Recorrido: de Mae Hong Son a Pang Mapha: 68 km
Y siempre despues de la alegria del encuentro, llega la tristeza de la despedida. Esas personas unicas se llevan un trocito de tu corazon, y sabes que aunque nunca los vuelvas a ver, de alguna manera no se separaran de ti. En mis primeros viajes, hace ya mas de 13 años, solia coleccionar la direccion (y mas tarde el e-mail) de esas personas de las que no quisieras separarte, con las que tienes tanto en comun, una vision del mundo y de la vida, unos sueños y unos senderos parecidos. Pero otra caracteristica comun a los viajeros que ya lo son durante muchos años, es que raramente intercambian señas, e-mail o similares. El empeño de mantener el contacto es del todo vano, cuando miles de kilometros nos separaran siempre, y en el fondo hay algo romantico en separarse como si no fuese definitivo; adios, amigo mio, suerte en el camino, que preciosos atardeceres te esperen alla donde vayas. En realidad somos habitantes de esta pequeña aldeita global de forma esferica, y no importa tanto el estar juntos como el pensar y sentir juntos, formar parte de una especie de enfermedad soñadora que recorre el planeta acercandonos un poco a todos los pueblos. Y quien sabe, lo dice el refran: arrieros somos y en el camino nos encontraremos.
Alargando un poco mas de la cuenta la despedida y el desayuno, acabe saliendo al mediodia. Como siempre sin saber que tipo de camino me esperaba; y pronto lo descubriria bajo un sol despiadado. Volvian las cuestas imposibles, el plato pequeño y el lento tormento a lomos de hermosas montañas sucediendose unas tras otras hasta perderse del horizonte en la espesa y translucida atmosfera del estio.
Poco despues de Mae Hong Son, en un claro del bosque, los tailandeses pasaban el ultimo dia del Songkram, la fiesta del agua, paseando por los estanques llenos de peces sagrados de la llamada Cueva de los Peces. En el fresco rincon de sus arboles mas altos almorce, viendo que el dia que me esperaba seria duro.
Tampoco se veian demasiados enclaves humanos, solo algunos grupos de chocitas de diferentes etnias, en un un minimo de actividad estival. Pero en cada uno de ellos el chapuzon era inevitable, y pase el dia tan mojado que acabe escaldado donde la espalda pierde el buen nombre. La verdad es que empezaba a estar hasta las narices de tanta agua inesperada; afortunadamente, ya era el ultimo dia, a partir de mañana podria mojarme cuando yo quisiera.
Tras horas de inesperada ascension por mas de 30 km, en pendientes que me destrozaban las piernas, llegue por fin al puerto, que bautice de Santa Maria por tanto como me acorde de la Virgen segun pedaleaba, desriñonado, a unos ridiculos 4 km por hora.
Desde arriba la vista era increible, y un oscuro cielo mostraba la boca del lobo ciñendose laderas arriba hacia donde yo me encontraba. No pude disfrutar mucho de la vista: se arranco por seguidillas un vendaval que pugnaba conmigo por la posesion de la bici, y que viendose incapaz de esta manera, paso a celebrar, como el resto de tailandeses, la tan señalada fecha del final del Songkram. De nuevo acabe empapado, esta vez bajo la lluvia.
Al menos lo que seguia era mayoritariamente bajada, aunque tuve que andar con cuidado: la mezcla de viento, lluvia, la polvareda que no me dejaba abrir los ojos, y el humo que cada poco me cegaba, proveniente de alguno de los muchos incendios provocados por los nativos, convirtieron el descenso en algo casi mas duro que la subida.
Molido y apaleado, con hambre y sin mas agua que la de la camiseta y los calzoncillos, alcance por fin el valle en el que, tras la estelar cifra de 68 km, aparecia el pueblito de Pang Mapha. En ningun viaje habia completado distancias tan ridiculas en todo un dia; ni habia llegado tan deshecho. Supongo que no me habia visto en una combinacion de condiciones tan dura. Es preferible pensar eso a aceptar que ya no tengo 20 años.
El premio fue una encantadora chocita al estilo Lahu, la etnia que vivia en el poblado, casi enteramente construida de bambu y hojas, con esteras en el suelo y un colchon sobre ellas como todo mobiliario. A un lado una terracita cubierta por otro techo de cañas y hojas, y algunos cojines para acomodarse; alli me relaje antes de poder recuperar las fuerzas necesarias para caminar hasta el mercado y cenar. Oscurecio mientras contemplaba la lenta vida del pueblito, desde aquella atalaya en lo alto.
Con la noche llego la oscuridad total. El viento de la tarde tal vez termino por arrancar algun poste electrico; o tal vez habia sido alguno de los incendios el que habia cortado un cable. Un apagon que duro hasta la mañana ofrecio un hermoso decorado en aquella aldea tribal, tan alejada del mundo y sus problemas.
Bueno, en realidad aqui tenian los suyos. Con la oscuridad se veian aun mejor los muchos incendios provocados por los indigenas, que destruian sin tregua los bosques de aquellas idilicas montañas. Me dolia el alma de contemplarlo. De noche y de dia ardia hasta el ultimo rincon del paraiso, tocado de muerte, viviendo sus ultimas horas sobre la Tierra.
Miercoles 16 de Abril de 2008
Recorrido: de Pang Mapha a Pai: 44 km
Ya les estaba cogiendo mania a las minorias etnicas de la region, por el tema de los incendios. Parecian no comprender el destino terrible que les esperaba, y tal vez a todos nosotros con ellos, si seguian destruyendo hasta acabarlos, los ultimos reductos de Naturaleza indomita del planeta.
Mientras desayunaba en la misma posada donde habia dormido, pude conversar con Sadang, la dueña de la misma. Era una mujer de aspecto fragil que vivia sola con su hija adolescente. Venia de otra region del pais, mas al sur, y etnicamente era tai. Entre otras cosas me explicaba como el gobierno y la mayoria de la gente del pais eran conscientes de la tragedia que suponia la destruccion de la selva, pero su esfuerzo por convencer a las tribus de que depusieran esta actitud se encontraba con un total desentendimiento y la falta de aceptacion por parte de los pobladores autoctonos. Las minorias etnicas, Lisu y Lahu en esta region, quemaban el bosque porque preferian aclarar el terreno; ni si quiera con la intencion de cultivarlo, mas teniendo en cuenta que en su mayoria se trataba de escarpadas pendientes que la primera lluvia deslavaria de todo mantillo. Al hacerlo pretendian vivir en el claro, limpiar el terreno de alimañas y serpientes… humanizarlo como lleva haciendolo la humanidad desde hace miles de años. Y cuando los incendios se adueñaban del monte, las autoridades eran del todo incapaces de encontrar al responsable, en una especie de piromano fuenteovejuna tribal.
Desde el mismo Pang Mapha comenzaba de nuevo el ascenso por las empinadas cuestas, que se enroscaban por las laderas deshabitadas de unas espectaculares montañas cubiertas de selva.
Hacia la hora del almuerzo, o mas bien a la hora en que ya desfallecia por el hambre, pase junto a la unica aldeita de todo el recorrido. Y comprobando que entre las escasas chocitas no habia ninguna con pinta de ofrecer comidas, decidi acercarme a una de las casias, en cuyo porchecito, y bajo un fresco techo de madera y hojas, comia toda una familia Lisu: unas diez mujeres, una docena de hombres, y varios niños. En realidad mi intencion solo era pedirles agua, pues ya se me habia acabado hacia rato y era lo mas imprescindible para la cuesta que se avecinaba. Pero me invitaron a tomar asiento junto a la mesa de las mujeres, que comian separadas de los hombres; supongo que ellos tenian cosas mas importantes que hacer que reirse del extranjero en bicicleta.
Comparti con ellas el arroz, a penas aderezado con un poco de caldo con patatas y ajo, que llenaba un cazo en el centro de la mesita, y del que cada una se servia con una cuchara para mojar el arroz de su plato. Unas hierbas silvestres y chile molido muy picante eran todo el complemento de sabor.
Fue un rato agradable, aunque desconocedor de su lengua, no podia contestar las preguntas que me hacian, a penas algun dato basico entendido por gestos, como cuantos hermanos tenia, o si estaba casado o tenia hijos. La imposibilidad de comunicacion verbal se superaba facilmente con paciencia, lenguaje gestual, y una amplia y sincera sonrisa, que siempre aproxima a las personas por encima de cualquier barrera. Les pedi permiso para hacerles algunas fotos como recuerdo de aquella salvadora comida.
Antes de irme, me acorde de que tenia unas chocolatinas de emergencia en las alforjas, asi que las busque y las ofreci a cada una de ellas, empezando por los niños. Hice corto con las que llevaba, me falto solo una para completarlas a todas, y que casualidad, precisamente a la mayor de todas, la abuela. Guardaba un mango como merienda, y era ya lo ultimo que tenia, pero no podia dejarla asi. Se lo ofreci y todo el mundo agradecio el gesto. Tal vez hubiese sido muy sencillo ofrecer algo de dinero a cambio de la comida. Pero tratandose de pueblos que todavia no han sido contaminados al extremo que vivimos nosotros por el dinero y la mentalidad capitalista, yo prefiero siempre hacerlo a manera de trueque, ofreciendo algo a cambio de algo, para interferir lo menos posible en su manera de vivir.
La dureza de la subida siempre compensa con dos premios. Por un lado las vistas, soberbias, que segun se va ascendiendo se hacen mas y mas espectaculares. Por otro lado, la bajada que la sucede. Y sin llegar a ser temerario, descendi por los 20 km de cerradas curvas entre arboles, a la mayor velocidad que permitiese el sentido comun. Al final se abria el valle de un hermoso rio que reverdecia todo a su paso; y en el se podian ver grupos de niños bañandose, hombres pescando con sus redes circulares, vacas y cebues remojandose a las horas mas calurosas. Y al final de aquel valle me esperaba Pai, el pueblito hippy del norte, frecuentado por artistas, escritores, y en general por toda la fauna joven y alternativa que llegaba a relajarse y a fumar marihuana en un entorno propicio. En Pai, un apacible enclave protegido por el nido de montañas que lo aislan del entorno, incluso los tailandeses paseaban sus rastas por la calle.
Mi primera impresion no fue buena. Cientosde viajeros rubitos llenaban sus calles estrechas, las terrazas, los cibercafes, las tiendas de libros de segunda mano. Casi en cada esquina habia una posada. El ambiente parecia bueno, pero me resultaba demasiado masificado, y pense no quedarme mas que a pasar esa noche, para continuar por la mañana temprano.
Sin prisas comi algo en uno de los muchos restaurantitos, que manteniendo el espiritu estetico tailandes, adaptaban su decoracion al gusto del occidental en busca de un entorno bucolico.
Recorri varias veces sus placidas callecitas sin trafico, sus casitas de madera de solo dos alturas, con estupendas terrazas sombreadas, y dispuestas con preciosos muebles tallados en raices inmensas de arboles tropicales, en una irregular y equilibrada armonia coronada con orquideas y enredaderas salpicadas de flores. Todo se asomaba a la calle, sin puertas ni ventanas que impidiesen la vista o el paso de la brisa cuando, en contadas ocasiones, decidia refrescar a sus moradores durante unos instantes.
Por fin me decidi por una apañada pensioncita de la calleja principal. Me duche, me cambie, y lave la ropa del dia para tenerla lista por la mañana. Y sali a dar un paseo, esta vez a pie. En uno de los estupendos barecitos me tomaba un cafe expreso, en una de las escasas ocasiones del viaje en las que encontraba un buen cafe, cuando entro un grupo bastante heterogeneo, pero de estetica neo-hippy: rastas, tatuajes, piercings, ropa suelta y colorida, abalorios y adornos de todo tipo... Hablaban en varios acentos, pero en español. Continue con la lectura que llevaba entre manos, sin prestarles atencion. Pero cuando se levantaban para marcharse, decidi saludarles. Se trataba de un grupo formado por dos españoles, cinco italianos, dos brasileños, un argentino, y una norteamericana, todos ellos hablando en mi preciada lengua. Se habian conocido en Chiang Mai, durante un curso de masaje tailandes, y se habian acercado a Pai al finalizar el curso para disfrutar de la vida sabrosa de este pueblito. Tras un ratillo de charla se marcharon, y me quede contemplando en soledad la luz del atardecer, que entraba oblicua y con tonos anaranjados entre las verdes hojas de las plantas que colgaban del techo, dando un delicioso colorido a la estructura de madera, al suelo de madera, a las mesas y sillas de caprichosas formas naturales a penas talladas.
Unas horas, mientras yo cenaba en un puestito callejero, mas economico que los restaurantes turisticos de la calle principal, coincidio que paso Isaac, uno de los españoles del grupo que habia conocido por la tarde. Y tras el fueron llegando uno a uno, y se quedaron a cenar conmigo, parecian tener mucha curiosidad por mi viaje en bici. En un estupendo buen ambiente, entre bromas y risas, les iba contando alguna anecdota; los españoles se metian con los italianos, estos con los españoles, y el brasileño con todos los demas. Mientras la norteamericana, a penas entendia alguna palabra suelta de aquel cachondeo. Me parecio muy curioso que personas de varias nacionalidades distintas utilizasen como lengua comun el español, ese que a veces parece en peligro de extincion en la tierra que lo crio.
Y fue aqui donde Pai, un pueblo que parecia destinado a no durarme ni un dia, se me pegaria a la piel, porque acabaria pasando tres dias enteros con este grupete fresco y bromista, abierto y lleno de historias que compartir.
Nos distribuimos en las varias motos que tenian alquiladas, y fuimos a un bar de las afueras, lo que ya era para ellos la ceremonia del anochecer. En el la gente bailaba reggae bajo las estrellas, en un suelo de tierra. El unico techo cobijaba la barra y la cabina del DJ, y un poco mas alla ardia una hoguera, y en esterillas colocadas a su alrededor se tumbaban a fumar marihuana los menos activos. De vez en cuando fallaba la corriente electrica y nos quedabamos con solo la luz de la hoguera. El momento se volvia especialmente bello: cada uno cogia un timbal, pandero, maraca o sonaja de una estanteria junto a la barra, y entre 20 o 30 hacian sonar freneticos ritmos etnicos, como si de alguna tribu africana se trataba. Alli habia gente de muchas nacionalidades, incluidos muchos tailandeses de estetica hippy, y entre todos alcanzaban sin palabras una increible armonia, que el resto bailaba con la poca luz de un cielo cubierto tamizando el brillo de la luna, y con los reflejos titilantes de la hoguera.
Con mis nuevos amigos segui bailando hasta bien entrada la madrugada, con una plena conciencia de cuan afortunado y de que feliz que era. Cuando decidid volver caminando a la pension para acostarme, ya tenia claro que no madrugaria para seguir en bici a la mañana siguiente.