Viernes 23 de Mayo de 2008
Recorrido: de Champasak a Don Det: 124 km
Seguramente la vida en Champasak era extremadamente aburrida. Y alguien que no tenia mejor que hacer se entretuvo durante la noche, por pasar el rato, en doblar una de las estructuras de aluminio de la bici donde montaba las alforjas, para comprobar su resistencia. Y por la mañana me la encontre rota. No tenia mucho sentido montarle el numero al de la posada, el mal estaba hecho y solo podia ganarme un mal rato. Lo apañe como pude con un clavo que encontre y un pedazo de alambre, y al montar el equipaje sobre la bici comprobe que seguramente aguantaria asi durante algun tiempo.
Llovia. A ratos intensos chaparrones; el resto del tiempo fina lluvia. Pero esta vez no queria dejarme amedrentar. Ya me habia comprado uno de esos impermeables que cubren a ciclista y bicicleta, parando sobre todo la lluvia que llega desde delante al desplazarse. Sali bajo la lluvia despues de desayunar a cubierto, y aunque no resultaba del todo agradable pedalear asi, con el sudor condensandose bajo el plastico y humedeciendo la espalda, y de todos modos el agua se colaba por debajo, el invento era lo suficientemente bueno como para que decidiera continuar pese a todo. No tuve que esperar mucho para tomar la barcaza de regreso a la orilla este del rio, y en seguida tome de nuevo la carretera del sur. Proximo destino: Don Det, una de las 4.000 islas famosa entre el ambiente mochilero.
Durante todo el dia se alternaron fuertes aguaceros que pase estoicamente con mi impermeable, y claros soleados que en un momento lo secaban todo y me obligaban a quitarme el impermeable, y cocerme despues como de costumbre.
Recorria los ultimos tramos de este precioso pais que me habia acogido durante el ultimo mes. En su mas remoto sur el paisaje era muy similar al de los ultimos 1.000 kilometros que habia recorrido no lejos del Mekong, pero aun mas despoblados de gente, haciendose inusual encontrar una aldea donde tomar algo y sentarse a descansar. En una de estas paradas celebre con un refresco que acababa de pasar los 3.000 kilometros en este viaje: en total habia estado un mes y 23 dias, de los cuales habia pasado 33 pedaleando. La media no me parecia mala, casi 100 kilometros por dia.
Seguia remontando aquel viento impertinente. Al atardecer, cuando otra tormenta comenzaba a rodearme, encontre por fin el desvio que regresaba al rio, a la aldea de Ban Nakasang, donde una canoa a motor cruzaba los 500 metros hasta la isla de Don Det.
Como a esas horas no habia otros viajeros con quienes compartir la barca, tuve que pagar el precio completo, unos 3 euros que me supieron a cuerno.
Las islas que veia de paso eran mas bien bancales de arena cubiertos de selva, elevados unos metros sobre el agua aun en temporada seca; pero cuando el rio crecia, muchas de ellas quedaban sumergidas, otras eran arrastradas o cambiadas de lugar, en un paisaje variante e inestable. Algunas de ellas, las mas grandes, estaban habitadas por gentes que, aun mas si cabe, se apartaban del mundanal ruido, cultivando sus arrozales o viviendo de la pesca; y ultimamente del turismo, que por fin habia llegado a perturbar su apacible vida.
Desembarque de la lanchita, descalzandome para llevar en volandas la bici sobre el agua, y sin prisa me puse a caminar por la callejita unica de tierra que subia paralela a la orilla, ocupada por terracitas de madera y alojamientos muy simples de chocitas de bambu y guano. En plena temporada baja, no habia casi viajeros, y los pocos disfrutaban del atardecer tomando un refresco junto al rio. Todo era pequeño y junto, un pueblito de juguete.
Elegi una de aquellas posadas, con unos sencillos bungalows de madera, cuya puerta y ventana daban a una terraza cubierta que se asomaba encima del Mekong. Enfrente unas enormes ceibas elevaban sus no menos de 20 metros de diametro en la copa sobre otra isla menor deshabitada, y las lanchitas subian y bajaban con locales que se movian entre las islas. Era un increible paisaje de selva tropical en estado puro, muy similar al que ofrecen el Orinoco o el Amazonas con sus naturalezas virgenes.
Me fui a cenar con un suizo que habitaba la choza contigua. Estudiaba en Singapur, y estaba de vacaciones, en camino a China, donde pensaba acudir a varias competiciones olimpicas. Me gustaba hablar con el; como buen europeo del norte, tenia una cuadriculada y rigida mentalidad, de las que solo aceptan la existencia de una verdad y de una manera de hacer las cosas, de ser y funcionar en la vida. Y lo afirmaba todo con una pasion controlada pero chauvinista al extremo. Me despertaba cierta ternura aquella vision reduccionista y simplista.
En esto llegaron al mismo restaurante tres conocidos de los ultimos dias en Pakse: Lanna, la viajera adolescente, con Philip y Aaron, que se acababan de conocer. Ya estaba formada la cuadrilla de amigos para pasar una agradble noche al calor de la conversacion.
No habia electricidad en la isla. De 7 a 10 de la noche los restaurantes conectaban cada uno su generador, llenando de una molesta ruidera aquella noche de perfecta quietud. Afortunadamente estaban obligados por ley a desconectarlos al unisono a las 10 en punto, y la platica pudo seguir a la luz de las velas y el sonido de los grillos y ranas, contemplando las innumerables luciernagas que cruzaban el aire. Siempre llevo en la bandolera la linterna, porque nunca se sabe si un apagon no te ha de hacer volver a tientas a tu habitacion. Asi que en aquella cerrada oscuridad de estrellas pude tomar el camino de la cama, que es siempre el mejor camino.