Recorrido: nulo, en Chiang Rai
Por una vez no me sentia un vago por no madrugar. Miriam no tardo en aparecer por el patio, y nos fuimos a dar un paseo hasta el mercado diurno, para desayunar alli.
Sin duda, los mercados de la comida, la fruta y el pescado, son los lugares donde mejor se puede apreciar el palpitar de un pais. Alla a donde vaya me encanta pasear por esos mercados mugrientos donde se vende casi de todo, donde las mujeres hacen la compra diaria llevando a sus niños de la mano, o a la espalda si son bebes. Tambien se ven hombres buscando herramientas, o discutiendo entre ellos por un aparato que no quiere funcionar. Caminan chiquillos que van a hacer un recado; se observan los rituales, como la gente se saluda, como se acuerda el precio, como se elige el genero o como se realiza la compra. Las vendedoras, sentadas entre montones de fruta o baldes de pescado vivo, tortugas o culebras de agua que son delicatessen por estas latitudes, hacen corros, rien y comentan, parecen tomar el pelo a alguna de ellas, que riendose responde con picardia y acaba siendo la que gana... Alli se percibe el discurrir diario de la vida, y hay que decir que siempre dista un mundo de la de nuestros paises.
En uno de los puestitos desayunamos a la tailandesa: una sopa bien caliente de tallarines, salada, picante y con sabor a pollo. En el alma un cafe con leche y una tostada de miel, vive dios.
Aunque la posada no estaba lejos del rio, no daba acceso a el, ni ningun lugar de los alrededores, asi que todavia no lo habia visto. Seguimos el paseo en direccion a una playa del rio en la que Miriam ya habia pasado una tarde, y que estaba a un par de kilometros hacia el sur, al final de un fresco y sombrio paseo de enormes arboles de mango.
Aquella playa fluvial no era el lugar mas hermoso del mundo, pero ofrecia un respiro del ajetreo de la ciudad y una suave temperatura ante el sol del mediodia. Unos chiringuitos servian bebidas en unas mesitas colocadas sobre esterillas a la orilla del agua, y protegidas del sol por unos toldos sobre varas de bambu. Los niños se bañaban y jugaban mientras sus familias se refrescaban a la sombra.
En una de las esteras se acomodaba una mujer joven con sus hijos y tal vez hermanos; y aunque tan solo llegamos a intercambiar con ellos unas sonrisas, cuando se levantaron para marcharse, la mujer nos invito a unos helados, que nos trajo uno de los chavales. Hay que reconocer que a veces los tailandeses son sorprendentemente encantadores.
Miriam hacia tiempo antes de tomar el autobus, que a las 6 de la tarde la llevaria al sur, al extremo opuesto del pais. Cuando se aproximo la hora volvimos a la posada a por su mochila. El dueño, que pasaba sus ratos de ocio haciendo collares y pulseras sobre la cama de su cuarto, cuya puerta dejaba abierta para que cualquiera que pasase delante estuviese invitado a curiosear, nos llamo para que entrasemos. Le habia preparado un regalo a Miriam, una pulsera de conchas y cuentas de coral. Y a mi un collar, mas sencillo, pero que como regalo que era intentaria llevar durante el resto del viaje. Aquel tipo de mirada afable y apariencia algo hippy, encomendaba su alma a Buda y a su pistola, que asomaba sin reparos entre las cuentas de collares y los utiles con los que repujaba el cuero. Con verla me hacia una idea de que la vida no era tan tranquila como parecia en la gran ciudad.
Acompañe a Miriam a la estacion y nos despedimos, quien sabe si nos encontrariamos de nuevo en Camboya, o un dia por España. Suerte en tus viajes, linda.
El resto de la tarde se paso entre escribir y alguna caminata. Cuando regresaba a la posada mas tarde de las 11 entre las oscuras y desiertas calles, una cierta desconfianza, alimentada por la vision de la pistola del dueño de la pension, se apodero de mi. Al instante pase al modo comando, el que uso en esas situaciones en los paises peligrosos, una suerte de casi comico recorrido atento a cada sonido o cada movimiento, fichando automaticamente cada individuo en el radio de vision y su evolucion. Andando a distancia de cualquier objeto o rincon en el que alguien con animo adverso se pudiera agazapar. Vigilando los cuatro puntos cardinales sin llegar a mostrar inquietud, que si hay problemas es contraproducente. Mirando sin que te vean mirar.
Tal vez era innecesario, pero nunca esta de mas andar con los ojos abiertos.
Viernes 25 de Abril de 2008
Recorrido: de Chiang Rai a Chiang Saen: 93 km
Me habia sentado bien el dia de reposo; pero con eso habia perdido el ritmo, y cuando subi a la bici sufri una rebelion a bordo. Me di cuenta de que mis piernas perezosas no querian llevarme a ningun sitio. Pero yo, que soy mas cabezota que ellas, las puse en cintura, y a ritmo de galeras las obligue a remar hasta que a mi me diera la gana. Bueno. Ojala hubiese sido tan facil. Si, lo consegui, pero solo queria tumbarme y echarme la siesta a lo largo de todo el dia.
Para evitar la ruidosa y concurrida carretera principal, y de paso variar la ruta, ya que de todos modos tenia que deshacer el camino para volver hacia el norte, tome otra carreterita secundaria que daba mas rodeos; pero fue un acierto, ya que se separo casi directamente del borde de la ciudad y de su industria para adentrarse en arrozales de un verde casi fluorescente.
El paisaje ue extremadamente rural todo el dia. Ya no se trataba de aldeas tribales, sino de pueblitos tai, que todo lo que construyen, eran feos, combinando anarquicamente el hormigon y las casas de madera. No brillan por su arquitectura, no es Tailandia pais para quien busque pueblos y ciudades espectaculares o con patrimonio historico
Pero se caminaba bien por aquellos campos desiertos y silenciosos, entre olores y sonidos de granja. Con el claro cielo y un sol refulgente atravesando sin barreras el aire limpio por la tormenta que habia caido por la noche, disfrute desde el mediodia de una autentica vereda de color tropical, rodeado de verde hasta el horizonte. Bananeras, arboles de mango, enredaderas, setos y arboles tupidos de flores de todos los colores, abalanzandose sobre la carretera, en un despliegue que conseguia ocultar entre follaje las pocas casitas de madera que me iba encontrando.
Me estaba acercando a otro de esos rios emblematicos. El rio Kong, Mae Kong en lengua Tai, o Mekong en nuestras traducciones occidentales. El tropico mas esplendoroso me conducia por valles ondulados camino del rio, que por fin aparecio ante mi al atardecer. No era enorme, tan solo unos doscientos metros me separaban de la otra orilla. Casi lo que cabia esperar, a estas alturas del cauce, cuando le restan miles de kilometros de viaje hasta su desembocadura. Pero aun estando a minimos por encontrarse en la epoca seca, se notaba su caudal poderoso por los energicos movimientos de su superficie marron y agitada. Y al otro lado se encontraba Laos, el pais que se inventaron los franceses en su Indochina, sustrayendo el territorio al reino de Siam, la actual Tailandia, de la que era provincia. Situaron la frontera sobre el rio, que hoy separa los dos paises por todo su cauce. Lo segui en contra de su curso, en direccion a Chiang Saen, el reposo del gerrero en otro dia que llegaba descolorido por el sol.
Bajando una cuesta me encontre con un pueblito en fiestas. Celebraban el año nuevo (juraria que ya lo llevaban celebrando todo un mes), con musica y bebida en la explanada del templo. Pare a curiosear, y en seguida se acercaron varios jovenes y un hombre casi ebrio a saludarme. Me invitaron a beber un refresco, y entre todos juntaron el ingles necesario para podernos entender. Me hubiese gustado quedarme, y ellos insistian en que lo hiciese y fuese con ellos a bailar. Pero el sol bravo de todo el dia me tenia agotado, y no veia el momento de llegar a Chiang Saen, cenar, ducharme, tirar la bici a la basura y relajarme por fin. Preferi continuar, pero me arrepenti en seguida de no haberme quedado a curiosear un poco mas.
La ciudad de Chiang Saen habia sido la capital de un reino 6 siglos atras, y conservaba algunos restos en ladrillo de sus antiguos templos. Pero por lo demas no ofrecia mas interes que el situarse a orillas del gran rio, y a unos kilometros de la triple frontera. Un puerto fluvial servia de amarre a los barcos birmanos, y sobre todo chinos, que comerciaban a traves de este puerto con el resto de Tailandia.
Recorri el paseo fluvial sin prisa, y aun cene antes e buscar posada. La encontre por una callecita, y me atendio un anciano que hablaba en ingles mejor que yo. Era de Singapur, y habia trabajado en Canada, en Europa, en Egipto, e incluso habia participado en la II Guerra Mundial como maquinista en un barco logistico de la marina norteamericana. Todo un aventurero, con un apacible y merecido retiro al lado del Mekong.
Tenia que cumplir el viejo ritual. Siempre que llego a uno de esos rios simbolicos, llenos de Historia, camino hasta su orilla y toco sus aguas, me lavo las manos, la cara, la cabeza. Es una forma de sentir el latir del misticismo que envuelve estos rios sin los que no se entiende la Humanidad; los pueblos que surgieron, florecieron y desaparecieron tocando sus orillas perennes. Me lave en el Tiber cuando fui a Roma. En el Amazonas cuando lo vi por primera vez en Belem de Para. En el Nilo cuando lo descubri en el Cairo. En el Orinoco, en Ciudad Bolivar, mientras un grupo de manaties o delfines de agua dulce lo remontabanv hacia el corazon de la selva. En la Foz de Iguacu, en Brasil, o en el Salto del Angel, cerca de Canaima. En el lago Titicaca, o en el rio de la Plata en Paraguay. Me quede con ganas de hacerlo en el Ouadi Mussa, el rio que alimentaba a la ciudad de Petra en Jordania, ya que no le quedaba ni una gota de agua.
Son las aguas que bañaron a los pueblos que han moldeado nuestro mundo, y en las que flotan historia que tanto me gustaria poder escuchar.
Al atardecer las familias se sentaban en esteras junto a la orilla del rio para cenar un arroz en los muchos puestitos de comida, y conversar hasta bien entrada la noche.