban que no habia nada hasta Savanaketh, una ciudad que ya me quedaba demasiado lejos incluso para valentias; asi que segun se fue marchando el dia, me hice a la idea de otear alguna choza abandonada, o alguna otra de los arrozales para hacer noche. A todo esto llevaba ya toda la tarde con la bici rota de nuevo, y el transportin suelto. Como era de esperar la soldadura no habia aguantado demasiado. No tenia mas remedio que tratar de no bandear demasiado la bicicleta al pedalear, y evitar los baches, para que la parte suelta no fuese a dar con los piñones de la rueda trasera. Los dos mas pequeños de ellos quedaban inutilizados, pues si cambiaba la marcha a estos piñones, la cadena se enganchaba con el pedazo de metal colgando que era el lado derecho del transportin. Aun asi aguantaba para seguir, ya que con el peso bien repartido entre las dos alforjas, la estructura estaba lo suficientemente equilibrada como para que todo ello se tuviese sobre un solo lado, y el otro suelto no molestara demasiado. Y no tuve mas remedio que continuar de esta manera durante los dias que siguieron.
Seguia sin encontrar lugar habitado o alojamiento; pero cuando el sol ya se ocultaba en la llanura, pase, por suerte, por una aldeita con un diminuto templo que consistia nada mas que en una explanada rodeada de muros, con tres cabañas de madera sobre pilares. Era una estupenda opcion para dormir.
Los primeros que me encontre alli fueron unos novicios de unos 10 años que jugaban cerca del pilon mientras otro se duchaba con sus aguas verdosas que sacaba con un perol. Haciendoles el gesto de dormir y señalando el suelo en seguida comprendieron que queria quedarme. Pero claro, ellos poco me podian decir; no veia yo al maestro por ningun lado, y tampoco sabia como explicarles que queria hablar con el jefe. Llegaban los mosquitos, y pense que era hora de ponerme de largo, eso lo primero. Y ya de paso con las ropas amarillas que me hacian pasar por monje, a ver si con ellas despertaba un poco mas de simptia.
En esas llego el anciano maestro del templo, una enjuta personilla renegrida de meditar al sol. Cuando le explique con gestos que no tenia donde dormir y que le pedia poderme quedar en algun pedazo de suelo cubierto, no parecio reaccionar muy positivamente. De primeras no le hacia demasiada gracia tener alli un farang toda la noche. Pero finalmente se compadecio del loco perdido que habia llegado no se sabe de donde... y me indico que podia dormir en una de las cabañas de madera presidida por la imagen principal del Buda.
Sali un momento a cenar a un puestito que habia a unos metros de la entrada, y con todo listo y solventado, volvi al templo a leer con las ultimas luces del dia. Vinieron los novicios a verme de mas cerca y a tratar de conversar, pero poco mas que gestos cabian para decir algo. Como no sabia muy bien que hacer para contentarlos y no estaba tan fresco como para echarle imaginacion, me acorde de un librillo a todo color que me habia dado Tracy, la norteamericana, para que se lo diera al maestro de algun colegio. Era un cuento para niños escrito en lao y en ingles, y pense que les podia hacer gracia a los chavales. Y asi fue, mientras se entretenian con el me pude relajar leyendo otro capitulo del Quijote antes de enterrarme en el saco.
Sabado 17 de Mayo de 2008
Recorrido: del templo a Savanaketh: 55 km
Fue una noche bien movida, y sin mucho tiempo para descansar. Para empezar, nada mas tumbarme acalorado sobre el saco, acudieron los mosquitos a zumbarme y a escocerme; en cuento me di cuenta corri a meterme dentro del saco, cubriendome la cabeza excepto un hueco para poder respirar. Esto significaba sudar como un guarro, pero era mejor opcion que ser devorado por los bichos.
Ya asi era dificil conciliar el sueño. Y entonces, cuando parecia que caia dormido, alguien comenzo a celebrar algo tirando cohetes y petardos en la calle principal, frente al templo. Casi a la vez, otro paisano decidio, tal vez para protestar por los petardos, hacer sonar su cadena de musica con toda la potencia que daba. Cuando varias horas despues, pasadas las 11 de la noche, al uno se le acabaron los petardos y al otro le tiraron los altavoces al muladar, solo quedo de fondo la armonia de mil perros ladradores de Viena, que se pasaron otras dos horas riñendo los unos con los otros sin descanso. Que energia, que capacidad de argumentacion, que conversacion perruna.
Misteriosamente se callaron al unisono bastante despues de la medianoche; era de suponer un ataque de afonia colectivo, no se merecian menos. Entonces, desde otra casa, alguien que debia de echar de menos el ambientecillo de las primeras horas, conecto su equipo de musica y nos deleito a todos con los grandes exitos de Indochina 1956-2007. El insoportable recital no acabo hasta el alba, pero consegui acostumbrarme un poco a el y dormir un poco, encharcado y acalorado, y con los huesos hartos de dar vueltas y chocar contra las duras maderas del suelo.
Los gallos laosianos siguen el horario ingles, desfase incluido, y a las 2 se sumaron a la sinfonia iniciando sus salves a la Reina y los canticos matutinos de rigor. Yo no se si habria conseguido dormir mas de una hora en total cuando, a las 5 y media, los monjes iniciaron sus actividades aporreando unos tambores rituales que colgaban justo debajo de donde yo dormia, y un gong metalico. Ya no me cabia la menor duda: todo habia sido una confabulacion humana y animal para acabar conmigo.
Pero yo que soy un tipo duro sobrevivi y sali con gesto altivo, que no hay que olvidar que alla donde uno va es embajador de su pais. Deje el pabellon alto, y las ojeras por el ombligo. Reinicie la marcha sobre las 6, con este cuerpo lleno de energia que me habia dejado la memorable noche. Y no tardo en ponerse a llover. A diluviar. Al menos asi recibi por fin la ducha que no me habia podido dar la tarde anterior. No llegaba a ser desagradable, la temperatura era suave, y el refresco del aguacero realmente bienvenido. Como se ve, la cosa era tomarselo con mucha filosofia para no acabar gritando improperios a los cielos bajo el chaparron, rodeado de arrozales y alguna vaca sorprendida por el arrebato, justificado o no.
Antes de las 8 de la mañana me habia dado tiempo hasta a echarme novia. Pare a desayunar en un puestito, y entre todos se apiadaron del pobre farang empapado, embarrizado y aun con cara de sueño. Seguramente estaban de sobra enterados de la operacion "No dejar dormir al farang" que se habia perpetrado durante la noche no lejos de alli. Mientras me tomaba una sopita caliente, me hicieron de celestinos con una muchacha en edad de merecer, que tampoco se hacia la remolona y hasta me dedico algun piropo en ingles. Hay que reconocer que tenia la delicada belleza oriental de la porcelana china. Pero no me cabia en la bicicleta, y ademas se me hubiera puesto perdida con la que estaba cayendo. Asi que preferi dejarla alli a cubierto, que las pulmonias son muy malas de curar.
Hacia las 10 llegue a Savanaketh, donde habia decidido quedarme a pasar el dia para recuperme de las pasadas penurias. Dejo de llover unos kilometros antes de que sus primeras casas aparecieran ofreciendome refugio y posada. Debio la lluvia pensar que ya no valia la pena seguir insistiendo, y se marcho con viento fresco, dejando en cinco minutos un ambiente de calor bochornoso.
Savanaketh era una extensa y poblada ciudad a la orilla del Mekong, que tambien contaba con un encantador y derruuido centro colonial frances. Habia crecido hasta ser una vibrante y ajetreada ciudad gracias a ser el intermediario perfecto entre Tailandia, en la orilla opuesta del rio, y Vietnam, cuya carretera llegaba directamente a la ciudad. Gran parte del comercio entre estos dos tigres asiaticos pasaba por aqui, y eso se notaba en la prosperidad y abundancia de tiendas, almacenes y empresas.
Las casas del barrio colonial, situado en lo mas cercano a la orilla del Mekong, y en perfecto estado de ruina, le daban un aspecto deliciosamente desolado y fantasmal a las calles. Una plaza presidida por una iglesia catolica, desde la que se oian cantos corales, servia como origen de coordenadas, y a medida que las cartesianas calles se alejaban de el, las casas se hacian mas sencillas, aunque en similar estado de abandono.
Encontre una posada economica en una graciosa casona de madera que algun frances dejo al olvido y la carcoma, y que poco mas o menos que recomputesta y desempolvada, servia de hospedaje. Despues de la merecida ducha sali a pasear; pero hacia un mediodia tan absolutamente insoportable, con un sol picante y un aire estancado, que doblegaba cuerpo y espiritu. No anduve ni 50 metros antes de volverme a por la bicicleta; al menos desplazandome sobre ella el aire me daba en la cara, y la sensacion mas refrescante hacia llevadero el calor. Y si paraba a mirar cualquier cosa bien me cuidaba de hacerlo a la sombra.
El firme de las calles estaba destrozado; algunas casas ya hundidas se alternaban con las que, llenas de grietas y desconochones, avisaban con ser las siguientes al suelo. Parecia que una guerra hubiese dado al traste con ellas; pero lo desmentia la vida relajada, el discurrir tranquilo de sus gentes, sus pacificos y sonrientes gestos contrastando con el aspecto del entorno.
Alejandome del rio volvi a la zona nueva y mas comercial, con edificios de cemento grandes y cuidados, que sin el encanto de la parte antigua parecian ignorar incluso su existencia, como si dos ciudades distinitas no se mirasen; incluso la gente parecia en ambas vivir a ritmos diferentes. Abundaban los edificios tabulares de estilo vietnamita: desde silos atras, los propietarios de las casas debian pagar impuestos en funcion de la anchura de calle que ocuparan; por ello, las viviendas urbanas vietnamitas tienen la anchura minima posible, es decir, la de una habitacion mas o menos decente, y se extienden para compensarlo varios pisos en altura, y muchos metros en profundidad, dando el aspecto de tablas apiladas, cada una de ellas perteneciente a una familia. Un curioso ejemplo de como una ley que un dia se le ocurre a un tipo que se levanta con resaca y la idea del siglo, puede cambiar la fisonomia entera de un pais. Y ya interiorizado como concepto de arquitectura popular, el modelo se repetia incluso aqui, en Laos.
A punto de ser derribado y apeado de la bici por el sol, descubri un museo de dinosaurios, a penas una sala, pero que con aire acondicionado era todo un refugio para mi. Unos pocos fosiles de impresionante tamaño llenaban las apretadas vitrinas. El encargado del museo trato de venderme una de las piezas, un fragmento que decia era de meteorito, y que posiblemente lo seria, participando del extendido arte del expolio que tiene vacios los museos y desclasificados para siempre, en casas particulares, piezas que deberian ser patrimonio de la Humanidad.
Por primera vez en muchos dias me cruzaba con algun viajero, y aunque no dio para mucho, pude interrumpir brevemente el pesado monologo mental que me traia todo el tiempo.
Tambien en Savanaketh la orilla del rio se utilizaba por la noche como zona de esparcimiento: decenas de esterillas y mesitas jalonaban el pasieo; familias con niños, parejas y grupos de amigos se sentaban alrededor de una curiosas parrillas de ceramica sobre las que hervian pequeños calderos de sopa; cada cual introducia en ella un pedazo de verdura o carne, y luego la sacaba con los palillos a su plato para condimentarla con salsas picantes. Numerosos turistas tailandeses paseaban entre ellos y se hacian fotos, u ocupaban los karaokes del otro lado de la calle, cuando decidi retirarme a recuperar el sueño perdido.