Recorrido: en moto y por Pai y alrededores
De este modo Pai se convertia para mi en otro de esos lugares que no te dejan marcharte. Yo los llamo sticky places, porque en ingles queda mejor. Son los lugares pegajosos, normalmente generados por las personas que encuentras y un entorno apropiado, y que alargan de tal modo el momento especial vivido con ellas, que uno tras otro los dias se van sumando sin darse uno cuenta. Las horas se pasan sin pensar, relajado entre bromas, charlando con unos y con otros, bañandose en tal cascada o merendando hasta la hora de la cena mientras se escucha musica de jazz. Lejos de los problemas, disfrutando de la dulce inopia en un paraiso momentaneo que te separa infinitamente de las vueltas del planeta y de su loco devenir. En buena compañia, entre pequeños aconteceres, tumbados pareceres y escandalosos bromeares.
La mañana del jueves madrugue. Habiamos quedado a las 10 para ir a una cascada de las muchas de la zona. Ellos se alojaban en un resort a un par de kilometros del pueblo, en medio del valle, y pense que tal vez podria alquilar una de las chocitas mientras me quedase en Pai, por lo que sali de la pension con todo el equipaje. Llegue preocupado por ser 10 minutos impuntual. Pero solo se habia levantado Isaac, uno de los españoles. Poco a poco fueron apareciendo los demas, sumandose al largo y tendido desayuno en la terracita que se sostenia en bambu a medio metro sobre el agua de un laguito en el que nadaban peces y rebuscaba comida una garceta blanca. El goteo de un surtidor decoraba el incipiente calor del dia.
Hasta la una de la tarde no estuvimos todos; y esta fue la tonica de los siguientes dias. Nos olvidamos del reloj. No era cuestion de tomarselo a mal como una falta de seriedad, tan solo tenia que relajarme y disfrutar de la buena compañia. Lo que se hiciese o no era lo de menos. Despues de todo, la cascada, a la que llegamos a la hora de comer, no era para tanto, dado que al final de la epoca seca a penas consistia en un chorro de agua circulando por su centro. Pero varias piscinas naturales que formaba a su paso permitian bañarse en sus frias aguas, que brotaban un poco mas arriba en las montañas de las que habia llegado yo el dia anterior.
Y asi discurria esta vida estresada. Incluso los bares y restaurantes estaban pensados para los vagos; tumbonas, hamacas, esteras alrededor de una mesita, con cojines para reclinarse al estilo romano... A cualquier hora nos refrescabamos en la piscina del resort, desde la que se disfrutaba de unas vistas privilegiadas del valle poblado de cabañitas tradicionales y de animales pastando por los ribazos secos de los arrozales ya segados, y de las montañas que formaban una verde corona alrededor del valle.
Nos desplazabamos luego al pueblo, mas paseos, mas cachondeo, otro cafe entre orquideas y contraluces. No me extrañaba que aquel lugar fuese elegido como pequeño Parnaso por multitud de artistas que venian a relajarse e inspirarse, y de paso a entrar en algun trance creativo tirando de marihuana, que vendian las mujeres de las tribus en cualquiera de las aldeas de los alrededores. La afluencia de este tipo de turismo habia trastocado su vida tradicional, que seguia siendo campesina, pero basando ahora sus ingresos en el cultivo y trafico de opio y marihuana. Como siempre, Occidente exportando civilizacion.
Los atardeceres mostraban una belleza inusitada desde el relajante agua de la piscina, que elevada sobre un relieve del terreno, ofrecia un privilegiado promontorio desde el que dejarse sorprender por los tonos anaranjados del cielo espeso y profundo que envolvia las montañas, dandoles un aspecto casi onirico.
Por las noches eran frecuentes los apagones, y las cenas solian terminar a la luz de las velas, y adivinando los rostros en la cerrada noche de estrellas. Era el momento perfecto para cruzar el precario puente de bambu sobre el rio y pasear por la orilla opuesta, rural, con a penas alguna chocita a unos metros del caminito paralelo a la linea del agua, que se dejaba ver de clara tierra en medio de la hierba oscura.
Y acercandose la media noche volviamos a alguno de los bares de reggae a bailar bajo la luna, que ya se iba elevando sobre los arboles. Muchos de aquellos hippies se ganaban la vida haciendo malabares en sus viajes, en discotecas, en paseos maritimos; y practicaban alli, al ritmo de la musica, cerca de la hoguera, que les daba un aspecto de brujos en trance.
En uno de los bares los malabares los hacia un tailandes contratado por el dueño, y eran aun mas espectaculares con la barra prendida de fuego. Elaboraba hipnoticos ciurculos iluminados sin perder el latido de la musica, que alli era techno. Como siempre, bajo un techo de estrellas.
Despediamos el dia charlando en las tumbonas de la piscina, sin mas luz que la natural, ni mas sonido que el de los grillos y el de algun animal que se arrastraba entre las hojas.
Me hubiese quedado una eternidad en aquella sencilla y placentera vida. Pero en 20 dias de viaje a penas habia recorrido 600 kilometros, cuando en viajes similares anteriores habia completado mas de 1.500 kilometros en un tiempo similar. Por eso, al tercer dia decidi que ya habia permanecido demasiado tiempo alli, y que a la mañana siguiente partiria con la fresca. Pense que lo mejor seria no ponermelo dificil. Despedirme a la francesa, sin decir nada, tal vez dejando una nota.