Recorrido: Nulo, me quede en Mae Sariang
Cuando viajo en bicicleta hay algo que me empuja a continuar a toda costa, a no quedarme en un lugar mas tiempo que el imprescindible: es decir, suelo pasar la noche, y por la mañana vuelvo a ser nomada, y no me siento bien conmigo mismo hasta que estoy en marcha de nuevo.
Sin embargo, en este viaje que prometia ser largo, me habia planteado dejar de ser tan, digamos, dogmatico en este aspecto, y parar de vez en cuando si necesitara descansar o si encontrase un lugar del que me apeteciese disfrutar con mas tiempo.
En este caso no se debia al encanto de Mae Sariang, un aburrido pueblito con cuatro calles que se vaciaban al caer la tarde. Tampoco se debia a que hubiese conocido gente interesante, tal vez algun grupo de viajeros con los que charlar tumbados en hamacas. Habia dicidido quedarme porque mi cuerpo me habia dado un aviso, de que tuviese cuidado con las burradas que estaba haciendo. Estaba realizando un esfuerzo excesivo en un clima abrasador; pasaba muchas horas sin toparme con una aldea o si quiera un puestito en la carretera donde tomarme algo fresco o recargar de agua mis botellas. De hecho, en varias ocasiones habia estado pedaleando durante horas por las tremendas cuestas sin a penas alimento en el estomago, hasta que las rodillas se convertian en un elastico reblandecido por el sol, incapaces de impulsarme un poco mas. El calor no me dejaba sentir el hambre ni la sed, por lo que comia y bebia si me lo decia el reloj y coincidia con una ocasion de encontrar donde hacerlo, no porque fuese el estomago quien se quejase.
El resultado fue un agotamiento que no habia remitido ni despues de 8 horas de sueño. Decidi pues quedarme en Mae Sariang, un dia de reposo a orillas del manso rio, leyendo, escribiendo, tomando placidos cafes a la sombra en alguna de las terrazas sobre el agua, donde una agradable brisa hacia mas llevadero el calor.
No habia mucho mas que hacer en el pueblo, asi que aproveche para pasar por el barbero y redondear mi aspecto de monje para cuando volviese a vestir de amarillo. Mis pelos desaliñados me hacian parecer un autentico naufrago, y a menudo alguien me hacia un gesto con el que claramente me imploraba que, por dios, me quitase esas barbas, que parecia un animal. Tan lampiños son estos orientales que mis pintas no eran decorosas a su manera de ver, y los niños huian de mi asustados.
No por ser Mae Sariang una ciudad principal en la zona ofrecia mayor variedad de comidas que las humildes chocitas del camino. Cuando en España se habla de la rica comida tailandesa, se esta pensando en refinamientos que no llegan a la mayoria de rincones del pais. La hora del desayuno, del almuerzo o de la cena, no era la de la gastronomia, sino la del llenado del estomago. A menudo solo se podia elegir entre sopa de tallarines con unos pedacitos de verduras y carne de pollo o cerdo, o eso mismo frito y seco y acompañado de arroz blanco. Es mas, para el desayuno ni si quiera habia opcion, era sopa o sopa. Acostumbrado a desayunar cafe con leche, no es facil pasarse a la sopa de tallarines picante, pero no hubo mas remedio que irse acostumbrando.
Ni si quiera en cuestion de frutas estaba teniendo suerte. Tailandia ofrece una extraordinaria variedad, pero la mayoria se cosechan al final de la epoca humeda, cuando en las calles de los pueblos se multiplican los puestos que venden medio centenar de diferentes frutas peladas y troceadas con exquisito cuidado e higiene. Ahora, en cambio, solo podia encontrar platanos, mangos, naranjas y sandias. Y nadie se molestaba en trocearlas u ofrecerlas bien fresquitas a la hora de mas calor.
Eso si, el precio de las cosas no dejaba lugar a la queja. Por medio euro podia tomarme la sopa o el refirto de tallarines, y por otros 20 centimos se acompañaba de un refresco. Tampoco era caro dormir; aunque siete años atras el precio de una habitacion era menos de la mitad, hoy, por unos tres euros, se encontraba una habitacion lo suficientemente decente: una cama con su sabana y almohada, una mesita, el ventilador para mantener a raya a los mosquitos, y un habitualmente roñoso cuarto de baño. Aunque, con lo escrupuloso que yo soy (cosa que me ha protegido hasta ahora de las mil enfermedades que se pueden encontrar en estos paises), yo siempre utilizaba mi saco sabana para dormir, evitando tocar lo que no fuese mio, incluidas esas sabanas de dudoso uso u origen.
Por la tarde me di un paseo en bici hasta el mercado, a la entrada del pueblo. En uno de los puestos crei encontrar algo que habia probado en India, pedazos de colmena llenos de miel. Una delicia, si lo fueran, porque cuando despues de comprar un pedazo fui a probarlo, me di cuenta de que no era colmena de abejas, sino avispero, y cada celda contenia en vez de miel una larva de avispa que se retorcia. Me deshice de aquello con disimulo, y pase un rato escupiendo donde no me viese la gente.
Por la calle principal los niños vaciaban cubos de agua sobre todo el que pasase en bici o en moto. Antes de hacerlo comprobaban la cara de su victima, y si el agua no era bien recibida le perdonaban el chapuzon. Si que eran educados aquellos chiquillos; no se si yo a su edad, en una fiesta tan traviesa como esta, le hubiese perdonado a alguien el remojon.
Casi pidiendo agua, pase despacio con la bici junto a ellos; y aunque la mayoria parecian ignorarme con cierta timidez por ser occidenal, finalmente consegui que me bautizaran mientras sus mayores reian y me saludaban.
En las posadas junto al rio se respiraba un cierto ambiente de mochileros. Pero no tuve ocasion de entablar mas que pequeñas conversaciones casuales. Se trataba de alguna pareja, algun grupo ya formado... Y yo seguia en realidad un poco cerrado. Pero la soledad de los ultimos dias empezaba a obligarme a buscar un poco mas de intercambio. Al final de la noche, cuando apuraba unas lineas de lectura para ir haciendo sueño, charle un rato con un australiando que aparco su coche junto a la posada y se quedo con una habitacion. Venia de un campamento de refugiados birmanos unos 100kms al sur. Me explico su vision de la situacion de guerra encubierta que se libraba en el pais vecino. Una de las nueve etnias principales, la burma, descendiente del historico reino birmano, siempre militarista e imperialista y que llego a someter regiones enteras de Tailandia en el siglo XVIII, seguia hoy siendo el azote del resto de etnias, a una escala mas local. Estas etnias aspiraban a la independencia, por lo que numerosas guerrillas actuaban en las montañas del norte del pais, que de facto se hallaba en guerra. Toda la frontera de Tailandia era un coladero de inmigrantes tratando de escapar del infierno.
Mientras hablabamos, Dah, la simpatica recepcionista de entia Karen, que ya se habia hecho amiga mia, devoraba una tras otra las telenovelas de la television tailandesa, versiones aun si cabe mas naiv de sus primas latinoamericanas. Malotes con pintas de muñequitos a la moda, lloronas damiselas en apuros; malas malisimas pasando la cincuentena que maquinaban crueles planes con el unico fin de hacer la puñeta a la guapa... galanes engominados tratando de salvar a la chica. En fin, como la vida misma.
Viernes 11 de Abril de 2008
Recorrido: de Mae Sariang a Kung Yuam: 108 kms
Durante los siguientes dos dias pedalee por una solitaria carretera que discurria a poca distancia de la frontera birmana, unos 180 kilometros de hermoso e inhospito bosque en el que a penas encontre enclaves habitados. La carretera parecia discurrir junto a un rio si miraba el mapa, por lo que prometia ser un facil llano sin subidas. Pero a menudo se alejaba del agua para ascender colinas y volver al valle, con lo que el trayecto resulto no ser tan accesible.
Aunque el bosque tenia el ya comentado aspecto reseco propio de la epoca, parecia bastante cuidado, mucho mas silvestre que los dias anteriores.
En una aldeita me fije en una curiosa gasolinera casera atendida por una mujer, que entre repostaje y repostaje vendia alguna gallina de las que mostraba en unas jaulas de bambu.
Pare a tomar un refresco, y en seguida comenzo un desfile de curiosos personajes que se sentaban a mi alrededor bajo las jugosas sombras de los arboles. Una anciana que podria tener mil años atendia una tiendita; una campesina que fumaba un extraño tabaco liado con hojas; algunos nativos ataviados con sus trajes etnicos; un anciano cubierto de tatuajes procedente de alguna minoria de las muchas que poblaban esta apartada region... curiosas estampas en un insospechado rincon como cualquier otro. Algo tenian en comun: les encantaban mis alforjas de flores.
Durante cien kilometros a penas me encontre alguna otra aldeita, y algun nativo cargando algun fardo a lo largo de la carretera, que de repente tomaba una imperceptible senda y se perdia bosque adentro, supongo que de camino a su casa perdida en el monte.
Bebi y comi tanto como pude para evitar un nuevo capitulo de insolacion. Cada vez que me topaba con un lugar habitado buscaba donde avituallarme, y asi puede continuar sin contratiempos.
Los escasos vehiculos que pasaban de vez en cuando servian para animarme. Los pasajeros me saludaban con la mano y el pulgar hacia arriba, supongo que alucinados de encontrarse por tales lares a un pobre chiflado monte arriba y monte abajo, sudando como una regadera. Pero de alguna manera despertaba su simpatia, y eso se notaba en sus rostros.
Al llegar a la segunda aldea del dia me recibieron con un chapuzon, que por supuesto agradeci, cocido como estaba ya. Me sente junto a aquel grupo a la entrada del pueblo, todos chavales jovenes que se cobijaban del sol y se refrescaban a cubo limpio. Uno de ellos se hacia entender bastante bien en ingles, y me explico que se estaban encargando de controlar que nadie utilizase un vehiculo si mostraba haber bebido mas de la cuenta. Y de paso lo mojaban de arriba abajo. De vez en cuando se acercaba algun hombre ebrio de cerveza y se echaban unas risas todos juntos, era la fiesta del agua y no importaba la hora que fuese. Pasadas las faenas de la mañana, la tarde se dedicaba a beber y a disfrutar. Una pena no entender sus bromas, pues no paraban de reir a carajada suelta. Cuando salia del pueblo fui directo a unos chavales dedicados a lo suyo con bidones y mangueras. Aparque la bici y me meti entre ellos para que se cebaran conmigo, me hacia falta una ducha para poder subir mas fresco las cuestas que venian. Que delicia de gente, siempre riendo, siempre de buena onda.
Encontre posada en Kung Yuam, asi que decidi parar en este pueblito sin demasiado interes, ya que en tan despoblada zona no creia poder encontrar otro lugar donde dormir sin tener que acudir a la caridad de alguna familia. Mientras cenaba en un retaurantito llego un occidenal, cosa que desde luego no esperaba en un lugar tan perdido. Y es que Damien, un australiano de 25 años, era otro loco viajando en bici. Bueno, dejaba mi incipiente aventura en un paseito, el ya llevaba 9 meses pedaleando por Asia en solitario, y no tenia fecha de vuelta a casa. Ya me conocia, me habia visto llegar a Mae Sariang con mis llamativas alforjas de flores. Despues de un rato de charla, me di cuenta de que estaba ante un viajero de los autenticos, y me parecio estupenda su idea de pedalear juntos hasta Mae Hong Son a la mañana siguiente.
Sabado 12 de Abril de 2008
Recorrido: de Kung Yuam a Mae Hong Son: 68 kms
Despues de tantos dias sin contacto con nadie, mas alla de algun gesto basico para cubrir las necesidad minimas, me apetecia la idea de acompañar a Damien en la etapa hasta Mae Hong Son. Reconozco que me daba un poco de miedo la paliza que seguramente me daria un tipo que llevaba 9 meses pedaleando por estas latitudes: Laos, Camboya, Malasia, Indonesia y Tailandia. Parecian toda una referencia.
Comenzamos la marcha a las 8, un poco mas tarde de lo que yo hubiese preferido para evitar lo peor del sol. Pero a cambio de un poco de conversacion, creo que hubiese aceptado cualquier condicion para la ruta.
El trayecto fue agradable: un bosque sin pausa llenandolo todo, la Naturaleza al completo y alguna casita perdida en aquella soledad infinita. Y el perfil suave, pequeñas cuestas y pequeñas bajadas. Afortunadamente Damien estaba fuerte, pero no era para tanto; nos equilibrabamos bien. El se lanzaba cual Kamikaze por las cuestas abajo y me dejaba muy atras, y luego yo le alcanzaba en las subidas, para las que el no mostraba excesivo estilo, con lo que al final seguiamos un ritmo parecido. Y entre tanto hablabamos de lo que fuese, como quien acabase de romper su voto de silencio tras una decada.
Segun lo iba conociendo, aunque demostraba con creces su espiritu aventurero y valiente, me sorprendia lo resignadamente fatalista de su modo de pensar. El estaba viviendo este viaje porque sabia que no tendria mas ocasiones de hacerlo en el futuro. Con 25 años no tenia trabajo, ni novia, ni responsabilidades mayores que cuidar de si mismo y mantenerse a flote. Pero el sabia que dejaria de hacer estas cosas cuando, en breve, volviese a casa, conociese una chica, se casase, tuviese hijos y un monton de compromisos. Me dejaba helado que afirmase todo esto la misma normalidad y aceptacion con que una golondrina explicaria que en dos dias emigra a Africa, un año mas. Casi como un ineludible sino, como una marca a fuego en el ADN manifestada en un instinto que no se pudiera ignorar, fuera de todo albedrio. En cualquier caso, aqui estaba el, escribiendo una fantastica e inolvidable pagina de su vida.
Haciendo relevos el uno al otro, y sin a penas parar a respirar en alguna sombra, recorrimos rapidamente aquellos bosques dispuestos sobre suaves lomas, en los que predominaban los tonos ocres y siena sobre un menguado verde, que solo se abria paso al llegar a algun precioso valle a orillas de un rio. El agua devolvia la vida a la quemada tierra, que se escalonaba en terrazas plantadas de arroz entre las que alguna modesta casita de madera y paja, construida sobre pilares para separarse del dominio de culebras y escorpiones, dotaba de fugaz humanidad al paisaje. Era raro ver moverse a algun indigena por alli; supongo que, pasada la epoca de la cosecha, las labores del campo quedaban muy reducidas.
Ir acompañado te obliga a esforzarte mas por no perder el ritmo, y asi en relevos, se acaba consiguiendo una velocidad media mayor. Antes de la hora del almuerzo estabamos entrando en Mae Hong Son.
Esta ciudad, una de las mas remotas del pais, se situaba en medio de las montañas que conservan hoy la mayor variedad etnica y natural del pais. Construida alrededor de un laguito, se poblaba de extranjeros en cualquier epoca del año, que acudian a hacer visitas guiadas por los poblados de las minorias etnicas de las montañas, como los Paduang, cuyas mujeres alargan sus cuellos con anillos de cobre, y son conocidas como las mujeres jirafa.
Antes de callejear por la ciudad tuvimos la precaucion de cubrir las alforjas con los impermeables. Y por fortuna, porque cada 20 metros aparecia un grupo de chavales junto a un bidon de agua, y era imposible escaparse del diluvio. Detras de los bidones solian poner una mesa con altavoces y el whiskey necesario para bailar y emborracharse, e invitar a quien quisiera apuntarse. En oriente, el techno es la musica preferida por los jovenes con ganas de fiesta, asi que me sentia como en casa. Crei escuchar una version en tai del Exta Si de Chimo Bayo... Mientras comiamos un arroz en un mugriento restaurante del mercado, las cocineras y los camareros, que ya no estaban por cumplir los cincuenta años cada uno, no perdian el ritmo del buen monton de decibelios que vomitaban los altavoces situados entre la fregadera y la parrilla.
Damien queria buscar una television para ver un partido de futbol de su pais, asi que quedamos para la noche, y yo sali a dar un paseo, visitar algun templo, relajarme junto al lago, y tomar algunas fotografias pintorescas.
En un pais donde cualquier salida de tono es considerada una intolerable falta de educacion, me llamo la atencion una pareja que discutia con exageracion junto al lago. No podia oirles, pero con una actitud semejante y tal desconocimiento de las normas locales de educacion, se me paso por la cabeza la absurda idea de que se tratase de dos turistas españoles en luna de miel. Y... acerte, lo puede saber cuando al acercarme un poco mas los oi discutiendo en mi preciado idioma. Los salude aunque suelo evitar a otros españoles cuando viajo, lo hice casi por apaciguarlos. Al menos los minutos que pasamos charlando les ayudaron a relajarse un poco, y tal vez despues tuvieron tema de conversacion para sosegar la mente.
Al volver a la pension ya estaba Damien hablando con otros viajeros, y me uni a la conversacion. Un fotografo italiano contaba detalles del reportaje que hacia sobre la situacion de los Paduang, la etnia de las mujeres jirafa. Decadas atras habian escapado de Birmania, pero su suerte en Tailandia no habia sido mucho mas digna. Los obligaban a vivir en tres aldeas de las que no los dejaban salir, y el estado tailandes hacia su negocio a costa de ellos, llevando turistas para que los fotografiasen, convirtiendo sus pueblitos en un zoologico vergonzoso. A penas les daban un porcentaje de los ingresos para que pudieran sobrevivir. Vivian como esclavos de facto. Incluso, Nueva Zelanda, indignada por esta situacion, los habia invitado a establecerse en su territorio libremente; pero el estado tailandes no lo permitia.
Avisado asi de la verdad sobre estos pueblos, decidi no acercarme a verlos con mi bici, como habia pensado antes. No podia ser complice de algo asi. Por eso, mi estancia en Mae Hong Son evito los tipicos recorridos por los que viene todo turista, y se dedico mas a la tranquila ciudad y a los muchos viajeros que conoci.
Despues se unio a nosotros un economista britanico de unos 60 años, y la conversacion derivo rapidamente por otros derroteros. Este tipo de hablar pausado pero apasionado aun era mas agorero y catastrofista que yo, y entre los dos nos dedicamos a asustar al resto del personal sobre las consecuencias del reventon de la burbuja inmobiliaria global, y el mas que probable crash del sistema financiero y bancario internacional, que de llegar a producirse nos sumira en una crisis cuyos precedentes solo se pueden buscar en los ya lejanos años 20 del siglo pasado.
Pasada la media noche nos fuimos todos a uno de los dos bares que abrian hasta tarde. Un grupo local tocaba en vivo dentro de la sala, y los tailandeses escuchaban el concierto ordenadamente sentados por grupos de amigos a la mesa, a la manera de un restaurante y no de una sala de conciertos. Pero en seguida comenzaron a sonar acordes de pop occidental, y la gente se fue desinhibiendo, levantandose a bailar, eso si, sin moverse del sitio y tan solo retirando un poco la silla. Y se movian sin complejos, sin parecer pendientes de lo que los demas pudieran pensar sobre su manera de bailar. Me encantaba observar como demostraban disfrutar como niños haciendo algo que debia de ser lo habitual y casi diario par ellos. Con esa alegria loca y esa espontaneidad que poco a poco se ha ido perdiendo en nuestros aparatosos paises de apariencias.
Aun crecio el grupo de viajeros un poco mas: dos chicas francesas, Charlotte y Julie; un ingles de origen rumano, Ivan, que llevaba 12 años en Asia; Sushandong, una tailandesa urbanita que viajaba sola por el pais, y que aunque estudiaba teologia se declaraba atea, por lo que aporto interesantes puntos de vista sobre el budismo. Tambien trataron de unirse al grupo tres adolescentes judios que hacian un descanso de tres meses en los 4 años de servicio militar obligatorio de su pais... estos ultimos no eran santo de mi devocion, dado que en la situacion actual del conflicto palestino, yo que conozco un poco aquellos vericuetos y la mentalidad de unos y otros, tenia claro que con toda probabilidad se trataba de tres niños que a menudo mataban sin pensar. Su mirada vacia lo confirmaba. Habian visto ya tantos horrores, y los habian interiorizado de manera indolente, para poder seguir viviendo y disparando... Y aunque el resto de viajeros hariamos buenas migas durante los dos dias que me quede en la ciudad, de los colegas israelies no se volvio a saber.